Louis Althusser
Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Freud y Lacan
Acerca de la reproducción de las condiciones de producción 1
En análisis anteriores
nos hemos referido circunstancialmente a la necesidad de renovar los medios de
producción para que la producción sea posible. Hoy centraremos nuestra
exposición en este punto.
Decía Marx que aun un
niño sabe que una formación social que no reproduzca las condiciones de
producción al mismo tiempo que produce, no sobrevivirá siquiera un año.2 Por lo
tanto, la condición final de la producción es la reproducción de las
condiciones de producción. Puede ser “simple” (y se limita entonces a reproducir
las anteriores condiciones de producción) o “ampliada” (en cuyo caso las
extiende). Dejaremos esta última distinción a un lado.
¿Qué es pues la
reproducción de las condiciones de producción ?
Nos internamos aquí en
un campo muy familiar (desde el tomo II de El Capital ) pero, a la vez,
singularmente ignorado. Las tenaces evidencias (evidencias ideológicas de tipo
empirista) ofrecidas por el punto de vista de la mera producción e incluso de
la simple práctica productiva (abstracta ella misma con respecto al proceso de
producción) se incorporan de tal modo a nuestra conciencia cotidiana que es
sumamente difícil, por no decir casi imposible, elevarse hasta el punto de
vista de la reproducción. Sin
embargo, cuando no se adopta tal punto de vista todo resulta abstracto y
deformado (más que parcial), aun en el nivel de la producción y, con mayor
razón todavía, en el de la simple práctica.
Intentaremos examinar
las cosas metódicamente.
Para simplificar nuestra
exposición, y considerando que toda formación social depende de un modo de
producción dominante, podemos decir que el proceso de producción emplea las
fuerzas productivas existentes en y bajo relaciones de producción definidas.
De donde resulta que,
para existir, toda formación social, al mismo tiempo que produce y para poder
producir, debe reproducir las condiciones de su producción. Debe, pues,
reproducir:
1) las fuerzas
productivas
2) las relaciones de
producción existentes.
Reproducción de los medios de producción
Desde que Marx lo
demostró en el tomo II de El Capital,
todo el mundo reconoce (incluso los economistas burgueses que
trabajaban en la contabilidad nacional, o los modernos teóricos
“macroeconomistas”) que no hay producción posible si no se asegura la
reproducción de las condiciones materiales de la producción: la reproducción de
los medios de producción.
Cualquier economista
(que en esto no se diferencia de cualquier capitalista) sabe que todos los años
es necesario prever la reposición de lo que se agota o gasta en la producción:
materia prima, instalaciones fijas (edificios), instrumentos de
producción(máquinas), etc. Decimos: un economista cualquiera = un capitalista
cualquiera, en cuanto ambos expresan el punto de vista de la empresa y se
contentan con comentar lisa y llanamente los términos de la práctica contable
de la empresa.
Pero sabemos, gracias al
genio de Quesnay —que fue el primero que planteó ese problema que “salta a la
vista”— y al genio de Marx —que lo resolvió—, que la reproducción de las
condiciones materiales de la producción no puede ser pensada a nivel de la
empresa pues no es allí donde se da en sus condiciones reales. Lo que sucede en
el nivel de la empresa es un efecto, que sólo da la idea de la necesidad de la
reproducción, pero que no permite en absoluto pensar las condiciones y los
mecanismos de la misma.
Basta reflexionar un
solo instante para convencerse: el señor X, capitalista, que produce telas de
lana en su hilandería, debe “reproducir” su materia prima, sus máquinas, etc.
Pero quien las produce para su producción no es él sino otros capitalistas: el
señor Y, un gran criador de ovejas de Australia; el señor Z, gran industrial
metalúrgico, productor de máquinas-herramienta, etc., etc., quienes, para
producir esos productos que condicionan la reproducción de las condiciones de
producción del señor X, deben a su vez reproducir las condiciones de su propia
producción, y así hasta el infinito: todo ello en tales proporciones que en el
mercado nacional (cuando no en el mercado mundial) la demanda de medios de
producción (para la reproducción) pueda ser satisfecha por la oferta.
Para pensar este
mecanismo que desemboca en una especia de “hilo sin fin” es necesario seguir la
trayectoria “global” de Marx, y estudiar especialmente en los tomos II y III de
El Capital, las relaciones de
circulación de capital entre el Sector I (producción de los medios de
producción) y el Sector II (producción de los medios de consumo), y la
realización de la plusvalía.
No entraremos a analizar
esta cuestión, pues nos basta con haber mencionado que existe la necesidad de
reproducir las condiciones materiales de la producción.
Reproducción de la fuerza de trabajo
No obstante, no habrá
dejado de asombrarle al lector que nos hayamos referido a la reproducción de
los medios de producción, pero no a la reproducción de las fuerzas productivas.
Hemos omitido, pues,la reproducción de aquello que distingue las fuerzas
productivas de los medios de producción, o sea la reproducción de la fuerza de
trabajo.
Si bien la observación
de lo que sucede en la empresa, especialmente el examen de la práctica
financiera contable de las previsiones de amortización-inversión, podía darnos
una idea aproximada de la existencia del proceso material de la reproducción,
entramos ahora en un terreno en el cual la observación de lo que pasa en la
empresa es casi enteramente ineficaz, y esto por una sencilla razón: la
reproducción de la fuerza de trabajo se opera, en lo esencial, fuera de la
empresa.
¿Cómo se asegura la
reproducción de la fuerza de trabajo? Dándole a la fuerza de trabajo el medio
material para que se reproduzca: el salario. El salario figura en la contabilidad de la empresa, pero no como
condición de la reproducción material de la fuerza de trabajo, sino como
“capital mano de obra”.3
Sin embargo es así como
“actúa”, ya que el salario representa solamente la parte del valor producido
por el gasto de la fuerza de trabajo,
indispensable para su reproducción; aclaremos, indispensable para
reconstituir la fuerza de trabajo del asalariado (para vivienda vestimenta y
alimentación, en suma, para que esté en condiciones de volver a presentarse a
la mañana siguiente —y todas las santas mañanas— a la entrada de la empresa—; y
agreguemos: indispensable para criar y educar a los niños en que el proletario
se reproduce (en X unidades: pudiendo ser X igual a 0, 1, 2, etc.) como fuerza
de trabajo.
Recordemos que el valor
(el salario) necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo no está
determinado solamente por las necesidades de un S.M.I.G.* “biológico”, sino
también por las necesidades de un mínimo histórico (Marx señalaba: los obreros
ingleses necesitan cerveza y los proletarios franceses, vino) y, por lo tanto,
históricamente variable.
Señalemos también que
este mínimo es doblemente histórico, en cuanto no está definido por las
necesidades históricas de la clase obrera que la clase capitalista “reconoce”
sino por las necesidades históricas impuestas por la lucha de clase proletaria
(lucha de clase doble: contra el aumento de la jornada de trabajo y contra la
disminución de los salarios).
Empero, no basta con
asegurar a la fuerza de trabajo las condiciones materiales de su reproducción
para que se reproduzca como tal. Dijimos que la fuerza de trabajo disponible
debe ser “competente”, es decir apta para ser utilizada en el complejo sistema
del proceso de producción. El desarrollo de las fuerzas productivas y el tipo
de unidad históricamente constitutivo de esas fuerzas productivas en un momento
dado determinan que la fuerza de trabajo debe ser (diversamente) calificada y
por lo tanto reproducida como tal. Diversamente, o sea según las exigencias de
la división social-técnica del trabajo, en sus distintos “puestos” y “empleos”.
Ahora bien, ¿cómo se
asegura esta reproducción de la calificación (diversificada) de la fuerza de
trabajo en el régimen capitalista? Contrariamente a lo que sucedía en las
formaciones sociales esclavistas y serviles, esta reproducción de la
calificación de la fuerza de trabajo tiende (se trata de una ley tendencial) a asegurarse
no ya “en el lugar de trabajo” (aprendizaje en la producción misma), sino, cada
vez más, fuera de la producción, por medio del sistema educativo capitalista y
de otras instancias e instituciones.
¿Qué se aprende en la
escuela? Es posible llegar hasta un punto más o menos avanzado de los estudios,
pero de todas maneras se aprende a leer, escribir y contar, o sea algunas
técnicas, y también otras cosas, incluso elementos (que pueden ser
rudimentarios o por el contrario profundizados) de “cultura científica” o
“literaria” utilizables directamente en los distintos puestos de la producción
(una instrucción para los obreros, una para los técnicos, una tercera para los
ingenieros, otra para los cuadros superiores, etc.). Se aprenden “habilidades” (savoir-faire).
Pero al mismo tiempo, y
junto con esas técnicas y conocimientos, en la escuela se aprenden las “reglas”
del buen uso, es decir de las conveniencias que debe observar todo agente de la
división del trabajo, según el puesto que está “destinado” a ocupar: reglas de
moral y de conciencia cívica y profesional, lo que significa en realidad reglas
del respeto a la división social-técnica del trabajo y, en definitiva, reglas
del orden establecido por la dominación de clase. Se aprende también a “hablar bien
el idioma”, a “redactar” bien, lo que de hecho significa (para los futuros
capitalistas y sus servidores) saber “dar órdenes”, es decir (solución ideal),
“saber dirigirse” a los obreros, etcétera.
Enunciando este hecho en
un lenguaje más científico, diremos que la reproducción de la fuerza de trabajo
no sólo exige una reproducción de su calificación sino, al mismo tiempo, la
reproducción de su sumisión a las reglas del orden establecido, es decir una
reproducción de su sumisión a la ideología dominante por parte de los agentes
de la explotación y la represión, a fin de que aseguren también “por la
palabra” el predominio de la clase dominante.
En otros términos, la
escuela (y también otras instituciones
del Estado, como la Iglesia, y otros aparatos como el Ejército) enseña las
“habilidades” bajo formas que aseguran el sometimiento a la ideología
dominante o el dominio de su
“práctica”. todos los agentes de la producción, la explotación y la represión,
sin hablar de los “profesionales de la ideología” (Marx) deben estar
“compenetrados” en tal o cual carácter con esta ideología para cumplir
“concienzudamente” con sus tareas, sea de explotados (los proletarios), de
explotadores (los capitalistas), de auxiliares de la explotación (los cuadros),
de grandes sacerdotes de la ideología dominante (sus “funcionarios”), etcétera.
La condición sine qua
non de la reproducción de la fuerza
de trabajo no sólo radica en la reproducción de su “calificación” sino también
en la reproducción de su “calificación” sino también en la reproducción de su
sometimiento a la ideología dominante, o de la “práctica” de esta ideología,
debiéndose especificar que no basta decir: “no solamente sino también”, pues la
reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo se asegura en y bajo
las formas de sometimiento ideológico, con lo que reconocemos la presencia eficaz de
una nueva realidad: la ideología.
Haremos aquí dos
observaciones.
La primera servirá para
completar nuestro análisis de la reproducción.
acabamos de estudiar rápidamente
las formas de la reproducción de las fuerzas productivas, es decir de los
medios de producción por un lado y de la fuerza de trabajo por el otro.
Pero no hemos abordado
aún la cuestión de la reproducción de las relaciones de producción. Es éste un problema crucial de la teoría marxista del modo de
producción. Si lo pasáramos por alto cometeríamos una omisión teórica y peor
aún, una grave falta política.
Hablaremos pues de tal
cuestión, aunque para poder hacerlo debamos realizar nuevamente un gran desvío.
Y como segunda advertencia señalaremos que para hacer ese desvío nos vemos
obligados a replantear un viejo problema: ¿qué es una sociedad?
Infraestructura y
superestructura
Ya hemos tenido ocasión
4 de insistir sobre el carácter revolucionario de la concepción marxista de
“totalidad social” en lo que la distingue de la “totalidad” hegeliana. Hemos
dicho (y esta tesis sólo repetía célebres proposiciones del materialismo
histórico) que según Marx la estructura de toda sociedad está constituida por
“niveles” o “instancias” articuladas por una determinación específica: la infraestructura o base económica (“unidad” de fuerzas
productivas y relaciones de producción), y la superestructura, que comprende dos “niveles” o
“instancias”: la jurídico-política (el derecho y el Estado) y la ideológica
(las distintas ideologías, religiosa, moral, jurídica, política, etcétera).
Además de su interés
teórico-pedagógico (consistente en hacer notar la diferencia que separa a Marx
de Hegel), esta representación ofrece una fundamental ventaja teórica: permite
inscribir en el dispositivo teórico de sus conceptos esenciales lo que nosotros
hemos llamado su índice de eficacia respectivo. ¿Qué quiere decir esto?
Cualquiera puede
convencerse fácilmente de que representar la estructura de toda sociedad como
un edificio compuesto por una base (infraestructura) sobre la que se levantan
los dos “pisos” de la superestructura constituye una metáfora, más exactamente
una metáfora espacial: la de una tópica. 5 Como toda metáfora, ésta sugiere,
hace ver alguna cosa. ¿Qué cosa? Que los pisos superiores no podrían
“sostenerse” (en el aire) por sí solos si no se apoyaran precisamente sobre su
base.
La metáfora del edificio
tiene pues por objeto representar ante todo la “determinación en última
instancia” por medio de la base económica. Esta metáfora espacial tiene así por
resultado afectar a la base con un índice de eficacia conocido por la célebre
expresión: determinación en última instancia de lo que ocurre en los “pisos”
(de la superestructura) por lo que ocurra en la base económica.
A partir de este índice
de eficacia “en última instancia”, los “pisos” de la superestructura se hallan
evidentemente afectados por diferentes índices de eficacia. ¿Qué clase de
índices?
Se puede decir que los
pisos de la superestructura no son determinantes en última instancia sino que
son determinados por la eficacia básica; que si son determinantes a su manera
(no definida aún), lo son en tanto están determinados por la base.
Su índice de eficacia (o
de determinación), en tanto ésta se halla determinada por la determinación en
última instancia de la base, es pensado en la tradición marxista bajo dos
formas: 1) existe una “autonomía relativa” de la superestructura con respecto a
la base; 2) existe una “reacción” de la superestructura sobre la base.
Podemos decir entonces
que la gran ventaja teórica de la tópica marxista, y por lo tanto de la
metáfora espacial del edificio (base y superestructura), consiste a la vez en
hacer ver que las cuestiones de determinación (o índice de eficacia) son
fundamentales, y en hacer ver que es la base lo que determina en última
instancia todo el edificio; por lógica consecuencia, obliga a plantear el
problema téorico del tipo de eficacia “derivada” propio de la superestructura,
es decir, obliga a pensar en lo que la tradición marxista designa con los
términos conjuntos de autonomía relativa de la superestructura y reacción de la
superestructura sobre la base.
El mayor inconveniente
de esta representación de la estructura de toda sociedad con la metáfora
espacial del edificio radica evidentemente en ser metafórica: es decir, en
permanecer en el plano de lo descriptivo.
Nos parece por lo tanto
deseable y posible representar las cosas de otro modo. Entiéndase bien: no
desechamos en absoluto la metáfora clásica, pues ella misma obliga a su
superación. Y no la superamos rechazándola como caduca. Deseamos simplemente
tratar de pensar lo que ella nos da bajo la forma de una descripción.
Pensamos que a partir
de la reproducción resulta posible y
necesario pensar en lo que caracteriza lo esencial de la existencia y la
naturaleza de la superestructura. Es suficiente ubicarse en el punto e vista de
la reproducción para que se aclaren muchas cuestiones cuya existencia indicaba,
sin darles respuesta conceptual, la metáfora espacial del edificio.
Sostenemos como tesis
fundamental que sólo es posible plantear estas cuestiones (y por lo tanto
responderlas) desde el punto de vista de la reproducción.
Analizaremos brevemente
el Derecho, el Estado y la ideología desde ese punto de vista. Y vamos a mostrar a la vez lo que pasa desde
el punto de vista de la práctica y
de la producción por una parte, y de la reproducción por la otra.
El Estado
La tradición marxista es
formal: desde el Manifiesto y El
18 Brumario (y en todos los textos
clásicos posteriores, ante todo el de Marx sobre La comuna de París y el de Lenin sobre El Estado y la
Revolución ) el Estado es concebido explícitamente como aparato represivo.
El Estado es una “máquina” de represión que permite a las clases dominantes (en
el siglo XIX a la clase burguesa y a la “clase” de los grandes terratenientes)
asegurar su dominación sobre la clase obrera para someterla al proceso de
extorsión de la plusvalía (es decir a la explotación capitalista).
El Estado es ante
todo lo que los clásicos del marxismo
han llamado el aparato de Estado. Se
incluye en esta denominación no sólo al aparato especializado (en sentido
estricto), cuya existencia y necesidad conocemos a partir de las exigencias de
la práctica jurídica, a saber la policía —los tribunales— y las prisiones, sino
también el ejército, que interviene directamente como fuerza represiva de apoyo
(el proletariado ha pagado con su sangre esta experiencia) cuando la policía y
sus cuerpos auxiliares son “desbordados por los acontecimientos”, y, por encima
de este conjunto, al Jefe de Estado, al Gobierno y la administración.
Presentada en esta
forma, la “teoría” marxista-leninista del Estado abarca lo esencial, y ni por
un momento se pretende dudar de que allí está lo esencial. El aparato de
Estado, que define a éste como fuerza de ejecución y de intervención represiva
“al servicio de las clases dominantes”, en la lucha de clases librada por la
burguesía y sus aliados contra el proletariado, es realmente el Estado y define
perfectamente su “función” fundamental.
De la teoría descriptiva
a la teoría a secas
Sin embargo, también
allí, como lo señalamos al referirnos a la metáfora del edificio
(infraestructura y superestructura), esta presentación de la naturaleza del
Estado sigue siendo en parte descriptiva.
Como vamos a usar a
menudo este adjetivo (descriptivo), se hace necesaria una explicación que
elimine cualquier equívoco.
Cuando, al hablar de la
metáfora del edificio o de la “teoría” marxista del Estado, decimos que son
concepciones o representaciones descriptivas de su objeto, no albergamos
ninguna segunda intención crítica. Por el contrario, todo hace pensar que los
grandes descubrimientos científicos no pueden dejar de pasar por la etapa de lo
que llamamos una “teoría” descriptiva.
Esta sería la primera etapa de toda teoría, al menos en el terreno
de la ciencia de las formaciones sociales. Se podría —y a nuestro entender se
debe— encarar esta etapa como transitoria y necesaria para el desarrollo de la
teoría. Nuestra expresión: “teoría descriptiva” denota tal carácter transitorio
empleados el equivalente de una especie de “contradicción”. En efecto, el
término teoría “choca” en parte con el adjetivo “descriptiva” que lo acompaña.
Eso quiere decir exactamente: 1) que la “teoría descriptiva” es, sin ninguna
duda, el comienzo ineludible de la teoría, pero 2) que la forma “descriptiva”
en que se presenta la teoría exige por efecto mismo de esta “contradicción” un
desarrollo de la teoría que supere la forma de la “descripción”.
Aclaremos nuestro
pensamiento volviendo sobre nuestro objeto presente: el Estado.
Cuando decimos que la
“teoría” marxista del Estado, que nosotros utilizamos, es en parte
“descriptiva”, esto significa en primer lugar y ante todo que esta “teoría”
descriptiva es, sin ninguna duda, el comienzo de la teoría marxista del Estado,
y que tal comienzo nos da lo esencial, es decir el principio decisivo de todo
desarrollo posterior de la teoría.
Diremos, efectivamente,
que la teoría descriptiva del Estado es justa, puesto que puede hacer
corresponder perfectamente la definición que ella da de su objeto con la
inmensa mayoría de hechos observables
en el campo que le concierne. Así la definición del Estado como
Estado de clase, existente en el aparato represivo de Estado, aclara de manera
fulgurante todos los hechos observables en los diversos órdenes de la
represión, cualquiera que sea su campo: desde las masacres de junio de 1848 y
de la Comuna de París, las del domingo sangriento de mayo de 1905 en
Petrogrado, de la Resistencia de Charonne, etc., hasta las simples (y
relativamente anodinas) intervenciones de una “censura” que prohíbe La
Religiosa de Diderot o una obra de
Gatti sobre Franco; aclara todas las formas directas o indirectas de
explotación y exterminio de las masas populares (las guerras imperialistas);
aclara esa sutil dominación cotidiana en la cual estalla (por ejemplo en las
formas de la democracia política) lo que Lenin llamó después de Marx la
dictadura de la burguesía.
Sin embargo, la teoría
descriptiva del Estado representa una etapa de la constitución de la teoría que
exige a su vez la “superación” de tal etapa. Pues está claro que si la
definición en cuestión nos provee de medios para identificar y reconocer los
hechos de opresión y conectarlos con el Estado concebido como aparato represivo
de Estado, esta “conexión” da lugar a un tipo de evidencia muy especial, al
cual tendremos ocasión de referirnos un poco más adelante: “¡Sí, es así, es muy
cierto!...” 6 Y la acumulación de hechos en la definición del Estado, aunque
multiplica su ilustración, no hace avanzar realmente esta definición, es decir,
la teoría científica del Estado. Toda teoría descriptiva corre así el riesgo de
“bloquear” el indispensable desarrollo de la teoría.
Por esto pensamos que,
para desarrollar esta teoría descriptiva en teoría a secas, es decir, para
comprender mejor los mecanismos del Estado en su funcionamiento, es
indispensable agregar algo a la
definición clásica del Estado como aparato de Estado.
Lo esencial de la teoría
marxista del Estado
Es necesario especificar
en primer lugar un punto importante: el Estado (y su existencia dentro de su
aparato) sólo tiene sentido en función del poder de Estado. Toda la lucha política de las clases gira
alrededor del Estado. Aclaremos: alrededor de la posesión, es decir, de la toma
y la conservación del poder de Estado por cierta clase o por una alianza de
clases o de fracciones de clases. Esta primera acotación nos obliga a
distinguir el poder de Estado (conservación del poder de Estado o toma del
poder de Estado), objetivo de la lucha política de clases por una parte, y el
aparato de Estado por la otra.
Sabemos que el aparato
de Estado puede seguir en pie, como lo prueban las “revoluciones” burguesas del
siglo XIX en Francia (1830, 1848), los golpes de estado (2 de diciembre de
1851, mayo de 1958), las conmociones de estado (caída del Imperio en 1870,
caída de la II República en 1940), el ascenso de la pequeña-burguesía
(1890-1895 en Francia), etcétera, sin que el aparato de Estado fuera afectado o
modificado; puede seguir en pie bajo acontecimientos políticos que afecten a la
posesión del poder de Estado.
Aun después de una
revolución social como la de 1917, gran parte del aparato de Estado seguía en
pie luego de la toma del poder por la alianza del proletariado y el campesinado
pobre: Lenin lo repitió muchas veces.
Se puede decir que esta
distinción entre poder de Estado y aparato de Estado forma parte, de manera
explícita, de la “teoría marxista” del Estado desde el 18 Brumario y las Luchas de clases en
Francia, de Marx.
Para resumir este
aspecto de la “teoría marxista del Estado”, podemos decir que los clásicos del
marxismo siempre han afirmado que: 1) el Estado es el aparato represivo de
Estado; 2) se debe distinguir entre el poder de Estado y el aparato de Estado;
3) el objetivo de la lucha de clases concierne al poder de Estado y, en
consecuencia, a la utilización del aparato de Estado por las clases (o alianza
de clases o fracciones de clases) que tienen el poder de Estado en función de
sus objetivos de clase y 4) el proletariado debe tomar el poder de Estado completamente
diferente, proletario, y elaborar en las etapas posteriores un proceso radical,
el de la destrucción del Estado (fin del poder de Estado y de todo aparato de
Estado).
Por consiguiente, desde
este punto de vista, lo que propondríamos que se agregue a la “teoría marxista”
de Estado ya figura en ella con todas sus letras. Pero nos parece que esta
teoría, completada así, sigue siendo todavía en parte descriptiva, aunque
incluya en lo sucesivo elementos complejos y diferenciales cuyas reglas y funcionamiento
no pueden comprenderse sin recurrir a una profundización teórica suplementaria.
Los aparatos ideológicos
del Estado
Lo que se debe agregar a
la “teoría marxista” del Estado es entonces otra cosa.
Aquí debemos avanzar con
prudencia en un terreno en el que los clásicos del marxismo nos precedieron
hace mucho tiempo, pero sin haber sistematizado en forma teórica los decisivos
progresos que sus experiencias y análisis implican. En efecto, sus experiencias
y análisis permanecieron ante todo en el campo de la práctica política.
En realidad, los
clásicos del marxismo, en su práctica política, han tratado al Estado como una
realidad más compleja que la definición dada en la “teoría marxista del Estado”
y que la definición más completa que acabamos de dar. Ellos reconocieron esta
complejidad en su práctica, pero no la expresaron correspondientemente en teoría.7
Desearíamos tratar de
esbozar muy esquemáticamente esa teoría correspondiente. Con este fin
proponemos la siguiente tesis.
Para hacer progresar la
teoría del Estado es indispensable tener en cuenta no sólo la distinción entre poder
de Estado y aparato de Estado, sino
también otra realidad que se manifiesta junto al aparato (represivo) de Estado,
pero que no se confunde con él. Llamaremos a esa realidad por su concepto; los
aparatos ideológicos de Estado.
¿Qué son los aparatos
ideológicos de Estado (AIE)?
No se confunden con el
aparato (represivo) de Estado. Recordemos que en la teoría marxista el aparto
de Estado (AE) comprende: el gobierno, la administración, el ejército, la
policía, los tribunales, las prisiones, etc., que constituyen lo que llamaremos
desde ahora el aparato represivo de Estado. Represivo significa que el aparato
de Estado en cuestión “funciona mediante la violencia”, por lo menos en
situaciones límite (pues la represión administrativa, por ejemplo, puede
revestir formas no físicas).
Designamos con el nombre
de aparatos ideológicos de Estado cierto número de realidades que se presentan
al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y
especializadas. Proponemos una lista empírica de ellas, que exigirá
naturalmente que sea examinada en detalle, puesta a prueba, rectificada y
reordenada. Con todas las reservas que implica esta exigencia podemos por el
momento considerar como aparatos ideológicos de Estado las instituciones
siguientes (el orden en el cual los enumeramos no tiene significación
especial):
AIE religiosos (el
sistema de las distintas Iglesias),
AIE escolar (el sistema
de las distintas “Escuelas”, públicas y privadas),
AIE familiar,8
AIE jurídico,9
AIE político (el sistema
político del cual forman parte los distintos partidos),
AIE sindical,
AIE de información
(prensa, radio, T.V., etc.),
AIE cultural
(literatura, artes, deportes, etc.).
Decimos que los AIE no
se confunden con el aparato (represivo) de Estado. ¿En qué consiste su
diferencia?
En un primer momento
podemos observar que si existe un aparato (represivo) de Estado, existe una pluralidad de aparatos ideológicos de Estado. Suponiendo
que ella exista, la unidad que constituye esta pluralidad de AIE en un cuerpo
no es visible inmediatamente.
En un segundo momento,
podemos comprobar que mientras que el aparato (represivo) de Estado (unificado)
pertenece enteramente al dominio público,
la mayor parte de los aparatos ideológicos de Estado (en su aparente
dispersión) provienen en cambio del dominio privado. Son privadas las Iglesias, los partidos,
los sindicatos, las familias, algunas escuelas, la mayoría de los diarios, las
familias, las instituciones culturales, etc., etc.
Dejemos de lado por
ahora nuestra primera observación. Pero será necesario tomar en cuenta la
segunda y preguntarnos con qué derecho podemos considerar como aparatos
ideológicos de Estado instituciones
que en su mayoría no poseen carácter público sino que son simplemente privadas. Gramsci, marxista consciente, ya había
previsto esta objeción. La distinción entre lo público y lo privado es una
distinción interna del derecho burgués, válida en los dominios (subordinados)
donde el derecho burgués ejerce sus “poderes”. No alcanza al dominio del
Estado, pues éste está “más allá del Derecho”: el Estado, que es el Estado de
la clase dominante, no es ni público ni privado; por el contrario, es la
condición de toda distinción entre público y privado. Digamos lo mismo
partiendo esta vez de nuestros aparatos ideológicos de Estado. Poco importa si
las instituciones que los materializan son “públicas” o “privadas”; lo que
importa es su funcionamiento. Las instituciones privadas pueden “funcionar”
perfectamente como aparatos ideológicos de Estado. Para demostrarlo bastaría
analizar un poco más cualquiera de los AIE.
Pero vayamos a lo
esencial. Hay una diferencia fundamental entre los AIE y el aparato (represivo)
de Estado: el aparato represivo de Estado “funciona mediante la violencia”, en
tanto que los AIE funcionan mediante la ideología.
Rectificando esta
distinción, podemos ser más precisos y decir que todo aparato de Estado, sea
represivo o ideológico, “funciona” a la vez mediante la violencia y la
ideología, pero con una diferencia muy importante que impide confundir los
aparatos ideológicos de Estado con el aparato (represivo) de Estado. Consiste
en que el aparato (represivo) de Estado, por su cuenta, funciona masivamente
con la represión (incluso física),
como forma predominante, y sólo secundariamente con la ideología. (No existen
aparatos puramente represivos.) Ejemplos: el ejército y la policía utilizan
también la ideología, tanto para asegurar su propia cohesión y reproducción,
como por los “valores” que ambos proponen hacia afuera.
De la misma manera, pero
a la inversa, se debe decir que, por su propia cuenta, los aparatos ideológicos
de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante pero
utilizan secundariamente, y en situaciones límite, una represión muy atenuada,
disimulada, es decir simbólica. (No existe aparato puramente ideológico.) Así
la escuela y las iglesias “adiestran” con métodos apropiados (sanciones,
exclusiones, selección, etc.) no sólo a sus oficiantes sino a su grey. También
la familia... También el aparato ideológico de Estado cultural (la censura, por
mencionar sólo una forma), etcétera.
¿Sería útil mencionar
que esta determinación del doble “funcionamiento” (de modo predominante, de
modo secundario) con la represión y la ideología, según se trate del aparato
(represivo) de Estado o de los aparatos ideológicos de Estado, permite
comprender que se tejan constantemente sutiles combinaciones explícitas o
tácitas entre la acción del aparato (represivo) de Estado y la de los aparatos
ideológicos del Estado? La vida diaria ofrece innumerables ejemplos que habrá
que estudiar en detalle para superar esta simple observación.
Ella, sin embargo, nos encamina hacia la comprensión de lo que constituye la unidad del cuerpo, aparentemente
dispar, de los AIE. Si los AIE “funcionan” masivamente con la ideología como
forma predominante, lo que unifica su diversidad es ese mismo funcionamiento,
en la medida en que la ideología con la que funcionan, en realidad está siempre
unificada, a pesar de su diversidad y sus contradicciones, bajo la ideología
dominante, que es la de “la clase
dominante”. Si aceptamos que, en principio, “la clase dominante” tiene el poder
del Estado (en forma total o, lo más común, por medio de alianzas de clases o
de fracciones de clases) y dispone por lo tanto del aparato (represivo) de
Estado, podremos admitir que la misma clase dominante sea parte activa de los
aparatos ideológicos de Estado, en la medida en que, en definitiva, es la
ideología dominante la que se realiza, a través de sus contradicciones, en los
aparatos ideológicos de Estado. Por supuesto que es muy distinto actuar por
medio de leyes y decretos en el aparato (represivo) de Estado y “actuar” por
intermedio de la ideología dominante en los aparatos ideológicos de Estado.
Sería necesario detallar esa diferencia que, sin embargo, no puede enmascarar
la realidad de una profunda identidad. Por lo que sabemos, ninguna clase
puede tener en sus manos el poder de Estado en forma duradera sin ejercer al
mismo tiempo su hegemonía sobre y en los aparatos ideológicos de Estado. Ofrezco al respecto una sola prueba y
ejemplo: la preocupación aguda de Lenin por revolucionar el aparato ideológico
de Estado en la enseñanza (entre otros) para permitir al proletariado
soviético, que se había adueñado del poder de Estado, asegurar el futuro de la
dictadura del proletariado y el camino al socialismo.10
Esta última observación
nos pone en condiciones de comprender que los aparatos ideológicos de Estado
pueden no sólo ser objeto sino
también lugar de la lucha de
clases, y a menudo de formas encarnizadas de lucha de clases. la clase (o la
alianza de clases) en el poder no puede imponer su ley en los aparatos
ideológicos de Estado tan fácilmente como en el aparato ideológicos de Estado
tan fácilmente como en el aparato (represivo) de Estado, no sólo porque las
antiguas clases dominantes pueden conservar en ellos posiciones fuertes durante mucho tiempo, sino
además porque la resistencia de las clases explotadas puede encontrar el medio
y la ocasión de expresarse en ellos, ya sea utilizando las contradicciones
existentes, ya sea conquistando allí posiciones de combate mediante la lucha.11
Puntualicemos nuestras
observaciones:
Si la tesis que hemos
propuesto es válida, debemos retomar, determinándola en un punto, la teoría
marxista clásica del Estado. Diremos que es necesario distinguir el poder de
Estado (y su posesión por...) por un lado, y el aparato de Estado por el otro.
Pero agregaremos que el aparato de Estado comprende dos cuerpos: el de las
instituciones que representan el aparato represivo de Estado por una parte, y
el de las instituciones que representan el cuerpo de los aparatos ideológicos
de Estado por la otra.
Pero, si esto es así, no
puede dejar de plantearse, aun en el estado muy somero de nuestras
indicaciones, la siguiente cuestión: ¿cuál es exactamente la medida del rol de
los aparatos ideológicos de Estado? ¿Cuál puede ser el fundamento de su
importancia? En otras palabras: ¿a qué corresponde la “función” de esos
aparatos ideológicos de Estado, que no funcionan con la represión sino con la
ideología?
Sobre la reproducción de
las relaciones de producción
Podemos responder ahora
a nuestra cuestión central, que hemos dejado en suspenso muchas páginas atrás: ¿cómo
se asegura la reproducción de las relaciones de producción?
En lenguaje tópico
(infraestructura, superestructura) diremos: está asegurada en gran parte 12 por
la superestructura jurídico-política e ideológica.
Pero dado que hemos
considerado indispensable superar ese lenguaje todavía descriptivo, diremos:
está asegurada, en gran parte, por el ejercicio del poder de Estado en los
aparatos de Estado, por u n lado el aparato (represivo) de Estado, y por el
otro los aparatos ideológicos de Estado.
Se deberá tener muy en
cuenta lo dicho precendentemente y que reunimos ahora bajo las tres
características siguientes:
1) Todos los aparatos de
Estado funcionan a la vez mediante la represión y la ideología, con la
diferencia de que el aparato (represivo) de Estado funciona masivamente con la
represión como forma predominante, en tanto que los aparatos ideológicos de
Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante.
2) En tanto que el
aparato (represivo) de Estado constituye un todo organizado cuyos diferentes
miembros están centralizados bajo una unidad de mando —la de la política de
lucha de clases aplicada por los representantes políticos de las clases
dominantes que tienen el poder de Estado— los aparatos ideológicos de Estado
son múltiples, distintos, “relativamente autónomos” y susceptibles de ofrecer
un campo objetivo a contradicciones que, bajo formas unas veces limitadas,
otras extremas, expresan los efectos de los choques entre la lucha de clases
capitalista y la lucha de clases proletaria, así como sus formas subordinadas.
3) En tanto que la
unidad del aparato (represivo) de Estado está asegurada por su organización
centralizada y unificada bajo la dirección de representantes de las clases en
el poder, que ejecutan la política de lucha de clases en el poder, la unidad
entre los diferentes aparatos ideológicos de Estado está asegurada, muy a
menudo en formas contradictorias, por la ideología dominante, la de la clase dominante.
Si se tienen en cuenta
estas características, se puede entonces representar la reproducción de las
relaciones de producción, 13 de acuerdo con una especie de “división del
trabajo”, de la manera siguiente.
El rol del aparto
represivo de Estado consiste esencialmente en tanto aparato represivo, en
asegurar por la fuerza (sea o no física) las condiciones políticas de
reproducción de las relaciones de producción que son, en última instancia, relaciones
de explotación. El aparato de Estado
no solamente contribuye en gran medida a su propia reproducción (existen en el
Estado capitalista dinastías de hombres políticos, dinastías de militares,
etc.) sino también, y sobre todo, asegura mediante la represión (desde la
fuerza física más brutal hasta las más simples ordenanzas y prohibiciones
administrativas, la censura abierta o tácita, etc.) las condiciones políticas
de la actuación de los aparatos ideológicos de Estado.
Ellos, en efecto,
aseguran en gran parte, tras el “escudo” del aparato represivo de Estado, la
reproducción misma de las relaciones de producción. Es aquí donde interviene
masivamente el rol de la ideología dominante, la de la clase dominante se
asegura la “armonía” (a veces estridente) entre el aparato represivo de Estado
y los aparatos ideológicos de Estado y
entre los diferentes aparatos ideológicos de Estado.
Nos vemos llevados así a
encarar la hipótesis siguiente, en función de la diversidad de los aparatos
ideológicos de Estado en su rol único —por ser común— de reproducir las relaciones
de producción.
En efecto, hemos
enumerado en las formaciones sociales capitalistas contemporáneas una cantidad
relativamente elevada de aparatos ideológicos de Estado: el aparato escolar,
el aparato religioso, el aparato
familiar, el aparato político, el aparato sindical, el aparato de información,
el aparato “cultural”, etcétera.
Ahora bien, en las
formaciones sociales del modo de producción “servil” (comunmente llamado
feudal) comprobamos que, aunque existe (no sólo a partir de la monarquía absoluta
sino desde los primeros estados antiguos conocidos) un aparato represivo de
Estado único, formalmente muy parecido al que nosotros conocemos, la cantidad
de aparatos ideológicos de Estado es menor y su individualidad diferente.
Comprobamos, por ejemplo, que la Iglesia (aparato ideológico de Estado
religioso) en la Edad Media acumulaba numerosas funciones (en especial las
escolares y culturales) hoy atribuidas a muchos aparatos ideológicos de Estado
diferentes, nuevos con respecto al que evocamos. Junto a la Iglesia existía el
aparato ideológico de Estado familiar, que cumplía un considerable rol, no
comparable con el que cumple en las formaciones sociales capitalistas. A pesar
de las apariencias, la iglesia y la familia
no eran los únicos aparatos ideológicos de Estado. Existía también un aparato
ideológicos de Estado político (los Estados Generales, el Parlamento, las
distintas facciones y ligas políticas, antecesoras de los partidos políticos
modernos, y todo el sistema político de comunas libres, luego de las ciudades).
Existía asimismo un poderoso aparato ideológico de Estado “pre-sindical”, si
podemos arriesgar esta expresión forzosamente anacrónica (las poderosas
cofradías de comerciantes, de banqueros, y también las asociaciones de compagnons*, etcétera). Las ediciones y la información
también tuvieron un innegable desarrollo, así como los espectáculos, al
comienzo partes integrantes de la iglesia y luego cada vez más independientes
de ella.
Ahora bien, es
absolutamente evidente que en el período histórico pre-capitalista que acabamos
de examinar a grandes rasgos, existía un aparato ideológico de Estado
dominante, la Iglesia, que
concentraba no sólo las funciones religiosas sino también las escolares y buena
parte de las funciones de información y “cultura”. Si toda la lucha ideológica
del siglo XVI al XVII, desde la primera ruptura de la Reforma, se concentró en la lucha anticlerical y
antirreligiosa, ello no sucedió por azar sino a causa de la posición dominante
del aparato ideológico de Estado religioso.
La revolución francesa
tuvo ante todo por objetivo y resultado no sólo trasladar el poder de Estado de
la aristocracia feudal a la burguesía capitalista-comercial, romper
parcialmente el antiguo aparato represivo de Estado y reemplazarlo por uno
nuevo (el ejército nacional popular, por ejemplo), sino también atacar el
aparato ideológico de Estado Nº 1, la Iglesia. De allí la constitución civil
del clero, la confiscación de los bienes de la Iglesia y la creación de nuevos
aparatos ideológicos de Estado para reemplazar el aparato ideológico de Estado
religioso en su rol dominante.
Naturalmente, las cosas
no fueron simples: lo prueba el concordato, la restauración, y la larga lucha
de clases entre la aristocracia terrateniente y la burguesía industrial durante
todo el siglo XIX para imponer la hegemonía burguesa sobre las funciones desempeñadas hasta entonces por la
iglesia, ante todo en la escuela. Puede decirse que la burguesía se apoyó en el
nuevo aparato ideológico de Estado político, democrático-parlamentario,
implantado en los primeros años de la Revolución, restaurado luego por algunos
meses, después de largas y violentas luchas, en 1848, y durante decenas de años
después de la caída del Segundo Imperio, para dirigir la lucha contra la
Iglesia y apoderarse de sus funciones ideológicas, en resumen, para asegurar no
sólo su hegemonía política sino también la hegemonía ideología indispensable para
la reproducción de las relaciones capitalistas de producción.
Por esto nos creemos
autorizados para ofrecer la tesis siguiente, con todos los riesgos que implica.
Pensamos que el aparato ideológico de Estado que ha sido colocado en posición
dominante en las formaciones capitalistas maduras, como resultado de una
violenta lucha de clase política e ideológica contra el antiguo aparato
ideológico de Estado dominante, es el aparato ideológico escolar.
Esta tesis puede parecer
paradójica, si es cierto que cualquier persona acepta —dada la representación
ideológica que la burguesía quería darse a sí misma y dar a las clases que
explota— que el aparato ideológico de Estado dominante en las formaciones
sociales capitalistas no es la escuela sino el aparato de Estado político, es
decir, el régimen de democracia parlamentaria combinado del sufragio universal
y las luchas partidarias.
No obstante, la
historia, incluso la historia reciente, demuestra que la burguesía pudo y puede
adaptarse perfectamente a aparatos ideológicos de Estado políticos distintos de
la democracia parlamentaria: el Primer y Segundo Imperio, la Monarquía
Constitucional (Luis XVIII, Carlos X), la Monarquía parlamentaria (Luis
Felipe), la democracia presidencial (de Gaulle), por hablar sólo de Francia. En
Inglaterra las cosas son todavía más evidentes. La revolución fue allí
particularmente lograda desde el punto de vista burgués ya que, contrariamente
a lo ocurrido en Francia —donde la burguesía, a causa de la necedad de la
pequeña nobleza, tuvo que aceptar su elevación al poder por intermedio de
“jornadas revolucionarias” plebeyas y campesinas, que le costaron terriblemente
caras—, la burguesía inglesa pudo “llegar a un acuerdo” con la aristocracia y
“compartir” con ella el poder de Estado y el uso del aparato de Estado durante
mucho tiempo (¡paz entre todos los hombres de buena voluntad de las clases
dominantes!). En Alemania las cosas son aún más asombrosas, pues la burguesía
imperialista hizo su estruendosa entrada en la historia (antes de “atravesar”
la República de Weimar y entregarse al nazismo), bajo un aparato ideológico de
Estado político en el que los junkers imperiales (Bismark es el símbolo), su
ejército y su policía le servían de escudo y de equipo dirigente.
Por eso creemos tener
buenas razones para pensar que detrás del funcionamiento de su aparato
ideológico de Estado político, que ocupaba el primer plano, lo que la burguesía
pone en marcha como aparato ideológico de Estado Nº 1, y por lo tanto
dominante, es el aparato escolar que reemplazó en sus funciones al antiguo
aparato ideológico de Estado dominante,
es decir, la Iglesia. Se podría agregar: la pareja Escuela-Familia ha
reemplazado a la pareja Iglesia-Familia.
¿Por qué el aparato
escolar es realmente el aparato ideológico de Estado dominante en las
formaciones sociales capitalistas y cómo funciona?
Por ahora nos
limitaremos a decir que:
1) Todos los aparatos
ideológicos de Estado, sean cuales fueren, concurren al mismo resultado: la
reproducción de las relaciones de producción, es decir, las relaciones
capitalistas de explotación.
2) Cada uno de ellos
concurre a ese resultado único de la manera que le es propia: el aparato
político sometiendo a los individuos a la ideología política de Estado, la
ideología “democrática”, “indirecta” (parlamentaria) o “directa” (plebiscitaria
o fascista); el aparato de información atiborrando a todos los “ciudadanos”
mediante la prensa, la radio, la televisión, con dosis diarias de nacionalismo,
chauvinismo, liberalismo, moralismo, etcétera. Lo mismo sucede con el aparato
cultural (el rol de los deportes es de primer orden en el chauvinismo),
etcétera; el aparato religioso recordando en los sermones y en otras grandes
ceremonias de nacimiento, casamiento o
muerte que el hombre sólo es polvo, salvo que sepa amar a sus hermanos
hasta el punto de ofrecer su otra
mejilla a quien le abofeteó la primera.
El aparato familiar..., no insistimos más.
3) Este concierto está
dominado por una partitura única, ocasionalmente perturbada por contradicciones,
las de restos de las antiguas clases dominantes, las de proletarios y sus
organizaciones: la partitura de la ideología de la clase actualmente dominante
que integra en su música los grandes temas del humanismo de los ilustres
antepasados que, antes del cristianismo, hicieron el milagro griego y después
la grandeza de Roma, la ciudad eterna, y los temas del interés, particular y
general, etc., nacionalismo, moralismo y economismo.
4) No obstante, un
aparato ideológico de Estado cumple muy bien el rol dominante de ese concierto,
aunque no se presten oídos a su música: ¡tan silenciosa es! Se trata de la
Escuela.
Toma a su cargo a los
niños de todas las clases sociales desde el jardín de infantes, y desde el
jardín de infantes les inculca —con nuevos y viejos métodos, durante muchos
años, precisamente aquellos en los que el niño, atrapado entre el aparato de
Estado-familia y el aparato de Estado-escuela, es más vulnerable— “habilidades”
recubiertas por la ideología dominante (el idioma, el cálculo, la historia
natural, las ciencias, la literatura) o, más directamente, la ideología
dominante en estado puro (moral, instrucción cívica, filosofía).
Hacia el sexto año, una
gran masa de niños cae “en la producción”: son los obreros o los pequeños
campesinos. Otra parte de la juventud escolarizable continúa: bien que mal se
encamina y termina por cubrir puestos de
pequeños y medianos cuadros, empleados, funcionarios pequeños y medianos,
pequeño-burgueses de todo tipo.
Una última parte llega a
la meta, ya sea para caer en la semidesocupación intelectual, ya para
proporcionar, además de los “intelectuales del trabajador colectivo”, los
agentes de la explotación (capitalistas, empresarios), los agentes de la
represión (militares, policías, políticos, administradores, etc.) y los
profesionales de la ideología (sacerdotes de todo tipo, la mayoría de los
cuales son “laicos” convencidos).
Cada grupo está
prácticamente provisto de la ideología que conviene al rol que debe cumplir en
la sociedad de clases: rol de explotado (con “conciencia profesional”, “moral”,
“cívica”, “nacional” y apolítica altamente “desarrollada”); rol de agente de la
explotación (saber mandar y hablar a los obreros: las “relaciones humanas”); de
agentes de la represión (saber mandar y hacerse obedecer “sin discutir” o saber
manejar la demagogia de la retórica de los dirigentes políticos), o de
profesionales de la ideología que saben tratar a las conciencias con el respeto,
es decir el desprecio, el chantaje, la demagogia convenientes adaptados a los
acentos de la Moral, la Virtud, la “Trascendencia”, la Nación, el rol de
Francia en el Mundo, etcétera.
Por supuesto, muchas de
esas virtudes contrastadas (modestia, resignación,sumisión por una parte, y por
otra cinismo, desprecio, altivez, seguridad, grandeza, incluso bien decir y
habilidad) se enseñan también en la familia, la iglesia, el ejército, en los
buenos libros, en los filmes, y hasta en los estadios. Pero ningún aparato
ideológico de Estado dispone durante tantos años de la audiencia obligatoria
(y, por si fuera poco, gratuita...), 5 a 6 días sobre 7 a razón de 8 horas
diarias, de formación social capitalista.
Ahora bien, con el
aprendizaje de algunas habilidades recubiertas en la inculcación masiva de la
ideología de la clase dominante, se reproduce gran parte de las relaciones
de producción de una formación
social capitalista, es decir, las relaciones de explotados a explotadores y de
explotadores a explotados. Naturalmente, los mecanismos que producen este
resultado vital para el régimen capitalista están recubiertos y disimulados por
una ideología de la escuela universalmente reinante, pues ésta es una de las
formas esenciales de la ideología burguesa dominante: una ideología que
representa a la escuela como un medio neutro, desprovisto de ideología (puesto
que es... laico), en el que maestros respetuosos de la “conciencia” y la
“libertad” de los niños que les son confiados (con toda confianza) por sus
“padres” (que también snlibres, es decir, propietarios de sus hijos), los
encaminan hacia la libertad, la moralidad y la responsabilidad de adultos
mediante su propio ejemplo, los conocimientos, la literatura y sus virtudes
“liberadoras”.
Pido perdón por esto a
los maestros que, en condiciones espantosas, intentan volver contra la
ideología, contra el sistema y contra las prácticas de que son prisioneros, las
pocas armas que puedan hallar en la historia y el saber que ellos “enseñan”.
Son una especie de héroes. Pero no abundan, y muchos (la mayoría) no tienen
siquiera la más remota sospecha del “trabajo” que el sistema (que los rebasa y
aplasta) les obliga a realizar y, peor aún, ponen todo su empeño e ingenio para
cumplir con la última directiva (¡los famosos métodos nuevos!). Están tan lejos
de imaginárselo que contribuyen con su devoción a mantener y alimentar, esta
representación ideológica de la escuela, que la hace tan “natural” e
indispensable, y hasta bienhechora, a los ojos de nuestros contemporáneos como
la iglesia era “natural”, indispensable y generosa para nuestros antepasados
hace algunos siglos.
En realidad, la iglesia
es reemplazada hoy por la escuela en su rol de aparato ideológico de Estado dominante. Está combinada con la familia, como antes
lo estuvo la iglesia. Se puede afirmar entonces que la crisis, de una
profundidad sin precedentes, que en el mundo sacude el sistema escolar en
tantos Estados, a menudo paralela a la crisis que conmueve al sistema familiar
(ya anunciada en el Manifiesto ), tiene un sentido político si se
considera que la escuela (y la pareja escuela-familia_ constituye el aparato
ideológico de Estado dominante. aparato que desempeña un rol determinante en la
reproducción de las relaciones de producción de un modo de producción amenazado
en su existencia por la lucha de clases mundial.
Acerca de la ideología
Al enunciar el concepto
de aparato ideológico de Estado, al decir que los AIE “funcionan con la
ideología”, invocamos una realidad: la ideología, de la que es necesario decir
algunas palabras.
Se sabe que la expresión
“ideología” fue forjada por Cabanis, Destutt de Tracy y sus amigos, quienes le
asignaron por objeto la teoría (genética) de las ideas. Cuando Marx retoma el
término 50 años después le da, desde sus obras de juventud, un sentido muy
distinto. La ideología pasa a ser el sistema de ideas, de representaciones, que
domina el espíritu de un hombre o un grupo social. La lucha ideológico-política
llevada por Marx desde sus artículos de la Gaceta Renana debía confrontarlo muy pronto con esta
realidad y obligarlo a profundizar sus primeras intuiciones.
Sin embargo, tropezamos
aquí con una paradoja sorprendente. Todo parecía llevar a Marx a formular una
teoría de la ideología. De hecho, después de los Manuscritos del 44 la Ideología
alemana nos ofrece una teoría
explícita de la ideología, pero... no es marxista (lo veremos enseguida). En
cuanto a El Capital, si bien
contiene muchas indicaciones para una teoría de las ideologías (la más visible:
la ideología de los economistas vulgares), no contiene esta teoría misma; ella
depende en gran parte de una teoría de la ideología en general. Desearía correr
el riesgo de proponer un primer y muy esquemático esbozo. Las tesis que voy a
enunciar no son por cierto improvisadas, pero sólo pueden ser sostenidas y
probadas, es decir confirmadas o rectificadas, por estudios y análisis más
profundos.
La ideología no tiene
historia
Una advertencia para
exponer la razón de principio que, a mi parecer, si bien no fundamenta, por lo
menos autoriza el proyecto de una teoría de la ideología en general y no de una teoría de las ideologías particulares, que siempre
expresan, cualquiera que sea su forma (religiosa, moral, jurídica, política), posiciones
de clase.
Evidentemente, será
necesario emprender una teoría de las ideologías bajo la doble relación que
acaba de señalarse. Se verá entonces que una teoría de las ideologías se basa en última instancia en
la historia de las formaciones sociales, por lo tanto de los modos de producción
combinados en ésta y de las luchas de clases que en ellas se desarrollan.
Resulta claro en ese
sentido que no puede tratarse de una teoría e las ideologías en general, pues las ideologías (definidas bajo la doble
relación indicada: particular y de clase) tienen una historia cuya
determinación, aunque les concierne, en última instancia se halla sin duda
situada fuera de las ideologías exclusivamente.
En cambio, si puedo
presentar el proyecto de una teoría de la
ideología en general, y
si esta teoría es uno de los elementos del cual dependen las teorías de las ideologías, esto implica una proposición
de apariencia paradójica, que enunciaré en los siguientes términos: la
ideología no tiene historia.
Es sabido que esa fórmula
figura con toda sus letras en un pasaje de la Ideología alemana. Marx la enuncia al referirse a la
metafísica que, dice, no tiene más historia que la moral (sobreentendido: y que
las otras formas de la ideología).
En la Ideología
alemana esta fórmula aparece en un
contexto claramente positivista. La ideología es concebida como pura ilusión,
puro sueño, es decir, nada. Toda su realidad está fuera de sí misma. La
ideología es pensada por lo tanto como una construcción imaginaria cuyo
estatuto teórico del sueño en los autores anteriores a Freud. Para estos
autores, el sueño era el resultado puramente imaginario, es decir nulo, de
“residuos diurnos” presentados bajo una composición y un orden arbitrarios,
además a veces “invertidos” y, resumiendo, “en desorden”. para ellos el sueño
era lo imaginario vacío y nulo, bricolé
arbitrariamente, con los ojos cerrados, con residuos de la única
realidad plena y positiva, la del día. Este es exactamente el estatuto de la
filosofía y de la ideología en la Ideología alemana (puesto que la filosofía es la ideología por
excelencia).
La ideología es pues
para Marx un bricolage imaginario,
un puro sueño, vacío y vano, constituido con los “residuos diurnos” de la única
realidad plena y positiva, la de la historia, concreta de individuos concretos,
materiales, que producen materialmente su existencia. En este sentido, en la Ideología
alemana la ideología no tiene
historia; su historia está fuera de ella, allí donde existe la única historia
existente, la de los individuos concretos, etc. La tesis de que la ideología no
tiene historia es en la Ideología alemana
una tesis puramente negativa ya que significa a la vez;
1) La ideología no es
nada en tanto que es puro sueño (fabricado no se sabe por qué potencia, a menos
que lo sea por la alienación de la división del trabajo, pero en tal caso
también se trata de una determinación negativa ).
2) La ideología no tiene
historia, lo cual no quiere decir en absoluto que no tenga historia (al
contrario, puesto que no es más que el pálido reflejo, vacío e invertido, de la
historia real), sino que no tiene historia propia.
Ahora bien, la tesis que
deseo defender, retomando formalmente los términos de la Ideología alemana (“la ideología no tiene historia”), es
radicalmente diferente de la tesis positivista-historicista de la Ideología
alemana.
Por una parte, puedo
sostener que las ideologías tienen una historia propia (aunque esté determinada en última
instancia por la lucha de clases); y, por otra, puedo sostener al mismo tiempo
que la ideología en general no
tiene historia, pero no en un
sentido negativo (su historia está fuera de ella), sino en un sentido
absolutamente positivo.
Este sentido es positivo
si realmente es propio de la ideología el estar dotada de una estructura y un
funcionamiento tales que la constituyen en una realidad no-histórica, es decir omnihistórica, en el sentido en que esa estructura y ese
funcionamiento, bajo una misma forma, inmutable, están presentes en lo que se
llama la historia toda, en el sentido en que el Manifiesto define la historia como historia de la
lucha de clases, es decir, como historia de las sociedades de clases.
Para proveer aquí un
hito teórico, retomando esta vez el ejemplo del sueño según la concepción
freudiana, diré que nuestra proposición (“la ideología no tiene historia”)
puede y debe —de una manera que no tiene nada de arbitraria sino que, por el
contrario, es teóricamente necesaria, pues existe un lazo orgánico entre las
dos proposiciones— ser puesta en relación directa con aquella proposición de
Freud que afirma que el inconsciente es eterno, o sea, que no tiene historia.
Si eterno no quiere
decir trascendente a toda historia (temporal), sino omnipresente,
transhistórico y, por lo tanto, inmutable en su forma en todo el transcurso de
la historia, yo retomaré palabra por palabra la expresión de Freud y escribiré:
la ideología es eterna, igual que
el inconsciente, y agregaré que esta comparación me parece teóricamente
justificada por el hecho de que la eternidad del inconsciente está en relación
con la eternidad de la ideología en general.
He aquí por qué me creo
autorizado, al menos presuntivamente, para proponer una teoría de la ideología
en general, en el sentido en que Freud presentó una teoría del inconsciente en
general.
Para simplificar la
expresión, teniendo en cuenta lo dicho sobre las ideologías será conveniente
emplear la palabra ideología a secas para designar la ideología en general, de
la cual acabo de decir que no tiene historia o, lo que es igual, que es eterna,
es decir, omnipresente bajo su forma inmutable, en toda la historia (= la
historia de las formaciones sociales incluyendo las clases sociales). En
efecto, me limito provisoriamente a las “sociedades de clase” y a su historia.
La ideología es una “representación”
de la relación
imaginaria de los individuos
con sus condiciones
reales de existencia
Para abordar la tesis
central sobre la estructura y el funcionamiento de la ideología, deseo
presentar primeramente dos tesis, una negativa y otra positiva. La primera se
refiere al objeto “representado” bajo la forma imaginaria de la ideología, la
segunda a la materialidad de la ideología.
Tesis 1: la ideología representa
la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de
existencia.
Comúnmente se dice de
las ideologías religiosa, moral, jurídica, política, etc. que son otras tantas
“concepciones del mundo”. Por supuesto se admite, a menos que se viva una de
esas ideologías como la verdad (por ejemplo si se “cree” en Dios, el Deber, la
Justicia, etc.), que esa ideología de la que se habla desde el punto de vista
crítico, examinándola como un etnólogo lo hace con los mitos de una “sociedad
primitiva”, que esas “concepciones del mundo” son en gran parte imaginarias, es
decir, que no “corresponden a la realidad”.
Sin embargo, aun
admitiendo que no correspondan a la realidad, y por lo tanto que constituyan
una ilusión, se admite que aluden a la realidad, y que basta con “interpretarlas”
para encontrar en su representación imaginaria del mundo la realidad misma de
ese mundo (ideología = ilusión/alusión ).
Existen diferentes tipos
de interpretación: los más conocidos son el mecanicista, corriente en el siglo
XVII (Dios es la representación imaginaria del Rey real), y la interpretación “hermenéutica” inaugurada por los primeros Padres de la
Iglesia y adoptada por Feuerbach y la escuela teológico-filosófica surgida de
él, ejemplificada por el teólogo Barth. (Para Feuerbach, por ejemplo, Dios es
la esencia del Hombre real.) Voy a lo esencial al decir que, con tal que se
interprete la transposición (y la inversión) imaginaria de la ideología, se
llega a la conclusión de que en la ideología “los hombres se representan en
forma imaginaria sus condiciones reales de existencia”.
Lamentablemente, esta
interpretación deja en suspenso un pequeño problema: ¿por qué los hombres
“necesitan” esta transposición imaginaria de sus condiciones reales de
existencia para “representarse” sus condiciones de existencia reales?
La primera respuesta (la
del siglo VIII) propone una solución simple: ello es culpa de los Curas o de
los Déspotas que “forjaron” las “Bellas mentiras” para que los hombres,
creyendo obedecer a Dios, obedezcan en realidad a los Curas o a los Déspotas,
por lo general aliados en la impostura, ya que los Curas se hallan al servicio
de los Déspotas o viceversa, según la posición política de dichos “teóricos”.
Existe pues una causa de la transposición imaginaria de las condiciones reales
de existencia: la existencia de un pequeño grupo de hombres cínicos que basan
su dominación y explotación del “pueblo”en una representación falseada del
mundo que han imaginado para esclavizar los espíritus mediante el dominio de su
imaginación.
La segunda respuesta (la
de Feuerbach, adoptada al pie de la letra por Marx en sus Obras de juventud
) es más “profunda”, pero igualmente falsa. También ella busca y encuentra una
causa de la transposición y la deformación imaginaria de las condiciones reales
de existencia de los hombres (en una palabra, de la alienación en lo imaginario
de la representación de las condiciones de existencia de los hombres). Esta
causa no son ya los curas ni los déspotas, ni su propia imaginación activa y la imaginación pasiva de
sus víctimas. Esta causa es la alienación material que reina en las condiciones
de existencia de los hombres mismos. Es así como Marx defiende en la Cuestión
judía y otras obras la idea
feuerbachiana de que los hombres se forman una representación alienada
(=imaginaria) de sus condiciones de existencia porque esas condiciones son
alienantes (en los Manuscritos del 44,
porque esas condiciones están dominadas por la esencia de la
sociedad alienada: el “trabajo alienado” ).
Todas estas
interpretaciones toman al pie de la letra la tesis que suponen y sobre la cual
se basan: que en la representación imaginaria del mundo que se encuentra en una
ideología están reflejadas las condiciones de existencia de los hombres, y por
lo tanto su mundo real.
Ahora bien, repito aquí
una tesis que ya he anticipado: no son sus condiciones reales de existencia, su
mundo real, lo que los “hombres” “se representan” en la ideología sino que lo
representado es ante todo la relación que existe entre ellos y las condiciones
de existencia. Tal relación es el punto central de toda representación
ideológica y por lo tanto imaginaria del
mundo real. En esa relación está contenida la "causa' que debe dar cuenta de
la deformación imaginaria de la representación ideológica del mundo real O más
bien, para dejar en suspenso el lenguaje causal, es necesario emitir la tesis
de que es la naturaleza imaginaria de esa relación la que sostiene toda
la deformación imaginaria que se puede observar (si no se vive en su verdad) en
toda ideología.
Para utilizar un
lenguaje marxista, si bien aceptamos que la representación de las condiciones
reales de existencia de los individuos
que se desempeñan como agentes de la producción, de la explotación, de la
represión, de la ideologización y de la práctica científica, está determinada
en última instancia por las relaciones de producción y las relaciones derivadas
de ellas, diremos lo siguiente: toda ideología, en su formación necesariamente
imaginaria no representa las relaciones de producción existentes (y las otras
relaciones que de allí derivan) sino ante todo la relación (imaginaria) de los
individuos con las relaciones de producción y las relaciones que de ella
resultan. En la ideología no está representado entonces el sistema de
relaciones reales que gobiernan la existencia de los individuos, sino la
relación imaginaria de esos individuos con las relaciones reales en que viven.
Si esto es así, la
pregunta sobre la“causa” de la deformación imaginaria de las relaciones reales
en la ideología desaparece y debe ser reemplazada por otra: ¿por qué la
representación dada a los individuos de su relación (individual) con las
relaciones sociales que gobiernan sus condiciones de existencia y su vida
colectiva e individual es necesariamente imaginaria? ¿Y cuál es la naturaleza
de este ente imaginario? La cuestión así planteada halla solución en la
existencia de una “camarilla” 14 de
individuos (curas o déspotas) autores de la gran mistificación ideológica,
o bien en el carácter alienado del mundo real. Veremos el porqué al desarrollar
nuestra exposición. Por el momento, no iremos más lejos.
Tesis 2: la ideología tiene una
existencia material.
Ya hemos tocado esta
tesis al decir que las “ideas” o “representaciones”, etc. de las que parece
compuesta la ideología, no tienen existencia ideal, idealista, espiritual, sino
material. Hemos sugerido incluso que la existencia ideal, idealista, espiritual
de las “ideas” deriva exclusivamente de una ideología de la “idea” y de la
ideología y, agreguemos, de una ideología de lo que parece “fundar” esta
concepción desde la aparición de las ciencias,e s decir, lo que practican las
ciencias se representan, en su ideología espontánea, como las “ideas”,
verdaderas o falsas. Por supuesto que esta tesis, presentada bajo la forma de
una afirmación, no está demostrada. Pedimos solamente que se le conceda,
digamos en nombre del materialismo, un juicio previo simplemente favorable.
Para su demostración serían necesarios extensos razonamientos.
En efecto, para avanzar
en nuestro análisis de la naturaleza de la ideología necesitamos una tesis
presuntiva de la existencia no espiritual sino material de las “ideas” u otras
“representaciones”. O nos es simplemente útil para que aparezca más claramente
lo que todo análisis más o menos serio de una ideología cualquiera muestra
inmediatamente de manera empírica a todo observador, aun al que no posea gran
sentido crítico. Cuando nos referimos a los aparatos ideológicos de Estado y a
sus prácticas, hemos dicho que todos ellos son la realización de una ideología
(ya que la unidad de esas diferentes ideologías particulares —religiosa, moral,
jurídica, política, estética, etc.— está asegurada por su subordinación a la
ideología dominante). Retomamos esta tesis: en un aparato y su práctica, o sus
prácticas, existe siempre una ideología. Tal existencia es material.
Por supuesto, la
existencia material de la ideología en un aparato y sus prácticas no posee la
misma modalidad que la existencia material de una baldosa o un fusil. Pero aun
con riesgo de que se nos tilde de neoaristotélicos (señalemos que Marx sentía
gran estima por Aristóteles) diremos que “la materia se dice en varios sentidos”
o más bien que existe bajo diferentes modalidades, todas en última instancia
arraigadas en la materia “física”.
Dicho esto, veamos lo
que pasa en los “individuos” que viven en la ideología, o sea con una
representación determinada del mundo (religiosa, moral, etc.) cuya deformación
imaginaria depende de su relación imaginaria con sus condiciones de existencia,
es decir, en última instancia, con las relaciones de producción y de clase
(ideología = relación imaginaria con las relaciones reales). Diremos que esta
relación está dotada de existencia material.
He aquí entonces lo que
se puede comprobar. Un individuo cree en Dios, o en el Deber, o en la Justicia,
etcétera. Tal creencia depende (para todo el mundo, o sea, para todos los que
vive en una representación ideológica de la ideología, que reduce la ideología
a ideas dotadas por definición de existencia espiritual) de las ideas de dicho
individuo, por lo tanto, de él mismo en tanto sujeto poseedor de una conciencia
en la cual están contenidas las ideas de su creencia. A través de lo cual, es
decir, mediante el dispositivo “conceptual” perfectamente ideológico así puesto
en juego (el sujeto dotado de una conciencia en la que forma o reconoce
libremente las ideas en que cree), el comportamiento (material) de dicho sujeto
deriva de él naturalmente.
El individuo en cuestión
se conduce de tal o cual manera, adopta tal o cual comportamiento práctico y,
además, participa de ciertas prácticas reguladas, que son las del aparato
ideológico del cual “dependen” las ideas que él ha elegido libremente, con toda
conciencia, en su calidad de sujeto. Si cree en Dios, va a la iglesia para
asistir a la misa, se arrodilla, reza, se confiesa, hace penitencia (antes ésta
era material en el sentido corriente del término)y naturalmente se arrepiente,
y continúa, etc. Si cree en el deber tendrá los comportamientos
correspondientes, inscritos en prácticas rituales “conformes a las buenas
costumbres”. si cree en la justicia, se someterá sin discutir a las reglas del
derecho, podrá incluso protestar cuando sean violadas, firmar petitorios, tomar
parte en una manifestación, etcétera.
Comprobamos en todo este
esquema que la representación ideológica de la ideología está obligada a
reconocer que todo “sujeto” dotado de una “conciencia” y que cree en las
“ideas” de su “conciencia” le inspira y acepta libremente, debe “actuar según sus ideas”, debe por lo tanto
traducir en los actos de su práctica material sus propias ideas de sujeto
libre. Si no lo hace, eso “no está bien”.
En realidad, si no hace
lo que debería hacer en función de lo que cree, hace entonces otra cosa, lo
cual —siempre en función del mismo esquema idealista— da a entender que tiene
otras ideas que las que proclama y que actúa según esas otras ideas, como
hombre “inconsecuente” (“nadie es malvado voluntariamente”), cínico, o
perverso.
En todos los casos, la
ideología de la ideología reconoce, a pesar de su deformación imaginaria, que
las “ideas” de un sujeto humano existen o deben existir en sus actos, y si eso
no sucede, le proporciona otras ideas correspondientes a los actos (aun
perversos) que el sujeto realiza.
Esa ideología habla de
actos: nosotros halaremos de actos en prácticas. Y destacaremos que tales prácticas están
reguladas por rituales en los
cuales se inscriben, en el seno de la existencia material de un aparato
ideológico, aunque sólo sea de una pequeña parte de ese aparato: una
modesta misa en una pequeña iglesia, un entierro, un match de pequeñas proporciones en una sociedad
deportiva, una jornada de clase en una escuela, una reunión o un mitin de un
partido político, etcétera.
Debemos además a la
“dialéctica” defensiva de Pascal la maravillosa fórmula que nos permitirá
trastocar el orden del esquema nocional de la ideología. Pascal dijo, poco más
o menos: “Arrodillaos, moved los labios en oración, y creeréis”. Trastroca así
escandalosamente el orden de las cosas, aportando, como Cristo, la división en
lugar de la paz y, por añadidura, el escándalo mismo, lo que es muy poco
cristiano (¡pues desdichado aquel por quien el escándalo llega al mundo!).
bendito escándalo que le hizo mantener, por un acto de desafío jansenista, un
lenguaje que designa la realidad en persona.
Se nos permitirá dejar a
Pascal con sus argumentos de lucha ideológica en el seno del aparato ideológico
de Estado religioso de su tiempo. Y se nos dejará usar un lenguaje más
directamente marxista, si es posible, pues entramos en terrenos todavía mal
explorados.
Diremos pues,
considerando sólo un sujeto (un individuo), que la existencia de las ideas de
su creencia es material, en tanto esas ideas son actos materiales insertos
en prácticas materiales, reguladas por rituales materiales definidos, a su vez,
por el aparato ideológico material del que proceden las ideas de ese
sujeto. Naturalmente los cuatro
adjetivos “materiales” inscritos en nuestra proposición deben ser afectados por
modalidades diferentes, ya que la materialidad de un desplazamiento para ir a
misa, del acto de arrodillarse, de un ademán para persignarse o para indicar mea
culpa, de una frase, de una oración,
de un acto de contrición, de una penitencia, de una mirada, de un apretón de
manos, de un discurso verbal externo o de un discurso verbal “interno” (la
conciencia), no son una sola y misma materialidad. Dejamos en suspenso la
teoría de la diferencia de las modalidades de la materialidad.
En esta presentación
trastrocada de las cosas, no nos encontramos en absoluto ante un
“trastrocamiento”, pues comprobamos que ciertas nociones han desaparecido pura
y simplemente de nuestra nueva presentación, en tanto que, por el contrario,
otras subsisten y aparecen nuevos términos.
Ha desaparecido: el término ideas.
Subsisten: los términos sujeto, conciencia, creencia, actos.
Aparecen: los términos prácticas, rituales, aparato ideológico.
No se trata pues de un trastrocamiento (salvo en el sentido en que se dice
que un gobierno se ha trastrocado), sino de un reordenamiento (de tipo
no-ministerial) bastante extraño, pues obtenemos el siguiente resultado.
Las ideas en tanto tales han desaparecido (en tanto dotadas de una
existencia ideal, espiritual), en la misma medida en que se demostró que su
existencia estaba inscrita en los actos de las prácticas reguladas por los
rituales definidos, en última instancia, por un aparato ideológico. Se ve así
que el sujeto actúa en la medida en que es actuado por el siguiente sistema
(enunciado en su orden de determinación real): ideología existente en un
aparato ideológico material que prescribe prácticas materiales reguladas por un
ritual material, prácticas éstas que existen en los actos materiales de un
sujeto que actúa con toda conciencia según su creencia.
Pero esta misma presentación prueba que hemos conservado las nociones
siguientes: sujeto, conciencia, creencia, actos. De esta secuencia extraemos
luego el término central, decisivo, del que depende todo: la noción de sujeto.
Y enunciamos enseguida dos tesis conjuntas:
1) No hay práctica sino por y bajo una ideología.
2) No hay ideología sino por el sujeto y para los sujetos.
Podemos pasar ahora a nuestra tesis central.
La ideología interpela a los individuos como sujetos
Esta tesis viene simplemente a explicitar nuestra última proposición: la
ideología sólo existe por el sujeto y para los sujetos. O sea: sólo existe
ideología para los sujetos concretos y esta destinación de la ideología es
posible solamente por el sujeto: es decir por la categoría de sujeto y su funcionamiento.
Con esto queremos decir que aun cuando no aparece bajo esta denominación
(el sujeto) hasta el advenimiento de la ideología burguesa, ante todo con el
advenimiento de la ideología jurídica, 15 la categoría de sujeto (que puede
funcionar bajo otras denominaciones: por ejemplo, en Platón, el alma, Dios,
etc.) es la categoría constitutiva de toda ideología, cualquiera que sea su
fecha histórica, ya que la ideología no tiene historia.
Decimos que la categoría de sujeto es constitutiva de toda ideología, pero
agregamos enseguida que la categoría de sujeto es constitutiva de toda
ideología sólo en tanto toda ideología tiene
por función (función que la define) la “constitución” de los individuos
concretos en sujetos. El funcionamiento de toda ideología existe en ese juego
de doble constitución, ya que la ideología no es nada más que su funcionamiento
en las formas materiales de la existencia de ese funcionamiento.
Para comprender claramente lo que sigue es necesario tener presente que
tanto el autor de estas líneas como el lector que las lee son sujetos y, por lo
tanto, sujetos ideológicos (proposición tuatológica), es decir que tanto el
autor como el lector de estas líneas viven “espontáneamente” o “naturalmente”
en la ideología, en el sentido en que hemos dicho que “el hombre es por
naturaleza un animal ideológico”.
Que el autor, al
escribir las líneas de un discurso que pretende ser científico, esté
completamente ausente, como “sujeto”, de su “discurso” científico (pues todo
discurso científico es por definición un discurso sin sujeto y sólo hay “sujeto
de la ciencia” en una ideología de la ciencia), es otra cuestión, que por el
momento dejaremos de lado.
Tal como dijo
admirablemente San Pablo, es en el “Logos” (entendamos, en la ideología) donde
tenemos “el ser, el movimiento y la vida”. De allí resulta que, tanto para
ustedes como para mí, la categoría de sujeto es una “evidencia” primera (las
evidencias son siempre primeras): está claro que ustedes y yo somos sujetos
(libres, morales, etc.). como todas las evidencias, incluso aquellas por las
cuales una palabra “designa una cosa” o “posee una significación” (incluyendo
por lo tanto las evidencias de la “transparencia” del lenguaje), esta
“evidencia” de que ustedes y yo somos sujetos —y el que esto no constituya un
problema— es un efecto ideológico, el efecto ideológico elemental. 16 En efecto,
es propio de la ideología imponer (sin parecerlo, dado que son “evidencias”)
las evidencias como evidencias que no podemos dejar de reconocer, y ante las cuales tenemos la inevitable y
natural reacción de exclamar (en voz alta o en el “silencio de la conciencia”):
“¡Es evidente! ¡eso es! ¡Es muy cierto!”
En esta reacción se
ejerce la función de reconocimiento ideológico
que es una de las dos funciones de la ideología como tal (su contrario es la
función de desconocimiento ).
Tomemos un ejemplo muy “concreto”:
todos nosotros tenemos amigos que cuando llaman a nuestra puerta y nosotros
preguntamos “¿quién es?” a través de la puerta cerrada, responden (pues es
“evidente”) “¡Soy yo!” De hecho, nosotros reconocemos que “es ella” o “es él”.
abrimos la puerta, y “es cierto que es ella quien está allí”. Para tomar otro
ejemplo, cuando reconocemos en la calle a alguien de nuestro conocimiento, le
mostramos que lo hemos reconocido (y que hemos reconocido que nos ha
reconocido) diciéndole “¡Buen día, querido amigo!” y estrechándole la mano
(práctica material ritual de reconocimiento ideológico de la vida diaria, al
menos en Francia; otros rituales en otros lugares).
Con esta advertencia
previa y sus ilustraciones concretas, deseo solamente destacar que ustedes y yo
somos siempre ya sujetos que,
como tales, practicamos sin interrupción los rituales del reconocimiento
ideológico que nos garantizan que somos realmente sujetos concretos,
individuales, inconfundibles e (naturalmente) irremplazables. La escritura a la
cual yo procedo actualmente y la lectura a la cual ustedes se dedican
actualmente 17 son, también ellas, desde este punto de vista, rituales de
reconocimiento ideológico, incluida la “evidencia” con que pueda imponérseles a
ustedes la “verdad” de mis reflexiones o su “falsedad”.
Pero reconocer que somos
sujetos, y que funcionamos en los rituales prácticos de la vida cotidiana más
elemental (el apretón de manos, el hecho de llamarlo a usted por su nombre, el
hecho de saber, aun cuando lo ignore, que usted “tiene” un nombre propio que lo
hace reconocer como sujeto único, etc.), tal reconocimiento nos da solamente la
“conciencia” de nuestra práctica interesante (eterna) del reconocimiento
ideológico —su conciencia, es decir su reconocimiento—, pero no nos da en
absoluto el conocimiento (científico)
del mecanismo de este reconocimiento. Ahora bien, en este conocimiento hay que
ir a parar si se quiere, mientras se hable en la ideología y desde el seno de
la ideología, esbozar un discurso que intente romper con la ideología para
atraverse a ser el comienzo de un discurso científico (sin sujeto) sobre la
ideología.
Entonces, para
representar por qué la categoría de sujeto es constitutiva de la ideología, la
cual sólo existe al constituir a los sujetos concretos en sujetos, voy a
emplear un modo de exposición especial, lo bastante “concreto” como para que
sea reconocido, pero suficientemente abstracto como para que sea pensable y
pensado dando lugar a un conocimiento.
Diría en una primera
fórmula: toda ideología interpela a los individuos concretos como sujetos
concretos, por el funcionamiento de
la categoría de sujeto.
He aquí una proposición
que implica que por el momento distinguimos los individuos concretos por una
parte y los sujetos concretos por la otra, a pesar d que, en este nivel, no hay
sujeto concreto si no está sostenido por un individuo concreto.
Sugerimos entonces que
la ideología “actúa” o “funciona” de tal modo que “recluta” sujetos entre los
individuos (los recluta a todos), o “transforma” a los individuos en sujetos
(los transforma a todos) por medio de esta operación muy precisa que llamamos interpelación, y que se puede representar con la más
trivial y corriente interpelación, policial (o no) “¡Eh, usted, oiga!”18
Si suponemos que la
hipótetica escena ocurre en la calle, el individuo interpelado se vuelve. Por
este simple giro físico de 180 grados se convierte en sujeto. ¿Por qué? Porque reconoció que la
interpelación se dirigía “precisamente” a él y que “era precisamente él quien había sido interpelado” (y no
otro). La experiencia demuestra que las telecomunicaciones prácticas de la
interpelación son tales que la interpelación siempre alcanza al hombre buscado:
se trate de un llamado verbal o de un toque de silbato, el interpelado reconoce
siempre que era precisamente él a quien se interpelaba. No deja de ser éste un
fenómeno extraño que no sólo se explica por el sentimiento de culpabilidad”,
pese al gran número de personas que “tienen algo que reprocharse”.
Naturalmente, para
comodidad y claridad de la exposición de nuestro pequeño teatro teórico, hemos
tenido que presentar las cosas bajo la forma de una secuencia, con un antes y
un después, por lo tanto bajo la forma de una sucesión temporal. Hay individuos
que se pasean. En alguna parte (generalmente a sus espaldas) resuena la
interpelación: “¡Eh, usted, oiga!”. Un individuo (en el 90% de los casos aquel
a quien va dirigida) se vuelve, creyendo-suponiendo-sabiendo que se trata de
él, reconociendo pues que “es precisamente a él” a quien apunta la
interpelación. En realidad las cosas ocurren sin ninguna sucesión. La
existencia de la ideología y la interpelación de los individuos como sujetos
son una sola y misma cosa.
Podemos agregar que lo
que parece suceder así fuera de la
ideología (con más exactitud en la calle) pasa en realidad en la ideología. Lo
que sucede en realidad en la ideología parece por lo tanto que sucede fuera de
ella. Por eso aquellos que están en la ideología se creen por definición fuera
de ella; uno de los efectos de la ideología es la negación práctica por la ideología del carácter
ideológico de la ideología: la ideología no dice nunca “soy ideológica”. Es
necesario estar fuera de la ideología, es decir en el conocimiento científico,
para poder decir: yo estoy en la ideología (caso realmente excepcional) o (caso
general): yo estaba en la ideología. Se sabe perfectamente que la acusación de
estar en la ideología sólo vale para los
otros, nunca para sí (a menos que se sea realmente spinozista o marxista, lo
cual respecto de este punto equivale a tener exactamente la misma posición).
Esto quiere decir que la ideología no tiene afuera (para ella), pero al mismo tiempo que
no es más que afuera (para la
ciencia y la realidad).
Esto lo explicó
perfectamente Spinoza doscientos años antes que Marx, quien lo practicó sin
explicarlo en detalle. Pero dejemos este punto,pletórico de consecuencias no
sólo teóricas sino directamente políticas, ya que de él depende, por ejemplo,
toda la teoría de la crítica y de la autocrítica, regla de oro de la práctica
de la lucha de clases marxista-leninista.
La ideología interpela,
por lo tanto, a los individuos como sujetos. Dado que la ideología es eterna,
debemos ahora suprimir la forma de temporalidad con que hemos representado el
funcionamiento de la ideología y decir: la ideología ha siempre-ya interpelado
a los individuos como sujetos; esto equivale a determinar que los individuos
son siempre-ya interpelados por la ideología como sujetos, lo cual
necesariamente nos lleva a una última proposición: los individuos son
siempre-ya sujetos. Por lo tanto los
individuos son “abstractos” respecto de los sujetos que ellos mismos son
siempre-ya. Esta proposición puede parecer una paradoja.
Sin embargo, el hecho de
que n individuo sea siempre-ya sujeto, aun antes e nacer, es la simple
realidad, accesible a cualquiera y en absoluto paradójica. Freud demostró que
los individuos son siempre “abstractos” respecto de los sujetos que ellos
mismos son siempre-ya, destacando simplemente el ritual que rodeaba a la espera
de un “nacimiento”, ese “feliz acontecimiento”. Cualquiera sabe cuánto y cómo
se espera a un niño que va a nacer. Lo que equivale a decir más prosaicamente,
si convenimos en dejar de lado los “sentimientos”, es decir las formas de la
ideología familiar, paternal/maternal/conyugal/fraternal, en las que se espera
el niño por nacer: se sabe de antemano que llevará el Apellido de su Padre.
Tendrá pues una
identidad y será irremplazable. ya antes de nacer el niño es por lo tanto
siempre-ya sujeto, está destinado a serlo en y por la configuración ideológica
familiar específica en la cual es “esperado” después de haber sido concebido.
Inútil decir que esta configuración ideológica familiar está en su unicidad
fuertemente estructurada y que en esta estructura implacable más o menos
“patológica” (suponiendo que este término tenga un sentido asignable), el
antiguo futuro-sujeto debe “encontrar” “su” lugar, es decir “devenir” el sujeto
sexual (varón o niña) que ya es por anticipado. Es evidente que esta sujeción y
preasignación ideológica y todos los rituales de la crianza y la educación
familiares tienen alguna relación con lo que Freud estudió en las formas de las
“etapas” pregenitales y genitales de la sexualidad, por lo tanto en la “toma”
de lo que Freud señaló, por sus efectos, como el Inconciente. Pero dejemos
también este punto.
Avancemos otro paso. Lo
que va a retener ahora nuestra atención es la forma en que los “actores” de
esta puesta en escena de la interpelación y sus roles específicos son reflejados
en la estructura misma de toda ideología.
Un ejemplo: la ideología
religiosa cristiana
Como la estructura
formal de toda ideología es siempre la misma, nos limitaremos a analizar un
solo ejemplo, accesible a todos, el de la ideología religiosa: puntualizamos
que puede reproducirse la misma demostración con respecto a la ideología moral,
jurídica, política, estética, etcétera.
Consideremos pues la
ideología religiosa cristiana. Vamos a emplear una figura retórica y “hacerla
hablar”, es decir, reunir en un discurso ficticio lo que “dice”, no sólo en sus
dos Testamentos, en sus teólogos y sus Sermones, sino además en sus prácticas,
sus rituales, sus ceremonias y sus sacramentos. La ideología religiosa
cristiana dice poco más o menos lo que sigue:
Yo me dirijo a ti,
individuo humano llamado Pedro (todo individuo es llamado por su nombre, en
sentido pasivo, y nunca es e´l mismo quien se da su Nombre), para decirte que
Dios existe y qué tú le debes rendir cuentas. Agrega: es Dios quien se dirige a
ti por intermedio de mi voz (ya que la Escritura ha recogido la palabra de
Dios, la Tradición la ha transmitido, la infabilidad Pontificia la fija para
siempre en sus puntos “delicados”). Dice: he aquí quién eres tú: ¡tú eres
Pedro! ¡He aquí cuál es tu origen, has sido creado por Dios por la eternidad,
aunque hayas nacido en 1920 después de Jesucristo! ¡He aquí tu lugar en el
mundo! ¡He aquí lo que debes hacer! ¡Gracias a lo cual, si observas la “ley del
amor”, serás salvado, tú, Pedro, y formarás parte del Cuerpo Glorioso de
Cristo!, etcétera.
Es ése un discurso
totalmente conocido y trivial, pero al mismo tiempo totalmente sorprendente.
Sorprendente, pues si consideramos que la ideología religiosa se dirige
precisamente a los individuos 19 para “transformalos en sujetos”, interpelando
al individuo Pedro para hacer de él un sujeto, libre de obedecer o desobedecer
al llamado, es decir a las órdenes de Dios: si los llama por su Nombre,
reconociendo así que ellos son siempre-ya interpelados como sujetos dotados de
una identidad personal (hasta el punto de que el Cristo de Pascal dice: “Por ti
yo he derramado esta gota de mi sangre”); si los interpela de tal modo que el
sujeto responde “Sí, ¡soy precisamente yo! ”; si obtiene el reconocimiento de que ellos ocupan exactamente el lugar
que ella les ha asignado como suyo en el mundo, una residencia fija (“¡es
verdad, estoy aquí, obrero, patrón, soldado!”) en este valle de lágrimas; si
obtiene de ellos el reconocimiento de un destino (la vida o la condena eternas)
según el respeto o el desprecio con los que traten los “mandamientos de Dios”,
la Ley convertida en Amor; si todo esto sucede exactamente así (en las
prácticas de los muy conocidos rituales del bautismo, de la confirmación, de la
comunión, de la confesión y de la extremaunción, etc.), debemos señalar que
todo este “procedimiento” que pone en escena sujetos religiosos cristianos está
dominado por un fenómeno extraño: tal multitud de sujetos religiosos posibles
existe sólo con la condición absoluta de que exista Otro Sujeto Unico, Absoluto, a saber, Dios.
Convengamos en designar
este nuevo y singular Sujeto con la grafía Sujeto con mayúscula, para distinguirlo de los
sujetos ordinarios, sin mayúscula.
Resulta entonces que la
interpelación a los individuos como sujetos supone la “existencia” de otro
Sujeto, Unico y central en Nombre del cual la ideología religiosa interpela a
todos los individuos como sujetos. Todo esto está claramente escrito 20 en las
justamente llamadas Escrituras. “En aquellos tiempos, el Señor Dios (Yahvé)
habló a Moisés en la zarza. Y el Señor llamó a Moisés: ‘¡Moisés!’ ‘¡Soy
(precisamente) yo!’, dijo Moisés, ‘¡yo soy Moisés tu servidor, habla y yo te
escucharé!’ y el Señor habló a Moisés y dijo: ‘Yo Soy El que Soy’”.
Dios se definió a sí
mismo como el Sujeto por excelencia, aquel que es por sí y para sí (“Yo soy
Aquel que soy”), y aquel que interpela a su sujeto, el individuo que le está
sometido por su interpelación misma, a saber el individuo denominado Moisés. Y
Moisés, interpelado-llamado por su Nombre, reconociendo que era “precisamente”
él quien era llamado por Dios, reconoce que es sujeto, sujeto de Dios, sujeto sometido a Dios, sujeto
por el Sujeto y sometido al Sujeto. La
prueba es que lo obedece y hace obedecer a su pueblo las órdenes de Dios.
Dios es pues el Sujeto,
y Moisés, y los innumerables sujetos del pueblo de dios, sus
interlocutores-interpelados: sus espejos, sus reflejos. ¿Acaso los hombres no fueron creados a imagen de Dios? Como toda la reflexión teológica
lo prueba, mientras que El “podría” perfectamente prescindir de ellos... Dios
necesita a los hombres, el Sujeto necesita a los sujetos, tanto como los
hombres necesitan a Dios, los sujetos necesitan al Sujeto. Mejor dicho: Dios
necesita a los hombres, el gran Sujeto necesita a los sujetos incluso en la
espantosa inversión de su imagen en ellos (cuando los sujetos se revuelcan en
el desenfreno, en el pecado).
Mejor aun: Dios se
desdobla y envía su Hijo a la tierra, como simple sujeto “abandonado” por él
(la larga queja del Huerto de los Olivos que termina en la Cruz), sujeto pero
también Sujeto, hombre pero Dios, para cumplir aquello para lo cual se prepara
la Redención final, la Resurrección del Cristo. Dios necesita pues “hacerse”
hombre él mismo, el Sujeto necesita convertirse en sujeto, como para demostrar
empíricamente, de manera visible para los ojos, tangible para las manos (véase
Santo Tomás) de los sujetos que, si son sujetos sometidos al Sujeto, es
únicamente para regresar finalmente, el día del Juicio Final, al seno del
Señor, como el Cristo, es decir al Sujeto. 21
Descifremos en lenguaje
teórico esta admirable necesidad del desdoblamiento del Sujeto en
sujetos y del Sujeto mismo en
sujeto-Sujeto.
Observamos que la
estructura de toda ideología, al interpelar a los individuos como sujetos en
nombre de un Sujeto Unico y Absoluto es especular, es decir en forma de espejo, y doblemente
especular; este redoblamiento
especular es constitutivo de la ideología y asegura su funcionamiento. Lo cual
significa que toda ideología está centrada, que el Sujeto Absoluto ocupa el lugar único
del Centro e interpela a su alrededor a la infinidad de los individuos como
sujetos en una doble relación especular tal que somete a los sujetos al Sujeto, al mismo tiempo
que les da en el Sujeto en que todo sujeto puede contemplar su propia imagen
(presente y futura), la garantía de
que se trata precisamente de ellos y de El y de que, al quedar todo en Familia
(la Santa Familia: la Familia es por esencia santa), “Dios reconocerá en ella a los suyos”, es decir que
aquellos que hayan reconocido a Dios y se hayan reconocido en El serán
salvados.
Resumamos lo que hemos
obtenido sobre la ideología en general.
La estructura especular
redoblada de la ideología asegura a la vez:
1) la interpelación de
los “individuos” como sujetos,
2) su sujeción al
Sujeto,
3) el reconocimiento
mutuo entre los sujetos y el Sujeto, y entre los sujetos mismos, y finalmente
el reconocimiento del sujeto por él mismo.22
4) la garantía absoluta
de que todo está bien como está y de que, con la condición de que los sujetos
reconozcan lo que son y se conduzcan en consecuencia, todo irá bien: “Así
sea”.
Resultado: tomados en
este cuádruple sistema de interpelación como sujetos, de sujeción al Sujeto, de
reconocimiento universal y de garantía absoluta, los sujetos “marchan”,
“marchan solos” en la inmensa mayoría de los casos, con excepción de los “malos
sujetos” que provocan la intervención ocasional de tal o cual destacamento del
aparato (represivo) de Estado. Pero la inmensa mayoría de los (buenos) sujetos
marchan bien “solos”, es decir con la ideología (cuyas formas concretas están
realizadas en los aparatos ideológicos de Estado). Se insertan en las prácticas
gobernadas por los rituales a los AIE. “Reconocen” el estado de cosas
existentes (das Bestehende ), que “es muy cierto que es así y no de otro
modo”, que se debe obedecer a Dios, a su conciencia, al cura, a de Gaulle, al
patrón, al ingeniero, que se debe “amar al prójimo como a sí mismo”, etc. Su
conducción concreta, material, no es más que la inscripción en la vida de las
admirables palabras de su plegaria “¡Así sea !”
Sí, los sujetos “marchan
solos”. Todo el misterio de este efecto reside en los dos primeros momentos del
cuádruple sistema de que acabamos de hablar, o, si se prefiere, en la
ambigüedad del término sujeto. En
la acepción corriente del término, sujeto significa efectivamente 1) una
subjetividad libre: un centro de iniciativas, autor y responsable de sus actos;
2) un ser sojuzgado, sometido a una autoridad superior, por lo tanto despojado
de toda libertad, salvo la de aceptar libremente su sumisión. Esta última
connotación nos da el sentido de esta ambigüedad, que no refleja sino el efecto
que la produce: el individuo es interpelado como sujeto (libre) para que se
someta libremente a las órdenes del Sujeto, por lo tanto para que acepte
(libremente) su sujeción, por lo
tanto para que “cumpla solo” los gestos y actos de su sujeción. No hay
sujetos sino por y para su sujeción. Por
eso “marchan solos”.
“¡Así sea !”...
Esas palabras, que registran el efecto a obtener, prueban que no es
“naturalmente” así (“naturalmente”: fuera de esta plegaria, o sea, fuera de la
intervención ideológica). Esas palabras prueban que es necesario que sea así, para que las cosas sean como
deben ser, digámoslo ya: para que la reproducción de las relaciones de
producción sea asegurada cada día (incluso en los procesos de producción y
circulación) en la “conciencia”, o sea, en el comportamiento de los individuos
sujetos que ocupan los puestos que la división socio-técnica del trabajo les ha
asignado en la producción, la explotación, la represión, la ideologización, la
práctica científica, etc. ¿Qué implica realmente ese mecanismo del
reconocimiento especular del Sujeto, de los individuos interpelados como
sujetos y de la garantía dada por el Sujeto a los sujetos si aceptan libremente
su sometimiento a las “órdenes” del Sujeto? La realidad de ese mecanismo,
aquella que es necesariamente desconocida
en las formas mismas del reconocimiento (ideología = reconocimiento/desconocimiento
) es efectivamente, en última instancia, la reproducción de las relaciones de
producción y las relaciones que de ella dependen.
P.S. Si bien estas pocas
tesis esquemáticas permiten aclarar ciertos aspectos del funcionamiento de la
superestructura y de su modo de intervención en la infraestructura, son
evidentemente abstractas y dejan necesariamente en suspenso importantes problemas,
sobre los cuales debemos decir unas palabras:
1) El problema del proceso de conjunto de la realización de la reproducción de las relaciones de
producción.
Los AIE contribuyen, como elemento de ese proceso, a
esta reproducción. Pero el punto de vista de su simple contribución se mantiene
abstracto.
Solamente en el seno
mismo de los procesos de producción y de circulación se realiza esta reproducción. Es
realizada por el mecanismo de esos procesos, donde es “perfeccionada” la
formación de los trabajadores, donde le son asignados los puestos, etc. Es en
el mecanismo interno de esos procesos donde va a ejercerse el efecto de
diferentes ideologías (ante todo de la ideología jurídico-moral).
Pero este punto de vista
continúa siendo abstracto, dado que en una sociedad de clase las relaciones de
producción son relaciones de explotación, por lo tanto, relaciones entre clases
antagónicas. La reproducción de las relaciones de producción, objetivo último
de la clase dominante, no puede ser una simple operación técnica de formación y
distribución de los individuos en los diferentes puestos de la “división
técnica” del trabajo: toda división “técnica”, toda organización “técnica” del
trabajo es la forma y la máscara de una división y una organización sociales (de clase)
del trabajo. La reproducción de las relaciones de producción sólo puede ser,
por lo tanto, una empresa de clase. Se realiza a través de una lucha de clases
que opone la clase dominante a la clase explotada.
El proceso de conjunto de la
realización de la reproducción de las relaciones de producción se mantiene pues
abstracto a menos de ubicarse en el punto de vista de la lucha de clases.
Ubicarse en el punto de vista de la reproducción es, en última instancia, por
lo tanto, ubicarse en el punto de vista de la lucha de clases.
2) El problema de la naturaleza de clase de las ideologías que existen en una
formación social.
El “mecanismo” de la
ideología en general es una cosa. Se ha visto que se reducía a ciertos principios
contenidos en pocas palabras (tan “pobres” como las que definen según Marx la
producción en general, o en Freud
el inconsciente en general). Si
hay en él algo de verdad, ese mecanismo es abstracto con respecto a toda formación
ideológica real.
Se ha propuesto la idea
de que las ideologías eran realizadas en las instituciones, en sus rituales y sus prácticas, los AIE. Se ha visto que éstos contribuían a
una formación de la lucha de clases, vital para la clase dominante, que es la
reproducción de las relaciones de producción. Pero este mismo punto de vista,
por más real que sea, sigue siendo abstracto.
En efecto, el Estado y
sus aparatos sólo tienen sentido desde el punto de vista de la lucha de clases,
como aparato de lucha de clases que asegura la opresión de clases y garantiza
las condiciones de la explotación y de su reproducción. Pero no existe lucha de
clases sin clases antagónicas. Quien dice lucha de clase de la clase dominante
dice resistencia, rebelión y lucha de clase de la clase dominada.
Por esta razón los AIE no son la realización de la ideología en general, ni tampoco la realización
sin conflictos de la ideología de la clase dominante. La ideología de la clase
dominante no se convierte en dominante por gracia divina, ni en virtud de la
simple toma del poder de Estado. Esta ideología es realizada, se realiza y se
convierte en dominante con la puesta en marcha de los AIE. Ahora bien, esta puesta en marcha
no se hace sola, por el contrario, es objeto de una ininterrumpida y muy dura
lucha de clases: primero contra las antiguas clases dominantes y sus posiciones
en los viejos y nuevos AIE, después
contra la clase explotada.
Pero este punto de vista de la lucha de clases en los AIE es todavía
abstracto. En efecto, la lucha de clases en los
AIE es ciertamente un aspecto de la lucha de clases, a veces
importante y sintomático: por ejemplo la lucha antirreligiosa del siglo XVIII,
y actualmente, la “crisis” del AIE escolar
en todos los países capitalistas. Pero la lucha de clases en los AIE es sólo un aspecto de una lucha de
clases que desborda los AIE. La
ideología que una clase en el poder convierte en dominante en sus AIE, se realiza en esos AIE, pero los desborda, pues viene de
otra parte; también la ideología que una clase dominada consigue defender en y
contra tales AIE los desborda,
pues viene de otra parte.
Las ideologías
existentes en una formación social sólo pueden explicarse desde el punto de
vista de las clases, es decir, de la lucha de clases. No sólo desde ese punto
de partida es posible explicar la realización de la ideología dominante en
los AIE y las
formas de lucha de clases en las cuales tanto la sede como lo que está en juego
son los AIE. Pero también y
principalmente desde ese punto de vista se puede comprender de dónde provienen
las ideologías que se realizan en los AIE
y allí se enfrentan.
Puesto que si es verdad
que los AIE representan
la forma en la cual la ideología
de la clase dominante debe necesariamente medirse y enfrentarse, las
ideologías no “nacen” en los AIE
sino que son el producto de las clases sociales tomadas en la lucha de clases:
de sus condiciones de existencia, de sus prácticas, de su experiencia de lucha,
etcétera.
Abril de 1970
1 El texto que se va a
leer está constituido por dos extractos de un estudio en curso. El autor quiso
titularlos Notas para la investigación.
Las ideas expuestas sólo deben considerarse como introducción a una
discusión. (Nota de la redacción de la revista La Pensée ).
2 Carta a Kugelman del 11.7.1868 (Letres sur Le Capital, Ed. Sociales, p. 229).
* S.M.I.G.: salario
mínimo interprofesional garantizado. (N. del T.)
3 Marx ha dado el concepto científico: el capital variable.
4 En Pour Marx y Le
Capital, Maspero, 1965.
5 Tópico, del griego topos: lugar. Una tópica representa en un
aspecto definido los respectivos lugares ocupados por tal o cual realidad: así
la economía está abajo (la base),
la superestructura arriba.
6 Véase más adelante Acerca de la ideología.
7 Gramsci es, por lo que
sabemos, el único que siguió el camino tomado por nosotros. Tuvo esta idea “singular”
de que el Estado no se reduce al aparato (represivo) del Estado, sino que
comprende, como él decía, cierto número de instituciones de la “sociedad
civil”: la Iglesia, las escuelas, los sindicatos, etc. Gramsci,
lamentablemente, no sistematizó sus intuiciones, que Gramsci, Ocuvres
Choisies, Ed. Sociales, pp. 290, 291
(nota 3), 293, 295, 436. Véase Lettres de la Prison, Ed. Sociales.
8 La familia cumple,
evidentemente, otras funciones que la de un AIE. Interviene en la reproducción
de la fuerza de trabajo. Es, según los modos de producción, unidad de
producción y(o) unidad de consumo.
9 “Derecho” pertenece a
la vez al aparato (represivo) del Estado y al sistema de los AIE.
10 En un texto
conmovedor, que data de 1937, Krupskaia relató los esfuerzos desesperados de
Lenin, y lo que ella consideraba como su fracaso (“Le chemin pareouru”).
11 Lo que se dice aquí,
rápidamente, de la lucha de clases en los AIE, está lejos de agotar la
cuestión. Para abordarla es necesario tener presentes dos principios: El
primer principio fue formulado por
Marx en el Prefacio a la Contribución:
“Cuando se consideran tales conmociones (una revolución social) es
necesario distinguir siempre entre la conmoción material —que puede comprobarse
de una manera científicamente rigurosa— de las condiciones económicas de
producción y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o
filosóficas en las cuales los hombres toman conciencia de ese conflicto y lo
llevan hasta el fin”. La lucha de clases se expresa y se ejerce pues en las
formas ideológicas y también por lo tanto en las formas ideológicas de los AIE.
Pero la lucha de las clases desborda ampliamente
esas formas, y por ello la lucha de las clases explotadas puede ejercerse
también en las formas de los AIE, para volver contra las clases en el poder el
arma de la ideología. Esto ocurre en virtud del segundo principio: la lucha de clases desborda los AIE
porque está arraigada fuera de la ideología, en la infraestructura, en las
relaciones de producción, que son relaciones de explotación y que constituyen
la base de las relaciones de clase.
12 Gran parte. Pues las
relaciones de producción son reproducidas en primer lugar por la materialidad
del proceso de producción y del proceso de circulación. Pero no se debe olvidar
que las relaciones ideológicas están inmediatamente presentes en esos mismos
procesos.
13 Para la parte de la
reproducción a la cual contribuyen el
aparato represivo de Estado y los AIE.
* Antiguamente, obreros
pertenecientes a un mismo gremio (compagnonnage ). (N. del T.)
14 Utilizo adrede este
término tan moderno. Pues aun en esferas comunistas es lamentablemente moneda
corriente “explicar” las desviaciones políticas (oportunismo de derecha o de
izquierda) por la acción de una “camarilla”.
15 Que utiliza la
categoría jurídica de “sujeto de derecho” para convertirla en una noción
ideológica: el hombre es por naturaleza un sujeto.
16 Los lingüistas y los
que se refugian en la lingüística con fines diversos tropiezan a menudo con
dificultades que resultan de su desconocimiento del juego de los efectos
ideológicos en todos los discursos, incluso los discursos científicos.
17 Obsérvese que ese
doble actualmente es una nueva
prueba de que la ideología es “eterna”, ya que esos dos “actualmente” están separados
por cualquier intervalo de tiempo. Yo escribo estas líneas el 6 de abril de
1969, ustedes las leerán en cualquier momento.
18 En la práctica
policial la interpelación, esa práctica cotidiana sometida a un ritual preciso,
adopta una forma completamente especial ya que se ejerce sobre los
“sospechosos”.
19 Aunque sabemos que el
individuo es siempre sujeto, seguimos usando ese término, cómodo por el efecto
contrastante que produce.
20 Cito de manera combinada, o textual, pero si “en espíritu y verdad”.
21 El dogma de la
Trinidad es la teoría del desdoblamiento del Sujeto (el Padre) en sujeto (el
Hijo) y de su relación especular (el Espíritu Santo).
22 Hegel es (sin
saberlo) un admirable “teórico” de la ideología, en tanto que “teórico” del
Reconocimiento Universal, que lamentablemente terminó en la ideología del Saber
Absoluto. Feuerbach es un sorprendente “teórico” de la relación especular, que
lamentablemente terminó en la ideología de la Esencia Humana. Si se desea
encontrar elementos para desarrollar una teoría de la garantía, es necesario
volver a Spinoza.
Enero-abril de 1969