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martes, 11 de diciembre de 2012

S. Freud textos EL PORVENIR DE LA TERAPIA PSICOANALÍTICA prof. Pilar Iglesias Nicolás Curso Introducción al psicoanálisis


SIGMUND FREUD

XLVII EL PORVENIR DE LA TERAPIA PSICOANALÍTICA (*)
CONFERENCIA 
 PRONUNClADA EN EL SEGUNDO  CONGRESO PSICOANALÍTICO PRIVADO,  NURENBERG,   MARZO 3O Y 31 DE 1910

 SIENDO predominantemente prácticos los fines que hoy nos reúnen, he elegido también para mi conferencia  inicial un tema práctico y de interés profesional más que científico.   Conozco     vuestro   juicio  sobre  los  resultados   de   nuestra  terapia   y  quiero suponer que la mayoría de vosotros ha superado ya las dos fases de su aprendizaje: la de entusiasmo      ante  la  insospechada     extensión    de  nuestra   acción   terapéutica   y  la  de depresión   ante   la   magnitud   de   las   dificultades   que   se   alzan   en   nuestro   camino.   Pero cualquiera que sea el punto de esta evolución al que hayáis llegado, me propongo hoy demostraros      que   nuestra   aportación   de   nuevos    medios    contra   las  neurosis   no  ha terminado aún, y que nuestra intervención terapéutica ha de ampliar considerablemente su campo de acción en un próximo futuro.        
Este incremento de nuestras posibilidades  resultará   de   la acción conjunta de los tres factores siguientes:         1. Progreso interno.         2. Incremento de autoridad; y         3. Efecto general de nuestra labor.         Ad. 1. Por «progreso interno», entendemos: a) el de nuestros conocimientos, y b) el de nuestra técnica.

         a) Progreso de nuestros conocimientos: Estamos aún muy lejos de saber todo lo necesario para llegar a la inteligencia del psiquismo inconsciente de nuestros enfermos. Naturalmente, todo progreso de nuestros conocimientos ha de suponer un incremento de poder para nuestra terapia. Mientras no comprendamos nada, nada podremos conseguir, y   cuanto   más   vayamos   aprendiendo   a   comprender,   mayor   será   nuestro   rendimiento terapéutico. En sus comienzos, la cura analítica era ingrata y agotadora. El paciente tenía que revelarlo todo por sí mismo, y la actuación del médico consistía en apremiarle de continuo. Hoy se hace más amable. Se compone de dos partes, de aquello que el médico adivina     y   comunica      al  enfermo     y  de   la  elaboración     de  lo   que    el  enfermo     le  ha comunicado.         El   mecanismo       de    nuestra     intervención      médica      resulta    fácilmente comprensible. Procuramos al enfermo aquella representación consciente provisional que le   permite   hallar   en   sí,   por   analogía,   la   representación   reprimida   inconsciente,   ayuda intelectual   que   le   facilita   el   vencimiento   de  las   resistencias   entre   lo   consciente   y   lo inconsciente.   Desde   luego,   no  es   éste   el   único   mecanismo   que   empleamos   en   la   cura analítica. Todos conocéis otro, mucho más poderoso, consistente en el aprovechamiento de la transferencia. En una Metodología general del psicoanálisis me propongo tratar en breve     de   todas   estas   cuestiones,     tan  importantes      para   la  comprensión        de  la  cura psicoanalítica.   Ante   vosotros   no   necesito   salir   al   paso   de   la   objeción   de   que   nuestra práctica   terapéutica,   en   su  estado   actual,   no   prueba   concluyentemente   la   exactitud   de nuestra hipótesis.          Todos sabéis muy bien que tales pruebas se nos ofrecen también en otro lado y que   una   intervención   terapéutica   no   puede   ser   desarrollada   como   una   investigación teórica.          Vais a permitirme una breve incursión en algunos sectores en los cuales nos queda mucho que aprender y aprendemos realmente cada día algo nuevo. Tenemos, ante todo, el   simbolismo   de   los   sueños  y   de   lo   inconsciente,   tema  violentamente   discutido.   EI estudio   de   los   símbolos   oníricos   realizado  por   nuestro   colega   W.   Stekel,   sin   dejarse intimidar por la contradicción de nuestros adversarios, ha sido altamente meritorio. En este   campo   nos   queda   aún   mucho   que   aprender,   y   mi   Interpretación   de   los   sueños, escrita en 1899, espera del estudio de este simbolismo complementos muy importantes.          Quisiera deciros algunas palabras sobre estos símbolos últimamente descubiertos. Hace algún tiempo supe que un psicólogo nada favorable a nuestras hipótesis se había dirigido a uno de nosotros acusándonos de exagerar la secreta significación sexual de los sueños. Como prueba, alegaba que su sueño más frecuente era el de estar subiendo una escalera,     sueño     que   no    encubría     seguramente       nada    sexual.    Ante    esta   objeción, comenzamos         a  estudiar    los  sueños     en  que   aparecían     escaleras,   rampas,      etc.,  y  no tardamos en fijar que la escalera (y todo lo análogo a ella) era un seguro símbolo del coito.   No   es   difícil   hallar   la   base   de   la   comparación.   En   una   graduación   rítmica   y haciéndose cada vez más agitada nuestra respiración, subimos a una altura, de la cual podemos luego descender rápidamente en un par de saltos. De este modo, el ritmo del coito   reaparece   en   el   acto   de  subir   una   escalera.   No   olvidemos   tampoco   los   usos   del lenguaje.     Nos     muestran,     en   efecto,   que   el   verbo    «subir»    (steigen)    es   empleado directamente   y   sin   modificación   alguna   como   calificación   sustantiva   del   acto   sexual. Así, decimos que Fulano es «un viejo subidor» (ein alter Steiger) o que no hace más que «subir   detrás   de   las   mujeres»   (den   Frauen   nachsteigen).   En   francés,   el   escalón   es   la marche y la locución un vieux marcheur coincide exactamente con la nuestra ein alter Steiger.   La   comisión   que   en   este   Congreso   ha  de   nombrarse   para   hacerse   cargo   de   la investigación   de   los   simbolismos   os   presentará   en   su   día   el   material   onírico   del   que proceden       estos    símbolos     recientemente       descubiertos.      Sobre     todo    símbolo     muy interesante, el de la «salvación», y sobre la evolución de  su sentido, hallaréis también datos suficientes en el segundo tomo de nuestro Jahrbuch. Por mi parte, no puedo ser más extenso sobre este tema, pues me faltaría tiempo para desarrollar otros puntos de mi conferencia.        
Todos vosotros iréis comprobando, por experiencia propia, de qué distinto modo se enfrenta uno con un nuevo enfermo después de haber analizado unos cuantos casos patológicos   típicos   y   haber   penetrado   hondamente   en   su   estructura   y   su   mecanismo. Suponed       ahora   que   hubiésemos       logrado    encerrar   las   características    de  las  distintas formas de neurosis en unas cuantas fórmulas sintéticas, como ya lo hemos conseguido con    relación    a  los   síntomas     histéricos.  Nuestro      pronóstico     adquiría    mucha     mayor seguridad.   Del   mismo   modo   que   el   tocólogo  deduce   del   examen   de   la   placenta   si   la misma ha sido expulsada en totalidad o ha dejado tras de sí restos peligrosos, podríamos decir   nosotros,   independientemente   del   resultado   inmediato   de   la   cura   y   del   estado momentáneo del enfermo, si nuestra labor había obtenido un éxito definitivo o eran de temer nuevos brotes patológicos.   
     
 b) Pasemos ahora a las innovaciones en el campo de la técnica. Gran parte de ésta espera aún su fijación definitiva, y el resto comienza ahora a determinarse claramente. La técnica psicoanalítica se propone en el momento actual dos fines: ahorrar trabajo al médico y facilitar al enfermo un amplio acceso a su psiquismo inconsciente. Sabéis ya que nuestra técnica ha sufrido una transformación radical. En la época del tratamiento catártico, veía su fin en la explicación de los síntomas; más tarde nos apartamos de los síntomas y nos orientamos hacia el descubrimiento de los «complejos», según el término técnico     creado    por   Jung,   e  insustituible   ya.   Por    último,   hoy    en  día   encaminamos directamente        nuestra    labor    hacia    el   descubrimiento        y   el  vencimiento        de   las «resistencias»   y   confiamos   justificadamente   en   que   los   complejos   emergerán   por   sí mismos   una   vez   reconocidas   y   vencidas   las  resistencias.   En   algunos   de   vosotros   ha surgido luego la necesidad de poder reunir y clasificar estas resistencias. Os ruego que contrastéis ahora con vuestra experiencia analítica la síntesis siguiente, y veáis si está de acuerdo      con   ella.   En   los  pacientes     masculinos      las  resistencias     más    importantes      al tratamiento   parecen   emanar   del   complejo   del   padre   y   resolverse   en   miedo   al   padre, hostilidad contra él y falta de confianza en él.          Otras innovaciones de la técnica se refieren   a   la   persona   misma   del   médico.   Se nos ha hecho visible la «transferencia recíproca» que surge en el médico bajo el influjo del enfermo sobre su sentir inconsciente, y nos hallamos muy inclinados a exigir, como norma general, el reconocimiento de esta «transferencia recíproca» por el médico mismo y su vencimiento. Desde que la práctica psicoanalítica viene siendo ejercida ya por un número   considerable   de   personas,   las   cuales  cambian   entre   sí   sus   impresiones,   hemos observado que ningún psicoanalítico llega más allá de cuanto se lo permiten sus propios complejos   y   resistencias,   razón   por   la   cual  exigimos   que   todo   principiante   inicie   su actividad   con   un   autoanálisis   y   vaya   haciéndolo   cada   vez   más   profundo,   según   vaya ampliando su experiencia en el tratamiento de enfermos. Aquel que no consiga llevar a cabo semejante autoanálisis, puede estar seguro de no poseer tampoco la capacidad de tratar analíticamente a un enfermo.     
   
 También nos inclinamos ahora a reconocer que la técnica analítica ha de adoptar ciertas    modificaciones,        según    la  forma     patológica     de  que    se  trate   y   los  instintos predominantes   en   el   sujeto.   Nuestra   terapia   tuvo   su   punto   de   partida   en   la   histeria   de conversión. En la histeria de angustia (en las fobias) tenemos ya que modificar nuestros procedimientos,   pues   estos   enfermos   no   pueden   aportar   el   material   decisivo   para   la curación de la fobia mientras se sienten protegidos por la observancia de la condición fóbica. Naturalmente, no es posible conseguir de ellos que desde el principio de la cura renuncien al dispositivo protector y laboren bajo la opresión de la angustia. Tenemos, pues, que auxiliarles, facilitándoles la traducción de su inconsciente hasta que se deciden a   renunciar   a   la   protección   de   la   fobia   y  a   exponerse   a   la   angustia,   muy   mitigada   ya. Conseguido esto, se nos hace asequible el material cuya elaboración ha de conducirnos a la   solución    de   la  fobia.   En   el  tratamiento     de   las  neurosis    obsesivas     serán    también precisas     otras   modificaciones       técnicas,    sobre    las  cuales    no  podemos       pronunciarnos todavía. Surgen aquí importantes interrogaciones, aún no resueltas, sobre la medida de satisfacción      que   podemos       permitir,   durante     la   cura,  a  los  instintos    combatidos      del enfermo   y   sobre   la   diferencia   que   en   este  punto   haya   de   hacerse,   según   se   trate   de instintos de naturaleza activa (sádica) o pasiva (masoquista).          Así, pues, cuando sepamos ya todo lo que ahora vislumbramos y hayamos llevado nuestra técnica hasta la perfección a que ha de conducirnos el continuo enriquecimiento de nuestra experiencia empírica, nuestra actuación médica alcanzará una precisión y una seguridad poco corrientes en las demás especialidades médicas.     
    
Ad. 2. Dije al principio que también podíamos esperar mucho del incremento de autoridad que habíamos de ir logrando con el tiempo. No creo necesario acentuar ante vosotros la importancia de la autoridad. Sabéis muy bien que la inmensa mayoría de los hombres es incapaz de vivir sin una autoridad en la que apoyarse, ni siquiera de formar un   juicio   independiente.   El   extraordinario   incremento   de   las   neurosis   desde   que   las religiones han perdido su fuerza puede darnos una medida de la inestabilidad interior de los hombres y de su necesidad de un apoyo. El empobrecimiento del yo a consecuencia del enorme esfuerzo de represión que la civilización exige a cada individuo puede ser una de las causas principales de este estado.        
 Esta autoridad y la enorme sugestión de ella emanada nos han sido adversas hasta ahora. Todos nuestros éxitos terapéuticos los hemos logrado en contra de tal sugestión, siendo     ya   de  admirar     que   en   semejantes    circunstancias      hayan    podido    alcanzarse resultados   positivos.   No   intentaré   describiros  los   encantos   de   aquellos   tiempos   en   los que era yo el único representante del psicoanálisis. Los enfermos a los que aseguraba poder procurarles un duradero alivio de sus padecimientos advertían la modestia de mi instalación, pensaban en mi falta de renombre y de títulos honoríficos, y se decían, como ante un jugador arruinado que les ofreciese una martingala infalible, que de ser ciertas mis   promesas   habría   de   ser   muy   otra   mi  posición.   Realmente,   no   era   nada   cómodo practicar   operaciones   psíquicas   mientras   el  colega   a   quien   correspondía   la   función   de ayudante   hallaba   singular   placer   en   escupir  encima   de   la   mesa   de   operaciones   y   los parientes del enfermo amenazaban al operador cada vez que saltaba la sangre o hacía el operador   algún   movimiento   brusco.   Una  operación   tiene   que   provocar  necesariamente fenómenos   de   reacción,   y   en   Cirugía   nos   hemos   habituado   ya   a   ellos   hace   mucho tiempo. Pero no se prestaba la menor fe a mis afirmaciones, ni siquiera la poca que hoy se presta a las de todos nosotros. En tales condiciones, no es de extrañar que fracasara alguna      de   mis   intervenciones.      Para    estimar    el  seguro     incremento      de   nuestras posibilidades   terapéuticas   una   vez   que   obtengamos   la   confianza   general,   habréis   de recordar la diferente situación de los ginecólogos de la Europa occidental con respecto a sus colegas de Turquía y de Oriente. Todo lo que el médico puede hacer en estos últimos países es tomar el pulso a la enferma, que  le extiende el brazo a través de un agujero practicado     en   la  pared.   Naturalmente,      el resultado     terapéutico    corresponde      a  esta inaccesibilidad del objeto. Nuestros adversarios occidentales pretenden reducirnos a una situación   semejante   en   cuanto   a   la   investigación   psíquica   de   nuestros   enfermos.   En cambio, desde que la sugestión de la sociedad empuja a las enfermas a la consulta del ginecólogo, se ha convertido éste en el auxiliar favorito de la mujer. No me digáis ahora que     si   la   autoridad     de    la   sociedad     viene     en   nuestro     auxilio    y    aumenta extraordinariamente nuestros éxitos, nada probará en favor de la exactitud de nuestras hipótesis, puesto que la sugestión lo puede  supuestamente todo y nuestros éxitos serán entonces      resultado    suyo   y  no   del  psicoanálisis.     Habréis   de    tener  en   cuenta    que   la sugestión   actúa   ahora   a   favor   de   los   tratamientos   hidroterápicos   y   eléctricos   de   las enfermedades        nerviosas,    sin   que   tales  medidas     consigan     dominar     las  neurosis.    Ya veremos      si  el  tratamiento     psicoanalítico    alcanza    mejores     resultados    en   igualdad    de condiciones.          Sin   embargo,   no   debéis   llevar   muy   lejos   vuestras   esperanzas.   La   sociedad   no habrá de apresurarse a concedernos autoridad. Tiene que oponernos resistencia, pues la sometemos a nuestra crítica y la acusamos de tener gran parte de responsabilidad en la causación de las neurosis. Del mismo modo que nos atraemos la hostilidad del individuo al descubrir lo reprimido, la sociedad no puede pagarnos con simpatía la revelación de sus    daños    y   de  sus   imperfecciones,       y  nos   acusa    de   socavar     los  ideales,   porque destruimos algunas ilusiones. Parece, pues, que la condición de la cual esperamos tan considerable   incremento   de   nuestras   posibilidades   analíticas   no   ha   de   llegar   jamás   a cumplirse.   Sin   embargo,   la     situación   no   es   tan   desconsoladora   como   ahora   pudiera creerse.   Por   muy   poderosos   que   sean   los   afectos   y   los   intereses   de   los   hombres,   lo intelectual también es un poder. No precisamente de aquellos que se imponen desde un principio, pero sí de los que acaban por vencer a la larga. Las verdades más espinosas acaban por ser escuchadas y reconocidas una vez que los intereses heridos y los afectos por    ellos   despertados     han   desahogado       su  violencia.    Siempre     ha   pasado    así,  y  las verdades      indeseables     que   nosotros    los  psicoanalíticos     tenemos     que    decir  al  mundo correrán la misma suerte. Pero hemos de saber esperar.   
  
    Ad.   3.   He   de   explicaros,   por   último,  lo   que   entiendo   por   «efecto   general»   de nuestra     labor   y  por   qué    fundo    en   él  alguna    esperanza.     Se   da  aquí    una   singular constelación terapéutica que no hallamos en ningún otro lugar, y que también a vosotros os parecerá extraña hasta que reconozcáis en ella algo que ya os es familiar hace mucho tiempo.      Sabéis    muy     bien    que    las   psiconeurosis      son    satisfacciones      sustitutivas deformadas de instintos cuya existencia tiene que ocultar el sujeto a los demás e incluso a su propia consciencia. La posibilidad de las psiconeurosis reposa en esta deformación y este desconocimiento. Con la solución del enigma por ellas planteado y la aceptación de    la  misma      por   el  enfermo,      quedan     incapacitados      para   subsistir   estos    estados patológicos.   En   Medicina   no   hay   apenas   nada   semejante.   Sólo   en   las   fábulas   se   nos habla     de  espíritus   malignos     cuyo     poder   queda     roto  en   cuanto    alguien    averigua    y pronuncia su nombre secreto.
Si   sustituís   ahora   el   individuo   enfermo   por   la   sociedad   entera,   compuesta   de personas sanas y enfermas, y la curación individual por la aceptación general de nuestras afirmaciones, bastará una breve reflexión para haceros ver que semejante sustitución no varía en nada el resultado. El éxito que la terapia pueda obtener en el individuo habrá de obtenerlo   igualmente   en   la   colectividad.   Los   enfermos   no   podrán   ya   exteriorizar   sus diversas   neurosis   -su   exagerada   ternura   angustiada,   destinada   a   encubrir   el   odio;   su agorafobia,   que   delata   su   ambición   defraudada;   sus   actos   obsesivos,   que   representan reproches   y   medidas   de   seguridad   contra   sus   propios   propósitos   perversos-   en   cuanto sepan     que   todos   los   demás,    familiares   o   extraños,   a   los   cuales   quieren   ocultar   sus procesos anímicos, conocen perfectamente el sentido general de los síntomas y advierten que   sus   fenómenos   patológicos   pueden   ser   interpretados   en   el   acto   por   todos.   Pero   el efecto   no   se   limitaría   a   esta   ocultación   de  los   síntomas   -imposible,   además,   a   veces-, pues     la  necesidad      de   ocultarlos     quita   toda    razón    de   ser   a  la   enfermedad.       La comunicación   del   secreto   ha   atacado   la   «ecuación   etiológica»,   de   la   cual   surgen   las neurosis, en su punto más vital; ha hecho ilusoria la «ventaja de la enfermedad», y en consecuencia,   el   resultado   final   de   la   modificación   introducida   por   la   indiscreción   del médico no puede ser más que la desaparición de la enfermedad.         
Si esta esperanza os pareciera utópica, deberéis recordar que por este camino se viene consiguiendo realmente la supresión de fenómenos neuróticos, si bien sea en casos individuales.      Pensad     cuán    frecuente     era en    épocas     pasadas,    entre    las  muchachas campesinas,   la   alucinación,   consistente   en   ver   aparecerse   a la   Virgen   María.   Mientras semejantes apariciones tuvieron por consecuencia la afluencia de devotos al lugar de la visión, o incluso la erección de una capilla conmemorativa, el estado visionario de tales muchachas   permaneció   inasequible   a   toda   influencia.   Hoy,   hasta   la   Iglesia   misma   ha modificado   su   actitud   ante   estas   apariciones;   permite   que   el   médico   y   el   gendarme visiten a la visionaria, y la Virgen se aparece mucho menos. O dejadme estudiar aquí con vosotros los mismos procesos que antes he proyectado en lo futuro, en una situación análoga, pero más vulgar y, por tanto, más visible. Suponed que un grupo de señoras y caballeros de la buena sociedad ha planeado una excursión a un parador campestre. Las señoras han convenido entre sí que cuando alguna de ellas se vea precisada a satisfacer una necesidad natural, dirá que va a coger flores. Pero uno de los caballeros sorprende el secreto,   y   en   el   programa   impreso   que   han  acordado   repartir   a   los   partícipes   de   la excursión incluye el siguiente aviso: «Cuando alguna señora necesite permanecer sola unos     momentos,       podrá    avisarlo     a  los   demás     diciendo    que     va   a  coger    flores.» Naturalmente, ninguna de las excursionistas empleará ya la florida metáfora. ¿Cuál será la consecuencia? Que las señoras confesarán sin falso pudor, en el momento dado, sus necesidades naturales, y los caballeros no lo extrañarán lo más mínimo. Volvamos ahora a nuestro caso más serio. Un gran número de individuos situados ante conflictos cuya solución se les hacía demasiado difícil, se han refugiado en la enfermedad, alcanzando con ella ventajas innegables, aunque demasiado caras a la larga. ¿Qué habrán de hacer estos hombres cuando las indiscretas revelaciones del psicoanálisis les impida la fuga, cerrándoles       el  camino     de   la  enfermedad?       
Tendrán     que    conducirse     honradamente, reconocer los instintos en ellos dominantes, afrontar el conflicto y combatir o renunciar, y la tolerancia de la sociedad, consecuencia de la ilustración psicoanalítica, les prestará su apoyo.          Pero   no   debemos   olvidar   que   tampoco   es   posible   situarnos   ante   la   vida   como fanáticos higienistas o terapeutas. Hemos de confesarnos que esta profilaxis ideal de las enfermedades neuróticas no puede ser beneficiosa para todos. Muchos de los que hoy se refugian   en   la   enfermedad  no   resistirían   el   conflicto   en   las   condiciones   por   nosotros supuestas;   sucumbirían   rápidamente   o   causarían   algún   grave   daño,   cosas   ambas   más nocivas que su propia enfermedad neurótica.          Las   neurosis   poseen   su   función   biológica,   como   dispositivos   protectores,   y   su justificación social, su ventaja, no es siempre puramente subjetiva. ¿Quién de vosotros no   ha   tenido   que   reconocer   alguna   vez   que   la   neurosis   de   un   sujeto   era   el   desenlace menos   perjudicial   de   su   conflicto?   ¿Deberemos   acaso   ofrendar   a   la   extinción   de   las neurosis   tan   duros   sacrificios,   cuando   el  mundo         está   lleno  de   tantas   otras   miserias ineludibles?          ¿O   deberemos,   por   el   contrario,   cesar   en   nuestra   labor   de   descubrir   el   sentido secreto   de   las   neurosis,   considerándola   peligrosa   para   el   individuo   y   nociva   para   el funcionamiento de la sociedad, y renunciar a deducir de un descubrimiento científico sus consecuencias   prácticas?   Desde   luego,   no.   Nuestro   deber   se   orienta   en   la   dirección opuesta. La ventaja de las neurosis es, en fin de cuentas, un daño, tanto para el individuo como para la sociedad, y el perjuicio que puede resultar de nuestras aclaraciones no ha de recaer sino sobre el individuo. El retorno de la sociedad a un estado más digno y más conforme con la verdad no se pagará muy caro en estos sacrificios.          Pero, sobre todo, todas las energías consumidas hoy en la producción de síntomas neuróticos al servicio de un mundo imaginario, aislado de la realidad, si no pueden ser atraídas   a   la   vida   real,   reforzarán,   por   lo   menos,   el   clamor   en   demanda   de   aquellas modificaciones de nuestra civilización en las que vemos la única salvación de nuestros sucesores.          Para terminar, quiero daros la seguridad de que cumplís vuestro deber en más de un    sentido    tratando   psicoanalíticamente        a  vuestros    enfermos.     Además      de  laborar    al servicio de la ciencia, aprovechando la única ocasión de penetrar en los enigmas de la neurosis, y además de ofrecer a vuestros enfermos el tratamiento más eficaz que por hoy poseemos contra sus dolencias, cooperáis a aquella ilustración de las masas de la cual esperamos la profilaxis más fundamental de las enfermedades neuróticas por el camino de la autoridad social.