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viernes, 9 de marzo de 2018

MARATON DE POESÍA COORDINADORA PILAR IGLESIAS

Homenaje a
Juan Gelman  Y Félix Grande
Nacidos en Castellano





EL VERDADERO VIAJE

¡Cuidado! ¡Cuidado!
estamos a punto de naufragar.
Os habéis creído,
que en trasatlántico poderoso navegábamos
y sin embargo os digo:
mi vida es una pequeña balsa enamorada.
Veo surgir, es cierto, entre las sombras,
una luz que nadie apagará.
Formada de versos y perfumes como vientos insondables,
como una catarata de carne abandonada,
que por fin encuentra su reinado.
                                                 Reinado de nubes,
de antiguas fragancias y de fragancias inconcebibles.
Pequeñas balsas enamoradas siempre a punto de naufragar.
Por ahora, toda pasión será remar,
hasta alcanzar el poema en ese movimiento.
Después, algún día, tendréis,
en vuestra pequeña balsa enamorada vuestros grandes amores.
Remad, hasta quedar sin fuerzas y ahí,
comprenderéis el motivo de mi pasión.
Iremos por los más bellos ríos y con el tiempo,
nos animaremos a los grandes océanos,
a la belleza de las borrascas plenas en el mar
y siempre, iremos temerosos de desaparecer,
pequeños, en esa inmensidad que nos rodea.
Saber nadar o ser grandiosos, no servirá de nada,
para llegar, tendremos que mantener la balsa a flote
y nosotros mantenernos encima de la balsa.
Eso, todo el misterio.
Un día la balsa se partirá en mil fragmentos
y cada uno,
tendrá que aprender a sostenerse en pequeños maderos.
Si es posible el poema es posible la vida.
Remad, agonizad remando,
hasta sentir que solo es imposible.
Quedad sin fuerzas,
mirad cómo otros reman y yo mismo remo,
con las manos ensangrentadas por el esfuerzo,
sin descansar, hasta encontrar en ese movimiento el poema.
Y cada uno tendrá su pequeña balsa enamorada.
Dueño de su vida y de su muerte,
puede tenderse en la balsa para siempre,
no remar más y dejar que las aguas lo lleven por doquier.
Y algún otro, remando desesperadamente, al verlo,
escribirá un poema.
Remar en cualquier dirección tampoco sirve.
La tierra que promete la poesía siempre es la misma.
Se llega o no se llega.
                              Ella necesita reyes, centauros,
sólo se deja sembrar por revolucionarios y fanáticos,
por hombres que en su tierra,
construyen su casa y su familia, sus grandes ilusiones.
El que repita lo hecho jamás la encontrará.
Remad para llegar a esa tierra como nadie ha remado
y os serán ofrecidos a vuestra llegada,
manjares que no fueron ofrecidos a nadie.
Y en las noches de desilusión,
cuando nada es posible en esa oscuridad,
pedid a los mayores que os cuenten,
de los grandes navegantes, sus antiguas hazañas,
en pequeños barquitos de papel.
Cada trecho recorrido tendrá sus peligros.
Nada será fácil para el poeta.
Vendrá el amor y habrá que enamorarse,
hasta sentir en la carne el último dolor.
Y al llegar a ese lugar,
habrá que enamorarse todavía más,
hasta sentir que la carne temblando es un poema.
Y así llegará la inolvidable noche, el día,
donde por un instante esa pasión será la poesía.
Frente a la duda no dejar de remar.
Tomar en nuestros brazos,
fortalecidos como garras por la crueldad del ejercicio,
a la persona amada y seguir remando,
si es necesario con los dientes.
Con el tiempo ella, también, hará ejercicio con nosotros. 
Después de a dos, de a tres, de a todos,
rota la inmensidad de lo único,
                                             vendrá la muerte.
Y no valdrá ninguna valentía,
porque ella se jacta de haber matado,
a todos los valientes en el primer encuentro.
Y tampoco valdrá ninguna cobardía,
porque ella mata todo lo que huye.
Para encontrarse con la muerte, se necesita,
haber aprendido algo del amor:
Ni huir. Ni arremeter contra nada.
Aprender a conversar tranquilamente,
eso enseña el amor.
Cuando ella se acerque y venga por nosotros,
con su mirada inmensa como ella misma es inmensa,
dejarla acercar hasta que escuche,
nuestra respiración entrecortada por el encuentro.
Y ella, enternecida como es su costumbre,
nos tenderá la mano,
para que acompañemos a vuestra majestad,
al inmutable reino del silencio.
Ahí, cuando entregarse es lo más fácil, mirarla,
-en los ojos la inmensidad que le pertenece-
y decirle entre dientes:
Amada muerte, mi enamorada,
escribiré tu nombre en todas las paredes,
besaré sin temor tus labios,
como nunca ningún hombre lo ha hecho
y te amaré, verás, entre la sangre,
en las grandes catástrofes y también, te amaré,
cuando un blanco capullo reine en tu corazón.
La gran emoción que recorre su gran manto negro,
por encontrarse de golpe en un poema,
hace de la muerte una mujer.
Ella también terminará remando tranquilamente hasta la orilla
y compartirá mi pan y mis amores
y volará por las noches para cobijar en su seno,
a los que ya dejaron de remar y volverá,
para encontrarse conmigo y contarme sus hazañas.
Como si cada vez fuera la primera,
volveré a respirar como respiran los atletas
y por haberlo aprendido de ella,
la miraré enternecido
y le diré:
Mi muerte enamorada y ella,
                                                          será feliz.
Después hay que seguir remando.
Ya nos preguntarán y nosotros diremos:
hemos estado con el amor
y hemos estado, también, con la muerte.
Al principio no nos creerán,
dirán que para el hombre es imposible.
Nos pedirán pruebas,
nosotros les mostraremos como si les mostrásemos el cielo,
algunos poemas y conseguiremos con ese gesto,
que llegue hasta nosotros el tiempo de la burla.
Grandes embarcaciones que nada buscan,
-porque creen tener-
pasarán una y otra vez a nuestro lado,
tratando de hundir con sus juegos,
nuestra pequeña balsa enamorada.
Nos llamarán desde sus lujosas embarcaciones,
con los nombres con los que se nombran los desperdicios.
Poetas. Locos. Asesinos.
Y en la algarabía estúpida de sus juegos,
todo será posible. Nos tirarán algunas piedras
y se dirán, nada los ofende y enfurecidos,
nos gritarán: Pelead ¡cobardes! defendeos.
Y después de mil veces y otras mil,
con los ojos desorbitados por el cansancio
y también por la sorpresa de ver,
nuestra pequeña balsa enamorada siguiendo su camino
y nosotros, tranquilamente, sobre ella, remando.
Después de haber atravesado ilesos el camino de la burla,
vendrá, os aseguro, el tiempo del oro.
Ellos, aburridos de sus propias risas,
querrán jugar a nuestro juego.
¿Cuánto cuesta esa madera a punto de pudrirse
que usáis de embarcación? y ¿cuánto vuestra vida?
¿cuánto esas viejas cartas de navegación?
y ¿cuánto esos poemas?
Cuestan, señor, lo que le cuesta a un hombre,
dejar de pertenecerse y entregarse al poema.
¿cuánto dinero cuesta eso?
                                      Todo y ninguno.
tal vez su propia vida, acaso.
¿cuánto dinero cuesta mi vida, entonces?
Todo y ninguno. Su vida son palabras como todas las vida
y eso, tengo entendido, vale nada.
y ¿cuánto dinero cuesta pensar así?
Todo y ninguno. Más bien hay que sumergirse,
remar y no esperar nada. Eso cuesta.
Sumergirse y no esperar nada, en las tinieblas,
hacia otra oscuridad mayor, el poema.
Una vez enamorados el amor y la muerte
y rechazados el oro y la burla por impuros,
vendrá y de ninguna parte,
-porque ella vivió siempre en nosotros-
la locura.
             El peor de todos los estrechos,
surge imprevista,
por ser ley de su destino, la sorpresa.
Y no viene por ninguna pelea,
porque trae el deseo de trabar amistad con el poeta.
Y cuando llega nos dice entre susurros,
que su mundo y el mundo de la poesía,
son el mismo mundo.
Frente a la duda hay que seguir remando.
Informe, se deja moldear por nuestras palabras,
y al tiempo ella, también, tiene su grandeza.
Yo soy del amor, nos dice, ese desenfreno
y la pasión eterna de la muerte.
Tengo por costumbre despreciar el oro,
y sin embargo,
las ansias por matar que generan sus leyes,
están intoxicadas de locura.
Ahí, ella y la poesía se parecen.
A instantes de juntarse en nuestra mirada,
como si fuesen una sola cosa,
la poesía, vieja loba de mar,
rema un trecho con nosotros para mostrarnos,
que la locura, desde que llegó,
permanece en el mismo rincón de la pequeña balsa,
sin remar, recordando todo el tiempo su pasado.
Contentos de haber comprendido la diferencia,
encerramos a la locura en un poema
y seguimos remando hasta que un día,
convencidos de su torpeza para la navegación,
se la entregamos al amor y a la muerte,
para que la locura, aprenda a volar.



Gabriel Celaya
Poesía

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.







Juan de Dios Peza

EN LAS ÚLTIMAS DESGRACIAS DE ESPAÑA

Allá del revuelto mar
Tras los secos arenales,
Donde sus limpios cristales
Las ondas van a estrellar,
Donde en lucha singular
Disputando a la Fortuna
Las ciudades una a una,
De sus guerreros el brío,
Mostraron su poderío
La cruz y la media luna;

En esa tierra encantada,
Que esconde, en perpetuo Abril,
Las lágrimas de Boabdil
En las vegas de Granada;
Donde el ave enamorada
Repite entre los vergeles
El canto de los gomeles,
Y cuelga su frágil nido
Del minarete prendido
Entre ojivas y caireles;

Donde soñados ultrajes
Vengaron fieros zegríes,
Regando los alelíes,
Con sangre de abencerrajes;
donde entre muros de encajes
Y torres de filigrana,
Lloró la hermosa sultana
Amorosos sentimientos
A los rítmicos acentos
De una trova castellana;


Allá donde nueva luz
Alumbró, limpia y serena,

Sobre la morisca almena
El símbolo de la cruz;
En ese suelo andaluz,
Cuyos cármenes hollando,
Y en otro mundo soñando,
Cruzaron en su corcel
La magnánima Isabel
Y el católico Fernando.

En esa región que encierra
Tantos recuerdos de gloria;
En ese altar de la Historia;
En ese edén de la tierra;
No el azote de la guerra
Infunde duelo y pavor,
Ni causa fiero dolor
Que mira asombrado el mundo
El negro contagio inmundo;
Allí otra plaga mayor.

Surgen allí tempestades
Del suelo entre las entrañas,
Y vacilan las montañas,
Y se arrasan las ciudades
Escombros y soledades
Son el cortijo y la aldea;
La muerte se enseñorea,
Y, en medio de tanta ruina,
Se ve cual llama divina
La Caridad que flamea.

Con sordo bramido el duelo
Todo lo enluta y recorre;
Yace la maciza torre
En pedazos sobre el suelo.
Salvarse forma el anhelo
De los espantados seres,
Y hombres, niños y mujeres
Las crispadas manos juntan,
Y viendo al cielo preguntan.
"Dinos Dios, ¿por qué nos hieres?"

Recordando en sus delitos
las bíblicas amenazas,
Van por las calles y plazas
Confesándolos a gritos.
Los corazones precitos
Se niegan a palpitar
Y todos ven transformar
Al golpe del terremoto,
El abismo el verde soto,
Y en escombros el hogar.

Se abate el pesado muro
Que adornó silvestre yedra
Y brotan de cada piedra
Una oración y un conjuro.
No hay un asilo seguro;
Ciérnese el ángel del mal;
Cada fosa sepulcral
Abrese ante fuerza extraña,
Y parece que en España
Comienza el juicio final.

Y entre la nube sombría
Que el denso polvo levanta,
El coro terrible espanta
De los gritos de agonía.
Y entre aquella vocería,
Con rostro desencajado,
El padre busca espantado,
Con ayes desgarradores
El nido de sus amores,
Entre escombros sepultado.

Convulsa, pálida errante,
Sobre el suelo que se agita
La madre se precipita
Por la angustia delirante;
Vuela en pos del hijo amante;
El rostro al abismo asoma
Lo llama llorando, y toma
Por voz del hijo querido,
La que acompaña al crujido
De un techo que se desploma.

En repentina orfandad,
Trémulas las manos tienden
Los niños, que no comprenden
Su espantosa soledad.
Tan sólo la caridad
Velará después por ellos,
Curando con sus destellos
su miseria y su aflicción:
¡Cómo no amarlos, si son
Tan inocentes, tan bellos!

¿Qué pecho no se conmueve
Ante cuadro tan sombrío,
Que al corazón más bravío
A contemplar no se atreve?
Ante el infortunio aleve
¿Quién no es noble? ¿quién no es bueno?
¿Quién de piedad no está lleno,
Cuando es la virtud mayor,
Aun más que el propio dolor,
Sentir el dolor ajeno?

Manda ¡oh, noble patria mía!
La ofrenda de tus piedades
A las hoy tristes ciudades
De la hermosa Andalucía.
No es favor, es hidalguía;
Es deber, no vanidad.
Llamen otro Caridad
Estos óbolos del hombre,
Tienen nombre, sólo un nombre;
Se llaman Fraternidad.

Con tierno entusiasmo santo,
Mezcla ¡oh patria amante y buena!
Esa pena con tu pena,
Ese llanto con tu llanto.
Si al mirar ese quebranto,
Tu triste historia repasas,
Verás que angustias no escasas
Pasó, entre llantos prolijos,
Por amparar a tus hijos
Bartolomé de las Casas.
Ignacio Ramírez
Soneto -

Heme al fin en el antro de la muerte
do no vuelan las penas y dolores,
do no brillan los astros ni las flores,
donde no hay un recuerdo que despierte.

Si algún día natura se divierte
rompiendo de esta cárcel los horrores,
y sus soplos ardientes, erradores
sobre mi polvo desatado vierte,

yo, por la eternidad ya devorado,
¿gozaré si ese polvo es una rosa?,
¿gemiré si una sierpe en él anida?

Ni pesadillas me dará un cuidado,
ni espantará mi sueño voz odiosa,
ni todo un Dios me volverá a la vida.




IGNACIO RAMIREZ  HONDURAS

(Banquete fraternal de la Sociedad Gregoriana,

Cesen las risas y comience el llanto.
Esta mesa en sepulcro se convierte.
¡Vivos y muertos, escuchad mi canto!

Mientras que vinos espumosos vierte
nuestra antigua amistad, en este día,
y con alegres brindis se divierte;

y en raudales se escapa la armonía;
y la insaciable gula se despierta;
y va de flor en flor la poesía;

y el júbilo de todos se concierta
en una sola exclamación: ¡gocemos!,
y gozamos... La muerte está a la puerta.

Rechazar unas sombras, ¿no las vemos?
¡Ellas nos tienden suplicantes manos!
Ese acento, esos rostros conocemos.

¿No los oís?, ¡se llaman gregorianos!
Permíteles entrar, ¡oh muerte adusta!
He aquí su asiento... Son nuestros hermanos.

Pudo del mundo la sentencia injusta
proscribirlos, mas no de mi memoria:
Conversar con los muertos no me asusta.

Algunos de ellos viven en la historia;
otros, en florecer ocultamente
cifraron su placer, su orgullo y gloria.

Villalba asoma su tranquila frente
y el fraternal abrazo me reclama...
Y yo no puedo declararlo ausente.

¡Ay! en Fonseca ved cómo se inflama
el paternal cariño, no olvidado,
y, por nosotros, lágrimas derrama.

¿Será de nuestro seno arrebatado
Domínguez, que constante nos traía
un fiel amor y un nombre venerado?

¿No guarda nuestro oído todavía
los brindis que en el último banquete
pronuncian Soto, Iglesias y García?

Pero ¿será la Parca quien respete
los votos del dolor? ¡Empeño vano!
¡Turba de espectros, a tus antros vete!

¡Separóse el hermano del hermano!
Para sentaros a la mesa es tarde,
¡para irnos con vosotros es temprano!

Para vosotros, ¡infelices!, no arde
ya un solo leño en el hogar; ni miro
cuál copa vuestros ósculos aguarde.

¡Sólo va tras vosotros un suspiro!
Idos en paz; y quiera la fortuna
no cerrar a la luz vuestro retiro.

Odio el sepulcro, convertido en cuna
de vil insecto o sierpe venenosa
donde jamás se asoman sol ni luna.

Arraigue en vuestros huesos una rosa
donde aspire perfumes el rocío
y reine la pintada mariposa.

Escuchad sin temor el rayo impío;
y sonreíd al contemplar cercano,
vida esparciendo, un caudaloso río.

¡Para irnos con vosotros es temprano!
Aguarde, por lo menos, la Impaciente
que la copa se escape de la mano.

Más que a vosotros ¡ay! rápidamente
¿por qué de la existencia nos desnuda?
A éste despoja la adornada frente;

al otro dobla con su mano ruda;
a unos envuelve en amarillo velo;
y algunos sienten una garra aguda

en las entrañas, y en las venas hielo.
¡Ay! otra vez vendrá la primavera
y hallará en nuestro hogar el llanto, el duelo;

y este festín veremos desde afuera.
Tal vez alguno a despedirse vino.
Turba de espectros, al que parte, espera.

¿Sabéis cuál es el puerto, del camino
que llevamos? La tumba. Ya naufraga
nuestra nave; en astillas cae el pino;

quién en las aguas moribundo vaga;
quién a la débil tabla se confía,
y el que a la jarcia se subió, no apaga

la luz de la esperanza todavía,
y conviertan sus golpes viento y olas,
y el cielo inexorable un rayo envía.

Sube el fuego a bajar las banderolas,
y el ave de rapiña, el triste caso,
y las fieras del mar lo saben solas.

¿Qué es nuestra vida sino tosco vaso
cuyo precio es el precio del deseo
que en él guardan natura y el acaso?

Si derramado por la edad le veo,
sólo en las manos de la sabia tierra
recibirá otra forma y otro empleo.

Cárcel es y no vida la que encierra
privaciones, lamentos y dolores.
Ido el placer, la muerte ¿a quién aterra?

Madre naturaleza, ya no hay flores
por do mi paso vacilante avanza.
Nací sin esperanza ni temores:
Vuelvo a ti sin temores ni esperanza.





PEDRO SALINAS

CERO
Y esa Nada, ha causado muchos llantos,
Y Nada fue instrumento de la Muerte,
Y Nada vino a ser muerte de tantos.
Francisco de Quevedo
Ya maduró un nuevo cero
que tendrá su devoción.
Antonio Machado
I
Invitación al llanto. Esto es un llanto, ojos sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero —autor de nadas,
obra del hombre—, un cero, cuando estalla.
Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombres, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría. Abstractos
colores sin habitantes,
embuste liso de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
—márgenes de nubes blancas—
de las tierras de la tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante ¿quién
le tiene lástima? Lástima
da una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada.
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires transparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
la azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?
Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.
             Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Él era un niño —allá atrás—
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal. Carreras,
topadas, risas, caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo. Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás; infancia
triscando con el cordero
y retozos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.
Mientras,
detrás de tanta blancura
en la tierra —no era mapa—
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.
II
Muerto inicial y víctima primera:
lo que va a ser y expira en los umbrales
—«¡pronto!», «¡en seguida!», «¡ya!»—, nuncios de dichas
Pero la anunciación jamás se cumple:
la que aguardaba el éxtasis, doncella,
se quedará en su orilla, para siempre
entre su cuerpo y Dios alma suspensa.
¡Qué de esparcidas ruinas de futuro
por todo alrededor, sin que se vean!
Primer beso de amantes incipientes.
¡Asombro! ¿Es obra humana tanto gozo?
¿Podrán los labios repetirlo? Vuelan
hacia el segundo beso; más que beso,
claridad quieren, buscan la certeza
alegre de su don de hacer milagros
donde las bocas férvidas se encuentran.
¿Por qué si ya los hálitos se juntan
los labios a posarse nunca llegan?
Tan al borde del beso, no se besan.
Obediente al ardor de un mediodía
la moza muerde ya la fruta nueva.
La boca anhela el más celado jugo;
del anhelo no pasa. Se le niega
cuando el labio presiente su dulzura
la condensada dentro, primavera,
pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a la almendra.
Consumación feliz de tanta ruta,
último paso, amante, pie en el aire,
que trae amor adonde amor espera.
Tiembla Julieta de Romeos próximos,
ya abre el alma a Calisto, Melibea.
Pero el paso final no encuentra suelo.
¿Dónde, si se hunde el mundo en la tiniebla,
si ya es nada Verona, y si no hay huerto?
De imposibles se vuelve la pareja.
¿Y esa mano —¿de quién?—, la mano trunca
blanca, en el suelo, sin su brazo, huérfana,
que busca en el rosal la única abierta,
y cuando ya la alcanza por el tallo
se desprende, dejándose a la rosa,
sin conocer los ojos de su dueña?
¡Cimeras alegrías tremolantes,
gozo inmediato, pasmo que se acerca:
la frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto,
perfección vislumbrada, nunca nuestra!
¡Imágenes que inclinan su hermosura
sobre espejos que nunca las reflejan!
¡Qué cadáver ingrávido: un mañana
que muere al filo de su aurora cierta!
Vísperas son capullos. Sí, de dichas;
sí, de tiempo, futuros en capullos.
¡Tan hermosas, las vísperas!
¡Y muertas!
III
¿Se puede hacer más daño, allí en la tierra?
Polvo que se levanta de la ruina,
humo del sacrificio, vaho de escombros
dice que sí se puede. Que hay más pena.
Vasto ayer que se queda sin presente,
vida inmolada en aparentes piedras.
¡Tanto afinar la gracia de los fustes
contra la selva tenebrosa alzados
de donde el miedo viene al alma, pánico!
Junto a un altar de azul, de ola y espuma,
el pensar y la piedra se desposan;
el mármol, que era blanco, es ya blancura.
Alborean columnas por el mundo,
ofreciéndole un orden a la aurora.
No terror, calma pura da este bosque,
de noble savia, pórtico.
Vientos y vientos de dos mil otoños
con hojas de esta selva inmarcesible
quisieran aumentar sus hojarascas.
Rectos embisten, curvas les engañan.
Sin botín huyen. ¿Dónde está su fronda?
No pájaros, sus copas, procesiones
de doncellas mantienen en lo alto,
que atraviesan el tiempo, sin moverse.
Este espacio que no era más que espacio
a nadie dedicado, aire en vacío,
la lenta cantería lo redime
piedras poniendo, de oro, sobre piedras,
de aquella indiferencia sin plegaria.
Fiera luz, la del sumo mediodía,
claridad, toda hueca, de tan clara
va aprendiendo, ceñida entre altos muros
mansedumbres, dulzuras; ya es misterio.
Cantan coral callado las ojivas.
Flechas del alba cruzan por los santos
incorpóreos; no hieren, les traen vida
de colores. La noche se la quita.
La bóveda, al cerrarse abre más cielo.
Y en la hermosura vasta de estos límites
siente el alma que nada la termina.
Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora
el torno la conduce hasta su auge:
suave concavidad, nido de dioses.
Poseidón, Venus, Iris, sus siluetas
en su seno se posan. A esta crátera
ojos, siempre sedientos, a abrevarse
vienen de agua de mito, inagotable.
Guarda la copa en este fondo oscuro
callado resplandor, eco de Olimpo.
Frágil materia es, mas se acomodan
los dioses, los eternos, en su círculo.

Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el tiempo
profusión fabulosa. Cuando rueda
el mundo, tesorero, ya sumando
—en cada vuelta gana una hermosura—
a belleza de ayer, belleza inédita.
Sobre sus hombros gráciles las horas
dádivas imprevistas acarrean.
¿Vida? Invención, hallazgo, lo que es
hoy a las cuatro, y a las tres no era.
Gozo de ver que si se marchan unas
trasponiendo la ceja de la tarde,
por el nocturno alcor otras se acercan.
Tiempo, fila de gracias que no cesa.
¡Qué alegría, saber que en cada hora
algo que está viniendo nos espera!
Ninguna ociosa, cada cual su don;
ninguna avara, todo nos lo entregan.
Por las manos que abren somos ricos
y en el regazo, tierra, de este mundo
dejando van sin pausa
novísimos presentes: diferencias.
¿Flor? Flores. ¡Qué sin fin de flores, flor!
Todo, en lo igual, distinto: primavera.
Cuando se ve la tierra amanecerse
se siente más feliz. La luz que llega
a estrenarle las obras que este día
le acrece su plural. ¡Es más diversa!
IV
El cero cae sobre ellas.
Ya no las veo, a las muchas,
las bellísimas, deshechas,
en esa desgarradora
unidad que las confunde,
en la nada, en la escombrera.
Por el escombro busco yo a mis muertos;
mas me duele su ser tan invisibles.
Nadie los ve; lo que se ve son formas
truncas; prodigios eran, singulares,
que retornan, vencidos, a su piedra.
Muertos añosos, muertos a lo lejos,
cadáveres perdidos,
en ignorado osario perfecciona
la tierra, lentamente, su esqueleto.
Su muerte fue hace mucho. Esperanzada
en no morir, su muerte. Ánima dieron
a masas que yacían en canteras.
Muchas piedras llenaron de temblores.
Mineral que camina hacia la imagen,
misteriosa tibieza, ya corriendo
por las vetas del mármol,
cuando, curva tras curva, se le empuja
hacia su más, a ser pecho de ninfa.
Piedra que late así con un latido
de carne que no es suya, entra en el juego
—ruleta son las horas y los días—:
el jugarse a la nada, o a lo eterno
el caudal de sus formas confiado:
el alma de los hombres, sus autores.
Si es su bulto de carne fugitivo,
ella queda detrás, la salvadora
roca, hija de sus manos, fidelísima,
que acepta con marmóreo silencio
augusto compromiso: eternizarlos.
Menos morir, morir así: transbordo
de una carne terrena a bajel pétreo
que zarpa, sin más aire que le impulse
que un soplo, al expirar, último aliento.
Travesía que empieza, rumbo a siempre;
la brújula no sirve, hay otro norte
que no confía a mapas su secreto;
misteriosos pilotos invisibles,
desde tumbas los guían, mareantes
por aguja de fe, según luceros.
Balsa de dioses, ánfora.
Naves de salvación con un polícromo
velamen de vidrieras, y sus cuentos.
Mármol, que flota porque viste de Venus.
Naos prodigiosas, sin cesar hendiendo
inmóviles, con proas tajadoras
auroras y crepúsculos, espumas
del tumbo de los años; años, olas
por los siglos alzándose y rompiendo.
Peripecia suprema día y noche,
navegar tesonero
empujado por racha que no atregua:
negación del morir, ansia de vida,
dando sus velas, piedras, a los vientos.
Armadas extrañísimas de afanes,
galeras, no de vivos, no de muertos,
tripulaciones de querencias puras,
incansables remeros,
cada cual con su remo, lo que hizo,
soñando en recalar en la celeste
ensenada segura, la que está
detrás, salva, del tiempo.
V
¡Y todos, ahora, todos,
qué naufragio total, en este escombro!
No tibios, no despedazados miembros
me piden compasión, desde la ruina:
de carne antigua voz antigua, oigo.
Desgarrada blancura, torso abierto,
aquí, a mis pies, informe.
Fue ninfa geométrica, columna.
El corazón que acaban de matarle,
Leuquipo, pitagórico,
calculador de sueños, arquitecto,
de su pecho lo fue pasando a mármoles.
Y así, edad tras edad, en estas cándidas
hijas de su diseño
su vivir se salvó. Todo invisible,
su pálpito y su fuego.
Y ellas abstractos bultos se fingían,
pura piedra, columnas sin misterio.
Más duelo, más allá: serafín trunco,
ángel a trozos, roto mensajero.
Quebrada en seis pedazos
sonrisa, que anunciaba, por el suelo.
Entre el polvo guedejas
de rubia piedra, pelo tan sedeño
que el sol se lo atusaba a cada aurora
con sus dedos primeros.
Alas yacen usadas a lo altísimo,
en barro acaba su plumaje célico.
(A estas plumas de ángel desalado
encomendó su vuelo
sobre los siglos el hermano Pablo,
dulce monje cantero.)
Sigo escombro adelante, solo, solo.
Hollando voy los restos
de tantas perfecciones abolidas.
Años, siglos, por siglos acudieron
aquí, a posarse en ellas; rezumaban
arcillas o granitos,
linajes de humedad, frescor edénico.
No piso la materia; en su pedriza
piso el mayor dolor, tiempo deshecho.
Tiempo divino que llegó a ser tiempo
poco a poco, mañana tras su aurora,
mediodía camino de su véspero,
estío que se junta con otoño,
primaveras sumadas al invierno.
Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo.
Camino sobre anhelos hechos trizas
sobre los días lentos
que le costó al cincel llegar al ángel;
sobre ardorosas noches,
con el ardor ardidas del desvelo
que en la alta madrugada da, por fin,
con el contorno exacto de su empeño...
Hollando voy las horas jubilares:
triunfo, toque final, remate, término
cuando ya, por constancia o por milagro,
obra se acaba que empezó proyecto.
Lo que era suma en un instante es polvo.
¡Qué derroche de siglos, un momento!
No se derrumban piedras, no, ni imágenes;
lo que se viene abajo es esa hueste
de tercos defensores de sus sueños.
Tropa que dio batalla a las milicias
mudas, sin rostro, de la nada; ejército
que matando a un olvido cada día
conquistó lentamente los milenios.
Se abre por fin la tumba a que escaparon;
les llega aquí la muerte de que huyeron.
Ya encontré mi cadáver, el que lloro.
Cadáver de los muertos que vivían
salvados de sus cuerpos pasajeros.
Un gran silencio en el vacío oscuro,
un gran polvo de obras, triste incienso,
canto inaudito, funeral sin nadie.
Yo solo le recuerdo, al impalpable,
al NO dicho a la muerte, sostenido
contra tiempo y marea: ése es el muerto.
Soy la sombra que busca en la escombrera.
Con sus siete dolores cada una
mil soledades vienen a mi encuentro.
Hay un crucificado que agoniza
en desolado Gólgota de escombros,
de su cruz separado, cara al cielo.
Como no tiene cruz parece un hombre.
Pero aúlla un perro, un infinito perro
—inmenso aullar nocturno ¿desde dónde?—,
voz clamante entre ruinas por su Dueño.







Gabriel Celaya ESPAÑA

ESPAÑA EN MARCHA

Nosotros somos quien somos.
¡Basta de Historia y de cuentos!
¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos.

Ni vivimos del pasado,
ni damos cuerda al recuerdo.
Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos.

Somos el ser que se crece.
Somos un río derecho.
Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.

Somos bárbaros, sencillos.
Somos a muerte lo ibero
que aún nunca logró mostrarse puro, entero y verdadero.

De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a muerto.

¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.

No reniego de mi origen
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo.

Españoles con futuro
y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.

Recuerdo nuestros errores
con mala saña y buen viento.
Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del sueño.

Vuelvo a decirte quién eres.
Vuelvo a pensarte, suspenso.
Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que empiezo.

No quiero justificarte
como haría un leguleyo,
Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.

España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.



BLAS DE OTERO

ME QUEDA LA PALABRA
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.


BLAS DE OTERO

PIDO LA PAZ Y LA PALABRA
Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.








Jorge Luis Borges
España

Más allá de los símbolos,
más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios,
más allá de la aberración del gramático
que ve en la historia del hidalgo
que soñaba ser don Quijote y al fin lo fue,
no una amistad y una alegría
sino un herbario de arcaísmos y un refranero,
estás, España silenciosa, en nosotros.
España del bisonte, que moriría
por el hierro o el rifle,
en las praderas del ocaso, en Montana,
España donde Ulises descendió a la Casa de Hades,
España del íbero, del celta, del cartaginés, y de Roma,
España de los duros visigodos,
de estirpe escandinava,
que deletrearon y olvidaron la escritura de Ulfilas,
pastor de pueblos,
España del Islam, de la cábala
y de la Noche Oscura del Alma,
España de los inquisidores,
que padecieron el destino de ser verdugos
y hubieran podido ser mártires,
España de la larga aventura
que descifró los mares y redujo crueles imperios
y que prosigue aquí, en Buenos Aires,
en este atardecer del mes de julio de 1964,
España de la otra guitarra, la desgarrada,
no la humilde, la nuestra,
España de los patios,
España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,
España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,
España del inútil coraje,
podemos profesar otros amores,
podemos olvidarte
como olvidamos nuestro propio pasado,
porque inseparablemente estás en nosotros,
en los íntimos hábitos de la sangre,
en los Acevedo y los Suárez de mi linaje,
España,
madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,
incesante y fatal.



Francisco de Quevedo


Poderoso caballero es don dinero



Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.





LAMENTO POR EL ARBOLITO DE PHILIP+





ARTE POÉTICA
como un martillo la realidad/bate
las telitas del alma o corazón/forja en
caliente o frío/no presume/resaca
ilusiones podridas/piensa
como un pájaro ronco/delira
en su revés/ruge cual
la tigra de Pascual/pisa
las telitas del alma o corazón/crepitaba
mañana en tu calor/sonará
como un tiro en la frente del compañero muerto ayer
y en lo que todavía habrá de morir y nacer/
como un martillo




CARLOS  BOUSOÑO


Mientras en tu oficina respiras, bostezas, te abandonas, o
             dictas en tu clase una lección
ante extraños alumnos que fijamente te contemplan, con
              sueño aún en la temprana hora;
mientras hablas, mientras gesticulas en el café,
o inmóvil te concentras en la meditación
de tu escritorio, o echado en el hondo diván
repasas lentamente recuerdos de tu vida; mientras quieto te
             abismas en la visión de la llanura interminable, o
             mientras escribes una lenta palabra y te recreas en su
             dulce sonido, en su amorosa realidad,
caes, estás cayendo hacia atrás por una quebrada del monte,
estás rodando entre piedras y cardos por la abrupta pendiente
hacia un barranco en el que corre un río,
rápido como el viento un río corre,
estás herido en la boca, en las manos, el pecho,
sangras por un oído, te despeñas por el farallón
cabeza abajo,
con las piernas en abierto compás,
hacia el fondo, ya con los huesos rotos,
crispadas mano y boca, hacia el abismo, abajo,
súbitamente próximo,
una palabra escribes lentamente, te concentras, murmuras, en
           el café discutes, muy despacio sonríes, adelantas una
           noble razón,
aduces un adorno, un tejido, un recamado oro,
hablando en la tarima de tu clase diserta,
donde todos están cabeza abajo.




BLAS DE OTERO

...porque la mayor locura que puede
hacer un hombre en esta vida es
dejarse morir, sin más ni más...
SANCHO
(Quijote, II cap. 74.)

1

Me llamarán, nos llamarán a todos.
Tú, y tú, y yo, nos turnaremos,
en tornos de cristal, ante la muerte.
Y te expondrán, nos expondremos todos
a ser trizados ¡zas! por una bala.

Bien lo sabéis. Vendrán
por ti, por ti, por mí, por todos.
Y también
por ti.

(Aquí no se salva ni dios, lo asesinaron.)

Escrito está. Tu nombre está ya listo,
temblando en un papel. Aquél que dice:
abel, abel, abel...o yo, tú, él...

2

Pero tú , Sancho Pueblo,
pronuncias anchas sílabas,
permanentes palabras que no lleva el viento..


LEON FELIPE


Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda,
piedra pequeña
y
ligera...




La insignia
Alocución poemática


¿HABÉIS hablado ya todos?
¿Habéis hablado ya todos los españoles?
Ha hablado el gran responsable revolucionario,
y los pequeños responsables;
ha hablado el alto comisario,
y los comisarios subalternos;
han hablado los partidos políticos,
han hablado los gremios,
los Comités,
y los Sindicatos,
han hablado los obreros y los campesinos;
han hablado los menestrales:
ha hablado el peluquero,
el mozo de café
y el limpiabotas.
Y han hablado los eternos demagogos también.
Han hablado todos.
Creo que han hablado todos.
¿Falta alguno?
¿Hay algún español que no haya pronunciado su palabra?...
¿Nadie responde?... (Silencio). Entonces falto yo sólo.
Porque el poeta no ha hablado todavía.
¿Quién ha dicho que ya no hay poetas en el mundo?
¿Quién ha dicho que ya no hay profetas?
Un día, los reyes y los pueblos,
para olvidar su destino fatal y dramático
y para poder suplantar el sacrificio con el cinismo y con la pirueta,
substituyeron al profeta por el bufón.
Pero el profeta no es más que la voz vernácula de un pueblo,
la voz legítima de su Historia,
el grito de la tierra primera que se levanta en el barullo del mercado, sobre el vocerío
de los traficantes.
Nada de orgullos
Ni jerarquías divinas ni genealogías eclesiásticas.
La voz de los profetas -recordadla-
Es la que tiene más sabor de barro.
De barro,
del barro que ha hecho al árbol -al naranjo y al pino-
del barrio que ha formado
nuestro cuerpo también.
Yo no soy más que una voz -la tuya, la de todos-
la más genuina,
la más general,
la más aborigen ahora,
la más antigua de esta tierra.
La voz de España que hoy se articula en mi garganta, como pudo articularse en otra
cualquiera.
Mi voz no es más que la onda de la tierra,
de nuestra tierra,
que me coge a mí hoy como una antena propicia.
Escuchad,
escuchad, españoles revolucionarios,
escuchad de rodillas.
No os arrodilléis ante nadie.
Os arrodilláis ante vosotros mismos,
ante vuestra misma voz,
ante vuestra misma voz que casi habíais olvidado.
De rodillas. Escuchad.
Españoles,
españoles revolucionarios,
españoles de la España legítima,
que lleva en sus manos el mensaje genuino de la raza para colocarlo humildemente
en el cuadro armonioso de la Historia Universal de mañana,
y junto al es fuerzo generoso de todos los pueblos del mundo...
escuchad:
Ahí están -miradlos-
ahí están, los conocéis bien.
Andan por toda Valencia,
están en la retaguardia de Madrid
y en la retaguardia de Barcelona también.
Están en todas las retaguardias.
Son los Comités,
los partidillos,
las banderías,
los Sindicatos,
los guerrilleros criminales de la retaguardia ciudadana.
Ahí los tenéis.
Abrazados a su botín reciente,
guardándole,
defendiéndole,
con una avaricia que no tuvo nunca el más degradado burgués.
¡A su botín!
¡Abrazados a su botín!
Porque no tenéis más que botín.
No le llaméis ni incautación siquiera.
El botín se hace derecho legítimo cuando está sellado por una victoria última y heroica.
Se va de lo doméstico a lo histórico,
y de lo histórico a lo épico.
Este ha sido siempre el orden que ha llevado la conducta del español en la Historia,
en el ágora
y hasta en sus transacciones,
que por eso se ha dicho siempre que el español no aprende nunca bien el oficio de mercader.
Pero ahora,
en esta revolución,
el orden se ha invertido.
Habéis empezado por lo épico,
habéis pasado por lo histórico
y ahora aquí,
en la retaguardia de Valencia,
frente a todas las derrotas,
os habéis parado en la domesticidad.
Y aquí estáis anclados,
Sindicalistas,
Comunistas,
Anarquistas,
Socialistas,
Trotskistas,
Republicanos de Izquierda...
Aquí estáis anclados,
custodiando la rapiña,
para que no se la lleve vuestro hermano.
La curva histórica del aristócrata, desde su origen popular y heroico hasta su última
degeneración actual, cubre en España más de tres siglos.
La del burgués, setenta años.
Y la vuestra, tres semanas.
¿Dónde está el hombre?
¿Dónde está el español?
Que no he de ir a buscarle al otro lado.
El otro lado es la tierra maldita, la España maldita de Caín, aunque la haya bendecido el Papa.
Si el español está en algún sitio, ha de ser aquí.
Pero, ¿dónde, dónde?...
Porque vosotros os habéis parado ya
y no hacéis más que enarbolar todos los días nuevas banderas con las camisas rotas
y con los trapos sucios de la cocina.
Y si entrasen los fascistas en Valencia mañana, os encontrarían a todos haciendo
guardia ante las cajas de caudales.
Esto no es derrotismo, como decís vosotros.
Yo sé que mi línea no se quiebra,
que no la quiebran los hombres,
y que tengo que llegar hasta Dios para darle cuenta de algo que puso en mis manos
cuando nació la primera substancia española.
Esto es lógica inexorable.
Vencen y han vencido siempre en la Historia inmediata, el pueblo y el ejército que
han tenido un punto de convergencia, aunque este punto sea tan endeble y
tan absurdo como una medalla de aluminio bendecida por un cura sanguinario.
Es la insignia de los fascistas.
Esta medalla es la insignia de los fascistas.
Una medalla ensangrentada de la Virgen.
Muy poca cosa.
Pero, ¿qué tenéis vosotros ahora que os una más?
Pueblo español revolucionario,
¡estás solo!
¡Solo!
Sin un hombre y sin un símbolo.
Sin un emblema místico donde se condense el sacrificio y la disciplina.
Sin un emblema solo donde se hagan bloque macizo y único todos tus esfuerzos y
todos tus sueños de redención.
Tus insignias,
tus insignias plurales y enemigas a veces, se las compras en el mercado caprichosamente
al primer chamarilero de la Plaza de Castelar,
de la Puerta del Sol
o de las Ramblas de Barcelona.
Has agotado ya en mil combinaciones egoístas y heterodoxas todas las letras del alfabeto.
Y has puesto de mil maneras diferentes, en la gorra y en la zamarra
el rojo
y el negro,
la hoz,
el martillo
y la estrella.
Pero aún no tienes una estrella SOLA,
Después de haber escupido y apagado la de Belem.
Españoles,
españoles que vivís el momento más trágico de toda nuestra Historia,
¡estáis solos!
¡Solos!
El mundo,
todo el mundo es nuestro enemigo, y la mitad de nuestra sangre -la sangre podrida
y bastarda de Caín- se ha vuelto contra nosotros también.
¡Hay que encender una estrella!
¡Una sola, sí!
Hay que levantar una bandera.
¡Una sola, sí!
Y hay que quemar las naves.
De aquí no se va más que a la muerte o a la victoria.
Todo me hace pensar que a la muerte.
No porque nadie me defiende
sino porque nadie me entiende.
Nadie entiende en el mundo la palabra "justicia". Ni vosotros siquiera.
Y mi misión era estamparla en la frente del hombre
y clavarla después en la Tierra
como el estandarte de la última victoria.
Nadie me entiende.
Y habrá que irse a otro planeta
con esta mercancía inútil aquí,
con esta mercancía ibérica y quijotesca.
¡Vamos a la muerte!
Sin embargo,
aún no hemos perdido aquí la última batalla,
la que se gana siempre pensando que ya no hay más salida que la muerte.
¡Vamos a la muerte!
Este es nuestro lema.
Que se despierte Valencia y que se ponga la mortaja.
¡Gritad,
gritad todos.
Tú, el pregonero y el speaker,
echad bandos,
encended las esquinas con letras rojas
que anuncien esta sola proclama:
¡Vamos a la muerte!
Que lo oigan todos. Todos.
Los que trafican con el silencio
Y los que trafican con las insignias.
Chamarileros de la Plaza de Castelar,
chamarileros de la Puerta del Sol,
chamarileros de las Ramblas de Barcelona
destrozad,
quemad vuestra mercancía.
Ya no hay insignias domésticas,
ya no hay insignias de latón.
Ni para los gorros
ni para las zamarras.
Ya no hay cédulas de identificación.
Ya no hay más cartas legalizadas
ni por los Comités
ni por los Sindicatos.
¡Que les quiten a todos los carnets!
Ya no hay más que un problema.
Ya no hay más que una estrella,
Una sola, SOLA, y ROJA, sí,
pero de sangre y en la frente,
que todo español revolucionario ha de hacérsela
hoy mismo,
ahora mismo
y con sus propias manos.
Preparad los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo los hierros.
Id a las fraguas.
Que os pongan en la frente el sello de la justicia.
Madres,
madres revolucionarias,
estampad este grito indeleble de justicia
en la frente de vuestros hijos.
Allí donde habéis puesto siempre vuestros besos más limpios.
(Esto no es una imagen retórica.
Yo no soy el poeta de la retórica.
Ya no hay retórica.
La revolución ha quemado
todas las retóricas.)
Que nadie os engañe más.
Que no haya pasaportes falsos
ni de papel
ni de cartón
ni de hojadelata.
Que no haya más disfraces
ni para el tímido
ni para el frívolo
ni para el hipócrita
ni para el clown
ni para el comediante.
Que no haya más disfracesv ni para el espía que se sienta a vuestro lado en el café,
ni para el emboscado que no sale de su madriguera.
Que no se escondan más en un indumento proletario esos que aguardan a Franco con
las últimas botellas de champán en la bodega.
Todo aquel que no lleve mañana este emblema español revolucionario, este grito de
¡Justicia! sangrando en la frente, pertenece a la Quinta Columna.
Ninguna salida ya
a las posibles traiciones.
Que no piense ya nadie
en romper documentos comprometedores
ni en quemar ficheros
ni en tirar la gorra a la cuneta
en las huídas premeditadas.
Ya no hay huídas.
En España ya no hay más que dos posiciones fijas e inconmovibles.
Para hoy y para mañana.
La de los que alzan la mano para decir cínicamente: "Yo soy un bastardo español"
y la de los que la cierran con ira para pedir justicia bajo los cielos implacables.
Pero ahora este juego de las manos ya no basta tampoco.
Hace falta más.
Hacen falta estrellas, sí, muchas estrellas,
pero de sangre,
porque la retaguardia tiene que dar la suya también.
Una estrella de sangre roja,
de sangre roja española.
Que no haya ya quien diga:
esa estrella es de sangre extranjera.
Y que no sea obligatoria tampoco.
Que mañana no pueda hablar nadie de imposiciones,
que no pueda decir ninguno que se le puso la pistola en el pecho.
Es un tatuaje revolucionario, sí.
Yo soy revolucionario,
España es revolucionaria,
Don Quijote es revolucionario.
Lo somos todos. Todos.
Todos los que sienten este sabor de justicia que hay en nuestra sangre y que se nos
hace hiel y ceniza cuando sopla el viento del norte.
Es un tatuaje revolucionario,
pero español.
Y heroico también.
Y voluntario además.
Es un tatuaje que buscamos sólo para definir nuestra fe.
No es más que una definición de fe.
Hay dos vientos hoy que sacuden furiosos a los hombres de España,
dos ráfagas fatales que empujan a los hombres de Valencia.
El viento dramático de los grandes destinos, que arrastra a los héroes a la victoria o
a la muerte,
y la ráfaga de los pánicos incontrolables que se lleva la carne muerta y podrida de los
naufragios a las playas de la cobardía y del silencio.
Hay dos vientos, ¿no los oís?
Hay dos vientos, españoles de Valencia.
El uno va a la Historia.
El otro va al silencio.
El uno va a la épica.
El otro a la vergüenza.
Responsables:
El gran responsable y los pequeños responsables:
Abrid las puertas,
derribad las vallas de los Pirineos.
Dadle camino franco
a la ráfaga amarilla de los que tiemblan.
Una vez más veré el rebaño de los cobardes huir hacia el ludibrio.
Una vez más veré en piara la cobardía.
Os veré otra vez
robándole el asiento
a los niños y a las madres.
Os veré otra vez.
Pero vosotros os estaréis viendo siempre.
Un día moriréis fuera de vuestra Patria. En la cama tal vez. En una cama de sábanas
blancas, con los pies desnudos (no con los zapatos puestos, como ahora se muere en España), con los pies desnudos y ungidos, acaso, con los óleos santos. Porque moriréis muy santamente, y de seguro con un crucifijo y con una oración de arrepentimiento en los labios. Estaréis ya casi con la muerte, que llega siempre. Y os acordaréis -¡claro que os acordaréis!- de esta vez que la huistéis y la burlásteis, usurpándole el asiento a un niño en un autobús de evacuación. Será vuestro último pensamiento. Y allá, al otro lado, cuando ya no seáis más que una conciencia suelta, en el tiempo y en el espacio, y cai gáis precipitados al fin en los tormentos dantescos -porque o creo en el infierno también- no os veréis más que así, siempre, siempre, siempre,
robándole el asiento a un niño en un autobús de evacuación.
El castigo del cobarde ya sin paz y sin salvación por toda la eternidad.
No importa que no tengas un fusil,
quédate aquí con tu fe.
No oigas a los que dicen: la huída puede ser una política.
No hay más política en la Historia que la sangre.
A mí no me asusta la sangre que se vierta,
a mí me alegra la sangre que se vierte.
Hay una flor en el mundo que sólo puede crecer si se la riega con sangre.
La sangre del hombre
está hecha no sólo para mover su corazón
sino para llenar los ríos de la Tierra,
las venas de la Tierra, y mover el corazón del mundo.
¡Cobardes: hacia los Pirineos, al destierro!
¡Héroes: a los frentes, a la muerte!
Responsables:
el grande y los pequeños responsables:
organizad el heroísmo,
unificad el sacrificio.
Un mando único. Sí.
Pero para el último martirio.
¡Vamos a la muerte!
Que lo oiga todo el mundo.
Que lo oigan los espías.
¿Qué importa ya que lo oigan los espías?
Que lo oigan ellos, los bastardos.
¿Qué importa ya que lo oigan los bastardos?
¿Qué importan ya todas esas voces de allá abajo,
si empezamos a cabalgar sobre la épica?
A estas alturas de la Historia ya no se oye nada.
Se va hacia la muerte...
y abajo queda el mundo de las raposas,
y de los que pactan con las raposas.
Abajo quedas tú, Inglaterra,
vieja raposa avarienta,
que tienes parada la Historia de Occidente hace más de tres siglos
y encadenado a Don Quijote.
Cuando acabe tu vida
y vengas ante la Historia grande
donde te aguardo yo,
¿qué vas a decir?
¿Qué astucia nueva vas a inventar entonces para engañar a Dios?
¡Raposa!
¡Hija de raposos!
Italia es más noble que tú.
Y Alemania también.
En sus rapiñas y en sus crímenes
hay un turbio hálito nietzscheano de heroísmo en el que no pueden respirar los mercaderes,
un gesto impetuoso y confuso de jugárselo todo a la última carta, que no pueden
comprender los hombres pragmáticos.
Si abriesen sus puertas a los vientos del mundo,
si las abriesen de par en par,
y pasasen por ellas la Justicia
y la Democracia Heroica del hombre,
yo pactaría con las dos para echar sobre tu cara de vieja raposa sin dignidad y sin amor
toda la saliva y todo el excremento del mundo.
¡Vieja raposa avarienta:
has escondido,
soterrado en tu corral,
la llave milagrosa que abre la puerta diamantina de la Historia...
No sabes nada.
No entiendes nada y te metes en todas las casas
a cerrar ventanas
y a cegar la luz de las estrellas!
Y los hombres te ven y te dejan.
Te dejan porque creen que ya se les han acabado los rayos a Júpiter.
Pero las estrellas no duermen.
No sabes nada.
Has amontonado tu rapiña detrás de la puerta, y tus hijos, ahora, no pueden abrirla
para que entren los primeros rayos de la aurora nueva del mundo.
Vieja raposa avarienta,
eres un gran mercader.
Sabes llevar muy bien
las cuentas de la cocina
y piensas que yo no sé contar.
Sí sé contar.
He contado mis muertos.
Los he contado todos,
los he contado uno por uno.
Los he contado en Madrid,
los he contado en Oviedo,
los he contado en Málaga,
los he contado en Guernica,
los he contado en Bilbao...
Los he contado en todas las trincheras,
en los hospitales,
en los depósitos de los cementerios,
en las cunetas de las carreteras,
en los escombros de las casas bombardeadas.
Contando muertos este otoño por el Paseo de El Prado, creí una noche que caminaba
sobre barro, y eran sesos humanos que tuve por mucho tiempo pegados a
la suela de mis zapatos.
El 18 de noviembre, sólo en un sótano de cadáveres, conté trescientos niños muertos...
Los he contado en los carros de las ambulancias,
en los hoteles,
en los tranvías,
en el Metro...,
en las mañanas lívidas,
en las noches negras sin alumbrado y sin estrellas...
y en tu conciencia todos...
Y todos te los he cargado a tu cuenta.
¡Ya ves si sé contar!
Eres la vieja portera del mundo de Occidente,
tienes desde hace mucho tiempo las llaves de todos los postigos de Europav y puedes dejar entrar y salir a quien se te antoje.
Y ahora, por cobardía,
por cobardía nada más,
porque quieres guardar tu despensa hasta el último día de la Historia,
has dejado meterse en mi solar
a los raposos y a los lobos confabulados del mundo
para que se sacien en mi sangre
y no pidan enseguida la tuya.
Pero ya la pedirán,
ya la pedirán las estrellas...
Y aquí otra vez,
aquí
en estas alturas solitarias.
Aquí,
donde se oye sin descanso la voz milenaria
de los vientos,
del agua y de la arcilla
que nos ha ido formando a todos los hombres.
Aquí, donde no llega el desgalitado vocerío de la propaganda mercenaria.
Aquí,
donde no tiene resuello ni vida el asma de los diplomáticos.
Aquí,
donde los comediantes de la Sociedad de Naciones no tienen papel.
Aquí, aquí
ante la Historia,
ante la Historia grande
(la otra,
la que vuestro orgullo de gusanos enseña a los niños de las escuelas,
no es más que un registro de mentiras
y un índice de crímenes y vanidades).
Aquí, aquí
bajo la luz de las estrellas,
sobre la tierra eterna y prístina del mundo
y en la presencia misma de Dios.
Aquí, aquí, aquí
quiero decir ahora mi última palabra:
Españoles,
españoles revolucionarios:
¡El hombre se ha muerto!
Callad, callad.
Romped los altavoces
y las antenas,
arrancad de cuajo todos los carteles que anuncian vuestro drama en las esquinas del mundo.
¿Denuncias? ¿Ante quién?
Romped el Libro Blanco,
no volváis más vuestra boca con llamadas y lamentos hacia la tierra vacía.
¡El hombre se ha muerto!
Y sólo las estrellas pueden formar ya el coro de nuestro trágico destino.
No gritéis ya más vuestro martirio.
El martirio no se pregona,
se soporta
y se echa en los hombros como un legado y como un orgullo.
La tragedia es mía,
mía,
que no me la robe nadie.
Fuera,
Fuera todos.
Todos.
Yo aquí sola.
Sola
bajo las estrellas y los Dioses.
¿Quiénes sois vosotros?
¿Cuál es vuestro nombre?
¿De qué vientre venís?
Fuera... Fuera... ¡Raposos!
Aquí,
yo sola. Sola,
con la Justicia ahorcada.
Sola,
con el cadáver de la Justicia entre mis manos.
Aquí
yo sola, sola
con la conciencia humana,
quieta,
parada,
asesinada para siempre
en esta hora de la Historia
y en esta tierra de España,
por todos los raposos del mundo.
Por todos,
por todos.
¡Raposos!
¡Raposos!
¡Raposos!
El mundo no es más que una madriguera de raposos y la Justicia una flor que ya no prende en ninguna latitud.
Españoles,
españoles revolucionarios.
¡Vamos a la muerte!
Que lo oigan los espías.
¿Qué importa ya que lo oigan los espías?
Que lo oigan ellos, los bastardos.
¿Qué importa ya que lo oigan los bastardos?
A estas alturas de la Historia
ya no se oye nada.
Se va hacia la muerte
y abajo queda el mundo irrespirable de los raposos y de los que pactan con los raposos.
¡Vamos a la muerte!
¡Que se despierte Valencia
y que se ponga la mortaja!...EPÍLOGO
Escuchad todavía...
Refrescad antes mis labios y mi frente... tengo sed...
Y quiero hablar con palabras de amor y de esperanza.
Oíd ahora:
la Justicia vale más que un imperio, aunque este imperio abarque toda la curva del Sol.
Y cuando la Justicia está herida de muerte y nos llama en agonía desesperada, no podemos decir:
"yo aun no estoy preparado".
Esto está escrito en mi Biblia,
en mi Historia,
en mi Historia infantil y grotesca,
y mientras los hombres no lo aprendan el mundo no se salva.
Yo soy el grito primero, cárdeno y bermejo, de las grandes auroras de Occidente.
Ayer, sobre mi sangre mañanera, el mundo burgués edificó en América todas sus factorías y mercados,
sobre mis muertos de hoy, el mundo de mañana levantará la Primera Casa del Hombre.
Y yo volveré,
volveré porque aun hay lanzas y hiel sobre la Tierra.
Volveré,
volveré con mi pecho y con la Aurora otra vez.




Arcipreste de Hita
Lo que puede el dinero
Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar;
Al torpe hace discreto, hombre de respetar,
hace correr al cojo al mudo le hace hablar;
el que no tiene manos bien lo quiere tomar.

También al hombre necio y rudo labrador
dineros le convierten en hidalgo doctor;
Cuanto más rico es uno, más grande es su valor,
quien no tiene dinero no es de sí señor.

Y si tienes dinero tendrás consolación,
placeres y alegrías y del Papa ración,
comprarás Paraíso, ganarás la salvación:
donde hay mucho dinero hay mucha bendición.

El crea los priores, los obispos, los abades,
arzobispos, doctores, patriarcas, potestades
a los clérigos necios da muchas dignidades,
de verdad hace mentiras, de mentiras hace verdades.

El hace muchos clérigos y mucho ordenados,
muchos monjes y monjas, religiosos sagrados,
el dinero les da por bien examinados,
a los pobres les dicen que no son ilustrados.

Yo he visto a muchos curas en sus predicaciones,
despreciar el dinero, también sus tentaciones,
pero, al fin, por dinero otorgan los perdones,
absuelven los ayunos y ofrecen oraciones.

Dicen frailes y clérigos que aman a Dios servir,
más si huelen que el rico está para morir,
y oyen que su dinero empieza a retiñir,
por quién ha de cogerlo empiezan a reñir.

En resumen lo digo, entiéndelo mejor,
el dinero es del mundo el gran agitador,
hace señor al siervo y siervo hace al señor,
toda cosa del siglo se hace por su amor.





Luis Cernuda
A un poeta futuro

No conozco a los hombres. Años llevo
De buscarles y huirles sin remedio.
¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo
Demasiado? Antes que en estas formas
Evidentes, de brusca carne y hueso,
Súbitamente rotas por un resorte débil
Si alguien apasionado les allega,
Muertos en la leyenda les comprendo
Mejor. Y regreso de ellos a los vivos,
Fortalecido amigo solitario,
Como quien va del manantial latente
Al río que sin pulso desemboca.

No comprendo a los ríos. Con prisa errante pasan
Desde la fuente al mar, en ocio atareado.
Llenos de su importancia, bien fabril o agrícola;
La fuente, que es promesa, el mar sólo la cumple,
El multiforme mar, incierto y sempiterno.
Como en fuente lejana, en el futuro
Duermen las formas posibles de la vida
En un sueño sin sueños, nulas e inconscientes,
Prontas a reflejar la idea de los dioses.
Y entre los seres que serán un día
Sueñas tu sueño, mi imposible amigo.

No comprendo a los hombres. Mas algo en mí responde
Que te comprendería, lo mismo que comprendo
Los animales, las hojas y las piedras,
Compañeros de siempre silenciosos y fieles.
Todo es cuestión de tiempo en esta vida,
Un tiempo cuyo ritmo no se acuerda,
Por largo y vasto, al otro pobre ritmo
De nuestro tiempo humano corto y débil.
Si el tiempo de los hombres y el tiempo de los dioses
Fuera uno, esta nota que en mí inaugura el ritmo,
Unida con la tuya se acordaría en cadencia,
No callando sin eco entre el mudo auditorio.

Mas no me cuido de ser desconocido
En medio de estos cuerpos casi contemporáneos,
Vivos de modo diferente al de mi cuerpo
De tierra loca que pugna por ser ala
Y alcanzar aquel muro del espacio
Separando mis años de los tuyos futuros.
Sólo quiero mi brazo sobre otro brazo amigo,
Que otros ojos compartan lo que miran los míos.
Aunque tú no sabrás con cuánto amor hoy busco
Por ese abismo blanco del tiempo venidero
La sombra de tu alma, para aprender de ella
A ordenar mi pasión según nueva medida.

Ahora, cuando me catalogan ya los hombres
Bajo sus clasificaciones y sus fechas,
Disgusto a unos por frío y a los otros por raro,
Y en mi temblor humano hallan reminiscencias
Muertas. Nunca han de comprender que si mi lengua
El mundo cantó un día, fue amor quien la inspiraba.
Yo no podré decirte cuánto llevo luchando
Para que mi palabra no se muera
Silenciosa conmigo, y vaya como un eco
A ti, como tormenta que ha pasado
Y un son vago recuerda por el aire tranquilo.

Tú no conocerás cómo domo mi miedo
Para hacer de mi voz mi valentía,
Dando al olvido inútiles desastres
Que pululan en torno y pisotean
Nuestra vida con estúpido gozo,
La vida que serás y que yo casi he sido.
Porque presiento en este alejamiento humano
Cuan míos habrán de ser los hombres venideros,
Cómo esta soledad será poblada un día.
Aunque sin mí, de camaradas puros a tu imagen.
Si renuncio a la vida es para hallarla luego
Conforme a mi deseo, en tu memoria.

Cuando en hora tardía, aún leyendo
Bajo la lámpara luego me interrumpo
Para escuchar la lluvia, pesada tal borracho
Que orina en la tiniebla helada de la calle,
Algo débil en mí susurra entonces:
Los elementos libres que aprisiona mi cuerpo
¿Fueron sobre la tierra convocados
Por esto sólo? ¿Hay más? Y si lo hay ¿adonde
Hallarlo? No conozco otro mundo si no es éste,
Y sin ti es triste a veces. Ámame con nostalgia,
Como a una sombra, como yo he amado
La verdad del poeta bajo nombres ya idos.

Cuando en días venideros, libre el hombre
Del mundo primitivo a que hemos vuelto
De tiniebla y de horror, lleve el destino
Tu mano hacia el volumen donde yazcan
Olvidados mis versos, y lo abras,
Yo sé que sentirás mi voz llegarte,
No de la letra vieja, mas del fondo
Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre
Que tú dominarás. Escúchame y comprende.
En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,
Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos
Tendrán razón al fin, y habré vivido.




De: Como quien espera el alba, 1941-1944


JUAN L. ORTIZ



ELLA...

Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aquí para allá la mariposa profunda
-ala del paisaje y del alma de un país, con su polen...

Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su
perfume...
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las cosas,
en que la circunstancia da su hálito. ..

Pero se dirige siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ángel,
el infinito a su lado y el presente en el confín...

Mas es el don absoluto, y la ternura,
ella que es también el término supremo y la última esencia
con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones y
los latidos
para el encuentro en los abismos...

Mas tiene cargo de almas, y es la comunicación,
el traspaso del ser, "como se da una flor", en el nivel de los
niños,
más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma...

Y no busca nunca, no, ella...
espera, espera toda desnuda, con la lámpara en la mano,
en el centro mismo de la noche...






AH, MIS AMIGOS, HABLÁIS DE RIMAS...

Ah, mis amigos, habláis de rimas
y habláis finamente de los crecimientos libres...
en la seda fantástica os dan las hadas de los leños
con sus suplicios de tísicas
sobresaltadas
de alas...

Pero habéis pensado
que el otro cuerpo de la poesía está también allá, en el Junio
de crecida,
desnudo casi bajo las agujas del cielo?

Qué haríais vosotros, decid, sin ese cuerpo
del que el vuestro, si frágil y si herido, vive desde "la división",
despedido del "espíritu", él, que sostiene oscuramente sus
juegos
con el pan que él amasa y que debe recibir a veces
en un insulto de piedra?
Habéis pensado, mis amigos,
que es una red de sangre la que os salva del vacío,
en el tejido de todos los días, bajo los metales del aire,
de esas manos sin nada al fin como las ramas de Junio,
a no ser una escritura de vidrio?

Oh, yo sé que buscáis desde el principio el secreto de la tierra,
y que os arrojáis al fuego, muchas veces, para encontrar el
secreto...
Y sé que a veces halláis la melodía más difícil
que duerme en aquellos que mueren de silencio,
corridos por el padre río, ahora, hacia las tiendas del viento...
Pero cuidado, mis amigos, con envolveros en la seda de la
poesía
igual que en un capullo...
No olvidéis que la poesía,
si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,
es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,
cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin
y tendida humildemente, humildemente, para el invento del
amor...





DEJA LAS LETRAS...

Deja las letras y deja la ciudad...
Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire...
Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas
en la azucena del azul...
Yo quiero ser, amigo,
uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal...
o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume...
No estás tú también
un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad?

Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla
de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas...
Ay, la ternura de Octubre, a las nueve,
ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla
en celeste de agua...
Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío,
invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz...
Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias
que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín,
apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas...
El sol ha bebido sus propias perlas
y hay apenas de ellas una memoria por secarse...
No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas...
Viste alguna vez la melodía de los brillos?
La viste ondular, todavía de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el río?
Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca
con unos silencios amatistas...
Y ahora, ahora, torna la vista alrededor...
Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel,
capaces, sin embargo, de atraer hacia sí
a las abejas todas del día
y de volver de margaritas a la melancolía más flotante...
No las sientes curvarse bajo un amor transparente
en un hálito de alas?
O es sólo la cortesía más misteriosa
entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos,
ante algo que al parecer es la respiración de un dios?
Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas:
qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas,
sobre un rastreo de tases, serpentino?
Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas:
pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos...
Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput,
pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla...
Y ah, a las más sin nombre que se van
con los alambres libres
en una fuga preciosa de piedritas...
Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol,
increíblemente miniado de sol en primores casi íntimos
pero que extenúan a la brisa...
Y a las verbenillas, por cierto, de aquí:
oh, la más dulce sangre labrada por los misterios
para los misterios de las hierbas.. .
Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos
mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire...
Y a esos recuerdos de la luna,
aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo
que se busca, a su vez, en su infinito todavía...
Pero no olvidemos, mi amigo,
a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá,
delante no se sabe qué sacramento etéreo:
no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos...
Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales
con su "pasión" de cielo sobre el susurro trepador:
rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá?
Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. ..
Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso
que van estrellando, se diría, todos los minutos
con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro?

Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma?
Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo
con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines
sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna,
con las navecillas de cita. ..
Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin
de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos,
dando no sé qué números de no sé qué otra noche
o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo...

Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo?
Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño,
se deshace dulcemente?
O qué llamado para el sacrificio, di
de campanillas de humo?
Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar
es el mismo amor que no teme perderse
como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de
corolas...
Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá
de las lianas que tejiera para vencer su abismo,
asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu?
Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor
o el otro lado de esa flor,
llama, serena llama, que viviría de su sombra...
Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses?
Aquí, lo que llamamos "horror", o lo que llamamos
"amenaza",
sonriendo desde la semilla, se diría,
o equilibrando a las mariposas, si quieres,
con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre...
Pero aquí también enfrentando a lo innombrable,
algo como los honores de un ángel...

Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida,
terriblemente dividida, y expedida a la ventura...
Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes?
Allí y aquí, a la vez, la condena "de la rueda",
desde las madres del río y desde las madres de las zanjas...

Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar..
Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer?
Hay que perder a veces "la ciudad" y hay que perder a veces
"las letras"
para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras
en las relaciones de los orígenes...
O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo
y en esa fantasía que serán...
Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad
para que el poema, deseablemente anónimo,
siga a la florecilla que no firma, no, su perfección
en la armonía que la excede...
O para ser el arpa de Lungmen
eligiendo ella sola los temas de su música,
lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos
o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas
ni lo que dice el viento...
ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. ..
Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas,
con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz..
Y el rostro de Ella no escrito,
oh, recién nacido, con unos signos por hallar
y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia
como las mismas, las mismas letras de tu alma...
Pero la viste a Ella,
amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas,
Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín,
virgen profunda ésta toda aún de cabellos?




MIGUEL OSCAR MENASSA

LA MUERTE DEL HOMBRE

Es otra vez de noche
y en general
la casa duerme.
Una voz en la radio
dice últimas palabras.
Me entretengo con el humo
y me ocurren mil fantasías
y ninguna tiene que ver
con recostarme
tranquilamente en la cama
y dormir.
Entre tantos papeles
terminaré siendo un escritor
y fijo mi mirada en la lejanía
y dejo que la historia del hombre
irrumpa
con la violencia de su sino
mi noche.
Enciendo cigarrillos a mansalva
uno detrás de otro como si fueran
centelleantes granadas contra los opresores.
Desde hace millones de años
el hombre vive de rodillas.
Las granadas estallan en mi rostro.
Primitivas presencias
pueblan mi noche de salvajes ritos.
Ceremonias donde la muerte
siempre es una canción
sublime y misteriosa.
Bestias indomables
semejantes al hombre
por la torpeza
de sus movimientos
danzan a mi alrededor
iracundos
silvestres.
En un mal castellano
me dicen que su jefe
quiere charlar conmigo.
Sentado en mi cama escribiendo
pido que dejen de rugir tambores
que cese la danza
que me dejen escribir este poema.
El hombre tiene hambre y sed desde milenios.
Somos ese hombre hambriento y sediento poeta
cantad con nosotros:
Venimos de la Mesopotamia
y del Caribe
y buscando la perfección hemos llegado
hasta los mundos que se esconden
por encima del cielo
y no hemos encontrado nada.
Siempre hay un hombre que tiene hambre.
Siempre hay un hombre que se muere de sed.
Aquí mismo poeta
en tu casa
anidan el opresor y el oprimido.
Sentado sobre mi cama escribiendo
les digo a los salvajes
que ya es noche tarde
que por favor dejen de danzar
que necesito
hundirme entre las letras
mi hambre
mi única sed.
Dejaron de danzar
y el que se destacaba
por su tremenda humanidad
me fulminó con su mirada.
¿Quién es más cruel?
Poeta
¿Quién más salvaje?
El que muere peleando
por un trozo de pan
o el que no muere nunca.
Quién producirá el exterminio
poeta.
Mis armas o tus versos.
Y ahora poeta deja la pluma
echa a andar y piensa.
Sentado sobre mi cama
escribiendo
le digo al salvaje
que no quiero irme de mi pieza
y que siempre supe que pensar
no era necesario y que deseo
es la última vez que se lo digo
seguir escribiendo este poema.
Antes de continuar me detengo
en la inteligencia del salvaje:
habla bien y mientras habla
deja escapar entre las palabras
el aliento
para que todo suene vital
desgarrador.
Yo soy el hombre
grita la bestia encadenada
y tú poeta ¿eres el hombre?
Escribir para quién
dónde los amigos
y dónde los enemigos.
Dime poeta
¿tu canto
necesita del futuro
para ser?
Ese poema que escribes
contra todo
a quién le servirá.
A ver poeta un verso
que me diga ahora mismo
¿qué es el hombre?
Sentado sobre mi cama escribiendo
me doy cuenta
que la inteligencia del salvaje
terminará quemando
todos mis papeles escritos
en esa hoguera
que fueron construyendo
a mi alrededor
sus palabras.
Dejo de escribir
lo miro fijamente a los ojos
y murmuro sus propias palabras
en un solo verso un hombre
en un solo verso un hombre
y me decido a escribir ese verso.
Sostengo con mi mirada
la mirada del salvaje
y con rápidos movimientos
tomo la ametralladora
y disparo varias ráfagas
sobre el cuerpo del salvaje
que con los ojos desorbitados
por el asombro
cae
para morir y desaparecer.
Sentado sobre mi cama escribo ahora
con la seguridad
de quien ha llegado a la cima:
Un poeta asesinó su hombre
para escribir este poema
y eso
es un hombre.




luis Cernuda
LA GLORIA DEL POETA

Demonio hermano mío, mi semejante,
Te vi palidecer colgado como la luna matinal,
Oculto en una nube por el cielo,
Entre las horribles montañas,
Con una llama a guisa de flor taras la menuda oreja tentadora,
Blasfemando lleno de dicha ignorante,
Igual que un niño cuando entona su plegaria,
Y burlándote cruelmente al contemplar mi cansancio de la tierra.
Mas no eres tú,
Amor mío hecho eternidad,
Quien deba reír de este sueño, de esta impotencia, de esta caída,
Porque somos chispas de un mismo fuego
Y un mismo soplo nos lanzó sobre las ondas tenebrosas
De una extraña creación, donde los hombres
Se acaban como un fósforo al trepar los fatigosos años de sus vidas.
Tu carne como la mía
Desea tras el agua y el sol el roce de la seda;
Nuestra palabra anhela
El muchacho semejante a una rama florida
Que pliega la gracia de su aroma y color en el aire cálido de mayo;
Nuestros ojos el mar monótono y diverso,
Poblado por el grito de las aves grises en la tormenta,
Nuestra mano hermosos versos que arrojar al desdén de los hombres.
Los hombres tú los conoces, hermano mío;
Mírales cómo enderezan su invisible corona
Mientras se borran en la sombra con sus mujeres al brazo,
Carga de suficiencia inconsciente,
Llevando a comedida distancia del pecho,
Como sacerdotes católicos la forma de su triste dios,
Los hijos conseguidos en unos minutos que se hurtaron al sueño
Para dedicarlos a la cohabitación, en la densa tiniebla conyugal
De su cubiles, escalonados los unos sobre los otros.
Mírales perdidos en la naturaleza,
Cómo enferman entre los graciosos castaños a los taciturnos plátanos,
Cómo levantan con avaricia el mentón,
Sintiendo un miedo oscuro morderle los talones;
Mira cómo desertan de su trabajo el séptimo día autorizado,
Mientras la caja, el mostrador, la clínica, el bufete,
el despacho oficial
Dejan pasar el aire con callado rumor por su ámbito solitario.
Escúchales brotar interminables palabras
Aromatizadas de facilidad violenta,
Reclamando un abrigo para el niñito encadenado bajo el sol divino
O una bebida tibia, que resguarde aterciopeladamente
El clima de su fauces,
A quienes dañaría la excesiva frialdad del agua natural.
Oye sus marmóreos preceptos
Sobre lo útil, lo normal y lo hermoso;
Óyeles dictar la ley al mundo, acotar el amor, dar canon
a la belleza inexpresable,
Mientras deleitan sus sentidos con altavoces delirantes;
Contempla sus extraños cerebros
Intentando levantar, hijo, a hijo, un complicado  edificio de arena
Que negase con torva frente lívida la refulgente paz de las estrellas.
Esos son, hermano mío,
Los seres con quienes muero a solas,
Fantasmas que harán brotar un día
El solemne erudito, oráculo de estas palabras mías ante alumnos extraños,
Obteniendo por ello renombre,
Más una pequeña casa de campo en la angustiosa
sierra inmediata a la capital;
En tanto tú, tras irisada niebla,
Acaricias los rizos de tu cabellera
Y contemplas con gesto distraído desde la altura
Esta sucia tierra donde el poeta se ahoga.
Sabes sin embargo que mi voz es la tuya,
Que mi amor es el tuyo;
Deja, oh, deja por una larga noche
Resbalar tu cálido cuerpo oscuro,
Ligero como un látigo,
Bajo el mío, momia de hastío sepulta en anónima*
Y que tus besos, ese venero inagotable,
Viertan en mí la fiebre de una pasión a muerte
entre los dos;
Porque me cansa la vana tarea de las palabras,
Como al niño las dulces piedrecillas
Que arroja a un lago, para ver estremecerse su calma
Con el reflejo de una gran ala misteriosa.
Es hora ya, es más que tiempo
De que tus manos cedan a mi gloria
El flamígero puñal codiciado del poeta,
De que lo hundas, con sólo un golpe limpio,
En este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un laúd,
Donde la muerte únicamente,
La muerte únicamente,
Puede hacer resonar la melodía prometida.



MIGUEL OSCAR MENASSA
LA PATRIA DEL POETA
 
Voluptuosa semilla, aquí me planto
y creceré y, aquí, echaré raíces
y tendré brotes que, a su vez,
tendrán otros brotes.
Decreto a la reseca meseta castellana,
la patria del poeta.
Arrancaré perfumes de tus rocas,
como de flores de la estación del sur,
y alguien dirá:
antes de los colores del poeta,
                                           vos,
eras gris.
Y yo recordaré:
haberte pintado los labios con mi nombre.
Sobre el verde aroma del limón,
-caballo de los astros-.
 Indio de luz,
 cobre rasgado por el oxígeno vital,
 mi poesía,
               pulmón del universo.
Líquenes cenagosos
y alforjas repletas de manzanas,
detenidas en el tiempo del frescor.
Inmensidad,
                verde infinito,
sesgo del sol,
entre las cejas del profundo mar,
atlántico silvestre.
No veis que soy el que os saluda,
desde más allá de las más altas cumbres,
más allá de los oscuros cielos de Dios;
desde la profunda galaxia de lo verde.
Meteórica expansión del arco iris,
soy un color que ya no tiene,
el blanco,
de la pequeña pureza inmaculada,
ni el manto negro de la muerte,
desolada,
ni los ojos sangrantes del rubí.
Soy del celeste cosmos y del sol,
la conjunción marítima y alada.
Mi voz,
es el rasguido de la guitarra astral.
 Mi canto,
es el sonido gutural del tiempo.
Canto y estallo cada vez,
y cada vez,
                me desintegro.
Pierdo mi ser entre fragmentos
y en ese vacío de nada y de color,
porque ya no seré,
recorro los espacios infinitos,
montado en verde luz,
                                pradera de los cielos
Pampa,
           tendida en las alturas.




AMORES PERDIDOSLOS INDIOS

Escribir un soneto para un indio es cosa fácil.
Pongo aquí una injusticia, aquí pongo una burla.
Pongo las tumbas violadas de mis antepasados
y para terminar esta cuarteta, una niña vejada.

Un soneto no es cosa complicada para un indio,
puntuando, tengo la humillación de cinco siglos,
en la mitad, precisa, del quehacer estos versos.
Y ahora para hacer el espacio dejo caer el oro.

Y así empieza el final de estos comienzos,
por eso pongo aquí el peso duro de la carne,
nuestros muertos al defender tierra arrebatada.

El cuerpo de la fertilidad de nuestra tierra.
El humus encantado que hace vivir al indio,
esa flor siempre-viva, clavada en las Américas.




J. CARLOS ONETTI
Y EL PAN NUESTRO
 
Sólo conozco de ti
la sonrisa gioconda
con labios separados
el misterio
mi terca obsesión
de desvelarlo
y avanzar porfiado
y sorprendido
tanteando tu pasado
Sólo conozco
la dulce leche de tus dientes
la leche plácida y burlona
que me separa
y para siempre
del paraíso imaginado
del imposible mañana
de paz y dicha silenciosa
de abrigo y pan compartido
de algún objeto cotidiano
que yo pudiera llamar
nuestro




QUERIDA LITTY
  
Desde hace meses
con inusitada frecuencia
no me deja el cartero cartas tuyas.
Será amnesia del hombre
o tal vez las apile
en un rincón limpio
de su cuarto de soltero
solterón
y algún día me las traiga
cinta rosa
todas juntas
como un banquete
para el olvidado hambriento
que puede imaginarse
desde ahora
una clara catarata
de ternuras y recuerdos.


Gabriela Mistral


La tierra y la mujer

Mientras tiene luz el mundo 
y despierto está mi niño, 
por encima de su cara, 
todo es un hacerse guiños. 

Guiños le hace la alameda 
con sus dedos amarillos, 
y tras de ella vienen nubes 
en piruetas de cabritos... 

La cigarra, al mediodía, 
con el frote le hace guiño, 
y la maña de la brisa 
guiña con su pañalito. 

Al venir la noche hace 
guiño socarrón el grillo, 
y en saliendo las estrellas, 
me le harán sus santos guiños... 

Yo le digo a la otra Madre, 
a la llena de caminos: 
"¡Haz que duerma tu pequeño 
para que se duerma el mío!". 

Y la muy consentidora, 
la rayada de caminos, 
me contesta: «¡Duerme al tuyo 
para que se duerma el mío!».


Julia de Burgos
PUERTO RICO

Canción de mi pena dormida


Con los ojos cerrados
amplia de voces íntimas
me detengo en el siglo de mi pena dormida.
La contemplo en su sueño...
Duerme su noche triste
despegada del suelo donde arranca mi vida.
Ya no turba la mansa carrera de mi alma
ni me sube hasta el rostro el dolor de pupilas.

Encerrada en su forma,
ya no proyecta el filo sensible de sus dedos
tumbándome alegrías,
en la armonía perfecta de mi canción erguida.
Ya no me parte el tiempo...

Duerme su noche triste
desde que tú te anclaste en la luz de mis rimas.
Recuerdo que las horas se rodaban en blanco
sobre mi pena viva,
cuando corría tu sombra por entre extrañas sombras,
adueñado de risas.

Mi emoción esperaba....
Pero tuve momentos de locura suicida.
Un agitado viento de esperanza
parece que me anuncia tu regreso.
Entre el fuego de luna que me invade
alejando crepúsculos te siento.
Estás aquí. Conmigo.
Por mi sueño.

¡A dormir se van ahora mis lágrimas
por donde tú cruzaste entre mi verso!







IDEA VILARIÑO

Si muriera esta noche
Si muriera esta noche
si pudiera morir
si me muriera
si este coito feroz
interminable
peleado y sin clemencia
abrazo sin piedad
beso sin tregua
alcanzara su colmo y se aflojara
si ahora mismo
si ahora
entornando los ojos me muriera
sintiera que ya está
que ya el afán cesó
y la luz ya no fuera un haz de espadas
y el aire ya no fuera un haz de espadas
y el dolor de los otros y el amor y vivir
y todo ya no fuera un haz de espadas
y acabara conmigo
para mí
para siempre
y que ya no doliera
y que ya no doliera





-trabajar-para-la-muerte.
El sol el sol su lumbre
su afectuoso cuidado
su coraje su gracia su olor caliente
su alto
en la mitad del día
cayéndose y trepando por lo oscuro del cielo
tambaleándose y de oro
como un borracho puro.

Días de días noches temporadas
para vivir así para morirse
por favor por favor
mano tendida
lágrimas y limosnas
y ayudas y favores
y lástimas y dádivas.

Los muertos tironeando del corazón.
La vida rechazando
dándoles fuerte con el pie
dándoles duro.

Todo crucificado y corrompido
y podrido hasta el tuétano
todo desvencijado impuro y a pedazos
definitivamente fenecido
esperando ya qué
días de días.

Y el sol el sol
su vuelo
su celeste desidia
su quehacer de amante de ocioso
su pasión
su amor inacabable
su mirada amarilla
cayendo y anegándose por lo puro del cielo
como un borracho ardiente
como un muerto encendido
como un loco cegado en la mitad del día.






Octavio paz
Epitafio para un poeta

Quiso cantar, cantar
para olvidar
su vida verdadera de mentiras
y recordar
su mentirosa vida de verdades.








OCTAVIO PAZ

La Poesía
Llegas, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente

Verdad abrasadora,
¿a qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas. contra invisibles huestes.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.

Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.

Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.



Germán Pardo García

LOS HOMBRES DEL DESIERTO

Los hombres del Desierto somos raíz del Génesis.
Como la Esfinge, ocultamos las claves de Sumer.
Desde antes de Aristóteles
conocíamos los arcanos de las plantas.
Amarillos, iguales a la arena,
nadie ha visto jamás nuestro color.
Caminamos lentamente. No se sabe
que nuestra lentitud es un proceso de los siglos.
Cuando encendemos una luz en nuestras casas,
se ignora que esa luz es saturnal.

Nuestras palabras triples cantan sin decirlo
dónde está la escritura salvada del naufragio,
las postreras resinas misteriosas
y el sentido secreto de los cultos.
Si nos invitan a la mesa de los príncipes,
al separarnos queda en los asientos
un polvo que no es humus ni ceniza.
Al gustar de los panes que comemos,
al beber del licor de aquellas copas,
hallamos el legítimo sabor de los manjares
y la transformación de1 hidrógeno en las ánforas.
Los diáconos no pueden en los templos
responder nuestras áridas preguntas,
ni encender los rituales holocaustos
de nuestras tribus en el yermo astral.
Tú que me estás oyendo, quédate mudo, absorto.
Si me voy no vigiles a qué sitio me alejo.
Lo que busco está próximo, a unas pocas miradas.
Pero los hombres del Desierto, cuando partimos hacia nosotros,
a pesar de estar cerca, nunca, nunca llegamos.



UN HOMBRE VUELVE AL MAR 

Lanzo mi cuerpo a trascender sobre la playa,
cual si fuera un atún al que asedia el pelícano.
Fracasó mi fabular terrestre.
No pude traducir el silabario de las orugas
y le rondo mis vínculos al mar.
Esquivo el mundo, salival espejo
donde están los escándalos mirándose;
el amor y su artilugio de serpiente
deslizándose voraz por nidos de palomas;
el odio en la desnudez de las espadas
y el corazón y sus saltos de canguro.
Incendié mi campamento de beduino,
mi tolda de traficante vagabundo
que permutó batracios por estrellas,
y me confío al árbol genealógico del agua.
Fraternicé con los dorados tulipanes
y vertí en campesinos atanores
rocío a los helechos pubescentes.
Clamé que soy el taumaturgo que transforma
los linfáticos sueros y conjura
la aparición del cáncer en el alma.
Que soy hijo de alondras y mis coros
resonar de volcanes apagados.
Mi divina simulación aquí concluye,
frente a los jeroglíficos del mar.
Cuando desaparezca de esta playa
decid: era el hermano natural de las esponjas,
el gemelo sinuoso de los pulpos,
el amante sexual de las madréporas
y el árbitro salar de las tortugas.
Ya no estaré con mi fulgor de azufre,
mas sí en identidad de nave líquida.
Decid entonces: vino a confundirse
con su placenta de potasio y yodo
v a conocer a su violento padre.
En la ribera se vistió de lluvias.
¡Era de agua y lo retiene el mar!



PARAÍSO PERDIDO

 Fui en esa casa el hijo bienamado.
Cuando los otros niños se alejaban
a cazar mariposas en el bosque,
yo quedaba en silencio, paralítico,
cual otra mariposa aprisionada
bajo la intimidad de una alacena.
Viví a la orilla del sepulcro, oyendo
devorarse a sí misinos los gusanos,
y adquirí desde entonces un sentido
larval de la existencia y de las cosas.
Al que la muerte besa desde niño,
será siempre un cadáver transeúnte.
Mi padre me acunaba y me decía:
¿cuándo vas a volar, hijo del aire?
Y al fin abrí las alas dolorosas.

Hoy tengo setenta años. Ya no existe
mi padre; y en la casa, único huésped,
el frío lastimero la transita.
Mas he vuelto y clamado: soy el águila
que retorna a morir donde naciera.

Estos muros son míos. Estas ruinas
por derecho natal me pertenecen.
Mi padre me las dio en su testamento,
y a la vez un turpial y un gallo mudo.
Yo soy el albañil de estas paredes
y el mezclador de cal y el hortelano.

Y quise entrar, sentarme en esos quicios,
comer lo que sobrara de esas frutas
y restaurar las duelas amarillas.
Mas un ángel nocturno v silencioso,
bajo la faz de un perro amenazante,
desnudó las espadas de sus dientes
y me negó la entrada al paraíso.


INVOCACIÓN A LA NOCHE 

Separa de mi ser todo elemento
que la materia a su pesar inclina,
y envuélveme en tu acuática neblina
dejándome desnudo el pensamiento.

Indúceme al jardín donde el aliento
Se satura de estrellas y la harina  
que el molino ennoblece y aglutina,
convierte en desnudez su sedimento.

¡Pensar! Y que mis sienes escarpadas
cintilen como antenas capturadas
por la luz electrónica de un rito

donde la Eternidad piensa desnuda,
sin Dios, sin mente, sin piedad ni duda
 ni el gran dolor del pensamiento escrito.



NICOLAS OLIVARI

Cuadro sipnótico de mi existencia


Diez horas, diez horas de almacén,
 
¡Diez horas, diez!
 
Sacos de garbanzos, "Petit Pois extrafins"
 
¡y fardos de té!
 

¡Rabia! ¡Rabia! ¡Veinte horas de rabia! 5
 
¡Rabia multiplicada!
 
La cabeza en Babia
 
y una mueca en la cara cansada...
 

Cuatro idiotas, calzados, vestidos,
 
¡y todavía vivos! 10
 
...en fin...
 
los pinte en su vida sin vida
 
esto: ¡nunca tuvieron noticia
 
de la muerte de Lenin!
 

Monograma en el viejo escritorio 15
 
que eyacula tinta,
 
uniendo sus burocráticos poros
 
un nombre se pinta.
 
¡Rosa! Como en el viejo Colegio Nacional
 
también aquí tu cifra fue grabada, 20
 
pero allá era sentimental
 
aquí es una puteada...
 

El patrón, un mastodonte:
 
cuello, cinco vueltas de grasa,
 
alma negra de polizonte, 25
 
chacal desjarretado
 
por el reumatismo,
 
tabla rasa
 
del mimetismo.
 

Yo no puedo concebir 30
 
que este hombre fue niño alguna vez,
 
lo ha debido parir
 
el espíritu precito de algún Juez.
 

El odio es una cisterna
 
que me vuelve el alma negra 35
 
con el odio y la rabia está la terna
 
que mi desesperación íntegra.
 
¡Cómo han mutilado mis ilusiones!
 
¡Cómo han deshecho a mi optimismo!
 
Han abierto el grifo oscuro de las cavilaciones 40
 
y me han perdido de mí mismo.
 
¡Mamá!, ¡mamá!, ¡mamá!
 
¡Oh! el grito tenaz, el grito húmedo
 
de lágrimas subterráneas... ya
 
estoy haciendo números... 45
 

No la poesía de las cifras aladas;
 
son números con la cola entre las piernas,
 
son números burgueses, no sirven para nada,
 
pero no insultan ¡no hablan, no humillan...!
 
Oh, el firulete que les hago, 50
 
¡son tiernas caricias!
 

¡Diez horas!, ¡diez horas de almacén!
 
¡Mamá, mamá, mamá!,
 
como cuando me llevaron pupilo a la escuela,
 
¿recuerdas?, ¡fuiste tan buena!, 55
 
¡oíste mi grito infantil!
 
¡Ahora es ronco y cómicamente varonil
 
pero es más triste... ¡Mamá!
 
¡Llévame de aquí!







Soneto bien inspirado y mal medido
 

Esta muchachita de labios pintados,
 
melena, vestido vistoso, sombrero castor,
 
es cajera en una casa de peinados
 
y conoce el neologismo trágico: ¡control!
 

Cumple su horario como una hormiguita,
 
con los de la Casa es perfectamente casta,
 
y ciérrales el escote con dos cintitas
 
y tiene en su media una raya de: ¡basta!
 

Pero sabemos que visita casas sospechosas,
 
hace unos días que está muy ojerosa
 
y esta mañana... ¡vino tan tarde!
 

Ella es honesta en su Caja, pero resulta una ganga
 
hacerle un recordatorio corte de manga...
 
...¡Pst!... todo macho es un cobarde.
 



17 de octubre

"Desde la negra barrera del otro lado de la villa,
donde el horizonte se fundía con la nada,
con salitre en la mejilla resecada
y una miel despavorida en la mirada
llegaron
los descamisados.
"Desde la fragua abierta cual granada de su sangre,
encajada en el molde de la muerte,
desde altos hornos pavorosos, crudo fuego enemigo
con las uñas carcomidas
y el cabello chamuscado en cansancio secular
sus mujeres desgreñadas por el hambre y sus crías
que no lloran porque miran,
llegaron
los descamisados.
"Sin más arma que el cansado desaliento que en sus trazos se hizo hueco
frente al río enchapado de alquitranes y petróleos,
 
solfatara de mil diablos expulsados,
del ansioso cielo antiguo de los pobres,
detenido en el asombro de su paso,
la pupila desbarrada en la angustia esperanzada
en un hombre que hace luz en la tiniebla,
que levanta todo aquello que se daba por perdido,
por perdido y para siempre,
llegaron
los descamisados.
"Desde el otro lado de los puentes destruidos
por la mano codiciosa de los despechados
con un grito silencioso en la grieta de los labios,
clamoroso, esperanzado,
latir azulceleste en las venas que se crispan,
levantando los racimos en las manos,
hacia un hombre presentido,
que vibraba delicado,
llegaron
los descamisados.
"Desde el taller cerrado y la fábrica con su cara
clausurada de bondad,
patinada
por el antiguo sudor de sus familiares,
invadieron la ciudad
y el grito fue invadiendo las conciencias
hasta hacerle claridad.
"Claridad junto al Líder recobrado
por su pueblo, el gran pueblo, solo el pueblo,
y para siempre... para siempre, desde entonces
es nuestro, solo nuestro, recobrado por el pueblo,
en aquel día de gloria que empezó oscuro y trágico
hasta hacerse claridad,
cuando el nombre iluminado,
mi prójimo y vecino, mi compañero y hermano,
lo rezaran con el alma, cuando llegaron
los descamisados.




A manos temblorosas cayó el ahora de lo que tembló en el presentir


Ya es este el día, el presentido día
que temblaba en nosotros al pensado
entre los por venir del amor nuestro.
Día que habría de brillar sólo para uno de los dos
y en que vería mis dedos infelices llegándose a sus ojos
sin mirada, para correr los párpados. Que cubrieran
de miradas a los que ya eran ojos sólo para ser vistos.



La muerte no es la nada


La Muerte no es la Nada, sino que nada es.
El Nacer no es la Vida, sino que nada es.
Equivócase, por terrenal, el Corazón si te llora
pues en nuestra mente estás, y estuviste antes de sernos visto
En nuestra mente todo lo que eres, está
pues nunca estuviste sino en nuestra mente
y nuestra mente es la única que jamás existió.
Amarte, pues, debemos, pues que vives
y no Dolerte, pues no cabe perderte.








Layda



— Llamad, llamad ¿buscáis las palabras en Layda?
— Es que no sabemos las palabras por Layda,
las palabras que devuelven Layda.
— Llamad; ¡pero llamad!

La muerte nunca quiso ser creída.
Y se mostró en Layda para elocuencia de su afán de no ser creída.
Quien conoció a Layda y su boca siempre con palabras porque siempre Layda
tenía que decir a otro "Gusto de que tú vivas" —y esto era
lo que en todo lo que dijera se decía— no creerá más un morir de ella ni uno propio.

¿Hay en lo Real una muerte de Layda?
Lo que es del modo del vivir-sentir, nunca pudo salir de su modo.
Lo muerto lo fue siempre y será, nunca pudo salir de su modo.
¿Pudo ignorarse que había Adelayda?
¿Pudo saberse un día: Layda ha muerto?
Hubo que creerlo ahora: Layda tenía muerte.
Oh, no: la hora es de no creer muerte en Layda.
Es que Layda era una en que Muerte puede hacerse comprender,
es decir hacerse por fin increer.
Mortales son sólo los que no tienen el latido de increer la muerte en Layda.
Sí, viniste para que ya la muerte no fuera creída.

Es mucho silencio; es el mayor silencio que se ha Dado.
Oh ¡Te has callado mucho, Layda!
Oh Muro, oh Silencio. ¡Tú en la Ribera sin otra, sin Eco de ribera!
Donde del paso último sólo la forma de un pie se lee.
Oh Layda nombrada en el eco de "lágrimas"
Layda Lovgan. Ah.








Poema a la memoria en lo astral

(Yo todo lo voy diciendo para matar la muerte en "Ella")

TESIS: Es más Cielo la Luna que el Cielo, si una Cordialidad de la Altura es lo que buscamos.

Astro terranalicio de la luz segunda
astro terranalicio de la luz dulce
que con aventura extraña visitas las noches de la tierra, unas sí y otras no, pero siempre de una noche para otra con diversa libertad de visita, siempre o más breve o más detenida
y cada serie de tus visitas comienzas tímidamente y mitad decreces noche a noche y mitad decreces noche a noche, haciéndote un visitante diferente de noche en noche, para en mínimo ser cual comenzaste partir a un no volver de algunos días.

Astro terranalicio de un día sí y otro no, de una vez más y otra menos, pero que no dejas nunca de serlo.

¿Para qué astro eres entonces visita de sus noches, pues no eres terrenal en tus ciertas ausencias, o es que los otros días piensas en ti sola como sólo en la tierra en las noches de tu plena luz?

Dile a un poeta que no lo sabe todo, si está hecha tu ausencia con un pensar en ti, o quizá con un lucir a otro. Porque poeta es saberlo todo.

Trechos de tu órbita la tierra no los sabe, y ella tan cierta está de algún imposible tuyo para tenerse en sus noches y este amor alternante no se enduda, en tanto en mí, hombre de continuidad en humano amor me puso incurablemente en sospecha.

Pero te amamos tanto, astro de la luz segunda, tu dulce luz tanto amamos memorizando a la tierra el sol no presente con tu luz recuerdo; yo al menos te amo tanto, que cuando vuelves ceso de creer en tu ausencia de ayer y de otros días. También como la tierra, yo creo que sólo por imposible ayer no estabas.

Astro memorioso que esmeras un día de cada dos en tocar de diurnidad la noche terrenal, cual si supieras que la memoria solar de la tierra solaricia es desfalleciente de un día a otro alternado día y si antes y después le has de hacer noches diurnales a la tierra y lo haces tú, tú que no tienes olvido por ausencia, tú que ausente por noches fías en la memoria de ti por la tierra, inquiétaste por la memoria solar de la tierra.

Tutora de la fidelidad terrenal al recuerdo del sol, en eso eres solaricia; pero eres terranalicia en tu fidelidad de compañía a la órbita de la tierra.

He comprendido un misterio tuyo pero éste no.

Terranalicia tú, solaricia la tierra ¿es que velas por toda la memoria en el mundo y amas más las memorias, por más reales, que los presentes? Aquí callo sin comprender.

¿O es que no nos vienes en tu amor sino en un menos amor y en principal cuida del amor solario de la tierra?

Cuando te veo recién arribada, alcanzado por ti nuestro borde, pareciendo vacilar allí y como a emprender un rodar a lo largo del horizonte por gustarlo, y luego te pliegas a un ascenso ¿qué nos quieres decir así?

Quedemos sin saberlo hoy también; mañana, más tarde —para qué son nuestros días sino para trabajar más y otra vez los misterios— más enérgicamente, en buena hora de mi espíritu contemplaré, escucharé el misterio de tu sentido en el misterio todo.

Cuando tú quieres ser el ojo del ciprés y con un mirar obseso aferras nuestra contemplación debemos comprenderte dolorida, tanto como cuando nosotros en un no poder ya resistir nos revolvemos como tú ahora
oh único astro que mira
(pues todos los otros saetan ásperos de chispas que nunca miraron).

Oh único astro de mirada,
nos revolvemos clamando hacia el no ser.

Y ya ahora te desprendiste del follaje y tiendes hacia el horizonte,
te serenas, vagas
y cuando la nubecilla en gran viento flota, te aguzas flecha disparada de ella vertiginosa
para detenerte, serenarte cunado huiste bastante de aquel pasajero copo al que le opusiste tu fuga, caprichosa triste
y complacida de tu juego y nuestro asombro, nos encaras con ligereza
y en fin vas cayendo con ladeado mirar distraído hacia el borde del mundo.

Y ya te fuiste, con tus pobres dichas y quejas.
En toda la andanza, sólo en el perfil de los cipreses lloraste, y tanto que pediste nuestra piedad.
Y ahora por faltar tuyo un cielo sin mirada en las noches,
ahora sólo habrá astros que agitan, no tú que acompañas.

Oh, sí, acompañas
con cuántas gracias saltas de copa en copa siguiéndonos entre los árboles con tus saltitos de luz a sombras.

El único mirar dulce que viene de lo alto es el tuyo
el chispear del viaje de indiferencia de las otras estrellas molesta y agita, y no nos mira.

Heridos de ellas, corremos a ti cuando apareces
y con dolor nuestro comienza la ausencia tuya.

Sí; porque pudiera que el móvil chispear de las estrellas sea dolor como hay dolor en nosotros
pero es que tú, luna, que también sufres, miras y acompañas.

Eres más sabia o afortunada en la mitigación participante.

Qué es la luna no lo sabemos hombres y aun artistas y poetas, qué sentido tiene su ser y sus modos, su adhesión a la tierra, su seguimiento al sol, su mediación mnemónica entre la tierra y el sol y por qué quiere hacer diurnales unas y no otras de las noches terrenas, y tantas cosas más neciamente explicadas, que de ella ignoramos pero que sólo puede explicarlas la doctrina del misterio.

Que el sol te atrae, que la tierra también, que recibes la luz del sol y sin amor, por fuerza la reflejas a la tierra, éstas no son explicaciones; no se nos dice por qué el sol brilla, por qué en torno suyo gira la luna en torno de la tierra, ya que pudo ser otramente; por qué hay una luz interceptable, por qué hay una luz que tiene sombras, por qué ceden a su paso unas cosas y otras no y hay lo opaco y lo traslúcido.

Mecánica dirá por qué, pero yo no pregunto sino para qué razón para el alma, pues conciencia se anula si admite un mundo rígido, y todo el porqué físico no es más que decirme el antes de algo, o sea una evasión no una respuesta.

Lo que anhelamos explicar es qué debemos sentir y adivinar ante estos hechos, ante el comportamiento lunar, qué nos quiere decir y de qué manera concierta con el misterio total único. La espontaneidad, el acontecer libre, no es una respuesta; es un renunciamiento explicativo.

Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de eso no se sabe. Hasta ahora, pues, sólo vivimos.

Debió enseñarsenos y debimos entenderlo antes que nuestro saber ignorado innato y luego nuestro acto nos hicieran gustar por primera vez el pecho materno. ¿Pero cómo, se dirá, ha de esperar el niño a conocer el sentido de la luna para empezar a nutrirse, si en tanto morirá? ¿Pero por qué, digo yo, ha de precisar nutrirse antes de entender el sentido de la luna y se ha de morir si deja lo uno por lo otro? La ciencia nada explica, es evidente; pero el poeta no lo dijo nunca tampoco, aún.

Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.
Oh luna, que puede amarse, bien me pareces pobrecita del cielo.



2

Interrumpir todos los discursos,
todos los esqueletos verbales,
e infiltrar en el corte
la llama que no cesa.

Empezar el discurso del incendio,
un incendio que inflame
estas rastreras chispas malolientes
que saltan porque sí,
al compás de los vientos.

Y entretanto sellar la incontinencia
del verbo del poder y sus secuelas.
La palabra del hombre no es un orden:
la palabra del hombre es el abismo.

El abismo,
que arde como un bosque:
un bosque que al arder se regenera.




Hay fragmentos de palabras
adentro de todas las cosas,
como restos de una antigua siembra.

Para poder hallarlos
es preciso recuperar el balbuceo
del comienzo o el fin.
Y desde el olvido de los nombres
aprender otra vez a deletrear las palabras,
pero desde atrás de las letras.

Quizá descubramos entonces
que no es necesario completar esos fragmentos,
porque cada uno es una palabra entera,
una palabra de un lenguaje olvidado.

Y hasta es posible que encontremos en cada cosa
un texto completo,
un reservado y protegido texto
que no es preciso leer para entender.


13

Hay un momento
en que uno se libera de su biografía
y abandona entonces esa sombra agobiante,
esa simulación que es el pasado.

Ya no hay que servir más
la angosta fórmula de uno mismo,
ni seguir ensayando sus conquistas,
ni plañir en las bifurcaciones.

Abandonar la propia biografía
y no reconocer los propios datos,
es aliviar la carga para el viaje.

Y es como colgar en la pared un marco vacío
para que ningún paisaje se agote al fijarse.


77

En una noche que debió ser de lluvia
o en el muelle de un puerto tal vez inexistente
o en una tarde clara, sentado a una mesa sin nadie,
se me cayó una parte mía.
No ha dejado ningún hueco.
Es más: pareciera algo que ha llegado
y no algo que se ha ido.
Pero ahora,
en las noches sin lluvia,
en las ciudades sin muelles,
en las mesas sin tardes,
me siento de repente mucho más solo
y no me animo a palparme,
aunque todo parezca estar en su sitio,
quizá todavía un poco más que antes.
Y sospecho que hubiera sido preferible
quedarme en aquella perdida parte mía
y no en este casi todo
que aún sigue sin caer.



José Lezama Lima  -


LA MUJER Y LA CASA

Hervías la leche
y seguías las aromosas costumbres del café.
Recorrías la casa
con una medida sin desperdicios.
Cada minucia un sacramento,
como una ofrenda al peso de la noche.
Todas tus horas están justificadas
al pasar del comedor a la sala,
donde están los retratos
que gustan de tus comentarios.
Fijas la ley de todos los días
y el ave dominical se entreabre
con los colores del fuego
y las espumas del puchero.
Cuando se rompe un vaso,
es tu risa la que tintinea.
El centro de la casa
vuela como el punto en la línea.
En tus pesadillas
llueve interminablemente
sobre la colección de matas
enanas y el flamboyán subterráneo.
Si te atolondraras,
el firmamento roto
en lanzas de mármol,
se echaría sobre nosotros.





José Lezama Lima

PARA LAS DÉCIMAS DE NICOLÁS GUILLÉN


Sin aumentar su poder,
Júpier ya no merienda,
y que el instante comprenda
la lucidez sin ceder
el rasguño de la venda.
La naturaleza fascina
la escama que se inclina
tanto al aire que al cristal,
cuando hiende el calamar
a la cipriota divina.

Pregunta, deja el reverso
el cumpleaño del verso,
sonrisa de la toronja
la amarilla luz esponja.
Fiesta y final de la luz,
brillan los huesos en cruz.
Azul oscuro la trampa,
la tapa sopla y levanta.
Salta hasta los mismos ojos,
clásicos ya sus antojos.

Viene como los cantores,
taburete, compás y fines.
Silenciosa la sitiería,
cumple la orden día por día.
Felizmente su papeleta
tiene la fecha y la glorieta
de los cantores en la noche,
condecorado va en un coche.
Las mulas son cascabeles
mascan mosquitos y papeles.






JUAN JACOBO BAJARLIA

El día aún era noche en el átomo.


Crujía en el signo y se movía arrastrando los bloques
         de silencio que la edad había sepultado.
Tú eras ya el anuncio de una bacteria que buscaba
         otra bacteria,
         un sonido que yo destejía para fundar el equilibrio.
No había abajo ni arriba. Lo que estaba a la izquierda
estaba a la derecha y en todas partes.
El centro era todos los centros en un círculo que
          buscaba los números.
Moví una idea.
La palabra movió la noche, y la oscuridad la luz.
Las aguas se bordaron en el día y un pez inició
la rebelión de sus aletas.
Avanzó por la línea enardecida que separó la muerte
          de la no-muerte
                             el silencio del sonido.
 Después encendí las estrellas las galaxias los
        cuásares profundos que iluminaban
        los átomos para que el cosmos se expandiera.
Te di una mujer para adornarte
una clave para alimentar tu pensamiento
las formas por hacer que dormían en mi mano
la luz que caía desde un párpado que avanzaba en la
         noche donde yo y la eternidad éramos un mutismo
enfurecido
la imaginación que crecía en los límites
la materia que soñaba.
Después puse un signo en tu lengua
             y el sonido resplandeció.
Puse decibeles para crecer en la extensión
       protones invisibles devorados por el quark
       una columna de átomos donde descansaba la fuerza
             que traía de la profundidad.
Puse el fuego en tus ojos
       la eternidad en tu cintura
       el mando en tu voz
       la idea de una llama que avanzaba en tu sangre
       y perforaba el pensamiento.
 Eras una partícula que ya no se arrastraba
             y ganaba altura
una garra que caía en aluvión y recogía el universo
en la caja de un sueño donde danzaban los espectros
             de otras estrellas aplastadas en órbitas enmohecidas,
un tentáculo que enredaba los mundos habitados
            para decirse el vencedor
una gota de sangre para ahogar la esperanza
un navío que acumulaba el espacio curvado
           lleno de parábolas que jamás se tocaban
un hilo que se enredaba en el rictus
            y dibujaba una palabra para telegrafiar a la muerte.
Pero Einstein había dicho que la materia es energía,
y el Genio al pescador, que después del tercer siglo
          destruiría al que lo sacara del abismo,
y Gilgamesh, que había perdido la hierba de la vida
          por causa de la serpiente,
y Batharly el Apócrifo, que las galaxias eran cúmulos
          coléricos donde flotaban los espectros
          que amanecían en el vino planetario,
y yo a ti, que la eternidad es una redoma que se vacía
          a cada instante
             colocada en el olvido.
Pero tu garra se deslizaba levantando tumbas
cruces de luz que borraban el pasado
palabras llenas de timbres que aniquilaban el futuro.
Pedí el Libro para inscribir las hazañas.
La primera: Harás el amor.
     Y sólo brotó el odio.
      Las órbitas espaciales se llenaron de ojos muertos.
La segunda: No mentirás.
       Y brotó la estafa.
       El hombre contó sus huesos y sus nervios
       y los puso en la balanza para venderlos.
La tercera: No caerás en la idolatría.
       Y al día siguiente levantaste un código de signos
       en el que cada cifra era una boca sin entrañas.
El hombre se convirtió en un número que andaba.
La cuarta: No robarás.
       Y estalló la ausencia.
       El pan que te di para vivir se deslizaba en el corazón
       de las hienas.
La quinta: Le darás una mano al necesitado.
       Y tus dedos se llenaron de garfios.
La sexta: No traicionarás al amigo.
       Y al día siguiente tus deseos avanzaban en el vientre
       de la mujer.
       El planeta era una matriz donde las bacterias
       competían con el hombre.
La séptima: No construirás ataúdes.
       Y se encendieron los semáforos negros
       sobre el vacío.
       La luz era un cono que recogía las palabras.
La octava: No dividirás.
       Y en seguida instauraste los colores.
        Las razas extrajeron sus imágenes de un espejo
        multiplicado.
La novena: No violentarás tu cuerpo.
       Y al día siguiente el cansancio parió las invenciones,
       y la pereza, la inteligencia artificial.
       Las larvas fueron el filtro que codificaba el sexo,
       que accionaba el placer en pequeños puntos
       cuyas antenas alzaban el deseo
       de viejas computadoras que gemían.
La décima: No matarás.
        Y nacieron la ambición, el desprecio, la alienación
         y la destrucción.
         Los átomos copularon en vulvas de hierro que giraban
               hacia mundos pulverizados.
         Perdieron sus núcleos y cayeron en cadena
               enlazando imágenes
         esqueletos que colgaban de sus números
         fotones de otras partículas que fundían el futuro
                con el pasado sin memoria.
En el fondo del Libro, Armedonis de tres cabezas (la primera de
      toro, la segunda de hombre y la tercera de cordero) unidas
      por una cola de serpiente que sostenía su columna y daba
      siete vueltas por su vientre, narraba esta historia:
Le dijeron a la oscuridad:
      De esta parte del caos hay barro y luz que aún no he separado.
      Elige lo uno o lo otro. Y en lo que elijas yo pondré la
      voluntad. La oscuridad eligió el barro porque ambos eran
      turbios. Yla voz dijo: Adán, eres de barro y tendrás mi voluntad.
      Pero tu vientre estará vacío como una bolsa.
      Entonces vino Eblis y le colocó el deseo en el fondo de esa
      bolsa. Cuando Adán compareció a la luz, era tierra que
      andaba multiplicada de signos que sólo hallaban la oscuridad.
La segunda narración de Armenodis contenía la historia de
    Azrael:
    Adán había nacido muchas veces y siempre había rechazado
    la luz. Y Azrael le había dicho: Por ser la oscuridad y
    el barro, pedí para ti la Luna, las estrellas, las galaxias.
Pero tu vientre vacío contenía una mutilación.
     En esta línea me introduje cuando Eblis puso el deseo. Por
     eso, cuando mueres, estallo en tu cuerpo y te llevo hacia la
     luz que no ves. Ésta es la causa de tu nuevo nacimiento.
     Pero tu vientre sólo acumula el deseo. El ciclo se repite y
     los signos se rehacen como en el primer origen. Si algún
     día te ofrecen una opción, no pidas el deseo. Pide la luz.
Pero la voz cayó en humedad sobre la órbitas
que desplazaban vientres oscuros desde
la profundidad.
Los navíos de viento que recogían el espacio
y filtraban la inteligencia en las nubes
que devoraba el caos
se llenaba ahora de lodo y estiércol.
Tus ojos arrancados, desecados al sol por Cibernius,
eran una franja de colores que volvían al abismo.
Robot, Cyborg y Orgcí
y los otros seres del Artífice
dictaban sus designios
y llenaban el sexo de cajas musicales que atornillaban
para el próximo Adán.
                                            






José Agustín Goytisolo

  PALABRAS PARA JULIA

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.




MEMORIAL INDOLENTE
1
Es de ese hechizo que hablo
De esas confluencias de fósforo de esos movimientos de la
                  hierba más íntima bajo él roce de un ala
De su poder y de su abismo de su gran tiara de llamas y de
                  su corona baldía de prostituta
y de sus ojos que giran de súbito hasta el blanco para
                   descubrir las raíces más oscuras del alma
Esa gloria carnal de la mujer
Remolino de trópicos y sol de temblor de ola preguntas
                  humeantes de tótem y de aluvión de labios en las
                  mareas secretas del azar
En la simultaneidad milagrosa de dos cuerpos sobre las
                  dunas más tibias de la tierra
Tan hondo en los cimientos de la dulzura en tales
                cautiverios de carretera que se desborda en tales
                 luces de andén del fin del mundo en una niebla
                 de caricias
Tan lejos ese olor de tren húmedo en viaje esa melodía de                  desaparecer a través de los paisajes de este reino
y la gravedad de la tierra
La dorable atracción de su masa conjurando unos vestidos
                 y unos cuerpos que caen como un ángel que
                 desciende
Y la gravedad del cielo
Arrebatando hacia una cúpula de pájaros el suspiro de
               éxtasis de una playa que se retuerce como el
               relámpago
        
La mujer matorral de diálogos del viento y la noche
                la mujer sin orillas en sus gestos de entrega y de
                delirio en las vastas llanuras de sus venas y su
                contacto de torrente
Para iluminar hasta las vértebras la respiración y el
             terror del amante entre sus brazos de hojas blanca  
              donde transpira un país de grandes desarraigos
Tambor de ceremonia y de sumisión
La mujer de mil rostros fulgurantes de mil fantasmas           
              irresistibles y densos cuya sangre bate en sueños
              o se funde a las lluvias
La viva mujer camal de cuerpo de adiós y de eclipse
II
En la oscuridad
Aún vuelvo a entrever los largos cabellos que alguna
    vez flotaron sobre mi rostro de pan de los campos
Sobre mis ojos entrecerrados hasta vislumbrar por sus
    ranuras la luna fangosa de los esteros a través del
    pecho de la dulce mujer de servidumbre inclinada
    sobre mi pecho
Tales muchachas surgían con trenzas sofocantes
-¡Isolina!-
Y yo no hablo de nostalgias no vuelvo una cabeza de
    llanto hacia un tesoro que es mi propia sangre toda
    esa plenitud del deseo fue mía de una vez y por siempre
 Ellas se movían en torno como la sombra de los árboles
  Un rumor de vegetación y de voces un gran globo dorado
     de cosas imposibles y desconocidas ascendía de sus
     presencias y del halo de sus senos
  Mujeres supersticiosas en sus costumbres del corazón
     de la luz con sus espejuelos de magia y sus negros
     tobillos entregados al rocío de la hierba
 El color seco y traslúcido de sus ojos como un ala de
     cigarra
 Con sus pensamientos a ras de la grandeza del verano sus peines incrustados en colas de caballo y sus vuelos hasta
    el fondo ancestral de su raza sobre las barrancas
 Entre la humareda de sibilas de sus braseros los cuartos
    llenos de apariciones y catres donde de pronto se
    encendían los espejismos de la revelación en las
    penumbras del sexo
 La siesta a sus pies fijos en ellas sus ojos de iguana cuando hacían resplandecer las rosas ahumadas de su piel con
     todos los aceites de la pereza
 -¡Oh inmoladas!-
 Mujeres de un sufrimiento tierno en los lechos de hierro de
     un paraíso de concubinato y de éxodo planchadoras  
     acariciantes bailantas de miel negra allá lejos sonríen
     aún como el resplandor de grandes hojas doradas de
     tabaco la garganta y la nuca con un reverbero meloso
     que descendía hacia sus senos y sus nalgas
 Establecidas como focos en extensiones polvorientas en un 
     murmullo de falsos rosarios recitados con el vino de las
     palmeras
 Sirvientas oscuras servidoras de sangre y de polvo de las
     constelaciones
Danzaban
Y de sus ritos emanaba un furor indeleble para injuriar
   cualquier dicha que no fuera su lazo de culebras de la
   tentación y el sudor de sus cuerpos impregnados por
   todos los azúcares del agua
Perdiqas como el aliento pasional de sus axilas
Desnudas todavía como un puñal hembra asestado en las
   derivas de esa provincia  invadiendo lentamente mi ser
   con el polen calcinado de su pelo
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
Ahora sólo recuperadas por los dioses deshechos de la
                                                      [arena
por los demonios que sacan la lengua entre las nubes de la
     lejanía
Recuperadas una vez más por el sabor de inalcanzable
     horizonte que hierve en mis labios
                                                      
                                III
¡Oh ignorante! Desterrado de los abrazos de su origen
   insatisfecho como una gaviota el hechizo se ha roto como
   un cometa deshojado en la sombra
Cada edad con su sentencia con el dardo de la extraña
   mujer destinada a la evaporación y al insomnio
   sus venas hundidas en el arco iris
Extraviado
¿Hasta qué asfixia de ciudad atronadora prosigue tu
   súplica la risa de esos cuerpos con sus diadema
   imaginarias en brazos siempre ajenos." ?
                                IV
La abandonada
¿Acaso no ha surgido lentamente de sus negros espejos
    como la herida de un sol ajado a lo largo de un país
    vagabundo... ?
En su cálido pozo nocturno -¡Oh saqueador!- tu borrarás su
    rostro y el anillo mimoso de su voz
Dormida bajo el vértigo de su plumaje ahora despierta en una
     noche extranjera en la jaula absorta de la ausencia
La desconocida girando en la sequía para descubrir como
    una llaga su lado de sombra
Todo vínculo es ola adiós desamparo
De todo amor se alza siempre un gran pájaro que huye
De todo cuerpo
Se revela una extensión desierta y sin memoria un plano
      lunar donde los besos se pierden
Donde el mundo termina casi con un susurro
                                                        V
Oh mi naturaleza violenta indiferente a las ratas de la
       salvación
Me ha sido revelado mi más profundo secreto:
Estaba hechizado por el hambre clarificado por el calor
   desmedido de mis sienes por ese soplo de solfatara de
   nacer y morir a cada latido en mi irreprimible
   condición de mendigo del sol
Ignorante de todo sello si no fueran las leyes inéditas
       de la marea si no fuera esa intemperie
Nacida de dos seres que se aman
Mi sexo me salva sin plegarias como el hacha del
       verdugo salva de todo límite a un águila de sangre
VI
Bajo su máscara de agravios ella avanza para juzgarte
       desde su historia inextinguible
Sus ropas esparcidas entre los cantos de una novela de
      fiebre y un hilo de sangre plateada fluyendo de sus ojos
      con las promesas perdidas de la costa
¿Pero qué días de saqueo qué despiadada levadura de gran salud de lo inestable qué desastres enamorados
      conducen a su fin tales romances
Tales codicias entre las glorias de la lluvia..
VII
Basta
Bestia tierna del extravío termina tu brebaje
Bárbaro  de tu aliento entre los sentidos del sol entre la
      conjugación de naranjas de tu boca y esa luz de pinzas
      de cangrejo que asciende por tus piernas y tu médula
      como un gran estremecimiento del océano
Y el espejo de ese rostro que avanza hacia ti desde qué
     inmensa aventura que comienza condenado desde
     siempre a virar de improviso hacia una tierra indecisa Ansiosa tierra a saco sin una fruta que respire en calma
     sin una piedra dormida
A flores devorantes a tea de incendiario a silbo de alas' de
     pájaro de presa
Tierra de fermento y de ansiedad
VIII
Músculos de tensión embriagadora de tempestad donde
    la gaviota disuelve su periplo
Un reino fáustico de mujeres todos esos corrosivos
    
 resúmenes de las violencias de tu corazón
Servidoras de polvo y de sueño
Sólo recuperadas por la atmósfera frenética del sobresalto por
     la incandescencia de esos dones desesperados que
     atraviesan el día con su navaja
Recuperadas una vez más mientras el oleaje golpea contra la
     borda de un barco y ellas relucen con la belleza
     tantálica del mar
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
En esta gran unidad palpitante del viento y la playa de la
     respiración y de la muerte del centelleo de la distancia y
     el temblor de una caricia más allá de todas las
     apariencias humanas



ALMAFUERTE

SONETOS MEDICINALES   

   ¡AVANTI!
Si te postran diez veces, te levantas
Otras diez, otras cien, otras quinientas...
No han de ser tus caídas tan violentas
Ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
Asimilan el humus avarientas,
Deglutiendo el rencor de las afrentas
Se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
Nada más necesita la criatura
y en cualquier infeliz se me figura
Que se rompen las garras de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
Cinco segundos antes de la muerte!
                         ¡PIU AVANTI!
No te des por vencido, ni aún vencido,
No te sientas esclavo, ni aún esclavo,
Trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido,
Que ya viejo y ruin vuelve a ser clavo;
No la cobarde intrepidez del pavo
Que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora,
O como Lucifer, que nunca reza, 
 
O como el robledal, cuya grandeza
Necesita del agua y no la implora...
iQue muerda y vocifere vengadora,
Ya rodando en el polvo tu cabeza!
                           ¡MOLTO PIU AVANTI!  
Los que vierten sus lágrimas amantes
Sobre las penas que no son sus penas;
Los que olvidan el son de sus cadenas,
Para limar las de los otros antes;
Los que van por el mundo delirantes,
Repartiendo su amor a manos llenas,
Caen, bajo el peso de sus obras buenas
Sucios, enfermos, trágicos... ¡sobrantes!
¡Ah! ¡Nunca quieras remediar entuertos!
¡Nunca sigas impulsos compasivos!
¡Ten los garfios del odio siempre activos,
Y los ojos del Juez siempre despiertos!...
¡Y al echarte en la caja de los muertos,
Menosprecia los llantos de los vivos! 
                        ¡MOLTO PIU AVANTI ANCORA!
El mundo miserable es un estrado,
Donde todo es estólido y fingido, 
Donde cada anfitrión guarda escondido
Su verdadero ser, tras el tocado.
                                                    

 No digas tu verdad ni al más amado;
  No demuestres temor ni al más temido;
  No creas que jamás te hayan querido
  Por más besos de amor que te hayan dado.
  Mira cómo la nieve se deslíe
  Sin que apostrofe al sol su labio yerto,
  Cómo ansía las nubes el desierto
  Sin que a ninguno su ansiedad confíe...
  ¡Trema como el Infierno; pero ríe!
  ¡Vive la vida plena, pero muerto!
             ¡MOLTISSIMO PIU AVANTI ANCORA!
  Si en vez de las estúpidas panteras
  y los férreos estúpidos leones,
  Encerrasen dos flacos mocetones
  En esa frágil cárcel de las fieras,
  No habrían de yacer noches enteras
  En el blando pajar de sus colchones,
  Sin esperanzas ya, sin reacciones
  Lo mismo que dos plácidos horteras;
  Cual Napoleones pensativos, graves,
  No como el tigre sanguinario y maula,
  Escrutrarían palmo a palmo su aula,
  Buscando las rendija, no las llaves...
  ¡Seas el que tú seas, ya lo sabes:
  A escrutar las rendijas de tu jaula!