LXXV
MÚLTIPLE INTERÉS DEL PSICOANÁLISIS (*)
1913
Sigmund Freud
(Obras completas)
CAPÍTULO I
Interés del psicoanálisis para la medicina
EL psicoanálisis es un procedimiento médico que aspira a la curación de ciertas
formas de la nerviosidad (neurosis). En un trabajo publicado en 1910 hube ya de
describir la evolución del psicoanálisis desde su punto de partida en el método catártico,
de J. Breuer, y sus relaciones con las teorías de Charcot y P. Janet [*].
Como ejemplos de las formas patológicas accesibles al psicoanálisis pueden ser
citadas las convulsiones e inhibiciones de la histeria y los diversos síntomas de la
neurosis obsesiva (actos e ideas obsesivas). Trátase de estados que desaparecen a veces
espontáneamente y responden de un modo caprichoso, hasta ahora inexplicado, a la
influencia personal del médico. En las formas graves de las perturbaciones mentales
propiamente dichas no alcanza el psicoanálisis resultado positivo alguno. Pero tanto en
las psicosis como en las neurosis nos facilita por vez primera en la historia de la
Medicina una visión de los orígenes y el mecanismo de estas enfermedades.
Esta importancia médica del psicoanálisis no justificaría la tentativa de presentarla
en un círculo de hombres de estudio interesados por la síntesis de las ciencias, y mucho
menos cuando tal empresa habría de parecer prematura mientras una gran parte de los
psiquiatras y neurólogos continúe mostrándose opuesto al nuevo método terapéutico y
rechace tanto sus hipótesis como sus resultados. Si, no obstante, considero legítima esta
tentativa es porque el psicoanálisis aspira a interesar a hombres de ciencia distintos de
los psiquiatras, pues se extiende a otros varios sectores científicos diferentes y establece
entre ellos y la patología de la vida psíquica relaciones insospechadas.
Dejaré, pues, a un lado, por ahora, el interés médico del psicoanálisis y trataré de
demostrar, con una serie de ejemplos, mis anteriores asertos sobre nuestra joven ciencia.
Tanto en el hombre normal como en los enfermos tropezamos con una serie de
expresiones mímicas y verbales y con numerosos productos mentales que no han llegado
a ser hasta ahora objeto de la Psicología por haberlos considerado meramente como
resultados de una perturbación orgánica o de una disminución anormal de la capacidad
funcional del aparato anímico. Me refiero a las funciones fallidas (equivocaciones orales
o en la escritura, olvidos, etc), a los actos casuales y a los sueños de los normales y a los
ataques convulsivos, delirios, visiones, ideas y actos obsesivos de los neuróticos. Estos
fenómenos -en cuanto no han pasado, como las funciones fallidas, totalmente
inadvertidos- se ha venido adscribiendo a la Patología, esforzándose en hallarles
explicaciones fisiológicas que jamás han resultado satisfactorias. El psicoanálisis ha
demostrado, en cambio, que todos estos fenómenos pueden ser explicados e integrados
en el conjunto conocido del suceder psíquico por medio de hipótesis de naturaleza
puramente psicológica. Nuestra disciplina ha restringido así el radio de acción de la
Fisiología, conquistando, en cambio, para la Psicología una parte considerable de la
Patología. La máxima fuerza probatoria corresponde aquí a los fenómenos normales, sin
que pueda acusarse al psicoanálisis de transferir a lo normal conocimientos extraídos del
material patológico, pues aporta sus pruebas independientemente unas de otras en cada
uno de dichos sectores y muestran así que los procesos normales y los llamados
patológicos siguen las mismas reglas.
De los fenómenos normales a que nos venimos refiriendo, esto es, de los
observables en hombres normales, dedicaremos atención preferente a dos: las funciones
fallidas y los sueños.
Las funciones fallidas, o sea el olvido ocasional de palabras y nombres, el de
propósitos, las equivocaciones orales en la lectura y la escritura, el extravío de objetos,
la pérdida definitiva de los mismos, determinados errores contrarios a nuestro mejor
conocimiento, algunos gestos y movimientos habituales, todo esto que reunimos bajo el
nombre común de funciones fallidas del hombre sano y normal ha sido, en general, muy
poco atendido por la Psicología, atribuyéndose a la «distracción» y considerándose
derivado de la fatiga, de la falta de atención o de un afecto accesorio de ciertos leves
estados patológicos. La investigación analítica ha demostrado con suficiente certeza que
tales factores últimamente citados constituyen, todo lo más, circunstancias favorables a
la producción de los fenómenos de referencia, pero nunca condiciones indispensables de
la misma. Las funciones fallidas son verdaderos fenómenos psíquicos y entrañan
siempre un sentido y una tendencia, constituyendo la expresión de determinadas
intenciones, que a consecuencia de la situación psicológica dada no encuentran otro
medio de exteriorizarse. Tal situación, es, por lo general, la correspondiente a un
conflicto psíquico y en ella queda privada de expresión directa y derivada por caminos
indirectos la tendencia vencida. El individuo que comete el acto fallido puede darse
cuenta de él y puede conocer separadamente la tendencia reprimida que en su fondo
existe, pero ignora, en cambio, casi siempre y hasta que el análisis se lo revela, la
relación causal existente entre la tendencia y el acto. Los análisis de las funciones
fallidas son, muchas veces, fáciles y rápidos. Una vez advertido el fallo por el sujeto, su
primera ocurrencia suele traer consigo la explicación buscada.
Los actos fallidos constituyen el material más cómodo para confirmar las hipótesis
psicoanalíticas. En un trabajo que data de 1904 he reunido numerosos ejemplos de este
orden, con su interpretación correspondiente, colección que ha sido luego aumentada por
las aportaciones de otros observadores.
El motivo que más frecuentemente nos mueve a reprimir una intención,
obligándola así a contentarse con hallar expresión indirecta en un acto fallido, es la
evitación de displacer. De este modo olvidamos tenazmente un nombre propio cuando
abrigamos hacia la persona a quien corresponde un secreto enfado o dejamos de realizar
propósitos que sólo a disgusto hubiéramos llevado a cabo, forzados, por ejemplo, por las
conveniencias sociales. Perdemos un objeto cuando nos hemos enemistado con la
persona a quien nos recuerda o que nos lo ha regalado. Tomamos un tren equivocado
cuando emprendemos el viaje a disgusto y hubiéramos querido permanecer en donde
estábamos a trasladarnos a lugar distinto. Donde más claramente se nos muestra la
evitación de displacer como causa de estos fallos funcionales es en el olvido de
impresiones y experiencias, circunstancia observada ya por autores preanalíticos. La
memoria es harto parcial y presenta una gran disposición a excluir de la reproducción
aquellas impresiones a las que va unido un afecto penoso, aunque no siempre lo consiga.
En otros casos el análisis de un acto fallido resulta menos sencillo y conduce a
soluciones menos transparentes a causa de la intervención de un proceso, al que damos
el nombre de desplazamiento. Así, cuando olvidamos el nombre de una persona contra
la cual nada tenemos, el análisis nos hace ver que dicho nombre ha despertado
asociativamente el recuerdo de otra persona de nombre igual o semejante que nos inspira
disgusto. El olvido del nombre de la persona inocente ha sido consecuencia de tal
relación, resultando así que la intención de olvidar ha sufrido una especie de
desplazamiento a lo largo de un determinado camino asociativo.
La intención de evitar displacer no es la única causa de los actos fallidos. El
análisis descubre en muchos casos otras tendencias que, habiendo sido reprimidas en la
situación correspondiente, han tenido que manifestarse como perturbaciones de una
función. Así, las equivocaciones orales delatan muchas veces pensamientos que el sujeto
quería mantener ocultos a su interlocutor. Varios grandes poetas han comprendido este
sentido de tales equivocaciones y las han empleado en sus obras. La pérdida de objetos
valiosos resulta ser muchas veces un sacrificio, encaminado a alejar una desgracia
temida, no siendo ésta la única superstición que aún se impone a los hombres cultos bajo
la forma de un acto fallido. El extravío temporal de objetos no es, por lo común, sino la
realización inconsciente del deseo de verlos desaparecer, y su rotura, la de sustituirlos
por otros mejores.
La explicación psicoanalítica de las funciones fallidas trae consigo, no obstante la
insignificancia de esos fenómenos, cierta modificación de nuestra concepción del
mundo. Hallamos, además, que el hombre normal aparece movido por tendencias
contradictorias con mucha mayor frecuencia de lo que sospechábamos. El número de
acontecimientos a los que damos el nombre de «casuales» queda considerablemente
limitado. En cierto modo resulta consolador pensar que la pérdida de objetos no
constituye casi nunca una casualidad, y que nuestra torpeza no es muchas veces sino un
disfraz de intenciones ocultas. Mucha mayor importancia entraña el descubrimiento
analítico de una participación inconfesada de la propia voluntad del sujeto en numerosos
accidentes graves, que de otro modo hubieran sido adscritos a la casualidad. Este
hallazgo del psicoanálisis viene a hacer aún más espinosa la diferenciación entre la
muerte por accidente casual y el suicidio, tan difícil ya en la práctica.
La explicación de los actos fallidos presenta, desde luego, un innegable valor
teórico por la sencillez de la solución y la frecuencia de tales fenómenos en el hombre
normal. Pero como el resultado del psicoanálisis no es comparable en importancia al
obtenido en la aplicación de la misma a otro fenómeno distinto de la vida anímica de los
hombres sanos. Me refiero a la interpretación de los sueños con la cual comienza el
psicoanálisis a situarse enfrente de la ciencia oficial.
La investigación médica considera
los sueños como un fenómeno puramente somático, desprovisto de todo sentido y
significación, no viendo en ello sino la reacción del órgano anímico, dormido a
estímulos somáticos, que le fuerzan a despertar parcialmente. El psicoanálisis,
superando la singularidad, la incoherencia y el absurdo del fenómeno onírico lo eleva a
la categoría de un acto psíquico que posee sentido e intención propios y ocupa un lugar
en la vida anímica del individuo. Para ella, los estímulos somáticos no son sino uno de
los materiales que la formación de los sueños elabora. Entre estas dos concepciones de
los sueños no hay acuerdo posible. En contra de la concepción fisiológica, testimonia su
infertilidad. A favor del psicoanálisis puede aducirse el haber traducido con pleno
sentido y aplicado al descubrimiento de la más íntima vida anímica del hombre millares
de sueños.
En un trabajo publicado en 1900 he tratado el importantísimo tema de la
interpretación de los sueños, teniendo luego la satisfacción de comprobar que casi todos
mis colaboradores en la investigación psicoanalítica han confirmado y propulsado, con
sus propias aportaciones, las teorías por mí iniciadas en el mismo. Hoy en día se
reconoce unánimemente que la interpretación de los sueños es la piedra angular de la
labor psicoanalítica y que sus resultados constituyen la más importante aportación del
psicoanálisis a la Psicología.
No me es posible exponer aquí la técnica por medio de la cual se llega a la
interpretación de los sueños, ni tampoco fundamentar los resultados a los que ha
conducido la elaboración psicoanalítica de los mismos. Habré, pues, de limitarme a
señalar algunos nuevos conceptos, comunicar los resultados analíticos y acentuar su
importancia para la psicología normal.
Así, pues, el psicoanálisis nos enseña lo siguiente: Todo sueño posee un sentido;
su singularidad procede de las deformaciones que ha sufrido la expresión del mismo; su
absurdo es intencionado y expresa la burla, el insulto y la contradicción; su incoherencia
es diferente para la interpretación. Lo que del sueño recordamos al despertar no es sino
su contenido manifiesto. Aplicando a este contenido manifiesto la técnica interpretadora,
llegamos a las ideas latentes que se esconden detrás de él, confiándole su representación.
Estas ideas latentes no son ya singulares, incoherentes ni absurdas, sino elementos
plenamente significativos de nuestro pensamiento despierto. El proceso que ha
transformado las ideas latentes del sueño en el contenido manifiesto del mismo es
designado por nosotros con el nombre de elaboración del sueño, y es el que lleva a cabo
la deformación, a consecuencia de la cual no reconocemos ya en el contenido del sueño
las ideas del mismo.
La elaboración onírica es un proceso de un orden desconocido antes en Psicología
y presenta un doble interés. En primer lugar nos descubre procesos nuevos tales como la
condensación (de representaciones) y el desplazamiento (del acento psíquico desde una
representación a otra), que no hemos hallado en el pensamiento despierto o sólo como
base de los llamados errores mentales. Pero, además, nos permite adivinar en la vida
anímica un dinamismo cuya acción permanecía oculta a nuestra percepción consciente.
Advertimos que existe en nosotros una censura, una instancia examinadora que decide si
una representación emergente debe o no llegar a la consciencia, y excluye
inexorablemente, dentro de su radio de acción, todo lo que puede producir displacer o
despertarlo de nuevo. Recordaremos que tanto esta tendencia a evitar el displacer
provocado por el recuerdo como de los conflictos surgidos entre las tendencias de la
vida anímica encontramos ya indicios en el análisis de las funciones fallidas.
El estudio de la elaboración de los sueños nos impone una concepción de la vida
psíquica que parece resolver las cuestiones más discutidas de la Psicología. La
elaboración onírica nos obliga a suponer la existencia de una actividad psíquica
inconsciente más amplia e importante que la enlazada a la consciencia, y ya conocida y
explorada. (Sobre este punto retornaremos al ocuparnos del interés filosófico del
psicoanálisis.) Asimismo nos permite llevar a cabo una articulación del aparato psíquico
en varias instancias o sistemas, y demuestra que en el sistema de la actividad anímica
inconsciente se desarrollan procesos de naturaleza muy distintos a la de los que son
percibidos en la consciencia.
La función de la elaboración onírica no es sino la de mantener el estado de reposo.
«El sueño (fenómeno onírico) es el guardián del estado de reposo.» Por su parte, las
ideas del sueño pueden hallarse al servicio de las más diversas funciones anímicas. La
elaboración onírica cumple su cometido, representando realizado, en forma alucinatoria,
un deseo emergente de las ideas del sueño.
Puede decirse sin temores que el estudio psicoanalítico de los sueños ha procurado
la primera visión de una psicología abismal o psicología de lo inconsciente no
sospechada hasta ahora. La psicología normal habrá, pues, de sufrir modificaciones
fundamentales para armonizarse con estos nuevos conocimientos.
No nos es posible llevar a cabo, dentro de los límites de este trabajo, una
exposición completa del interés psicológico de la interpretación de los sueños. Dejando
bien afirmado que los sueños son un fenómeno pleno de sentido, y como tal objeto de la
Psicología, pasaremos a ocuparnos de los descubrimientos aportados a la Psicología por
el psicoanálisis en el terreno patológico.
Si las novedades psicológicas deducidas del estudio de los sueños y de las
funciones fallidas poseen existencia y valores reales, habrán de ayudarnos a la
explicación de otros fenómenos. Así sucede, en efecto, y el psicoanálisis ha demostrado
que las hipótesis de la actividad anímica inconsciente, la censura y la represión, la
deformación y la producción de sustitutivos, deducidas del análisis de aquellos
fenómenos normales, nos facilitan por vez primera la comprensión de toda una serie de
fenómenos patológicos, proporcionándonos, por decirlo así, la clave de todos los
enigmas de la psicología de las neurosis. Los sueños se constituyen de este modo en
prototipo normal de todos los productos psicopatológicos y su comprensión nos
descubre los mecanismos psíquicos de las neurosis y psicosis.
Partiendo de sus investigaciones sobre los sueños ha podido edificar el
psicoanálisis una psicología de las neurosis, que una continuada labor va haciendo cada
vez más completa. Para la demostración aquí intentada del interés psicológico de nuestra
disciplina, sólo precisamos tratar con cierta amplitud dos puntos de aquel magno
conjunto: la demostración de que muchos fenómenos de la Patología que se creía deber
explicar fisiológicamente son actos psíquicos, y la de que los procesos que producen los
resultados anormales pueden ser atribuidos a fuerzas motoras psíquicas.
Aclaremos la primera de estas afirmaciones con algunos ejemplos. Los ataques
histéricos han sido reconocidos, hace ya mucho tiempo, como signos de una elevada
excitación emotiva y equiparados a las explosiones de afecto. Charcot intentó encerrar la
diversidad de sus formas en fórmulas descriptivas. J. Janet descubrió la representación
inconsciente que actúa detrás de estos ataques. El psicoanálisis ha visto en ellos
representaciones mímicas de escenas vividas o fantaseadas que ocupan la imaginación
del enfermo sin que el mismo tenga consciencia de ellas. El sentido de tales pantomimas
queda velado a los ojos del espectador por medio de condensaciones y deformaciones de
los actos representados. Este punto de vista resulta aplicable a todos los demás síntomas
típicos de los enfermos histéricos.
Todos ellos son, en efecto, representaciones mímicas o alucinatorias, de fantasías
que dominan inconscientemente su vida emotiva, y significan una satisfacción de
secretos deseos reprimidos.
El carácter atormentador de estos síntomas procede del
conflicto interior provocado en la vida anímica de tales enfermos por la necesidad de
combatir dichos impulsos optativos inconscientes.
En otra afección neurótica -la neurosis obsesiva- quedan sujetos los pacientes a la
penosa ejecución de un ceremonial sin sentido aparente, constituido por la repetición de
actos totalmente indiferentes, tales como los de lavarse o vestirse, la obediencia a
preceptos insensatos o la observación de misteriosas inhibiciones. Para la labor
psicoanalítica constituyó un triunfo llegar a demostrar que todos estos actos obsesivos,
hasta los más insignificantes, poseen pleno sentido y reflejan por medio de un material
indiferente los conflictos de la vida, la lucha entre las tentaciones y las coerciones
morales, el mismo deseo rechazado y los castigos y penitencias con los que se quiere
compensar. En otra distinta forma de la misma enfermedad padece el sujeto ideas
penosas, representaciones obsesivas cuyo contenido se le impone imperiosamente,
acompañadas de afectos cuya naturaleza e intensidad no corresponden casi nunca al
contenido de las ideas obsesivas. La investigación analítica ha demostrado aquí que tales
afectos se hallan perfectamente justificados, correspondiendo a reproches basados, por
lo menos, en una realidad psíquica. Pero las ideas adscritas a dichos afectos no son ya
las primitivas, sino otras distintas, enlazadas a ellos por un desplazamiento (sustitución)
de algo reprimido. La reducción de estos desplazamientos abre el camino hasta el
conocimiento de las ideas reprimidas y nos demuestra que el enlace del afecto y la
representación es perfectamente adecuado.
En otra afección nerviosa, la incurable demencia precoz (parafrenia,
esquizofrenia), en la cual los enfermos muestran una absoluta indiferencia, hallamos
frecuentemente como únicos actos ciertos movimientos y gestos, uniformemente
repetidos, a los que se ha dado el nombre de «estereotipias». La investigación analítica
de tales actos (llevada a cabo por C. G. Jung) ha permitido reconocer en ellos residuos
de actos mímicos plenos de sentido, por medio de los cuales se creaban antes una
expresión los impulsos optativos que dominaban al sujeto. La aplicación de las hipótesis
analíticas a los discursos más absurdos y a las actitudes y gestos más singulares de estos
enfermos ha permitido su comprensión y su integración en la vida anímica conjunta del
sujeto.
Análogamente sucede con los delirios, alucinaciones y sistemas delirantes de otros
diversos enfermos mentales. Allí donde parecía reinar la más singular arbitrariedad ha
descubierto la labor psicoanalítica una norma, un orden y una coherencia. Las más
diversas formas patológicas psíquicas han sido reconocidas como resultados de procesos
idénticos en el fondo, susceptibles de ser aprehendidos y descritos por medio de
conceptos psicológicos. En todas partes hallamos la actuación del conflicto psíquico
descubierto en la elaboración de los sueños: la represión de determinados impulsos
instintivos, rechazados a lo inconsciente por otras fuerzas psíquicas; los productos
reactivos de las fuerzas represoras y los productos sustitutivos de las fuerzas reprimidas,
pero no despojadas totalmente de su energía. Por todas partes también encontramos en
estos procesos aquellos otros -la condensación y el desplazamiento- que nos fueron
dados a conocer por el estudio de los sueños. La diversidad de las formas patológicas
observadas en la clínica de Psiquiatría depende de otros dos factores: de la multiplicidad
de los mecanismos psíquicos de que dispone la labor de la represión y de la
multiplicidad de las disposiciones histórico-evolutivas que permiten a los impulsos
reprimidos llegar a constituirse en productos sustitutivos.
Una buena mitad de la labor psiquiátrica es encomendada por el psicoanálisis a la
Psicología. Pero constituirá un grave error suponer que el análisis aspira a una
concepción puramente psicológica de las perturbaciones anímicas. No puede desconocer
que la otra mitad de la labor psiquiátrica tiene por contenido la influencia de factores
orgánicos (mecánicos, tóxicos, infecciosos) sobre el aparato anímico. En la etiología de
los trastornos psíquicos no admite, ni aun para los más leves, como lo son las neurosis,
un origen puramente psicógeno, sino que busca su motivación en la influenciación de la
vida anímica por un elemento indudablemente orgánico, del que más adelante
trataremos.
Los resultados psicoanalíticos, susceptibles de alcanzar una importante
significación para la Psicología general, son demasiado numerosos para que podamos
detallarlos en este breve trabajo. Unicamente citaremos, sin detenernos en su examen,
dos puntos determinados: el modo inequívoco en que el psicoanálisis reclama para los
procesos afectivos la primacía en la vida anímica y su demostración de que en el hombre
normal se da, lo mismo que en el enfermo, una insospechada perturbación y
obnubilación afectiva del intelecto.
CAPÍTULO II
El interés del psicoanálisis para las ciencias no psicológicas.
A) Interés filológico.
Al postular el interés filológico del psicoanálisis voy seguramente más allá de la
significación usual de la palabra «Filología», o sea «ciencia del lenguaje», pues bajo el
concepto de lenguaje no me refiero tan sólo a la expresión del pensamiento en palabras,
sino también al lenguaje de los gestos y a todas las demás formas de expresión de la
actividad anímica, como, por ejemplo, la escritura. Ha de tenerse en cuenta que las
interpretaciones del psicoanálisis son, en primer lugar, traducciones de una forma
expresiva extraña a nosotros a otra familiar a nuestro pensamiento. Cuando
interpretamos un sueño no hacemos sino traducir del «lenguaje del sueño» al de nuestra
vida despierta un cierto contenido mental (las ideas latentes del sueño). Al efectuar esta
labor aprenderemos a conocer las peculiaridades de aquel lenguaje onírico, y
experimentamos la impresión de que pertenece a un sistema de expresión altamente
arcaico. Así, se observa que la negación no encuentra jamás en él una expresión especial
directa, y que un mismo elemento sirve de representación a ideas antitéticas. O dicho de
otro modo: en el lenguaje de los sueños los conceptos son todavía ambivalentes; reúnen
en sí significaciones opuestas, condición que, según las hipótesis de los filólogos,
presentaban también las más antiguas raíces de las lenguas históricas. Otro carácter
singular de nuestro lenguaje onírico es el frecuentísimo empleo de símbolos,
circunstancia que permite en una cierta medida una traducción del contenido del sueño,
sin el auxilio de las asociaciones individuales. La esencia de estos símbolos no ha sido
aún totalmente aprehendida por la investigación; trátase de sustituciones y
comparaciones, basadas en analogías claramente visibles en algunos casos, mientras que
en otros escapa por completo a nuestra percepción consciente el eventual tertium
comparationis. Estos últimos símbolos serían precisamente los que habrían de proceder
de las fases más primitivas del desarrollo del lenguaje y de la formación de conceptos.
En el sueño son predominantemente los órganos y las funciones sexuales lo que
experimenta una representación simbólica en vez de directa. El filólogo Hans Sperber,
de Upsala, ha intentado probar en un reciente trabajo que aquellas palabras que
designaban primitivamente actividades sexuales han experimentado, merced a tales
procesos comparativos, numerosos cambios de sentido.
Teniendo en cuenta que los medios de representación del sueño son
principalmente imágenes visuales y no palabras, habremos de equipararlo más
adecuadamente a un sistema de escritura que a un lenguaje. En realidad, la
interpretación de un sueño es una labor totalmente análoga a la de descifrar una antigua
escritura figurada, como la de los jeroglíficos egipcios. En ambos casos hallamos
elementos no destinados a la interpretación, o respectivamente, a la lectura, sino a
facilitar, en calidad de determinativos, la comprensión de otros elementos. La múltiple
significación de diversos elementos del sueño encuentran también su reflejo en estos
antiguos sistemas gráficos, lo mismo que la omisión de ciertas relaciones que en uno y
otro caso han de ser deducidas del contexto.
Si una tal concepción de la representación del sueño no ha sido aún ampliamente
desarrollada, ha sido tan sólo porque el psicoanalista carece de aquellos conocimientos
que el filólogo podría aplicar a un tema como el de los sueños.
Puede decirse que el lenguaje de los sueños es la forma expresiva de la actividad
anímica inconsciente; pero lo inconsciente habla más de un solo dialecto. Entre las
variadas condiciones psicológicas que caracterizan y diferencian entre sí las distintas
formas de neurosis, hallamos también constantes cambios de la expresión de los
impulsos anímicos inconscientes. Mientras que el lenguaje anímico de la histeria
coincide por completo con el lenguaje figurado de los sueños, las visiones, etc.,
tropezamos, en cambio, con productos idiomáticos especiales para el lenguaje
ideológico de la neurosis obsesiva y de las parafrenias (demencia precoz y paranoia),
productos que en toda una serie de casos podemos ya comprender y relacionar entre sí.
Aquello que una histérica representa por medio de vómitos se exteriorizará en las
enfermas de neurosis obsesivas por medio de penosas medidas preventivas contra la
infección y en las parafrénicas por medio de la acusación o la sospecha de que se trata
de envenenarlas. Lo que así encuentra tan diversa expresión no es sino el deseo
reprimido y rechazado a lo inconsciente de engendrar en su seno un hijo, o,
correlativamente, la defensa de la paciente contra tal deseo.
B) Interés filosófico.
En cuanto la Filosofía tiene como base la Psicología, habrá de atender
ampliamente a las aportaciones psicoanalíticas a dicha ciencia y reaccionar a este nuevo
incremento de nuestros conocimientos como viene reaccionando a todos los progresos
importantes de las ciencias especiales.
El descubrimiento de las actividades anímicas
inconscientes ha de obligar muy especialmente a la Filosofía a tomar su partido, y en
caso de inclinarse del lado del psicoanálisis, a modificar sus hipótesis sobre la relación
entre lo psíquico y lo físico, hasta que correspondan a los nuevos descubrimientos. Los
filósofos se han ocupado, desde luego, repetidamente del problema de lo inconsciente,
pero adoptando, en general -salvo contadas excepciones-, una de las dos posiciones
siguientes: o han considerado lo inconsciente como algo místico, inaprehensible e
indemostrable, cuya relación con lo anímico permanecía en la oscuridad, o han
identificado lo psíquico con lo consciente, deduciendo luego de esta definición que algo
que era inconsciente no podía ser psíquico ni, por tanto, objeto de la Psicología.
Estas
actitudes proceden de haber enjuiciado los filósofos lo inconsciente sin conocer antes los
fenómenos en la actividad anímica inconsciente y, en consecuencia, sin sospechar su
extraordinaria afinidad con los fenómenos conscientes, ni los caracteres que de ellos los
diferencian.
Si después de adquirir un tal conocimiento de los fenómenos inconscientes
mantiene aún alguien la identificación de lo consciente con lo psíquico, y niega, por
tanto, a lo inconsciente todo carácter anímico, no habremos ya de objetarle sino que tal
diferenciación no tiene nada de práctica, toda vez que, partiendo de su íntima relación
con lo consciente, resulta fácil describir lo inconsciente y seguir sus desarrollos, cosa
imposible de conseguir, por lo menos hasta ahora, partiendo del proceso físico.
Lo
inconsciente debe, pues, permanecer siendo considerado como objeto de la Psicología.
Todavía existe otro aspecto desde el cual puede la Filosofía recibir el impulso del
psicoanálisis, y es pasando a ser objeto de la misma. Los sistemas y teorías filosóficas
son obra de un limitado número de personas de individualidad sobresaliente, y la
Filosofía es la disciplina en la que mayor papel desempeña la personalidad del hombre
de ciencia. Ahora bien: el psicoanálisis nos permite dar una psicografía de la
personalidad (véase luego su interés sociológico).
Nos enseña a conocer las unidades
afectivas -los complejos dependientes de los instintos- que hemos de presuponer en todo
individuo, y nos inicia en el estudio de las transformaciones y los resultados finales
generados por estas fuerzas instintivas. Descubre las relaciones existentes entre las
disposiciones constitucionales de la persona, sus destinos y los rendimientos que puede
alcanzar merced a dotes especiales. Ante la obra artística le es posible adivinar, con más
o menos seguridad, la personalidad que tras de ella se esconde, y de este modo puede
descubrir la motivación subjetiva e individual de las teorías filosóficas, surgidas de una
labor lógica imparcial, y señalar a la crítica los puntos débiles del sistema. Esta crítica
no es ya cometido del psicoanálisis, pues, naturalmente, la determinación psicológica de
una teoría no excluye su corrección científica.
C) Interés biológico.
El psicoanálisis no ha tenido, como otras ciencias modernas, la suerte de ser
acogida con un esperanzado interés por parte de aquellos a quienes preocupan los
progresos del conocimiento. Durante mucho tiempo se le negó toda atención, y cuando
no fue ya posible desoírla, los que se habían tomado el trabajo de someterla a un
detenido enjuiciamiento la hicieron objeto de una violenta hostilidad dependiente de
razones afectivas. La causa de tan contraria acogida ha sido el descubrimiento hecho por
nuestra disciplina en sus primeros objetos de investigación de que las enfermedades
nerviosas eran la expresión de un trastorno de la función sexual, descubrimiento que la
condujo a consagrarse a investigar dicha función, tanto tiempo desatendida. Ahora bien:
cualquiera que se mantenga fiel al principio de que los juicios científicos no deben sufrir
la influencia de las actitudes afectivas, habrá de reconocer a esta orientación
investigadora del psicoanálisis un alto interés biológico, viendo en las resistencias a ella
opuestas una nueva prueba de sus afirmaciones.
El psicoanálisis ha hecho justicia a la función sexual humana, investigando
minuciosamente su extraordinaria importancia para la vida anímica y práctica,
importancia señalada ya por muchos poetas y algunos filósofos, pero jamás reconocida
por la ciencia. Tal investigación exigía como premisa una ampliación del concepto de la
sexualidad, indebidamente restringido, justificada por determinadas transgresiones
sexuales (las llamadas perversiones) y por la conducta del niño. Se demostró imposible
seguir afirmando la asexualidad de la infancia hasta la repentina eclosión de los
impulsos sexuales en la época de la pubertad. Una observación imparcial y libre de
prejuicios probó, por el contrario, sin dificultad que el sujeto humano infantil entraña
intereses y actividades sexuales en todos los períodos de esta época de su existencia y
desde el principio de la misma. La importancia de esta sexualidad infantil no queda
disminuida por el hecho de no ser posible trazar con plena seguridad su contorno,
diferenciándola en todos sus puntos de la actividad asexual del niño. Ha de tenerse en
cuenta que se trata de algo muy distinto de la sexualidad llamada «normal» del adulto.
Su contenido entraña los gérmenes de todas aquellas actividades sexuales que oponemos
luego en calidad de perversiones a la vida sexual normal, pareciéndonos
incomprensibles y viciosas. De la sexualidad infantil surge la norma del adulto a través
de una serie de procesos evolutivos, asociaciones, disociaciones y represiones que jamás
se desarrollan de un modo idealmente perfecto y dejan tras de sí, a consecuencia de tal
imperfección, disposiciones a una represión de la función de estados patológicos.
La sexualidad infantil posee otras dos cualidades muy interesantes
biológicamente. Se muestra compuesta por una serie de instintos parciales ligados a
determinadas regiones del soma -zonas erógenas-, algunas de las cuales sur gen desde un
principio, formando pares antitéticos, esto es, como instintos con fin activo y pasivo. Del
mismo modo que en los posteriores estados de apetencia sexual no son meramente los
órganos sexuales de la persona amada, sino todo su cuerpo, lo que se constituye en
objeto sexual, resultan ser en el niño punto de origen de excitación sexual y de
producción de placer sexual ante un estímulo adecuado, no sólo los genitales, sino
también otras distintas partes del soma. Estrechamente enlazado a éste, hallamos el
segundo carácter peculiar de la sexualidad infantil -su ligazón inicial a las funciones
encaminadas a la conservación tales como la ingestión de alimentos, la excreción, y,
probablemente también, la inervación muscular y la actividad sensorial-.
Al estudiar con auxilio del psicoanálisis la sexualidad del adulto y observar a la
luz de los conocimientos así adquiridos la vida del niño, no se nos muestra ya la
sexualidad como una función encaminada tan sólo a la reproducción y equivalente a las
funciones digestivas, respiratorias, etc., sino como algo mucho más independiente,
opuesto más bien a todas las demás actividades del individuo y que sólo por una
complicada evolución, muy rica en restricciones, es forzada a entrar en la liga de la
economía individual. El caso, teóricamente muy posible, de que los intereses de estas
tendencias sexuales no coincidan con los de la conservación individual, aparece
realizado en el grupo patológico de las neurosis, pues la última fórmula en que el
psicoanálisis ha concretado la esencia de las neurosis afirma que el conflicto original del
que surgen las neurosis es el nacido entre los instintos mantenedores del yo y los
instintos sexuales.
Las neurosis corresponden a un vencimiento más o menos parcial del
yo por la sexualidad, después de haber fracasado al yo su tentativa de dominar la
sexualidad.
Durante nuestra labor psicoanalítica hemos creído necesario mantenernos alejados
de los puntos de vista biológicos y no utilizarlos tampoco para fines heurísticos, con el
fin de evitar errores en la apreciación imparcial de los resultados analíticos. Pero una vez
terminada dicha labor, habremos de buscar su confirmación biológica, y nos satisface
verla conseguida en varios puntos esenciales. La antítesis entre los instintos del yo y el
instinto sexual, a la que hubimos de referir la génesis de las neurosis, se prolonga al
terreno biológico, como antítesis entre los instintos encaminados a la conservación del
individuo y otros puestos al servicio de la continuación de la especie. En la Biología
tropezamos con la idea más amplia del plasma germinativo inmortal, del que dependen,
como órganos sucesivamente desarrollados, los individuos perecederos, idea que nos
facilita, por fin, la exacta comprensión del papel desempeñado por las fuerzas instintivas
sexuales en la fisiología y la psicología del ser individual.
A pesar de nuestros esfuerzos por evitar en nuestra labor psicoanalítica términos y
puntos de vista biológicos, no podemos menos de emplearlos ya en la descripción de los
fenómenos por nosotros estudiados. El concepto de «instinto» se nos impone como
concepto límite entre las concepciones psicológica y biológica, y hablamos de
cualidades y tendencias anímicas «masculinas» y «femeninas», aunque las diferencias
de sexo no pueden aspirar, en realidad, a una característica psíquica especial. Aquello
que en la vida llamamos masculino o femenino se reduce, para la consideración
psicológica, a los caracteres de actividad y pasividad, esto es, a cualidades que no
pueden atribuirse a los instintos mismos, sino a sus fines. En la constante comunidad de
tales instintos «activos» y «pasivos» en la vida anímica se refleja la bisexualidad de los
individuos, postulado clínico del psicoanálisis.
Me satisfará haber logrado llamar la atención con estas consideraciones sobre la
amplia mediación que el psicoanálisis establece entre la Biología y la Psicología.
D) El interés del psicoanálisis para la historia de la evolución.
DI)
No todo análisis de fenómenos psicológicos merece el nombre de psicoanálisis.
Esta última significa algo más que la descomposición de fenómenos compuestos en
otros más simples; consiste en una reducción de un producto psíquico a otros que le han
precedido en el tiempo y de los cuales se ha desarrollado. El método médico
psicoanalítico no conseguiría suprimir un solo síntoma patológico si no investigara su
génesis y su desarrollo, y de este modo el psicoanálisis hubo de orientarse desde un
principio hacia la investigación de procesos evolutivos. Así, descubrió primero la
génesis de los síntomas neuróticos y en su ulterior progreso hubo de ampliar su radio de
acción a otros productos psíquicos y realizar con ellos la labor de una psicología
genética.
El psicoanálisis se ha visto obligado a deducir la vida anímica del adulto de la del
niño, dando así razón a la afirmación de que el niño es el padre del hombre. Ha
perseguido la continuidad de la psique infantil con la del adulto, pero también las
transformaciones y alteraciones que en tal trayectoria tienen efecto. La memoria de la
mayor parte de los hombres presenta una laguna en lo que se refiere a los primeros años
de su vida infantil, de la cual sólo conservamos algunos recuerdos fragmentarios. Puede
afirmarse que el psicoanálisis ha llenado tal laguna, suprimiendo esta amnesia infantil de
los hombres (cf. el interés pedagógico).
Al profundizar en la vida anímica infantil hemos realizado algunos singulares
descubrimientos. Así, pudimos confirmar algo ya sospechado, la extraordinaria
importancia que para toda la ulterior orientación del hombre tienen las impresiones de su
infancia, y muy especialmente las recibidas en sus primeros años.
Tropezamos aquí con
una paradoja psicológica que sólo deja de serlo para la concepción psicoanalítica, pues
resulta que tales impresiones, de máxima importancia, no aparecen contenidas en la
memoria en los años ulteriores. Pero precisamente en lo que respecta a la vida sexual ha
sido donde el psicoanálisis ha logrado fijar con más precisa claridad la ejemplaridad e
indelebilidad de los más tempranos sucesos de la vida humana. El on revient toujours à
ses premiers amours no es sino una tímida verdad. Los múltiples enigmas de la vida
erótica del adulto no se resuelven sino teniendo en cuenta los factores infantiles del
amor. Para la teoría de estos efectos ha de tenerse en cuenta que las primeras
experiencias infantiles del individuo no son fruto único del azar, sino que corresponden
también a las primeras actividades de las disposiciones instintivas constitucionales con
que ha venido al mundo.
Otro de nuestros descubrimientos más sorprendente fue el de que, a pesar de la
ulterior evolución, ninguno de los productos psíquicos infantiles ha sucumbido en el
adulto. Todos los deseos, impulsos instintivos, modos de reacción y disposiciones del
niño subsisten en el adulto, y pueden volver a aparecer bajo constelaciones adecuadas.
No han quedado destruidos, sino simplemente sepultados por la superposición de otros
estratos psíquicos. Constituye así un carácter particular del pretérito anímico el no ser
devorado por sus propias secuelas, como el pasado histórico. Por el contrario, subsiste al
lado de aquello que de él ha surgido en una simultaneidad, bien meramente virtual, bien
por completo real. Prueba de esta afirmación es que los sueños del hombre normal
reavivan todas las noches su carácter infantil y retrotraen toda su vida anímica a un
grado infantil. Esta misma regresión al infantilismo psíquico tiene efecto también en las
neurosis y psicosis, cuyas singularidades han de ser descritas en su gran mayoría, como
arcaísmos psíquicos. La energía que los restos infantiles hayan conservado en la vida
anímica nos da la medida de la disposición a la enfermedad, pasando ésta a constituir
así, para nosotros, la expresión de una inhibición del desarrollo. Aquello que en el
material psíquico del hombre ha permanecido infantil y se halla reprimido como
inutilizable, constituye el nódulo de su inconsciente, y creemos poder seguir en la
historia de la vida de nuestros pacientes cómo este inconsciente, retenido por las fuerzas
represoras, espía el momento de entrar en actividad y aprovecha las ocasiones que para
ello se le presentan cuando las formaciones psíquicas posteriores y más elevadas no
consiguen dominar las dificultades del mundo real.
En los últimos años ha caído el psicoanálisis en que el principio de que «la
ontogenia es una repetición de la filogenia» podía ser también aplicable a la vida
anímica, y de esta reflexión ha surgido una nueva ampliación del interés de nuestra
disciplina.
E) El interés del psicoanálisis para la historia de la civilización.
La comparación de la infancia del individuo con la historia primitiva de los
pueblos se ha demostrado muy fructífera bajo distintos aspectos, no obstante tratarse de
una labor científica apenas comenzada. La concepción psicoanalítica viene a constituir
aquí un nuevo instrumento de trabajo. La aplicación de sus hipótesis a la psicología de
los pueblos permite plantear nuevos problemas y contemplar a una nueva luz los ya
investigados, cooperando a su solución.
En primer lugar, parece muy posible aplicar la concepción psicoanalítica obtenida
en el estudio de los sueños a los productos de la fantasía de los pueblos, tales como los
mitos y las fábulas. Hace ya tiempo que se labora en la interpretación de tales productos,
sospechándose que entrañan un «sentido oculto», encubierto por diversas
transformaciones y modificaciones. El psicoanálisis aporta a esta labor la experiencia
extraída de su investigación de los sueños y de las neurosis, mediante la cual ha de serle
posible descubrir los caminos técnicos de tales deformaciones. Pero, además, puede
revelar en toda una serie de casos los motivos ocultos que han desviado al mito de su
sentido original. No ve el primer impulso a la formación de mitos en una necesidad
teórica de explicación de los fenómenos naturales o de justificación de preceptos
culturales o usos devenidos incomprensibles, sino que lo busca en aquellos mismos
«complejos» psíquicos y en aquellas mismas tendencias afectivas, cuya existencia hubo
de comprobar como base de los sueños y de la formación de síntomas.
Esta misma transferencia de sus puntos de vista, hipótesis y conocimientos
capacita al psicoanálisis para arrojar luz vivísima sobre los orígenes de nuestras grandes
instituciones culturales, tales como la religión, la moral, el derecho y la filosofía.
Investigando aquellas primitivas situaciones psicológicas, en las que pudo surgir el
impulso a tales creaciones, se le hace posible rechazar alguna tentativa de explicación
basada en una provisionalidad psicológica y sustituirla por una visión más profunda.
El psicoanálisis establece una íntima relación entre todos estos rendimientos del
individuo y de las colectividades, al postular para ambos la misma fuente dinámica.
Parte de la idea fundamental de que la función capital del mecanismo psíquico es
descargar el ser de las tensiones generadas en él por las necesidades. Una parte de esta
labor se soluciona por medio de la satisfacción extraída del mundo exterior, y para este
fin se hace preciso el dominio del mundo real. Pero otra parte de tales necesidades, y
entre ellas esencialmente ciertas tendencias afectivas, se ve siempre negada por la
realidad toda satisfacción. Esta circunstancia da origen a la segunda parte de la labor
antes indicada, consistente en procurar a las tendencias insatisfechas una distinta
descarga. Toda historia de la civilización es una exposición de los caminos que
emprenden los hombres para dominar sus deseos insatisfechos, según las exigencias de
la realidad y las modificaciones en ella introducidas por los progresos técnicos.
La investigación de los pueblos primitivos nos muestra a los hombres entregados
en un principio a una fe infantil en la omnipotencia y nos proporciona la explicación de
toda una serie de productos anímicos, revelándolos como esfuerzos encaminados a negar
los fracasos de tal omnipotencia y a mantener así a la realidad lejos de toda influencia
sobre la vida afectiva, en tanto no es posible dominarla mejor y utilizarla para la
satisfacción. El principio de la evitación de displacer rige la actividad humana hasta que
es sustituida por el de la adaptación al mundo exterior, mucho más conveniente al
individuo. Paralelamente al dominio progresivo del hombre sobre el mundo exterior, se
desarrolla una evolución de su concepción del Universo, que va apartándose cada vez
más de la primitiva fe en la omnipotencia y se eleva, desde la fase animista hasta la
científica, a través de la religiosa. En este conjunto entran el mito, la religión y la
moralidad, como tentativas de lograr una comprensión de la inlograda satisfacción de
deseos.
El conocimiento de las enfermedades neuróticas del individuo ha facilitado mucho
la comprensión de las grandes instituciones sociales, pues las neurosis mismas se nos
revelan como tentativas de resolver individualmente aquellos problemas de la
compensación de los deseos, que habrían de ser resueltos socialmente por las
instituciones. La desaparición del factor social y el predominio del factor sexual
convierten estas soluciones neuróticas en caricaturas inutilizables para cosa distinta de
nuestra aclaración de estos importantes problemas.
F) El interés del psicoanálisis para la Estética.
El psicoanálisis ha logrado resolver también satisfactoriamente algunos de los
problemas enlazados al arte y al artista. Otros escapan por completo a su influjo.
Reconoce también en el ejercicio del arte una actividad encaminada a la mitigación de
deseos insatisfechos, y ello, tanto en el mismo artista creador como luego en el
espectador de la obra de arte. Las fuerzas impulsoras del arte son aquellos mismos
conflictos que conducen a otros individuos a la neurosis y han movido a la sociedad a la
creación de sus instituciones. El problema del origen de la capacidad artística creadora
no toca resolverlo a la Psicología. El artista busca, en primer lugar, su propia liberación,
y lo consigue comunicando su obra a aquellos que sufren la insatisfacción de iguales
deseos. Presenta realizadas sus fantasías; pero si éstas llegaran a constituirse en una obra
de arte, es mediante una transformación que mitiga lo repulsivo de tales deseos, encubre
el origen personal de los mismos y ofrece a los demás atractivas primas de placer,
ateniéndose a normas estéticas. Para el psicoanálisis resulta fácil descubrir, al lado de la
parte manifiesta del goce artístico, otra parte latente, mucho más activa, procedente de
las fuentes ocultas de la liberación de los instintos. La relación entre las impresiones
infantiles y los destinos del artista y sus obras, como reacciones a tales impulsos,
constituye uno de los objetos más atractivos de la investigación analítica.
Por lo demás, la mayoría de los problemas de la creación y el goce artístico
esperan aún ser objeto de una labor que arroje sobre ellos la luz de los descubrimientos
analíticos y les señale su puesto en el complicado edificio de las compensaciones de los
humanos deseos. A título de realidad convencionalmente reconocida, en la cual, y
merced a la ilusión artística, pueden los símbolos y los productos sustitutivos provocar
afectos reales, forma el arte un dominio intermedio entre la realidad, que nos niega el
cumplimiento de nuestros deseos, y el mundo de la fantasía, que nos procura su
satisfacción, un dominio en el que conservan toda su energía las aspiraciones a la
omnipotencia de la Humanidad primitiva.
G) Interés sociológico.
El psicoanálisis ha hecho desde luego objeto de su investigación la psique
individual; pero en esta labor no podían escaparle los fundamentos afectivos de la
relación del individuo con la sociedad. Ha hallado así que los sentimientos sociales
reciben una aportación de carácter erótico, cuya superacentuación y ulterior represión
vienen a constituirse en características de un determinado grupo de perturbaciones
anímicas. Asimismo ha reconocido, en general, el carácter asocial de las neurosis, que
tienden todas a expulsar al individuo de la sociedad, sustituyendo el asilo que antes le
brindaba el claustro por el aislamiento que la enfermedad trae consigo. El intenso
sentimiento de culpabilidad, dominante en tantas neurosis, resulta ser a sus ojos una
modificación social de la angustia erótica.
Por otra parte, ha descubierto el psicoanálisis cuán ampliamente participan las
circunstancias y exigencias sociales en la etiología de la neurosis. Las fuerzas que
producen la limitación y la represión de los instintos por el yo nacen esencialmente de la
docilidad del mismo con respecto a las exigencias culturales sociales. Aquella misma
constitución y aquellas mismas experiencias infantiles, que habrían de conducir al
individuo a la neurosis, no lograrán tal efecto cuando no existe dicha docilidad o no sean
planteadas tales exigencias en el círculo social en el que el individuo vive. La vieja
afirmación de que la nerviosidad era un producto de la civilización tiene, por lo menos,
una parte de verdad. La educación y el ejemplo sitúan al individuo joven ante las
exigencias culturales. En aquellos casos en que la represión de los instintos llega a
efecto en él, con independencia de los dos factores citados, habremos de suponer que la
exigencia primitiva ha llegado a convertirse, al fin, en una propiedad hereditaria
organizada del hombre. El niño, que produce espontáneamente represiones de instintos
no haría con ello sino repetir una parte de la historia de la civilización. Lo que hoy
constituye una restricción interna fue en un tiempo sólo externa, impuesta quizá por las
circunstancias de la época, resultando así que también lo que hoy se plantea ante cada
individuo como exigencia cultural externa podrá convertirse un día en disposición
interna a la represión.
H) Interés pedagógico.
El máximo interés del psicoanálisis para la Pedagogía se apoya en un principio,
demostrado hasta la evidencia. Sólo puede ser pedagogo quien se encuentre capacitado
para infundirse en el alma infantil, y nosotros, los adultos, no comprendemos nuestra
propia infancia. Nuestra amnesia infantil es una prueba de cuán extraños a ello hemos
llegado a ser. El psicoanálisis ha descubierto los deseos, productos mentales y procesos
evolutivos de la infancia. Todos los esfuerzos anteriores fueron incompletos y erróneos a
más no poder, como consecuencia de haber dado de lado por completo al inestimable
factor de la sexualidad en sus manifestaciones somáticas y anímicas. El escéptico
asombro con que son acogidos los descubrimientos más evidentes del psicoanálisis en
esta cuestión de la infancia -los referentes al complejo de Edipo, el narcisismo, las
disposiciones perversas, el erotismo anal y la curiosidad sexual- dan idea de la distancia
que separa nuestra vida anímica, nuestras valoraciones e incluso nuestros procesos
mentales de los de los del niño normal.
Cuando los educadores se hayan familiarizado con los resultados del psicoanálisis,
le será más fácil reconciliarse con determinadas fases de la evolución infantil, y entre
otras cosas, no correrán el peligro de exagerar la importancia de los impulsos instintivos
perversos o asociales que el niño muestre. Por el contrario, se guardarán de toda
tentativa de yugular violentamente tales impulsos al saber que tal procedimiento de
influjo puede producir resultados tan indeseables como la pasividad ante la perversión
infantil, tan temida por los pedagogos. La represión violenta de instintos enérgicos,
llevada a cabo desde el exterior no produce nunca en los niños la desaparición ni el
vencimiento de tales instintos y sí tan sólo una represión, que inicia una tendencia a
ulteriores enfermedades neuróticas. El psicoanálisis tiene frecuente ocasión de
comprobar la gran participación que una educación inadecuadamente severa tiene en la
produccción de enfermedades nerviosas o con qué pérdidas de la capacidad de
rendimiento y de goce es conquistada la normalidad exigida. Pero también puede
enseñar cuán valiosas aportaciones proporcionan estos instintos perversos y asociales del
niño a la formación del carácter cuando no sucumben a la represión, sino que son
desviados por medio del proceso llamado sublimación, de sus fines primitivos y
dirigidos hacia otros más valiosos. Nuestras mejores virtudes han nacido, en calidad de
reacciones y sublimaciones, sobre el terreno de las peores disposiciones.
La educación debería guardarse cuidadosamente de cegar estas preciosas fuentes
de energía y limitarse a impulsar aquellos procesos por medio de los cuales son dirigidas
tales energías por buenos caminos. Una educación basada en los conocimientos
psicoanalíticos puede constituir la mejor profilaxia individual de las neurosis (cf. los
trabajos del doctor Oskar Pfister, Zurich).
No podía plantearme en este trabajo la labor de exponer a un público científico el
alcance y el contenido del psicoanálisis, con todas las hipótesis, problemas y resultados
del mismo. Me bastará haber indicado claramente para cuántos sectores científicos
resultan interesantes sus investigaciones y cuán numerosas relaciones comienzan a
establecer con los mismos.