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jueves, 4 de junio de 2015

Giovanni Papini

  
Entrevista de Giovanni Papini a Freud
En el transcurso de la mesa redonda El psicoanálisis en la cultura realizada en el Museo Roca el 27 de octubre de 2011, el escritor Esteban Peicovich leyó la siguiente entrevista realizada a Freud.
Visita a Freud. 8 de mayo de 1934
“Había comprado en Londres un hermoso mármol griego que representa a Narciso. Sabiendo que dos días antes Freud había cumplido 70 años, le envié como regalo la estatua con una carta que decía “al descubridor del narcisismo”. Este regalo bien escogido me valió una invitación del patriarca del psicoanálisis. Vuelvo ahora de su casa y de inmediato, transcribo lo esencial de la conversación.
Me pareció desesperado y melancólico. Las fiestas de los aniversarios, me dijo, se parecen demasiado a las conmemoraciones y recuerdan a la muerte. Me ha impresionado la forma de su boca. Una boca carnosa, algo satírica, que explica visiblemente la teoría de la libido. 
Estaba contento de verme y me agradeció calurosamente por “El Narciso”. “Su visita para mí es un gran consuelo. No es un enfermo, ni un colega, ni un discípulo. Vivo todo el año entre histéricos y obsesivos que me cuentan sus obscenidades, casi siempre las mismas. Entre médicos que me envidian cuando no me desprecian y con discípulos que se dividen entre papagayos crónicos y ambiciosos críticos. Con Ud. puedo hablar libremente. Enseñé a los demás la virtud de la confesión, pero no he podido abrir por completo mi alma. He escrito una pequeña autobiografía, más que nada con fines propagandísticos. Y si acaso me he confesado por fragmentos en la Traumdeutung. Nadie conoce o ha adivinado el verdadero secreto de mi obra. ¿ Tiene alguna idea del psicoanálisis?
Respondí que había leído algunas traducciones inglesas de sus obras y que únicamente para verlo me detuve en Viena.
Todos creen en el carácter científico de mi obra y que mi objetivo fundamental es la cura de las enfermedades mentales. Es un enorme malentendido que ha durado muchos años y que no he logrado disipar. Soy un científico por necesidad, no por vocación. Mi verdadera naturaleza es la del artista. Esto ha sido siempre desde la juventud. Hubiera querido en ese entonces convertirme en un poeta. Toda la vida es deseado escribir novelas. Todas mis aptitudes, incluso reconocidas por mis maestros del Gymnasium, me llevaban hacia la literatura. Pero si Ud. piensa cuáles eran las condiciones de la literatura en el último cuarto del siglo pasado, comprenderá mi perplejidad. Mi familia era pobre y la poesía, por los testimonios de las más célebres contemporáneos rendía poco o demasiado tarde. Además era hebreo, lo que me ponía en condiciones de manifiesta inferioridad en una monarquía antisemita. El exilio y el mísero fin de Heine me desanimaban. Escogí, siempre bajo la influencia de Goethe, la ciencia de la naturaleza. Pero mi temperamento permanecía romántico. En 1884 para ver con algunos días de anticipación a mi novia lejos de Viena, dejé sin cuidado mis trabajos sobre la coca y me llevaron otros la gloria y las ganancias del descubrimiento de la cocaína como anestésico.
En 1885 y 1886 viví en París. En 1889 estuve algún tiempo en Nancy. Mi permanencia en Francia tuvo una influencia decisiva sobre mi espíritu, no tanto por lo que aprendí de Charcot, ni de Berheim, sino porque la vida literaria en Francia en aquélla época era riquísima y ardiente. En París, como buen romántico, pasaba horas sobre las torres de Notre Dame, por las noches paseaba por las calles del Barrio Latino y leía los libros sobre los que más se rumoreaban en aquellos años. 
La batalla literaria estaba en pleno desarrollo. El simbolismo alzaba su bandera contra el naturalismo. Al predominio de Zola y Flaubert se le estaba sustituyendo entre los jóvenes por aquél de Mallarmé y de Daudet. Hacía poco que había llegado a París cuando salió el libro de Huysmans, discípulo de Zola, que pasaba al decadentismo. Estaba en Francia cuando fue publicado el Jadis et Naguère de Verlaine y se recogían las poesías de Mallarmé y las elucubraciones de Van Gogh. Le digo esto no para presumir de mi cultura sino porque las tres escuelas: el romanticismo muerto hace poco, el naturalismo amenazado y el simbolismo en alza fueron las inspiradoras de todo mi trabajo posterior.
Literario por instinto y médico por fuerza concebí la idea de transformar una rama de la medicina, la psiquiatría, en literatura. Fui y soy un poeta y novelista bajo la figura de un científico. El psicoanálisis no es otra cosa que la transferencia de una vocación literaria en términos de psicología y patología. El primer impulso para el descubrimiento de mi método me vino de mi querido Goethe. Ud. sabe que escribió el Werther para liberarse del vínculo morboso de un dolor. La literatura era para él catarsis. En qué consiste mi método para la cura de la histeria sino en hacer contacto el paciente para liberarlo de una obsesión. No hice otra cosa que forzar a mis pacientes a actuar como Goethe. La confesión es liberación o sea cura. Lo hacían desde hace siglos los católicos y Victor Hugo me había enseñado que el poeta también es sacerdote. Me sustituí descaradamente al confesor. El primer paso había sido dado. De inmediato me di cuenta que las confesiones de mis enfermos constituían un repertorio precioso de documentos humanos. Yo hacía, por lo tanto, un trabajo parecido al de Zola. El obtenía de aquellos documentos novelas. Yo estaba obligado de guardarlas para mí. La poesía decadente atrajo entonces mi atención hacia la semejanza entre sueño y obra de arte y sobre la importancia del lenguaje simbólico. Había nacido el psicoanálisis, no como dicen de la sugestion de Breuer o de los indicios Schopenhauer o de Nietzsche sino de la transposición científica de las escuelas literarias amadas por mí. Más claramente el romanticismo me sugirió el concepto de la sexualidad como centro de la vida humana. El naturalismo, sobre todo Zola, me habituó a ver los lados más repugnantes, pero más comunes y generales de la vida humana: la sexualidad y la avidez bajo la hipocresía de las buenas maneras, en resumen la bestia en el hombre. El simbolismo al final me enseñó dos cosas: el valor de los sueños comparados con las obras poéticas y el lugar que ocupan el símbolo y la alusión en el arte o sea en el sueño manifestado. Aprendí de los simbolistas que cada poeta debe crear su lenguaje y yo he creado de hecho un lenguaje simbólico de los sueños.
Para completar el cuadro de mis fuentes literarias agregaré que los estudios clásicos, como el primero de la clase, me sugirió el mito de Edipo y de Narciso. Me enseñaron con Platón que el estro, o sea el fluir del inconsciente es el fundamento de la vida espiritual y al final comprobé que cada fantasía nocturna tiene un recóndito significado. Que mi cultura sea fundamentalmente literaria lo prueba abundantemente mis citas de Goethe, de Heine y de otros poetas. La forma de mi espíritu está encauzada hacia el ensayo, la palabra, lo dramático y no tiene nada de la rigidez pedante y técnica de lo verdaderamente científico. Existe una prueba irrefutable. En todos los países donde ha penetrado el psicoanálisis. Este ha sido mejor comprendido y aplicado por los escritores y artistas que por los médicos.
De hecho mis libros se parecen más a obras de imaginación que a tratados de patología. Mis estudios sobre la vida cotidiana y ocurrencias graciosas son prácticamente literatura. En Totem y Tabú me puse a prueba incluso en la novela histórica. Mi deseo más antiguo sería de escribir verdaderas novelas y poseo un tesoro de material de primera mano que haría la fortuna de cien novelistas, pero temo que ya sea demasiado tarde. De cualquier modo he sabido vencer por vía alterna mi destino y alcanzado mi sueño: permanecer literato y a pesar de ser en apariencia el médico. En todos los grandes científicos existe la levadura de la fantasía, madre de las intuiciones geniales, pero nadie se ha propuesto como yo que en el psicoanálisis se encuentre, se compendie en jerga científica las principales escuelas literarias del siglo XIX: Heine, Zola, Mallarmé se reúnen en mí bajo el patronato de mi viejo Goethe. Nadie se ha dado cuenta de ese misterio obvio y no lo hubiera revelado a nadie si no hubiera tenido Ud. La óptima idea de regalarme la estatua de Narciso.
La conversación en este punto se desvió y hablamos de América, de las costumbres de las vienesas… Pero la única cosa que vale la pena conservar en papel es la que escribí ya En el momento de despedirme, me recomendó silencio con respecto a su confesión. Ud. No es editor ni periodista, por fortuna. Estoy seguro que no divulgará mi secreto. Lo tranquilicé y con sinceridad. Estos apuntes no están destinados a la imprenta.