traductor

Buscar en este blog

domingo, 20 de mayo de 2012

FRIEDRICH HOLDERLIN


Friedrich Holderlin

SELECCIÓN POEMAS

Versión de Otto de Greiff

A Diotimia (1)


Ven, y el júbilo mira en redor; en céfiros suaves
          vuelan las ramas del bosque,
como agita los bucles la danza; tal en liras sonoras
          un espíritu alegre,
con la lluvia y el sol el cielo canta en la tierra;
          como en plácida lid
se oye sobre las cuerdas de fugitivas tonadas
          múltiple enjambre vibrar,
vagan sombras y luz en melodioso contraste
          sobre las cimas del monte.

Suave, con rútilas gotas el cielo acaricia
          al arroyo, su hermano,
que ya viene agitando la carga preciosa
          que hay en su corazón,
y sobre el río y el bosque...



Y del bosque el verdor, y la imagen del cielo en la linfa
          tiembla y muere ante nos,
y de los montes en las cimas, y cabañas y rocas
         que esconde en su regazo,
las colinas que en derredor, dormidos corderos,
          y entre ramas floridas 
como en suave lana, se abrevan en fuentes del bosque,
         refrescantes y claras,
y los valles brumosos, sus simientes y flores
         y los jardines, todo
cerca y lejos se esfuma, se esfuma en gayo tumulto
         y se va con el sol.

Pero el rumor de las olas del cielo ya se ha extinguido
          y más puros y jóvenes.
surgen del baño la tierra y sus hijos beatos.
          vivo y alegre
brilla el verde del soto, las áureas flores rutilan,
 blanco, tal el rebaño que al río empuja el pastor.


A Diotimia (2)


¡Bella vida! Tú vives, como leve brote de invierno,
         en este mundo agostado sola y callada floreces.
Aire ansías, y luz, primavera que vierta su tibio
          resplandor, cuando buscas la infancia del mundo.
Ya tu sol, ya tu tiempo feliz se ha ocultado,
          y en la noche glacial sólo hay fragor de huracanes.


A las parcas


Dadme un estío más, oh poderosas,
y un otoño, que avive mis canciones,
y así, mi corazón, del dulce juego
saciado,
morirá gustosamente.

El alma, que en el mundo vuestra ley
divina no gozó, pene en el Orco;
mas si la gracia que ambiciono logra
mi corazón, si vives, poesía,

¡sé bien venido, mundo de las sombras!
Feliz estoy, así no me acompañen
los sones de mi lira, pues por fin
como los dioses vivo, y más no anhelo.



Archipiélago


(fragmento)


¿Tornan de nuevo las grullas a ti, las naves el rumbo
tuercen, van de tus playas en pos? ¿ Serenas y ansiadas
brisas llegan al plácido mar, y al sol asomando
del abismo el delfín, luz nueva inunda su dorso?
¿Jonia brilla? ¿Tiempo es ya? Pues es primavera,
y ha tornado a nacer la vida en todos los seres,
y hay en los hombres amor, y tiempos áureos se evocan;
¡vengo en tu paz a ti, oh poderoso, a loarte!

¡Oh venerable!, descansas aún viviendo a la sombra
de tus montes; aún tus brazos jóvenes ciñen
amorosos tu tierra, y a tus hijas, ¡oh padre!
de tus islas radiantes aún ninguna perdiste.
Creta vive, y Salamis, que frescos laureles circundan.
Y alza, en medio de rayos, y a la hora del orto la testa
resplandeciente Delos, y Tenos y Kíos
frutas purpúreas guardan: y de embriagadas colinas
mana el vino de Chipre, y de Kalauria descienden
ríos de plata que van a las véteras aguas del padre.
Todas viven, las islas que un día engendraron los héroes.
Y año tras año irradian y si una vez, del abismo
liberado, el fulgor de la noche, la interna borrasca
a una de ellas sorprende y en tu seno a los hombres sepulta,
tú, tú en cambio pervives, deidad, pues sobre la oscura
sima, por ti mucho viose nacer y mucho morir.(...)

(...)Entonces, ¡oh amigos de Atenas, oh gestas de Esparta,
cara primavera de los griegos! Si llega
a nuestro otoño, tornad y mirad, espíritus todos
del mundo que fue, ¡pues el fin de los años se acerca!
¡La fiesta también celebrad, oh días de antaño!
la Hélade miran los pueblos, llorando y cantando
del día orgulloso del triunfo los suaves recuerdos.

¡Floreced entre tanto, mientras los frutos maduran,
oh jardines de Jonia! ¡Floreced en las ruinas de Atenas!
¡Ocultad a los días futuros el duelo!
¡Coronad con eterno verdor, oh laureles, los túmulos
de los muertos, allá en Maratón, donde tantos
victoriosos soldados cayeron, o allá en Keronea,
cuyos campos los últimos atenienses sin armas
huir vieron del día fatal de la afrenta, allá donde
de la cima hasta el valle trenos se escuchan, y el canto
del destino las aguas vagabundas entonan!

Mas, oh tú, de los mares señor inmortal, aunque el canto
de de los griegos no más, como antaño, en tus olas te loe,
canta en mí más y más; que el espíritu impávido
de los mares, al modo de los nautas, disfrute
su solaz, y la lengua de los dioses distinga,
y el vaivén de las horas; y así, si el tiempo voraz
sobreviene a segar la miseria y los yerros
de mi vida mortal, y entre los muertos a hundirla,
que la paz en el fondo de tus abismos encuentre.

Canto del destino de Hiperión


Vagáis arriba en la luz,
en blando suelo, ¡genios felices!
brisas de Dios, radiantes,
suaves os rozan
como los dedos de la artista
las cuerdas santas.

Sin sino, como infantes
que duermen, respiran los dioses;
resplandecen
en casto capullo guardados
sus espíritus
eternamente.
Y en sus ojos beatos
brilla tranquilo
fulgor perpetuo.

Mas no nos es dado
en sitio alguno posar.
Vacilan y caen
los hombres sufrientes,
ciegos, de una
hora en la otra,
como aguas de roca
en roca lanzados, 
eternamente, hacia lo incierto.


Diotima  (De 1796 a 1798)


Callas y sufres, no te comprenden
¡Oh santo espíritu! Agostándote callas,
¡Pues vanamente entre los bárbaros
buscas al rayo del sol los tuyos,

las almas grandes, tiernas, que nadie halló!
Mas huye el tiempo. Empero canto mortal verá
el día, ¡oh Diotima! que en pos de los dioses
y en pos de los héroes te nombre su igual.


Diotima     (Después de 1800)


Callas y sufres, no te comprenden,
¡oh noble espíritu! Miras abajo y callas
al claro día, pues vanamente,
bajo el sol buscas los tuyos, hijos

de reyes, que antes como hermanos,
como en los bosques las cimas gemelas,
de amor y patria jubilosos
gozaban al recuerdo de su origen

bajo el abrazo infinito del cielo;
fieles y gratos llevaron sin duda
aun a la sima del Tártaro la alegría,
libres criaturas, hijos de los dioses,

almas henchidas de gracia, y ya extintas;
a ellas en estos años luctuosos
y al cotidiano clamor de estrellas
que fueron, llora nuestro corazón,

y este fúnebre trueno nunca fin habrá.
Mas el tiempo sana. Los seres divinos son fuertes
y raudos. Recobra la naturaleza
su antiguo y alegre dominio

¡Mira, amor! Aun antes de que nuestra colina
se hunda, un canto mortal ha de ver
el día, oh Diotima, que en pos de los dioses
y en pos de los héroes te nombre su igual.


Diotima  (1)

Pude nombrar los héroes
callando ante las bellas heroínas,


Diotima (2)

Ven y apacíguame, tú que supiste calmar elementos,
         luz de las musas celestes, del caos el siglo,
guía la lucha feroz con celestial armonía,
         hasta ver en el pecho mortal lo disperso agruparse,
y la antigua índole humana, tranquila, valiente,
          ver serena del vórtice del tiempo, y fuerte, surgir.
¡Vuélve al alma indigente del pueblo, radiante belleza!
          ¡Torna a la hóspite mesa, y al templo torna otra vez!
Pues que Diotima vive, como leve brote de invierno,
          y aunque rica en su espíritu propio, busca la luz.
Pero ya el sol del espíritu, ya el bello mundo se oculta,
          y en la noche glacial sólo hay fragor de huracanes.



Edades de la vida

¡Oh, urbes del Eufrates!
¡Oh, calles de Palmira!
¡Oh, bosques de columnas sobre el llanto desierto!
¿Qué sois?
De vuestras coronas,
al haber traspasado los límites
de aquellos que respiran,
por el humo de los dioses
y su fuego fuisteis despojadas;
pero sentado ahora bajo nubes ( cada
cual reposando en su propia quietud)
bajo robles hospitalarios, en
la umbría donde pacen los corzos,
extrañas se me hacen y muertas
las almas venturosas.


El consenso público

¿No es más bella la vida de mi corazón
desde que amo? ¿Por qué me distinguíais más
cuando yo era más arrogante y arisco,
más locuaz y más vacío?

¡Ah! La muchedumbre prefiere lo que se cotiza,
las almas serviles sólo respetan lo violento.
Únicamente creen en lo divino
aquellos que también lo son.


Grecia
Tanto vale el hombre y tanto vale el esplendor de la vida,
Los hombres a menudo son amos de la naturaleza,
Para ellos la tierra hermosa no está escondida,
Sino que con dulzura se desnuda mañana y tarde.

Los campos abiertos son como los días de la siega,
Alrededor se extiende espiritual la vieja Leyenda,
Una vida nueva vuelve siempre a nuestra humanidad,
Y el año se inclina aún una vez silenciosamente.


La despedida
Versión de Helena Araújo

¿Queríamos separarnos? ¿Era lo justo y lo sabio?
¿Por qué nos asustaría la decisión como si fuéramos
                                                           a cometer un crimen?
¡Ah! poco nos conocemos,
pues un dios manda en nosotros.

¿Traicionar a ese dios? ¿Al que primero nos infundió
el sentido y nos infundió la vida, al animador,
al genio tutelar de nuestro amor?
Eso, eso yo no lo hubiera permitido.

Pero el mundo se inventa otra carencia,
otro deber de honor, otro derecho, y la costumbre
nos va gastando el alma
día tras día disimuladamente.

Bien sabía yo que como el miedo monstruoso y arraigado
separa a los dioses y a los hombres,
el corazón de los amantes, para expiarlo,
debe ofrendar su sangre y perecer.

¡Déjame callar! Y desde ahora, nunca me obligues a contemplar
este suplicio, así podré marchar en paz
hacia la soledad,
¡y que este adiós aún nos penenezca!

Ofréceme tú misma el cáliz, beba yo tanto
del sagrado filtro, tanto contigo de la poción letea,
que lo olvidemos todo
amor y odio!

Yo partiré. ¡Tal vez dentro de mucho tiempo
vuelva a verte, Diotima! Pero el deseo ya se habrá desangrado
entonces, y apacibles
como bienaventurados

nos pasearemos, forasteros, el uno cerca al otro conversando,
divagando, soñando, hasta que este mismo paraje del adiós
rescate nuestras almas del olvido
y dé calor a nuestro corazón.

Entonces volveré a mirarte sorprendido, escuchando como otrora
el dulce canto, las voces, los acordes del laúd,
y más allá del arroyo la azucena dorada
exhalará hacia nosotros su fragancia. 



Lamentos de Menón por Diotima
Versión de Otto de Greiff

(fragmento)

I
Vengo en vano a buscar un cambio todos los días,
callan siempre a mi voz todas las sendas del campo;
fui a las gélidas cimas, las sombras todas me vieron,
y las fuentes; incierto vaga sin rumbo el espíritu,
paz buscando; así va por los bosques la herida alimaña
que a medio día de sombra segura gozó;
pero ya a su verde guarida no ha de tornar.
Insomne y dolida el dardo lleva doquier.
No el calor ni la luz, no la gélida noche la curan,
ni el frescor del torrente da a sus heridas alivio.
Y como la tierra sus triacas en vano
dale, y el céfiro no su fiebre logran aplacar:
tal, amigos, ¿a mí será imposible que nadie
pueda el fatídico sueño por fin apartar?

II
Sí, bien poco curáis del miserable que, OH dioses
de la muerte, apresáis en vuestras ávidas fauces,
y crueles hundís en la lúgubre noche;
para qué suplicar, o con vosotros reñir,
o con paciencia sufrir en pávido exilio viviendo
y sonriendo escuchar vuestra necia canción;
si ha de ser, tu salud olvida, duerme callado;
pero surge una voz de esperanza en tu pecho;
¡tú no puedes aún, pobre alma, no puedes
consentir, pues aguardas presa en tu sórdido sueño!
Y aún ambiciono la corona que adorna mis bucles;
bien sé que solo estoy, empero llega de lejos
sombra amiga, y sonríe, y me llena de pasmo,
pues me torna feliz en el dolor que me oprime.

III
¡Luz de amor! ¿Tu fulgor áureo llega también a los muertos
tal como en tiempo feliz brillas ahora en mi noche?
Dulces jardines, montañas rosas al sol del ocaso,
bienvenidas seáis sendas calladas del bosque,
sois testigos de un júbilo celestial; ¡lueñes astros
que santas miradas antaño me enviásteis!
Y vosotros, amables hijos de un día de mayo,
suaves rosas y lirios que siempre memoro;
primaveras fenecen, los años expulsan los años,
cambian y pugnan, el tiempo se cierne
sobre testas mortales, mas no en los ojos beatos
de amorosas parejas que nueva vida comparten.
Pues los días, los años estelares por siempre,
¡Diotima! Con nos íntimamente se unieron.

IV
Pero unidos en plácida paz, como cisnes amantes
que ante el lago reposan o son por las ondas mecidos,
viendo el fondo en que nubes de plata la linfa refleja,
y el etéreo azul que a su paso tremola;
de tal guisa fuimos los dos; alzábase el Bóreas
que persigue al amor, y que supo abatir
del ramaje el verdor, y la lluvia en el viento arrastrar;
mas tranquilos reíamos, nuestro dios vigilaba
el idilio con faz infantil y serena,
que en un canto común nuestras almas unía.
Mas hoy está vacía la casa; se han llevado
mis ojos, me he perdido también contigo al perderte.
Y así debo vagar, e igual a las sombras vivir;
vano y sin alma ya todo ha de ser para mí.

V
¿Qué festejar, con qué fin? ¿Cantar, y con quién?
Al solitario los dones divinos no llegan;
es este mi delito; yo sé que un signo aciago
paraliza mis miembros, mi espíritu anula,
y mudo, insensible, como un niño me torna. 
Sólo a veces los ojos lágrimas gélidas lloran,
y me atristan las flores del campo, las aves alegres,
mensajeras de radiante canción celestial.
Pero el vívido sol en mi lúgubre pecho,
frío, estéril, declina y anuncia la noche.
¡Ay! Y vano y vacío como muros de cárcel, el cielo
ciérnese como curva guadaña sobre mi frente.(...)



Las bacantes de Eurípides

He venido, hijo de Jove, a esta tierra de Tebas,
Dioniso, que alumbré una vez a la hija de Cadmo,
Semele, fecundada por el fuego de la tempestad.
Y tomando figura mortal, al sitio del dios,
aquí estoy, en el bosque de Dirce, al pie del Ismeno.
El sepulcro de la madre veo, de aquella que fue en el fulgor,
allá, junto a las casas y las ruinas de las salas
humeantes, donde ahora vive la flama del fuego divino,
la eterna violencia de Hera contra mi madre.
Alabo al sagrado Cadmo, que aquí en el campo
lloró a la hija el árbol del higo. Lo he circundado
con el aroma de la uva y el verde de las vides,
y de lejos, de la tierra colmada de oro de los lidas,
de los frigios y los persas, golpeada por la luz,
en el muro de la Bactriana, a través del campo tempestuoso
de los medos, a través de los dichosos árabes,
y vagando por la eterna Asia, que yace junto a las aguas
saladas, para unos y otros, griegos y bárbaros
entre ellos confundidos, roca de ciudades con bellas torres,
así llegué aquí en una ciudad griega por vez primera
para conducir mi coro e instruir mis misterios,
pues sólo a los hombres como espíritu visible soy.
Por primera vez en Tebas, aquí en Grecia,
he elevado mi grito, tensando la piel de los ciervos


Como cuando el campesino el campo en fiesta1

Como cuando el campesino el campo en fiesta
sale a ver al atardecer, cuando
del caluroso aire caen refrescando rayos
todo el día, y aún lejano reverbera el trueno,
y de nuevo en su ribera el arroyo se hunde,
pero más fresco verdea el prado y el grano
se aproxima, restaurado por la lluvia del cielo
y brillan bajo el quieto sol los árboles del bosque,

así, ahora bajo un cielo favorable están
los poetas. Que ningún maestro solo, la
maravillosa, omnipresente, educa, (salvo) con ligero
abrazo, la potente, hermosa y divina naturaleza.
Por esto, cuando parecen dormir en épocas
del año, en el cielo o entre las hierbas o entre los
pueblos, también el rostro de los poetas está de luto, y parecen solos.

Y como el ojo del héroe anunciando victoria,2 de los poderosos
el pensamiento es inflamado, así ahora se enciende
en los actos vitales un ascua en el alma de los poetas
y lo que primero sucede apenas advertido por nosotros, durmientes,
lo que ahora sucede diariamente, en divino significar
es manifiesto y un nuevo sol brilla sobre nosotros,
distinta florece la primavera, con el rumor del bosque,
movido por el hálito divino,
así el estrépito del día vibrando nos rodea,
y amorosamente el sueño de la noche tan sólo entonces ve

Y cantaremos
y cuando el recuerdo de un mundo en nosotros
resonase, ¿deberá sonar como si el dedo
de un niño intencionalmente
la cítara del maestro tocase? Oh, no gastéis
su cítara ni os burléis
así del maestro, pues cuando su espíritu,
y así vibramos,

¡él así no escucha! Pero
otros escucharán el canto, que similar
a la vid surgió de la tierra y de sus llamas
y del sol en el cielo
y de las tormentas, que en el aire y
lleno de misterios se prepara, vagando
entre cielo y tierra, entre los pueblos,
pensamiento es del espíritu divino
terminando quietamente en el alma del poeta,
a la entonces conocida, desde siempre reposa
en conocida eternidad, de lejanos recuerdos
tiembla el alma en su profundidad,
y el alma, inflamada por lo divino,
fruto del amor nacido,
es obra del cielo y del hombre
que el canto libera, dando fe de ambos.

Así acertó
y ahora todos beben sin peligro del divino fuego
pero a nosotros, poetas, nos corresponde
permanecer con la testa descubierta bajo
las tormentas del Dios, y los
rayos del padre, ellos también, también ellos,
empuñar, y envueltos, y atemperados
en el canto de los hombres que amamos, al divino
don llegar. Y si puros nuestros corazones,
si inocentes serán, como niños, y puras de impiedad
nuestras manos, entonces no matarán, no destruirán lo sagrado,
y agitado en lo hondo permanece del íntimo corazón, pero firme,
participando de las penas de la vida, de la divina
cólera de la naturaleza y sus delicias, que el pensamiento
no conoce. Pero3 si por otra
flecha una herida autoinfligida me sangra el corazón,
y perdida en el hondo la paz, y el libre modesto apagarse,
y la quietud, y la ausencia me conducen a la
opulencia de la mesa divina, cuando en torno a mí

(...)4
y dije, seré llevado a mirar
a los Celestes, ellos mismos me llevan
al hondo abismo entre los vivientes todos,
el falso sacerdote, que yo, por las noches
el temeroso canto advierte
cantos a los inexpertos.



En el amable azul

En el amable azul florece con el metálico techo el campanil. Lo circundan los chillidos de golondrinas en vuelo, lo envuelve el más conmovedor azul. El sol lo domina e ilumina las láminas, pero en lo alto la bandera quieta canta en el viento. Y si alguno desciende esas escalinatas bajo la campana, hay una vida en la quietud, pues cuando la figura está tan aislada, entonces la ductilidad del hombre emerge. Las ventanas desde donde resuenan las campanas son como puertas ante el umbral de la belleza. Es decir, puesto que las puertas son ahora como la naturaleza, semejan los árboles del bosque. Pero pureza es también belleza. Un grave espíritu surge al interior de lo diverso. Y tan simple sean las imágenes, sagradas son también, que uno teme describirlas. Los Celestes, empero, siempre benignos, tienen todo a la vez como quien es rico, virtud y felicidad. Es válido que el hombre los imite. ¿Es lícito, si la vida es puro cansancio, que un hombre se asome a mirar y diga: así quiero ser también? Sí. Hasta que la gentileza, pura, se conserve en su corazón, el hombre no se mide infelizmente con la divinidad. ¿Es desconocido Dios? ¿Es manifiesto como el cielo? Esto creo, más bien. Del hombre es la medida. Colmado de méritos, pero poéticamente, reside el hombre sobre esta tierra. Pero la sombra de la noche con las estrellas no es más pura, si me es dado decirlo, que el hombre, que imagen de la divinidad es llamado.