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viernes, 9 de marzo de 2018

MARATON DE POESÍA COORDINADORA PILAR IGLESIAS PARTE II

RODOLFO ALONSO

El malestar en la poesía

"Las condiciones del pájaro
solitario son cinco."
JUAN DE YEPES
(San Juan de la Cruz)


¿Canta el pájaro en sí,
por sí y para sí,
o canta para otros:
hembra, pajarerío
o el que alcance a escuchar?

¿Es el canto quien canta
por la boca del pájaro?
¿El canto es quien se canta?
¿La garganta, la música?

¿O es la naturaleza
(madre, maestra, maga)
la celosa inquietante,
la cantora furiosa?

¿Y canta porque sabe
o porque oyó cantar
o lleva el canto impreso
como huella en los genes?
¿La belleza lo inunda,
él mismo es la belleza?

¿O será el universo
confuso, interminable,
quien busca el resplandor,
la claridad posible,
cantándose en los cantos?

¿O acaso el cosmos mismo
huyendo ante el horror
del eterno silencio
se hace voz en la tarde
templada, luminosa?

¿Y canta ante el desnudo
dolor, o quizá el propio
dolor mudo se canta?
¿Se canta la injusticia
para hacerse justicia?

¿Y cuáles son entonces
tal vez, para que cante,
las condiciones, Freud,
del solitario pájaro,
único y general,
resonando en su rama,
feliz de echar al viento
lo que el viento le dice,
lo que el viento se dice?




El desdichado 

Qué desoladamente desolado
te has quedado en la plaza,
niño, en el baldío
silencio de tu misma voz,
fría y sin brillo ahora.

La tarde se ha alejado vanamente
de tus ojos, arena,
ya sin alrededor, ni más, ni nunca.
¿Es que en los míos
vas a quedarte quieto para siempre?

¿Qué esperabas allí, sentado, solo?
¿Que vinieran a darte,
a buscarte, a decirte?
¿Qué esperabas,
pequeño y desgarrado solitario,
sangre mía, ausencia
de todo el mundo? ¿Qué esperabas?





la que yo amo distribuye el tiempo
conserva las raíces de las horas en sus manos
salud en sus campanas
en su muralla convertida en lluvia
en su corazón que está en declive
en la cumbre la muerte en el fondo el amor
amor sus dos pupilas amor cabalga la certeza
y ella convive con los hombres
hoy sus islas habitan mi garganta
la nadadora negra está de pie en la orilla
y hace jirones de pelo con el viento 
la que yo amo persiste en el invierno
se da y huye para luego volver a prosternarse
levántate esperada tu corazón es un crisol
pero aún hay una espada en tu sonrisa 
la que yo amo está cerca de mí
nuestra fuerza es la fuerza de los hombres
está en mis venas y en mis músculos
caliente como el pan como la sangre como el vino




Crece el invierno. 
Ya fue reconquistada, en lucha oscura, la ciudadela
que ganaremos tan Iímpiamente.
Su soledad me invade. 
Ni aún con toda tu belleza se puede detener el mundo. 



HORACIO SALAS


INVENTARIO DE MIS DÍAS


Como no sé vivir
y ya no encuentro cómodo
llorar cada mañana,
como no sé vivir —insisto—
mientras vivo y desvivo
levanto el inventario de mis días.
Me palpo, me recorro,
con cualquier cosa compruebo mi existencia,
por medio de una voz,
de una sonrisa
o de cualquier mujer,
sé que estoy vivo.
Antes de despedir la madrugada
busco, revuelvo entre los trastos viejos,
y encuentro una palabra,
la desarmo,
le abro su panza de aserrín,
vuelvo a coserla igual que un minucioso cirujano
y escribo mi poesía.
Dando vueltas junto a los minuteros
tropiezo con el mismo ángulo recto
que invade a la mañana la oficina.
Prolijamente saludo a los relojes,
me anticipo a los pájaros ficticios,
digo que sí y que no con la cabeza.
Alargo inútilmente la memoria,
busco números claves con anteojos,
recorro con los dedos el lomo de la tarde,
giro sobre un sillón de cuero con sordina,
sumo porcientos grises, cifras azules y columnas rojas,
escribo sobre libros tremebundos,
pronuncio la palabra bibliorato
ochenta y cuatro veces por minuto;
comento un accidente, un crimen, media guerra,
y elogio los dobleces de algún sueño
para arrugarlo luego.
Enarbolo la pipa sobre el labio,
vuelvo a decir que sí de mala gana,
me angustio, resoplo, dramatizo,
a veces nombro a Sartre, a Dios, a Sanfilippo.
Huyo de mí,
me ignoro,
no me quiero.
Después, cuando el cansancio
comienza a recorrerme por la espalda,
saco de los bolsillos mi amor doblado en cuatro,
lo ejerzo tenazmente
y luego con vergüenza lo describo
o tan sólo amontono palabras y las tiro.
Antes de cada noche me apuntalo,
me miro en los espejos,
aliso mi soledad contra la almohada.
Sin que nadie me invite
me meto entre los sueños
o crezco con furia en otros muslos.

A veces también duermo.
O desvarío ante una biblioteca,
ante un poema de Éluard,
ante un Chagall plagiado,
o ante un tango.
Otras veces me siento a la orilla de mis ojos
y me miro asombrado y con espanto.
Me olvidaba,
a veces, también como.
En días de nostalgia
prefiero recordarme
o inventarle memorias a la tarde.
De vez en cuando vuelvo a leer a Borges.
Con la paciencia repito al acostarme
la delantera de Boca en el cincuenta
o escucho a Gardel contra el silencio.
Me desbordo de amigos casi siempre:
ya tengo tantos que nunca alcanza el tiempo
a descifrar sus nombres.
Cuando me quedo solo de espaldas a la noche
enumero los días transcurridos,
vuelvo a la infancia, al olor de los juegos,
converso con mi madre;
Los domingos mi padre sabe todas las respuestas
y todas las historias de aventuras.
Cuando se acaba el juego
evoco a algunos muertos,
voy al cine,
me reflejo en mis ojos preferidos,
aprendo los artículos del Código,
pienso en mi propia muerte
y mientras tanto crezco.

Como no sé vivir,
como no aprendo,
como no me interesan los deberes
ni tampoco me aplico para pasar de grado,
como no sé vivir —insisto—
me conformo con tratar de cambiar,
o simplemente
con inventar la vida
cada día.




DE PASEO

Los padres no deberían adentrarse tanto
en la edad de los hijos.

César Fernandez Moreno
Cuántas cosas quedaron sin hacer en esa tarde
cuántas dejaste inconclusas en ese lejano diecisiete de marzo
recuerdo la cocina sin lavar las plantas secas
días después encontré una marca de papel en un libro
Habías postergado para más adelante hablarme de tu infancia
y tus lágrimas tus fríos y tu miedo
y tu deseo de conocer España
En tantos años de recorrer las calles de Madrid y pueblitos gallegos
pensé más de una vez que cumplías tu proyecto con mi cuerpo
ese cuerpo que estuvo dentro tuyo y cuya cara conserva
                                                                       ciertas facciones tuyas
Nadie consigue dialogar con sus padres el tiempo suficiente
para impedir que el día de la muerte hayan quedado
preguntas sin respuesta
o que el tiempo vaya borrando la memoria poco a poco
cree recuerdos falsos errores o tristezas equívocas
Pero cuando el silencio la ocultación o el miedo
fueron cavando abismos inconclusos
cuando apenas hay pistas desvaneciéndose en el aire
sólo queda la culpa por los límites propios por el tiempo perdido
Sólo sé que esos días andabas inundada de tristeza
y que yo llegué tarde después de medianoche
lo demás son puros testimonios ajenos conjeturas
Nunca volviste a casa.


CHAPARRONES


Ella llueve con frecuencia
“de continuo” según las escrituras
esa lluvia que alguna vez tomó forma de lágrimas
hoy llega desde el centro de la tierra
y explota en los volcanes
sólo un caso en millones dicen los eruditos
leyendas que hablan de anegamientos y sorpresas
sin embargo ella llueve
ya casi como un hábito
y uno secretamente
sin compartir la fórmula
-orgulloso-
deja que el chaparrón caiga sobre su cara.

Así nacen los libros.







Federico García Lorca

El rey de Harlem

Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.

Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.

Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.

Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.

Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.

Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.

¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.

Tenía la noche una hendidura y quietas salamandras de marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre
y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo.
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón por las heladas montañas del oso.

Aquella noche el rey de Harlem con una durísima cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro,
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.

Negros, Negros, Negros, Negros.

La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer.

Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardo,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.

Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos.
Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.

Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.

Hay que huir,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.

*

Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.

Un viento sur de madera, oblicuo en el negro fango,
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros;
un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos
y una pila de Volta con avispas ahogadas.

El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo,
el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos sin una sola rosa.

*

A la izquierda, a la derecha, por el sur y por el norte,
se levanta el muro impasible
para el topo, la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una piña zumbadora.

El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa,
el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.

Negros, Negros, Negros, Negros.

Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas turben postreras azoteas.
Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.

¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises
donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.



Muerte de Antoñito el Camborio



Voces de muerte sonaron 
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir. 

*

Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz. 



ROMANCE SONÁMBULO

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.

*

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

*

Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

*

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.

*

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

*

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.



Antonio Machado

La saeta



¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!



A un olmo seco


Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.


Luis Cernuda

A un poeta muerto
Iría con el homenaje a Lorca


Así como en la roca nunca vemos
La clara flor abrirse,
Entre un pueblo hosco y duro
No brilla hermosamente
El fresco y alto ornato de la vida.
Por esto te mataron, porque eras
Verdor en nuestra tierra árida
Y azul en nuestro oscuro aire.

Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Toda hiel sempiterna del español terrible,
Que acecha lo cimero
Con su piedra en la mano.

Triste sino nacer
Con algún don ilustre
Aquí, donde los hombres
En su miseria sólo saben
El insulto, la mofa, el recelo profundo
Ante aquel que ilumina las palabras opacas
Por el oculto fuego originario.

La sal de nuestro mundo eras,
Vivo estabas como un rayo de sol,
Y ya es tan sólo tu recuerdo
Quien yerra y pasa, acariciando
El muro de los cuerpos
Con el dejo de las adormideras
Que nuestros predecesores ingirieron
A orillas del olvido.

Si tu ángel acude a la memoria,
Sombras son estos hombres
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra;
La muerte se diría
Más viva que la vida
Porque tú estás con ella,
Pasado el arco de tu vasto imperio,
Poblándola de pájaros y hojas
Con tu gracia y tu juventud incomparables.

Aquí la primavera luce ahora.
Mira los radiantes mancebos
Que vivo tanto amaste
Efímeros pasar junto al fulgor del mar.
Desnudos cuerpos bellos que se llevan
Tras de sí los deseos
Con su exquisita forma, y sólo encierran
Amargo zumo, que no alberga su espíritu
Un destello de amor ni de alto pensamiento.

Igual todo prosigue,
Como entonces, tan mágico,
Que parece imposible
La sombra en que has caído.
Mas un inmenso afán oculto advierte
Que su ignoto aguijón tan sólo puede
Aplacarse en nosotros con la muerte,
Como el afán del agua,
A quien no basta esculpirse en las olas,
Sino perderse anónima
En los limbos del mar.

Pero antes no sabías
La realidad más honda de este mundo:
El odio, el triste odio de los hombres,
Que en ti señalar quiso
Por el acero horrible su victoria,
Con tu angustia postrera
Bajo la luz tranquila de Granada,
Distante entre cipreses y laureles,
Y entre tus propias gentes
Y por las mismas manos
Que un día servilmente te halagaran.

Para el poeta la muerte es la victoria;
Un viento demoníaco le impulsa por la vida,
Y si una fuerza ciega
Sin comprensión de amor
Transforma por un crimen
A ti, cantor, en héroe,
Contempla en cambio, hermano,
Cómo entre la tristeza y el desdén
Un poder más magnánimo permite a tus amigos
En un rincón pudrirse libremente.

Tenga tu sombra paz,
Busque otros valles,
Un río donde del viento
Se lleve los sonidos entre juncos
Y lirios y el encanto
Tan viejo de las aguas elocuentes,
En donde el eco como la gloria humana ruede,
Como ella de remoto,
Ajeno como ella y tan estéril.

Halle tu gran afán enajenado
El puro amor de un dios adolescente
Entre el verdor de las rosas eternas;
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra,
Tras de tanto dolor y dejamiento,
Con su propia grandeza nos advierte
De alguna mente creadora inmensa,
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria
Y luego le consuela a través de la muerte.


Donde habite el olvido


Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.




Oliverio Girondo
No se me importa un pito

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! y en esto soy irreductible no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!

Ésta fue y no otra la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelo sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedora la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. “¡María Luisa!¡María Luisa!”... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

OLIVERIO GIRONDO

Llorar a lágrima viva

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo… si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!


MIGUEL OSCAR MENASSA
 Cuando le dije
a un amigo

Cuando le dije a un amigo, hace diez años,
me voy a España Madre, a comerme el idioma.
El me miró sonriente y no me dijo nada.
Después en una carta me contó la verdad:
España está muerta hace siglos.
Franco fue sólo el despertar.
El idioma, si vive, vive en ti.
Vuelve, no pierdas más el tiempo.
Patria y mujeres te necesitan.
Los amigos esperamos tus versos.
La ciudad está quieta, esperando.
Y, sin embargo, aquí estoy España,
para hacerte vivir de mis amores,
clavo en tu centro, puñales de mi canto.



Argentinos super star

No tienen madre o está lejos, son gente sin familia,
nadie reclamará si desaparecen, nadie los llorará.
Un argentino hundiéndose en la indiferencia y la ceguera.
Un pedazo de carne de las tierras del plata por el suelo.
No tienen hijos porque sus hijos ya son españoles.
Nadie, los necesita ya, nadie reclamará por ellos.
Archivaremos sus versos en viejos cajones de las Indias
y si alguno llegara a gritar, haremos oídos sordos.
En sus tumbas pondremos: NO EXISTIÓ NUNCA,
fue un hálito de luz que enseguida apagamos.
Siempre estuvo en el aire, nunca pisó tierra.
Y si alguna mujer española, que son tan locas,
se llegara a enamorar de ese resto de vida,
la quemaremos, la olvidaremos en silencio.


II
Esta vez soy el indio que no hará la guerra.
Esta vez soy el indio que no someterán.
Esta vez soy el indio que habla las palabras.
Esta vez soy el indio que se libera en versos.
No véis que ya no quedan puñales en mis ojos,
ni lanzas a caballo corriendo hacia la muerte.
No véis que Cristo ha caído de los Andes,
que ya no quedan, en mis ojos, plegarias.
Esta vez soy el indio que viene del futuro.
No tengo tesoros que guardar, ni templos,
ni mujeres enamoradas, ni tierras fértiles.
No haré la guerra ni el amor, ni escaparé, cobarde.
Provengo de sumergidas Atlántidas del verbo.
Soy el indio poeta, esa civilización imposible.


III
Y soy americano y soy de América.
Mi voz es una voz americana.
Mis lujurias mis locas ambiciones de volar,
son americanas y Madrid, mi querida,
mis pequeños huérfanos parisinos,
no es Europa ni lo será en mil años.
Madrid es trozo central,
del gran diamante americano.
La lengua que genera un don que la supera.
La increíble madre que se quedó sin dueño
y se deja llevar tranquilamente por sus hijos.
El tiempo no es el ser,
pero el ser no puede ser fuera del tiempo
y tiempo es una lengua, una escritura.
Yo soy, de piedra, el indio americano,
que no mató España en la conquista.
Vengo de un cielo, cálido, sin dioses.
De una llanura fértil, casi sin límites.
Soy el sangrante y hablador guaraní,
la pura lágrima, límpida del maya,
el surco abierto, con firmeza, por el inca,
la tristeza, infinita, de lo que no muere.
Soy el árbol, la fruta, el oro, la pérfida esmeralda.
Plata descuartizada, sangriento cobre ametrallado.
Montañas y mujeres saqueadas en nombre de Dios.
Soy de América el verbo, la pluma diferente,
indígena y galáctico, histórico y superfluo,
granítica presencia, hiel de los tiempos.


HE ATENTADO CONTRA TODO

He atentado contra todo y no ha servido.
He aceptado todo y tampoco ha servido.
Volar
y volaba más alto que las nubes.
Morir
y me hundía las manos en el vientre
y me arrancaba el corazón.
Después alguien murmuraría:
hubiese sido mejor de otra manera.
La belleza
en el centro de la belleza
esperaban tranquilamente
los grandes amores
y la verdad
tibias locuras.
Pieles maltratadas para que el amor
tenga su destino de luz apagándose.
Caminos de la vida cortados para siempre.
Atolondradas cadenas golpeándonos el rostro
atardeceres donde la justicia nos condena.
Noches enteras donde la fiebre
es el amor
y simples pensamientos
la locura.
Tiempos donde la vida
no entraba en la mirada
tiempos de la famosa soledad.
Interminables caminatas por mi cuerpo
como si mi cuerpo fuera el universo.
Celeste y sombrío.
Luminosos soles
encandilados por su propia belleza
y los interminables astros negros
embrutecidos de dolor.



CRECIENDO ME FUI DANDO CUENTA


Creciendo me fui dando cuenta
que vivir no era suficiente.
En principio comencé por cambiar
algunas horas de mi vida
por algunas palabras.
Esas cuestiones del sexo y del oro
de la pequeña y simpática libertad
de la política sombría.
Las palabras se unían unas a otras
como pesadas redes
y en esa soledad fue necesario amar
conocer el amor
amar el amor
ser para el amor
como si el amor fuera uno mismo.
Matarse por amor.
Envolverse en la tristeza
de un crimen por amor.
Soñar y ser soñado
siempre por la misma persona
y tener la valentía por amor
de despeñarse
por el desfiladero de las sombras
cada vez que lo amado deje de soñar.
Y el amor con tanta locura
trae el movimiento de los astros.
Soles quietos
enamorados de bailarinas lunas
lunas ciegas
bailando por la obligación del amor.
Después aún
entregando otras horas de mi vida
 ingresé en el cosmos.
Los soles quietos giraban a su vez
alrededor de otras cadenas.
La luz
era sólo el reflejo de su búsqueda.


MARIA CHEVEZ


Exquisita y feroz pereza enamorada,
abruptos latidos de coraje.
Adorar y humillar tu niño sucio abandonado,
diluir en mi mano el quieto cansancio de tu frente,
velar tu oscuro sueño, tu cuerpo tenso,
tu palabra febril temblando de mañana.
Escribo versos y no hago cuentas.
Descubro ideas y te miento,
hago de tonta en tu presencia
y añoro, entre tus brazos,
ese amor palpitante, mi propio aliento.
Extranjera en tu mundo -orden menor para nuestro extravagante
delirio geográfico-
a
 caballo entre las épocas cambiantes,
nunca estuve aquí.
Entregada al poema, al deseo, a las luchas violentas de la verdad
qué Paul, qué vida Eluard
en mi patria que está lejos
la muerte organiza la vida.
Bandera azul y blanca de mi tierra ardiente
como una mujer espera
como un hombre de rodillas, reza.
Tu prosa viva gimiendo, miguel, amigo, breton, artaud
y el comerciante de abisinia, lejano ocio feroz.
La patria se confunde, amor, cuando está lejos.
Sabor irrepetible sonido de risa en la piel.
Manos quietas como el viejo mapa de colores.
Te nombro
geografías del sol sobre tus hombros, después,
mi taza de café
en el bar azul sombrío.
Dolor clavado
tus piernas firmes
tu apellido viento
mi rostro de acíbar alojándose en la piedra.
La patria, vida, es celeste
otoño
caída
herida.
Tiempo habitado
lejos, huída.
Ven, démoslo todo vueltas.
No olvides, no perdones.
Frunce el ceño y espera.
Seamos esta música que nos tiñe el alma
alarido, compás, voz.
No habrá guerra cuando estalle, bestias boqueando de sed en
el desierto
y recova
y retreta
y pampa cubierta de lino, sábana húmeda de rocío.
Patria cuando estás lejos, eres esta fruta ácida
tronchando mi boca de isla y de río
seda interminable
cáncer
dinero
oferta
demanda
mercado de esclavos
a la usanza europea.
Mujeres comprando hombres
hombres mercando mujeres
niños sucios mendicantes
fosa común donde yacen
los mugrientos mercaderes.
La que compra el prestigio del objeto
el que lo vende
la que sabe
el que calla.
Miseria y un sol desvaído por la contaminación.
Finales de siglo en ritmos furibundos.
Todos los héroes murieron violentamente
lo dicen por televisión.
Esconde rápidamente la lira y aúlla,
no soy la luz.



Casta doncella encerrada
piernas juntas
manos quietas,
en ti vine a albergarme,
era poeta.
Tratas desde entonces
que nuestro destino marque
voces milongueras.
No sabes, acaso,
que recostada en una larga ribera
vive una muchedumbre
en cuyos cuerpos,
todas las edades, todas las músicas,
laten un acuerdo.
Serena quietud trastornada de algas
resisto en tu figura,
arcángel subterráneo, algorozo del sonido.
Místico arrebato,
incomprensible amor, vives conmigo.
Huérfana y ciega fui
entre tus sedas, una malviviente,
goznes de la infancia, oscilación y ardor.
Recuerdo nuestras vidas y siento escalofríos.
Murallas del hambre sobre tu voz
bruma entre los álamos, desteñidos de silencio.
Celestes lagunas del desierto,
gacela turbia, descuidada
azotada sangre.
Eras el ruido que hendía una roja mortaja.
Ahora lava ardiente
encuentro en el horizonte



Ultimátum A Un Joven Poeta 

Que el pan sea pan y mar el mar
Basta de conjeturas
Murciélagos lunares o roedores de orquídeas
Toda palabra tiene precio
Las palabras que atacan como rayos o víboras
Y también madre
Amigo
Y alcohol y cama y mesa
Y el hijo concebido a dulces empujones
Y los hongos que provocan destellos de amor
O resplandores de muerte
Y el poeta que cae bajo las balas
Como un sol que la noche acribilla
Que el pan sea pan y mar el mar
Y el agua eterna
Pero la sed eterna
Para poder decir al fin:
He hallado un pan junto al mar
Los buitres sobrevolaban mi amor
He mordido una orquídea
Los buitres disputaban un cuerpo querido
He guiado camiones y dormido en aserraderos
Los buitres devoraban a mi amada
Viajé de noche sobre la arena caliente
Invoqué los nombres secretos
Conjuré un maleficio
Contuve una catástrofe
Conduje a un águila a su nido
He muerto con mis muertos y estoy vivo
Cuando llegué a la ciudad
Un loco vagaba por las calles
En su mirada había un cuchillo
Le di mi mano
Lo miré
Le hablé y mi voz duró entre los astros
Éramos sólo dos sobre la tierra
Pero éramos dos sobre la tierra
La soledad se hizo añicos
La poesía palabras




Apuntes para una crítica de la razón poética

Digamos, por ejemplo:
por un punto dado fuera de la luna
sólo podrá trazarse a dicha luna
una perpendicular y sólo una.

O también:
llámase barroco a todo aquel
para quien la distancia menor
entre dos puntos
es la curva.

Proposición:
pasar de la poética de la moral
a la moral poética.

Ejemplo:
de dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo:
de la derecha cuando es diestra
de la izquierda cuando es siniestra.

En resumen:
más vale ser cabeza de león que cola de ratón.

El mejor modo de esperar es ir al encuentro.

11

Kesí
Kenó tiene razón
Ké kosa extrema
es un poema
Komo un policía
detrás de las palabras
va la poesía

Ni a las palabras respeta
hoy
el poeta

Feas o hermosas
lo ke kuenta
son las kosas




Para partir, para llegar

También aquí se quiso huir
dejarlo todo atrás
reanudar el silencio
desbaratar una copiosa primavera
pasar por alto algo más todavía

Pero muchos años han pasado por este poema
con muertes y orgasmos
amores y guerras
soledad y dictadores

El tiempo es una paciencia
largamente presentida
y elástica

Ya no hay tiempo para perder
en mitos y melancolías

Ya no es tiempo de perder.



ROSALIA DE CASTRO

SANTA ESCOLÁSTICA

I
Una tarde de abril, en que la tenue
llovizna triste humedecía en silencio
de las desiertas calles las baldosas,
mientras en los espacios resonaban
las campanas con lentas vibraciones,
dime a marchar, huyendo de mi sombra.

Bochornoso calor que enerva y rinde,
si se cierne en la altura la tormenta,
tornara el aire irrespirable y denso.
Y el alma ansiosa y anhelante el pecho
a impulsos del instinto iban buscando
puro aliento en la tierra y en el cielo.

Soplo mortal creyérase que había
dejado el mundo sin piedad desierto,
convirtiendo en sepulcro a Compostela.
Que en la santa ciudad, grave y vetusta,
no hay rumores que turben importunos
la paz ansiada en la apacible siesta.


II
—¡Cementerio de vivos! —murmuraba
yo al cruzar por las plazas silenciosas
que otros días de glorias nos recuerdan.
¿Es verdad que hubo aquí nombres famosos,
guerreros indomables, grandes almas?
¿Dónde hoy su raza varonil alienta?

La airosa puerta de Fonseca, muda,
me mostró sus estatuas y relieves
primorosos, encanto del artista;
y del gran Hospital, la incomparable
obra del genio, ante mis tristes ojos
en el espacio dibujóse altiva.

Después la catedral, palacio místico
de atrevidas románicas arcadas,
y con su Gloria de bellezas llena,
me pareció al mirarla que quería
sobre mi frente desplomar, ya en ruinas,
de sus torres la mole gigantesca.

Volví entonces el rostro, estremecida,
hacia donde atrevida se destaca
del Cebedeo la celeste imagen,
como el alma del mártir, blanca y bella,
y vencedora en su caballo airoso,
que galopando en triunfo rasga el aire.

Y bajo el arco oscuro, en donde eterno
del oculto torrente el rumor suena,
me deslicé cual corza fugitiva,
siempre andando al azar, con aquel paso
errante del que busca en donde pueda
de sí arrojar el peso de la vida.

Atrás quedaba aquella calle adusta,
camino de los frailes y los muertos,
siempre vacía y misteriosa siempre,
con sus manchas de sombra gigantescas
y sus claros de luz, que hacen más triste
la soledad, y que los ojos hieren.

Y en tanto... la llovizna, como todo
lo manso, terca, sin cesar regaba
campos y plazas, calles y conventos
que iluminaba el sol con rayo oblicuo
a través de los húmedos vapores,
blanquecinos a veces, otras negros.
III
Ciudad extraña, hermosa y fea a un tiempo,
a un tiempo apetecida y detestada,
cual ser que nos atrae y nos desdeña:
algo hay en ti que apaga el entusiasmo,
y del mundo feliz de los ensueños
a la aridez de la verdad nos lleva.
¡De la verdad! ¡Del asesino honrado
que impasible nos mata y nos entierra!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Y yo quería morir! La sin entrañas,
sin conmoverse, me mostrara el negro
y oculto abismo que a mis pies abrieran;
y helándome la sangre, fríamente,
de amor y de esperanza me dejara,
con sólo un golpe, para siempre huérfana.

«¡La gloria es humo! El cielo está tan alto
y tan bajos nosotros, que la tierra
que nos ha dado volverá a absorbernos.
¡Afanarse y luchar, cuando es el hombre
mortal ingrato y nula la victoria!
¿Por qué, aunque haya Dios, vence el infierno?»

Así del dolor víctima, el espíritu
se rebelaba contra cielo y tierra...
mientras mi pie inseguro caminaba;
cuando de par en par vi abierto el templo,
de fieles despoblado, y donde apenas
su resplandor las lámparas lanzaban.
IV
Majestad de los templos, mi alma femenina
te siente, como siente las maternas dulzuras,
las inquietudes vagas, las ternuras secretas
y el temor a lo oculto tras de la inmensa altura.

¡Oh, majestad sagrada! En nuestra húmeda tierra
más grande eres y augusta que en donde el sol ardiente
inquieta con sus rayos vivísimos las sombras
que al pie de los altares oran, velan o duermen.

Bajo las anchas bóvedas, mis pasos silenciosos
resonaron con eco armonioso y pausado,
cual resuena en la gruta la gota cristalina
que lenta se desprende sobre el verdoso charco.

Y aun más que los acentos del órgano y la música
sagrada, conmovióme aquel silencio místico
que llenaba el espacio de indefinidas notas,
tan sólo perceptibles al conturbado espíritu.

Del incienso y la cera el acusado aroma
que impregnaba la atmósfera que allí se respiraba,
no sé por qué, de pronto, despertó en mis sentidos
de tiempos más dichosos reminiscencias largas.

Y mi mirada inquieta, cual buscando refugio
para el alma, que sola luchaba entre tinieblas,
recorrió los altares, esperando que acaso
algún rayo celeste brillase al fin en ella.

Y... ¡no fue vano empeño ni ilusión engañosa!
Suave, tibia, pálida la luz rasgó la bruma
y penetró en el templo, cual entre la alegría
de súbito en el pecho que las penas anublan.

¡Ya yo no estaba sola! En armonioso grupo,
como visión soñada, se dibujó en el aire
de un ángel y una santa el contorno divino,
que en un nimbo envolvía vago el sol de la tarde.

Aquel candor, aquellos delicados perfiles
de celestial belleza, y la inmortal sonrisa
que hace entreabrir los labios del dulce mensajero
mientras contempla el rostro de la virgen dormida

en el sueño del éxtasis, y en cuya frente casta
se transparenta el fuego del amor puro y santo,
más ardiente y más hondo que todos los amores
que pudo abrigar nunca el corazón humano;

aquel grupo que deja absorto el pensamiento,
que impresiona el espíritu y asombra la mirada,
me hirió calladamente, como hiere los ojos
cegados por la noche la blanca luz del alba.

Todo cuanto en mí había de pasión y ternura,
de entusiasmo ferviente y gloriosos empeños,
ante el sueño admirable que realizó el artista,
volviendo a tomar vida, resucitó en mi pecho.

Sentí otra vez el fuego que ilumina y que crea
los secretos anhelos, los amores sin nombre,
que como al arpa eólica el viento, al alma arranca
sus notas más vibrantes, sus más dulces canciones.

Y orando y bendiciendo al que es todo hermosura,
se dobló mi rodilla, mi frente se inclinó
ante Él, y conturbada, exclamé de repente:
«¡Hay arte! ¡Hay poesía...! Debe haber cielo. ¡Hay Dios!»


DAMASO ALONSO

De profundis

Si vais por la carrera del arrabal, apartaos, no os inficione
mi pestilencia.
El dedo de mi Dios me ha señalado: odre de putrefacción
quiso que fuera este mi cuerpo,
y una ramera de solicitaciones mi alma,
no una ramera fastuosa de las que hacen languidecer
de amor al príncipe,
sobre el cabezo del valle, en el palacete de verano,
sino una loba del arrabal, acoceada por los trajinantes,
que ya ha olvidado las palabras de amor,
y sólo puede pedir unas monedas de cobre en la cantonada.
Yo soy la piltrafa que el tablajero arroja al perro del
mendigo,
y el perro del mendigo arroja al muladar.
Pero desde la mina de las maldades, desde el pozo de la
miseria,
mi corazón se ha levantado hasta mi Dios,
y le ha dicho: Oh Señor, tú que has hecho también la
podredumbre,
mírame,
yo soy el orujo exprimido en el año de la mala cosecha,
yo soy el excremento del can sarnoso,
el zapato sin suela en el carnero del camposanto,
yo soy el montoncito de estiércol a medio hacer, que
nadie compra,
y donde casi ni escarban las gallinas.
Pero te amo,
pero te amo frenéticamente.
¡Déjame, déjame fermentar en tu amor,
deja que me pudra hasta la entraña,
que se me aniquilen hasta las últimas briznas de mi ser,
para que un día sea mantillo de tus huertos!


TERESA DE JESÚS

VIVO SIN VIVIR EN MÍ*

Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga:
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero porque no muero.

Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.

Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que sólo me resta,
para ganarte perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero
que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios que vive en mí,
si no es el perderte a ti,
para merecer ganarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.

SOBRE AQUELLAS PALABRAS

"DILECTUS MEUS MIHI" *
Ya toda me entregué y di,
y de tal suerte he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador
me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor
mi alma quedó caída,
y cobrando nueva vida
de tal manera he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.

Hirióme con una flecha
enherbolada de amor,
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado es para mí,
y yo soy para mi amado.




JOSÉ PORTOGALO
CARTEL
Sabemos que la tierra palpita bajo el peso de nuestros muertos. 
También sabemos que a la muerte de los recién nacidos 
se une la muerte de las parturientas anónimas. 
La muerte de los canillitas sobre los mármoles fríos. 
La muerte de los soldados bloqueados por los colores de las banderas. 
La muerte de las prostitutas entre colillas aplastadas y frascos de perfume. 
Y hasta la muerte de las nubes que se transforman en lluvia: 
Sobre las ciudades, o sobre los campos 

La muerte que rueda por el Universo embozada como una espía, 
y se aposta en cualquiera esquina del mundo, o en un zapato. 
O anda como un silbido que se ha extraviado en el aire 

Os lo digo camaradas: Tenemos siglos de inercia que giran entre las manos.
Y nos vencerán como a juncos o como a hierbas si no mellamos sus hélices. 
Las voces de nuestros muertos circulan como soles que alumbran. 
Yacen en horizontes que avanzan sobre planetas que dan vueltas. 

A veces, con las manos crispadas 
como los cuerpos de los náufragos flotando sobre el océano. 
A veces con los ojos espantosamente abiertos, 
como la boca de los túneles o el ojo de los abismos: 
Nos aguardan sus muertes y se unen a las raíces más oscuras 
Las que penetran la tierra. 
Las que alimentan las ramas 
Las que dan sangre al fruto. 
Así, como los latidos del corazón que vitalizan la carne 
Las raíces que todos ignoramos. 
Las raíces que corren por las venas. 





¿Hasta cuando nos dejaremos pudrir entre los limos de la inercia? 
¿Hasta cuando empujará la noche sus bultos en nuestros ojos? 
¿Hasta cuando os dejaremos manosear como las semillas? 
Y no seremos como la ola que avanza 
Como la flecha que avanza. 
Como la rueda que avanza. 
Como el fuego. 
Como el viento. 
Como el humo. 
Como el vivir de todos los elementos del Universo que avanza!




JULIO CORTAZAR
Tu más  Profunda Piel


    Cada memoria enamorada guarda sus magdalenas y la mía -sábelo, allí donde estés- es el perfume del tabaco rubio que me devuelve a tu espigada noche, a la ráfaga de tu más profunda piel. No el tabaco que se aspira, el humo que tapiza las gargantas, sino esa vaga equívoca fragancia que deja la pipa, en los dedos y que en algún momento, en algún gesto inadvertido, asciende con su látigo de delicia para encabritar tu recuerdo, la sombra de tu espalda contra el blanco velamen de las sábanas.

    No me mires desde la ausencia con esa gravedad un poco infantil que hacia de tu rostro una máscara de joven faraón nubio. Creo que siempre estuvo entendido que sólo nos daríamos el placer y las fiestas livianas del alcohol y las calles vacías de la medianoche. De ti tengo más que eso, pero en el recuerdo me vuelves desnuda y volcada, nuestro planeta más preciso fue esa cama donde lentas, imperiosas geografías iban naciendo de nuestros viajes, de tanto desembarco amable o resistido de embajadas con cestos de frutas o agazapados flecheros, y cada pozo, cada río, cada colina y cada llano los hallamos en noches extenuantes, entre oscuros parlamentos de aliados o enemigos. ¡Oh viajera de ti misma, máquina de olvido! Y entonces me paso la mano por la cara con un gesto distraído y el perfume del tabaco en mis dedos te trae otra vez para arrancarme a este presente acostumbrado, te proyecta antílope en la pantalla de ese lecho donde vivimos las interminables rutas de un efímero encuentro.

    Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía. Con el perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un instante que es como un vórtice, sé que dijiste " Me da pena, y yo no comprendí porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía ovillo blanco y negro, lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando blandamente y desligándose hasta otra vez ovillarse y repetir las caída desde lo alto o lo hondo, jinete o potro arquero o gacela, hipogrifos afrontados, delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que el negro nido de tu pelo.

    Dijiste "Me da pena, sabes", y volcada de espaldas me miraste con ojos y senos, con labios que trazaban una flor de lentos pétalos. Tuve que doblarte los brazos, murmurar un último deseo con el correr de las manos por las más dulces colinas, sintiendo como poco a poco cedías y te echabas de lado hasta rendir el sedoso muro de tu espalda donde un menudo omóplato tenía algo de ala de ángel mancillado. Te daba pena, y de esa pena iba a nacer el perfume que ahora me devuelve a tu vergüenza antes de que otro acorde, el último, nos alzara en una misma estremecida réplica. Sé que cerré los ojos, que lamí la sal de tu piel, que descendí volcándote hasta sentir tus riñones como el estrechamiento de la jarra donde se apoyan las manos con el ritmo de la ofrenda; en algún momento llegué a perderme en el pasaje hurtado y prieto que se llegaba al goce de mis labios mientras desde tan allá, desde tu país de arriba y lejos, murmuraba tu pena una última defensa abandonada.

    Con el perfume del tabaco rubio en los dedos asciende otra vez el balbuceo, el temblor de ese oscuro encuentro, sé que una boca buscó la oculta boca estremecida, el labio único ciñéndose a su miedo, el ardiente contorno rosa y bronce que te libraba a mi más extremo viaje. Y como ocurre siempre, no sentí en ese delirio lo que ahora me trae el recuerdo desde un vago aroma de tabaco, pero esa musgosa fragancia, esa canela de sombra hizo su camino secreto a partir del olvido necesario e instantáneo, indecible juego de la carne oculta a la conciencia lo que mueve las más densas, implacables máquinas del fuego. No eras sabor ni olor, tu más escondido país se daba como imagen y contacto, y sólo hoy unos dedos casualmente manchados de tabaco me devuelven el instante en que me enderecé sobre ti para lentamente reclamar las llaves de pasaje, forzar el dulce trecho donde tu pena tejía las últimas defensas ahora que con la boca hundida en la almohada sollozabas una súplica de oscura aquiescencia, de derramado pelo. Más tarde comprendiste y no hubo pena, me cediste la ciudad de tu más profunda piel desde tanto horizonte diferente, después de fabulosas máquinas de sitio y parlamentos y batallas. En esta vaga vainilla de tabaco que hoy me mancha los dedos se despierta la noche en que tuviste tu primera, tu última pena. Cierro los ojos y aspiro en el pasado ese perfume de tu carne más secreta, quisiera no abrirlos a este ahora donde leo y fumo y todavía creo estar viviendo.

 

Me caigo y me levanto

Nadie puede dudar de que las cosas recaen,
un señor se enferma y de golpe un miércoles recae
un lápiz en la mesa recae seguido
las mujeres, cómo recaen
teóricamente a nada o a nadie se le ocurriría recaer
pero lo mismo está sujeto
sobre todo porque recae sin conciencia
recae como si nunca antes
un jazmín para dar un ejemplo perfumado
a esa blancura
¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo?
el mero permanecer ya es recaída
es jazmín entonces
y no hablemos de las palabras
esas recayentes deplorables
y de los buñuelos fríos que son la recaída clavada
contra lo que pasa, se impone pacientemente la rehabilitación
en lo más recaído hay algo que siempre pugna por rehabilitarse
en el hongo pisoteado, en el reloj sin cuerda
en los poemas de Pérez, en Pérez
todo recayente tiene ya en sí un rehabilitante
pero el problema, para nosotros lo que pensamos nuestra vida
es confuso y casi infinito
un caracol segrega y una nube aspira
seguramente recaerán
pero una compensación ajena a ellos los rehabilita
los hace treparse poco a poco a lo mejor de si mismos
antes de la recaída inevitable
pero nosotros tía ¿cómo haremos?
¿cómo nos daremos cuenta de que hemos recaído
si por la mañana estamos tan bien
tan café con leche
y no podemos medir hasta donde hemos recaído en el sueño
o en la ducha
y si sospechamos lo recadente de nuestro estado
¿cómo nos rehabilitaremos?
hay quienes recaen al llegar a la cima de una montaña
al terminar su obra maestra
al afeitarse sin un solo tajito
no toda recaída va de arriba abajo
porque arriba y abajo no quieren decir gran cosa
cuando ya no se sabe donde se está
probablemente Icaro creía tocar el cielo
cuando se hundió en el mar …. y
dios te libre de una zambullida tan mal preparada
tía ¿cómo nos rehabilitaremos?
hay quien ha sostenido que la rehabilitación
sólo es posible alterándose
pero olvidó que toda recaída es una desalteración
una vuelta al barro de la culpa
perfecto!
somos lo más que somos porque nos alteramos
salimos del barro en busca de la felicidad
y la conciencia y los pies limpios
un recayente es entonces un desalterante
de donde se sigue que
nadie se rehabilita sin alterarse
pretender la rehabilitación alterandose es una triste redundancia
nuestra condición es la recaída y la desalteración
y a mi me parece que un recayente debería rehabilitarse de otra manera
que por lo demás ignoro
No solamente ignoro eso
sino que jamás he sabido en qué momento
mi tía o yo recaemos
¿cómo rehabilitarnos entonces si a lo mejor no hemos recaído todavía?
y la rehabilitación nos encuentra ya rehabilitados
Tía, no será esa la respuesta ahora que lo pienso...
Hagamos una cosa:
Usted se rehabilita y yo la observo
varios días seguidos
digamos, una rehabilitación continua
usted está todo el tiempo rehabilitándose y yo la observo
o al revés si prefiere
pero a mí me gustaría que empezara usted
porque soy modesto y buen observador
de esa manera si yo recaigo en los intervalos de mi rehabilitación
mientras usted no le da tiempo a la recaída
y se rehabilita como en un cine continuado
al cabo poco nuestra diferencia será enorme
Usted estará tan por encima que dará gusto
entonces yo sabré que el sistema ha funcionado
y empezaré a rehabilitarme furiosamente
pondré el despertador a las tres de la mañana
suspenderé mi vida conyugal
y las demás recaídas que conozco
para que, sólo queden las que no conozco
y a lo mejor poco a poco un día estaremos otra vez juntos tía
y será tan hermoso decir...
ahora nos vamos al centro y nos compramos un helado
el mío todo de frutilla
y el de usted con chocolate y un bizcochito.




 

OLGA OROZCO

 

CON ESTA BOCA, EN ESTE MUNDO...*


No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.

Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta  dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.

Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo con la lengua cortada.

¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.
Hemos ganado. Hemos perdido, porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo esta sola boca?



PARA HACER UN TALISMÁN

Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza,
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.
Si sobrevive aún,
si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios;
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra;
puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!



LA MALA SUERTE

Alguien marcó en mis manos,
tal vez hasta en la sombra de mis manos,
el signo avieso de los elegidos por los sicarios de la
desventura.
Su tienda es mi morada.
Envuelta estoy en la sombría lona de unas alas que caen y
que caen
llevando la distancia dondequiera que vaya,
sin acertar jamás con ningún paraíso a la medida de mis
tentaciones,
con ningún episodio que se asemeje a mi aventura.
Nada. Antros donde no cabe ni siquiera el perfume de la
perduración,
encierros atestados de mariposas negras, de cuervos y de
anguilas,
agujeros por los que se evapora la luz del universo.
Faltan siempre peldaños para llegar y siempre sobran
emboscadas y ausencias.
No, no es un guante de seda este destino.
No se adapta al relieve de mis huesos ni a la temperatura
de mi piel,
y nada valen trampas ni exorcismos,
ni las maquinaciones del azar ni las jugadas del empeño.
No hay apuesta posible para mí.
Mi lugar está enfrente del sol que se desvía o de la isla que se
aleja.
¿No huye acaso el piso con mis precarios bienes?
¿No se transforma en lobo cualquier puerta?
¿No vuelan en bandadas azules mis amigos y se trueca en
carbón el oro que yo toco?
¿Qué más puedo esperar que estos prodigios?
Cuando arrojo mis redes no recojo más que vasijas rotas,
perros muertos, asombrosos desechos,
igual que el pobrecito pescador al comenzar la noche
fantástica del cuento.
Pero no hay desenlace con aplausos y palmas para mí.
¿No era heroico perder? ¿No era intenso el peligro? ¿No era
bella la arena?
Entre mi amado y yo siempre hubo una espada;
justo en medio de la pasión el filo helado, el fulgor venenoso
que anunciaba traiciones y alumbraba la herida en el final de
la novela.
Arena, sólo arena, en el fondo de todos los ojos que me
vieron.
¿Y ahora con qué lagrimas sazonaré mi sal,
con qué fuego de fiebres consteladas encenderé mi vino?
Si el bien perdido es lo ganado, mis posesiones son
incalculables.
Pero cada posible desdicha es como un vértigo,
una provocación que la insaciable realidad acepta,
más tarde o más temprano.
Más tarde o más temprano,
estoy aquí para que mi temor se cumpla.


OLGA OROZCO

DETRÁS DE AQUELLA PUERTA

En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés de todo tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado  Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una historia  baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza  la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no la guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo
-cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo-
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos  y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste


 EN EL FINAL ERA EL VERBO

Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar,
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo
para sustituir los jardines del edén sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás todos los
                                                                               alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer ya destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo
                                                                         alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el
                                                                                    de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.



VUELVE CUANDO LA LLUVIA


Hermanas de aire y frío, hermanas mías:
¿cuál es esa canción que se prolonga por las ramas
                                                                    y rueda contra el vidrio?
¿Cuál es esa canción que yo he perdido y que gira en el viento
                                                                                   y vuelve todavía?
Era lejos, muy lejos, en las primeras albas de un jardín custodiado
                                                                             por ángeles y ortigas.
Cantábamos para siempre la canción.
Cantábamos nuestra alianza hasta después del mundo.
Era hace mucho tiempo, hermana de silencios y de luna.
Era en tu adolescencia y en mi niñez más tierna,
cuando apenas te habías asomado a las sinuosas aguas del amor,
                                                                         que te apresaron pronto,
y aún te vestías contra nuestro candor con el muestrario
                                                                            de las apariciones:
la novia fantasmal, el alma en pena o la mendiga loca;
pero al día siguiente eras la paz y el roce de la hierba.
Cuando te fuiste, faltó el cristal azul en la canción.
Era hace mucho tiempo, hermana de aventuras y de sol.
Yo era la más pequeña y seguía tus pasos por sitios encantados
donde había tesoros escondidos en tres granos de sal,
un ojo de cerradura enmohecida para mirar el porvenir más
bello y un espejo enterrado en el que estaba escrita la palabra
                                                                                   del supremo poder.
Tú inventabas los juegos, las tentaciones, las desobediencias.
Fueron tantos los años compartidos en fiestas y en adioses
que se trizó en pedazos la canción cuando tu mano abandonó la mía.
Hermanas de ráfaga y temblor, hermanas mías,
las escucho cantar desde las espesuras de mi noche desierta.
Sé que vuelven ahora para contradecir mi soledad,
para cumplir el pacto que firmó nuestra sangre hasta
                                                                            después del mundo,
hasta que completemos de nuevo la canción.


 

CARILDA OLIVER LABRA

 

ME DESORDENO, AMOR, ME DESORDENO *

Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.



CARILDA OLIVER LABRA


CALLADOS POR LA TARDE, GRAVEMENTE *

Callados, por la tarde, gravemente,
sin elegir el sitio de la tierra,
tú y yo nos besaremos como en guerra
hasta quedarnos fríos frente a frente.

Yo, cada vez más tumba que se ahonda,
tú, cada vez más carne renovada,
acaso llames y jamás responda
cuando te vuelvas en mi cuerpo nada.

He de tragar entonces, con locura,
en tu vaso de tórrida hermosura
la sangre poderosa que se queja;

y daré media vuelta hacia lo inerte,
perdida en esa luz que te refleja,
tan hambrienta de ti como la muerte.
Última Elegía
Yo podría decir que estoy de primavera
bajo un aire oloroso a luz definitiva,
y podría tapar la mirada bisiesta
que se me está cayendo afuera de la vida,


DULCE MARÍA LOYNAZ


LA BALADA DEL AMOR TARDÍO *


Amor que llegas tarde,
tráeme al menos la paz:
Amor de atardecer, ¿por qué extraviado
camino llegas a mi soledad?

Amor que me has buscado sin buscarte,
no sé qué vale más:
la palabra que vas a decirme
o la que yo no digo ya...

Amor... ¿No sientes frío? Soy la luna:
Tengo la muerte blanca y la verdad
lejana... -No me des tus rosas frescas;
soy grave para rosas. Dame el mar...

Amor que llegas tarde, no me viste
ayer cuando cantaba en el trigal...
Amor de mi silencio y mi cansancio,
hoy no me hagas llorar.

EL PERDEDOR *

Has perdido jugando una canción:

Yo te la iré a buscar junto a la fuente
donde el agua es más honda y el sopor
más largo...
Hoy la devolveré a tu pecho ardiente
hecha sombra... ¡O hecha sol!

Has perdido jugando tu mejor
perla, la que era un coágulo de aurora,
la llamada Alba Triste:
No llores por tu perla, Perdedor...
Yo te la buscaré hora tras hora,
guijarro tras guijarro y flor tras flor...

Has perdido-jugando...-el resplandor
de una estrella: ¡Has perdido hasta una estrella!
Y hasta una estrella he de encontrarte yo...

Tanto puedo por ti, tanto... Voy a seguir la huella
sobre el mar de una estrella
que se perdió...

Has perdido jugando un gran amor...



EN MI VERSO SOY LIBRE


En mi verso soy libre: él es mi mar.
Mi mar ancho y desnudo de horizontes...

En mis versos yo ando sobre el mar,
camino sobre olas desdobladas
de otras olas y de otras olas... Ando
en mi verso; respiro, vivo, crezco
en mi verso, y en él tienen mis pies
camino y mi camino rumbo y mis
manos qué sujetar y mi esperanza
qué esperar y mi vida su sentido.

Yo soy libre en mi verso y él es libre
como yo. Nos amamos. Nos tenemos.

Fuera de él soy pequeña y me arrodillo
ante la obra de mis manos, la
tierna arcilla amasada entre mis dedos...
Dentro de él, me levanto y soy yo misma.



Baldomero Fernández Moreno



SETENTA BALCONES Y NINGUNA FLOR



Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza
¡dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta lleno de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave...

¡Setenta balcones y ninguna flor!



JORGE BOCCANERA


LUGAR

Lugar, es el nombre del animal más grande de la tierra.
Hay quienes aprovechan su sombra y no saben que existe.
O beben su saliva y lo confunden con un río.
O duermen en los huecos que dejan sus pezuñas en la tierra
y piensan que la tierra es así. 
Los exiliados cargan sus pedazos de tiempo.
Otros clavan zapatos en el barro. 
Hay ciegos que cambiaron la vista de la certidumbre.
Algún dios carpintero que fabricaba muebles repite
la sentencia :
'Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”.
Pero los desaparecidos ¿ dónde están ?
Si el nombre que los nombra parece un chupadero.
Todo es ajeno aquí
Somos los extranjeros de un lugar que era nuestro. 
El deseo escribe en un libro sin hojas.
Alguien se prende fuego envuelto en un secreto. 
Hay quienes buscan que el amor les corrija la rabia.
Otros rezan, divisan un lugar después de este lugar.
Está el que desespera :
“si ese animal ocupa tanto espacio, ¿por qué no puedo verlo?
Unos pocos eligen atravesar un sueño para llegar a un sueño. 
¡Ah, si el silencio dijera sus lugares!
Ahora, cada baldosa es un campo de caza.
En días por venir, alguien
escarbará en las preguntas hasta desenterrar un fémur,
algún diente de lo que fue un lugar.
Pero no en esta casa con un piso de viento.
Aquí nadie se mueve, ha llegado el gran día.
Reparten un desierto entre todos los hombres.



FÉLIX GRANDE

SENTIDO?


Mientras el agua suena,
mientras el viento silba,
mientras la noche brota
del parietal del día,
mientras el taciturno
tronco se desanima
dejando caer al suelo
sus cortezas podridas,
mientras la tarde entera´
de la vida medita,
mientras nace una cana
a una fotografía,
mientras las cosas cesan,
transcurren o se inician,
mientras funciona el orbe
hinchando su fatiga,
mientras cornea el tiempo
con pereza bovina,
mientras el agua suena,
mientras el viento silba…

…nosotros estuvimos
Aquí: sobre la vida.
Cruzábamos las calles
con velocidad íntima,
rozábamos los picos
nobles de las esquinas
hasta que nuestras manos
se callaban y oían.
Anduvimos ciudades,
caminos, campos, vías,
andenes; anduvimos
naciones; geografía
fue vivir: una lenta ,
sublime geografía.
Amábamos los árboles
Hasta la sombra…
-        Huían
los días y las noches
por ventanas pacíficas- .
Amábamos los muros
hasta la historia…
-        Iban
huyendo entre ventanas
las noches y los días-.
Amábamos los seres
Como a nada en la vida.
Besamos manos, ojos,
pechos , vientres, rodillas
de mujeres: hacíamos
inclementes caricias
a un destino tan grave
como el nuestro; semillas
de gloria y caos sembrábamos
furiosamente encima de los vientres: queríamos
que siguiera la vida.
… pero la vida era el sonido
del agua en las orillas,
la vida era el distante
clamor de las colinas,
la vida era el profundo
batir del mar, la vida
era también quedarse
solo en la sola silla
y recordar andenes,
campos, plazas, esquinas,
alcobas y ventanas
por donde huyó la vida
(la vida era la gente
que buscaba a la vida).

Nosotros estuvimos
aquí, sobre la orilla,
pensando y recordando
hasta que amanecía;
amando, amando, amando
para hacerles justicia
a los demás; clamando
para hacernos justicia
a nosotros.
                                   Rodaban
las noches y los días.
Hasta las canas, tristes,
Cansadas, se caían.
Mirábamos la noche
otra vez: descendías
desde lo oscuro copos
de humanidad antigua
y traicionada …Era
ya tiempo; las retinas
se iban vidriando, el alma
nos ahogaba. Y huían
mansos, pero matando,
las noches y los días
por la ventana: abierta
a una inmensa desdicha.

Mientras el agua suena,
mientras el viento silba,
mientras cornea el tiempo
con pereza bovina,
mientras el mar maneja
su ventosa infinita,
mientras la tierra dora
su planetaria espiga
cantando en el espacio
su planetario enigma…

… nosotros hemos sido
la planetaria vida,
la muerte planetaria,
la ecuación infinita
que dio sentido al agua
que sonaba en la orilla,
que dio sentido al viento
que silbaba en las cimas.

Sentido, sí, mas qué
se hizo de nuestras vidas.


Jorge Luis Borges

Un ciego
de

No sé cuál es la cara que me mira
cuando miro la cara del espejo;
No sé qué anciano acecha en su reflejo
con silenciosa y ya cansada ira.

Lento en mi sombra, con la mano exploro
mis invisibles rasgos. Un destello
me alcanza. He vislumbrado tu cabello
que es de ceniza o es aún de oro.

Repito que he perdido solamente
la vana superficie de las cosas.
El consuelo es de Milton y es valiente,

pero pienso en las letras y en las rosas.
Pienso que si pudiera ver mi cara
sabría quién soy en esta tarde rara.


BUENOS AIRES, 1899

El aljibe. En el fondo la tortuga.
Sobre el patio la vaga astronomía
del niño. La heredada platería
que se espeja en el ébano. La fuga

del tiempo, que al principio nunca pasa.
Un sable que ha servido en el desierto.
Un grave rostro militar y muerto.
El húmedo zaguán. La vieja casa.

En el patio que fue de los esclavos
la sombra de la parra se aboveda.
Silba un trasnochador por la vereda.

En la alcancía duermen los centavos.
Nada. Sólo esa pobre medianía
que buscan el olvido y la elegía.


SANTIAGO SYLVESTER


EL PUNTO MÁS LEJANO   XV


Y de este modo hablamos
de lo que íbamos hablando: el
yo circular;
con propósitos de enmienda,
mandando cartas a los amigos o
conversador a las tres de la mañana,
pero siempre asomado sobre sí.
                                               Abro la puerta
y aparezco yo,
vuelvo la mirada hacia esta hoja
y sucede lo mismo: el misterio no está oculto, está en lo que se ve.

     Oigo
una conversación malsana en la escalera: el bosque de Birman que avanza contra mí; oigo
una campana que repite mi nombre; busco
una continuidad para que nada desaparezca;
¿y qué es esta manía
de tomar varias veces el  último trago de la noche?
Toda reiteración tiene residuos
de inestabilidad,
o dicho de otro modo: nunca es clara la razón de por qué hacemos una sola cosa;
y aquí aparece un hombre en proceso de frontera : cara inestable por donde aparezco nuevamente yo.

Me asomo a la ventana: un hueco
que se llena solo por exceso de protagonismo: hueco
por donde saco la cabeza,
espío hacia la línea del horizonte, y allá va
lo que se aleja,
contando conmigo, pero
alejándose de mí: los hijos que se alejan con su enigma (dos hijos, dos enigmas),
la mujer que se aleja con su enigma personal,
el jueves en que aposté por la celebración de los contrarios: triunfo  secreto de una mañana de sol en el mercado;
la esquina de un desencuentro imprevisto, donde empezó un final de época sin
fanfarria ni globos de colores;
los amigos, valle abajo, como un saludo que se aleja;
la Virgen de la Candelaria, rodeada de mujeres ensimismadas y hombres a caballo;
el hotelucho de madera de  Foz do Iguazu
con el sobresalto denso de los contrabandistas;
el Café des Amis   , que tiene un agujero en cada mano como un cristo de ciudad; la mujer
que cae de este lago de la mesa y prepara aquí la noche
con una bebida blanca
más la sopa humeante del amanecer: el oficio mundial de la calle;
la lluvia que veo ahora por la ventana: lluvia
por donde yo también me alejo sin dejar señales de la traslación : remolino donde sobrenado.

                 En
cuanto a mí, no tengo una propuesta ¿Soy
por lo tanto prescindible?
Paulatinamente escéptico
aunque optimista por necesidad: el que, mirando fijo hacia adelante
y sin ninguna inocencia,
comienza la cuenta regresiva: diez, nueve, ocho,
abreviando: cero.



JOSÉ PEDRONI
ENTREMOS

Esta es nuestra casa.
Entremos.
Para ti la hice
como un libro nuevo,
mirando, mirando,
como la hace el hornero,

Tuya es esta puerta;
tuyo este antepecho,
y tuyo este patio
con su limonero.

Tuya esta solana
donde en el invierno
pensará en tus párpados
tu adormecimiento.

Tuyo este emparrado
que al ligero viento
moverá sus sombras
sobre tu silencio.

Tuyo este hogar hondo
que reclama el leño
para alzarte en humo,
para amarte en fuego.

Tuya esta escalera
por la cual, sin término,
subirás mi nombre,
bajaré mis versos.

Y tuya esta alcoba
de callado techo,
donde, siempre novios,
nos encontraremos.

Esta es nuestra casa.
¡Hazme el primer fuego!

CUNA

Haz con tus propias manos
la cuna de tu hijo.
Que tu mujer te vea
cortar el paraíso.

Para colgar del techo,
como en los tiempos idos
que volverán un día.
Hazla como te digo.

Trabajarás de noche.
Que se oiga tu martillo.
"Estás haciendo la cuna"
que diga tu vecino.

Alguna vez la sangre
te manchará el anillo.
Que tu mujer la enjuague.
Que manche su vestido.

Las noches serán blancas,
de columpiado pino.
Harás según el árbol
la cuna de tu niño.

Para que tenga el sueño
en su oquedad de nido.
Para que tenga el ángel
en un oculto grillo.

La obra será tuya.
Verás que no es lo mismo.
Será como tus brazos
la cuna de tu hijo.

Se mecerá con aire.
Te acordarás del pino.
Dirás: "Duerme en mi cuna".
Verás que no es lo mismo.


AMOR CON LLUVIA Y PALOMA

1
Llueve, llueve, llueve...¡Qué te hice, lluvia,
qué te hice yo!
¡Por qué no sigues camino delante,
para que salga el sol;
ese de los ojos claros,
que es mi amor!

2
Y sin embargo, cuando estamos juntos,
juntos en la ventana,
bien que te digo: - ¡Bienvenida, lluvia!-;
bien que te dice: - ¡Bienvenida, hermana!-.

3
Pienso: la lluvia cae de los cielos;
la lluvia es inocente, pura, clara.
Obedezcamos a la lluvia, amor:
la lluvia nos separa.

4
Jazmín -de- lluvia de llamas
al que tiembla en tu parral.
Jazmín -de - estrellas, yo digo.
Es igual.
Llueven flores como estrellas
en tu delantal.

5
Las palomas de tu casa
se vinieron a la mía
el día que a mí viniste,
que ya es un lejano día.


Pero todavía hoy,
porque eres de lluvia y trigo,
adondequiera que vayas
las alas se van contigo.

Sabe, así, toda la gente
todo lo que a mí me pasa:
tú estás conmigo si vuelan 
palomas sobre mi casa.

ALFONSINA STORNI


Alma desnuda



Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.

Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.

Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.

 



Soy Una Dama Que Oscila
Graciela Cros



Soy una dama que oscila
entre la Implicación
y la Distancia
Una Curruca de los Juncos
que teje argumentos
Cuando niña
bebí
La Leche del Materialismo
Hoy vivo
entre las cuatro
paredes
de mi Imaginación
y hago chanzas
sobre la delgadez
de mi Espíritu
Tengo un mundo
y también
está
en
guerra.



Soy Una Dama Insomne
Graciela Cros


Soy una dama Insomne
que trajina sin pausa
Una estructura compleja
que colapsa los sábados
En la vigilia hago planes
Trabajo
con la
Imaginación
Le temo al Deterioro
La Realidad me abruma
El Hábito del Indolente
es mi castigo
Soy
la que
por las noches
come
ansias.



Soy Una Dama Que Canta Las Cuarenta
Graciela Cros


Soy una dama que canta las cuarenta

Mi poesía es de personajes
Soy un Jote de Cabeza Amarilla
Una Avutarda un Tordo que baja al jardín
para anunciar la nieve
Nadie pide que escriba lo que escribo
No se implique a Otros
Llevo una vida en el Trabajo
En ocasiones
Los Reveses
suman
al Resultado.



Graciela Cros
Lejos  De Casa


Lo verdadero ocurre en aguas profundas
y las palabras poco pueden con eso
Los pescadores han traído un lobo de mar
que por error o azar cayó en la red de congrios y jureles
Su cabeza ladeada hacia el este cuelga de un escalón del muelle
No respira
Tiene un fulgor lechoso en la mirada
y en un breve intervalo pasó de ser protagonista
a convertirse en obstáculo
Es un hecho fortuito
un punto irrelevante en la mañana
este lobo muerto por error o azar
Me recuerda a mi padre
el último día que lo vi.


ALFONSINA STORNI

Frente al mar




Oh mar, enorme mar, corazón fiero
De ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
Que se pudre en tus ondas prisionero.

Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
«Piedad, piedad para el que más ofenda».

Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
Ya me fatiga esta misión de rosa.

¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
Me falta el aire y donde falta quedo,
Quisiera no entender, pero no puedo:
Es la vulgaridad que me envenena.

Me empobrecí porque entender abruma,
Me empobrecí porque entender sofoca,
¡Bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.

Mar, yo soñaba ser como tú eres,
Allá en las tardes que la vida mía
Bajo las horas cálidas se abría...
Ah, yo soñaba ser como tú eres.

Mírame aquí, pequeña, miserable,
Todo dolor me vence, todo sueño;
Mar, dame, dame el inefable empeño
De tornarme soberbia, inalcanzable.

Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza.
¡Aire de mar!... ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.

Y el alma mía es como el mar, es eso,
Ah, la ciudad la pudre y la equivoca;
Pequeña vida que dolor provoca,
¡Que pueda libertarme de su peso!

Vuele mi empeño, mi esperanza vuele...
La vida mía debió ser horrible,
Debió ser una arteria incontenible
Y apenas es cicatriz que siempre duele.




PEDRO GARFIAS España
Nuevos acordes

                                        A Juan Naves


Sé que si le grito fuerte
el silencio se acongoja.
Sé que si la piso duro
es la piedra la que llora.
Sé que si camino aprisa
se me derrumban las hojas.
Por eso voy con cuidado,
acariciando las formas,
mirando a un lado y al otro
y respetándolas todas.
Que hay quien se duele del cuerpo
y a mí me duelen los hombres
y las cosas.


MARIO BENEDETTI
No te salves


No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
EDGAR BAYLEY  ARGENTINA
LA MANO
Algo va a surgir de esa mano
no retengas ni su amor ni su odio
deja que hable esa mano
que escriba torpemente en la noche
deja que recuerde
que se pierda entre las sábanas
entre las hojas y las calles
que se pierda balbuceando
y que destruya los puentes del saludo
deja que diga no
y que la odien y la expulsen
deja que no escriba
que se mate poco a poco
que ennegrezca con el agua tibia del vicio
que se calle o hable sin sentido
deja a esa mano estar
mano inservible
desahuciada
odiosa
mano para el martirio de los otros
para robar
para implorar clemencia a los cobardes
mano infidente
mano sin piedad
ni gracia
ni alegría
mano de verdugo
de holgazán
innoble
blanda
mano de firmar sentencias
mano de condenar
mano escondida
aleve
mano de traicionar
de mentir
de estar borracho
¿Pero esta mano indigna sucia
no buscará en la noche algún saludo
alguna señal de Dios o de la calle?
Porque esta mano viene de lejos
desde antiguo
mano de hombre
de rufián
menesterosa
mano de equivocar
estar callado
mano imposible de cortar
mano regenera
mano infinita renacida
mano infame
pero mano de esperar
mano de imaginar
mano de acompañar la noche
mano para volver
Algo va a surgir de esa mano
no la condenes
deja que abra sus dedos
que suelte su envoltorio
su dinero
la terrible noticia
el telegrama de felicitación
Ha de llegar la señal
poco a poco
algún saludo
y la mano hablará por fin
hará surgir el fuego de las sombras
cantará
sencillamente cantará
La mano fue antes árbol
estrella
viento
la mano movió compuertas y señaló caminos
la mano empuñó el timón y cerró los párpados desvelados
la mano abrió las tinieblas
y tuvo sed de amor: inventó signos
saludó
fue serena
tuvo reflexiones sensatas
consoló y acompañó el llanto de los otros
y la mano sencilla sufriente
se hizo una sola cosa con todos los desesperados
la mano celeste             
inventora del fuego y la herramienta
invasora del aire y de la espera del hombre
mano muda
mano sin solución
mano nueva y eterna como el camino
y las llaves del sueño y del canto
mano real
hermana
agresiva
impotente
mano donante
enamorada
mano de luz
nocturna
imperativa
mano del mundo
del día
del comienzo




EDGAR BAYLEY
Es infinita esta riqueza abandonada

Esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría
 
al fondo de las calles encuentras siempre otro cielo
 
tras el cielo hay siempre otra hierba playas distintas
 
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada
 
nunca supongas que la espuma del alba se ha extinguido
 
después del rostro hay otro rostro
 
tras la marcha de tu amante hay otra marcha
 
tras el canto un nuevo roce se prolonga
 
y las madrugadas esconden abecedarios inauditos islas
 
remotas
 
siempre será así
 
algunas veces tu sueño cree haberlo dicho todo
 
pero otro sueño se levanta y no es el mismo
 
entonces tú vuelves a las manos al corazón de todos
 
de cualquiera
 
no eres el mismo no son los mismos
 
otros saben la palabra tú la ignoras
 
otros saben olvidar los hechos innecesarios
 
y levantan su pulgar han olvidado
 
tú has de volver no importa tu fracaso
 
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada
 
y cada gesto cada forma de amor o de reproche
 
entre las últimas risas el dolor y los comienzos
 
encontrará el agrio viento y las estrellas vencidas
 
una máscara de abedul presagia la visión
 
has querido ver
 
en el fondo del día lo has conseguido algunas veces
 
el río llega a los dioses
 
sube murmullos lejanos a la claridad del sol
 
amenazas
 
resplandor en frío
 

no esperas nada
 
sino la ruta del sol y de la pena
 
nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada


DOMINGOS

En los domingos, cuando están las calles
del centro quietas,
alguna vez camino, y las oscuras,
cerradas puertas
de los negocios, son como sepulcros
sobre veredas.

Si yo golpeara en un domingo de esos
las frías puertas,
de agrisado metal, sonido hueco
me respondiera...
Se prolongara luego por las calles
grises y rectas.

¿Qué hacen en los estantes, acostadas,
las negras piezas
de géneros? Estantes, como nichos,
guardan las muertas
cosas, de los negocios adormidos
bajo sus puertas.

Una que otra persona por las calles
solas, se encuentra:
un hombre, una mujer, manchan el aire
con su presencia,
y sus pasos se sienten uno a uno
en la vereda.

Detrás de las paredes las personas
¿mueren o sueñan?
Camino por las calles: se levantan
mudas barreras
a mis costados: dos paredes largas
y paralelas.

Vueltas y vueltas doy por esas calles,
por donde quiera,
me siguen las paredes silenciosas,
y detrás de ellas
en vano saber quiero si los hombres
mueren o sueñan.





ASPECTO

Vivo dentro de cuatro paredes matemáticas
alineadas a metro. Me rodean apáticas
almillas que no saben ni un ápice siquiera
de esta fiebre azulada que nutre mi quimera.
Uso una piel postiza que me la rayo en gris.
Cuervo que bajo el ala guarda una flor de lis.
Me causa cierta risa mi pico fiero y torvo
que yo misma me creo pura farsa y estorbo.


SUGESTIÓN DE UN SAUCE

Debe existir una ciudad de musgo
cuyo cielo de grises, al tramonto,
cruzan ángeles verdes con las alas
caídas de cristal deshilachado.

Y unos fríos espejos en la yerba
a cuyos bordes inclinadas lloran
largas viudas de viento amarilloso
que el vidrio desdibuja balanceadas.

Y un punto en el espacio de colgantes
yuyales de agua; y una niña muerta
que va pensando sobre pies de trébol.

Y una gruta que llueve dulcemente
batracios vegetales que se estrellan,
nacientes hojas, sobre el blando limo.



UNA VEZ MÁS, EL MAR

Piel azul que recubres las espaldas del mundo,
y atas pies con cabeza de la endiablada esfera,
huidiza y multiforme culebra mudadera,
puñal alguno puede clavársete profundo.

Esponja borradora tu fofa carne helada,
la proa que te corta no logra abrir el paso,
ni a hierro marca el pozo, cuando horada tu vaso,
el redondel de fuego de la estrella incendiada.

A tu influjo terrible, mi más terrible vida
llovió sobre tus brazos su lluvia estremecida,
te lloró en pleno rostro sus lágrimas y quejas.

Si te quemó las olas no abrió huella el torrente:
fofa carne esmeralda, te alisaste la frente,
destrenzaste al olvido tus azules guedejas.



“Aves”

7

Soy una dama asimétrica
que paga con dolor
la sumisión de sus vértebras

Soy una Garza Blanca una Bandurria Mora
una Cachaña en bandada que vuela cara al viento

Hablo en dialecto sudaqués
y la gente me encuentra pintoresca

Soy monolingüe sudaca argentino-patagónica mapuche

En otra vida fui consejera espiritual
luchadora en fango gimnasta olímpica
gata de casa de escritor mujer africana lapidada

En ésta
soy lenta
como semilla da bambú

Los impacientes no me soportan

Ignoro si sembré lo que esperaba cosechar
Ignoro si pretendo cosechar lo que nunca sembré

Soy un personaje de Ficción que escribe una novela
en la que hay un personaje de Ficción que escribe una novela
y así hasta aburrir

Si me lo pide el editor
agrego o quito
un Capítulo

Éste es mi sino.

 



El amor no es casi nada

De sus ojos partía un hilo
 
que terminaba en mis ojos.

De modo que nuestras miradas
recorrían simultáneamente
el pasado, el presente y el porvenir.

El amor no es más que una pequeña cosa:
el tiempo
un hilo
una mirada.






Travesía

Antes de conocer su tristeza yo le decía
estás en el libro que leo
tu carne borra las letras de todo libro
intento que tu cuerpo sea más hermoso que cualquier
abrazo que haya podido dar
que cualquier ruido que haya podido asustarme en el
pantano de la noche
que cualquier partida de dados
que cualquier sueño por el que haya apostado
trato de mirar el libro como lo miraría tu cuerpo.
Antes de conocer su tristeza
yo le hablaba de sus costumbres lujosas asestadas en
pleno día
sus costumbres inagotables de hermosa parturienta
su boca más despierta que todos los lenguajes.
Cuerpo vivo
entreabierto
todo te llega como una vieja dolencia.


Paso mi vida en tu vida
así como los condenados pasan sobre los rostros
queridos
lo que no hicieron
lo que no pudieron conocer
así como tu cuerpo está escrito en todos los libros.


Paso mi vida en tu vida
así como los condenados pasan sobre los rostros
queridos
lo que no hicieron
lo que no pudieron conocer
así como tu cuerpo está escrito en todos los libros.


Estoy bajo la noche
bajo el olor profundo del barco
puedo morir o sobrevivir
sin recuerdos ni excusas
en la miseria de esta gente
entre gritos y ropas desgarradas
abandonarme en la tormenta
Estoy en su cuerpo como en una travesía
como en una tela de araña
como en el plumaje de las drogas sagradas
sin más destino que crecer entre sus dientes
entreabiertos.


Viajo por su cuerpo como por una sonrisa
abro sus ojos como en un río
encuentro sus ojos de marea en marea
alejo lo que no me pertenece.
Estamos solos en casas desconocidas
en otras ciudades
son otras las caras que olvidamos
cuando toco su cuerpo
otros los olores que nos enloquecen.
Mi cuerpo está en el suyo como en un naufragio
como en un puente sobre mis sentidos
podemos morir o sobrevivir
y veo mi vida sin mirarla
sin recordar lo que me aterra.


Puedo morir o sobrevivir
en el furor que se despierta
en el agua en la noche en su cuerpo.
Miro dentro suyo y no veo sino mi vida
otros viajes lentos como en una siesta
como otros países
como otras costumbres y lenguajes.
Estoy bajo cubierta
un loco se arrastra por el piso y canta
quisiera tener miedo ahora
la cara helada por el viento y el agua
y golpear y caer en la cubierta húmeda.
Estoy junto a su cuerpo salado
lo encuentro de marea en marea
toco sus ojos como un loco
toco sus ojos como un asesino.


Esos son los ojos que amas
ella está a tu lado
hace tanto que no se abandona
las plazas las calles los rincones
aquella habitación
la niebla y las mañanas
algunos días o momentos giran alrededor de tu vida
palabras absolutas que se escucharon o dijeron
giran alrededor de tu vida
son las cosas que tocas sin saberlo
lo que ves sin saberlo
lo que encuentras en cada gesto son sus ojos
y ves por sus ojos sin saberlo
sin recordar lo que te aterra.


Los que miran y están a su lado como lenguas
ardientes
sin ser ella misma ni parte de ella ni de su vida
terrestre
pero giran alrededor de su vida y sus vestiduras
y costumbres
llevan sus ademanes
 
ah, su cabeza vuela.


Ahora ahora
si se enciende el camino
si nada nos es negado
si estas gotas de incienso son la luz
los ojos de los amantes que no se matarían por amor
ojos ligeramente explosivos
que no morirían sino por distracción.
Tanta simiente tanta luz
puede venir el verano y devorar todo esto.
De pronto soy otro
nada de lo que he vivido
ningún recuerdo me convierte en otro
pero soy otro
soy el lenguaje entre tu cuerpo y la noche
soy el lenguaje
entre lo que se va hacia otras habitaciones y
aventuras
y lo que permanece
para durar en su cuerpo
y ella conoce lo que permanece
es parte de su cuerpo
lo lleva en cada movimiento
cuando camina cuando mira
cuando camina en el verano bajo el sol
y lleva ese lenguaje
donde se dieron la dicha los olores
los descubrimientos los abrazos
las repentinas simpatías
y ella lleva su cuerpo
como una alcoba donde se han dicho los secretos
 
las cosas graves que llenan el mundo
o lo vacían de pronto.


Soy otro
otro junto a su cuerpo
mis manos son las mismas
 
y mi boca
pero tocan su cuerpo como un loco
 
tocan su cuerpo como un asesino.

 
RAÚL GONZALEZ TUÑON

El Poeta Murió Al Amanecer 

Sin un céntimo, solo, tal como vino al mundo,
murió al fin en la plaza frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas: la esperanza y la miseria.
Fue un poeta completo de su vida y su obra,
escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera
y como hombre de su tiempo que era
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.

Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del Café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.

Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Becquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro:
tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.
 




Alfredo Carlino

MUCHACHA

Aún en la memoria está tus ojos
amplios de luna como la eternidad.
Quiero decir,
cuando todo se derrumba, algo va quedando.
Hoy nada menos que tus ojos
y también el fervor de tus pechos,
y el silencio en la pausa de los dos
y tu piel de rocío,
de frescuras y albas instaladas.
Se huelen en los recovecos del miedo tus vivencias,
cuando en la soledad de nuestros rincones
me tiembla el incendio
en la vastedad trigal de tu cuerpo
y ardes lentamente
como un viejo madero
para cantar la noche y el día,
con ese encantamiento de tu voz
cuando permaneces frutal
en la calle del amor.
Ahora que nos quieren seguir envolviendo
en la metáfora argentina
de irse o no,
preguntémonos
si aún nos quedan sueños,
si la utopía es una deidad a alcanzarse,
si podemos descubrir que a pesar de todo
no nos trituraron
y podemos soñar con tantos
que todo es modificable,
que la tración es efímera aunque se repita.
El problema es saber si todavía queda algo
y con ese poco,
salir juntos a cambiar la infamia.
Saber que desde el sueño
se puede revertir todo.
A mí, muchacha, aún me quedan tus ojos.





MAIPÚ Y RIVADAVIA (a las cuatro de la tarde)

Invadiendo como flechas
el trajín de la tarde,
con su acento mágico de grandes titulares
los minúsculos canillitas,
parten,
desatan sus voces
en el pregón diario de historias mayores,
tendiendo en cada hoja,
los ojos del mundo,
los labios de una bala
que pronunció una muerte,
ayer mismo, con las primeras señales de la aurora.
O nos dice simplemente, con las otras noticias,
que la manifestación embanderó de gritos nuestras calles,
o que el África o América arde,
porque maduran sus amaneceres retaceados.
Y todo por unas monedas
que har

 Olga Beatriz Venditto



La no presencia
A Gustavo., in memoriam

En las mañanas sin termo
De la cocina en exceso ordenada.
En la manta estirada de la
Cama gemela. En la almohada
Sin huella,
La alfombre sin chinelas.

La no presencia.

En los cercos engordando el jardín
Y el desprolijo pasto. En el cuerito
Gastado sin la herramienta precisa
que aguarda en la mesada. El
sin salero de la mesa cotidiana.

La no presencia.
Cuando la noche no siempre
trae ruidos familiares.
Cuando las tardes de tormenta
Apresuran los recaudos.
Cuando un olvido recrimina lo acordado.

La No presencia.
En el rezongo
Por las tardías llegadas.
En las perchas, que sostienen
Su contorno en lana, en la
Corbata, el piloto, en la tempranera bufanda.



CIERRE DEL MARATON

Bertolt Brecht
A los hombre futuros

" I
Verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.
Es insensata la palabra ingenua. Una frente lisa
revela insensibilidad. El que ríe
es que no ha oído aún la noticia terrible,
aún no le ha llegado.

¡Qué tiempos éstos en que
hablar sobre árboles es casi un crimen
porque supone callar sobre tantas alevosías!
Ese hombre que va tranquilamente por la calle
¿lo encontrarán sus amigos
cuando lo necesiten?

Es cierto que aún me gano la vida
Pero, creedme. es pura casualidad. Nada
de lo que hago me da derecho a hartarme.
Por casualidad me he librado. (Si mi suerte acabara,
[estaría perdido).
Me dicen: «¡Come y bebe! ¡Goza de lo que tienes!»
Pero ¿cómo puedo comer y beber
si al hambriento le quito lo que como
y mi vaso de agua le hace falta al sediento?
Y, sin embargo, como y bebo.

Me gustaría ser sabio también.
Los viejos libros explican la sabiduría:
apartarse de las luchas del mundo y transcurrir
sin inquietudes nuestro breve tiempo.
Librarse de la violencia.
dar bien por mal,
no satisfacer los deseos y hasta
olvidarlos: tal es la sabiduría.
Pero yo no puedo hacer nada de esto:
verdaderamente, vivo en tiempos sombríos.

II

Llegué a las ciudades en tiempos del desorden,
cuando el hambre reinaba.
Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía
y me rebelé con ellos.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.
Mi pan lo comí entre batalla y batalla.
Entre los asesinos dormí.
Hice el amor sin prestarle atención
y contemplé la naturaleza con impaciencia.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

En mis tiempos, las calles desembocaban en pantanos.
La palabra me traicionaba al verdugo.
Poco podía yo. Y los poderosos
se sentían más tranquilos, sin mí. Lo sabía.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

Escasas eran las fuerzas. La meta
estaba muy lejos aún.
Ya se podía ver claramente, aunque para mí
fuera casi inalcanzable.
Así pasé el tiempo
que me fue concedido en la tierra.

III

Vosotros, que surgiréis del marasmo
en el que nosotros nos hemos hundido,
cuando habléis de nuestras debilidades,
pensad también en los tiempos sombríos
de los que os habéis escapado.

Cambiábamos de país como de zapatos
a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos
donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella.
Y, sin embargo, sabíamos
que también el odio contra la bajeza
desfigura la cara.
También la ira contra la injusticia
pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros,
que queríamos preparar el camino para la amabilidad
no pudimos ser amables.
Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos
en que el hombre sea amigo del hombre,
pensad en nosotros
con indulgencia. "