EL CABALLITO INCANSABLE
anonimo?
¿Habéis oído hablar de caballito incansable? ¿No? Pues, entonces, yo os contaré una historia muy interesante sucedida hace muchos años, cuando los ejércitos argentinos combatían tenazmente por su libertad.
Dicen los que saben, que después del gran triunfo que el general don Manuel Belgrano obtuvo sobre los realistas en la memorable batalla de Salta, necesitó un mensajero que trajera a la ciudad de Buenos Aires la extraordinaria noticia de la gloriosa victoria.
En el ejército de Belgrano había muy buenos jinetes, ya que estaba formado en su mayoría por gauchos que, como es sabido, son los más diestros domadores de caballos del mundo entero.
Belgrano hizo formar a los hombres que juzgaba más aptos para tan delicada empresa y ordenó dieran un paso adelante los que se sintieran capaces de tan enorme y loable esfuerzo.
-Mis queridos soldados -dijo el general.- ¡Necesito un chasqui que lleve a la capital mi parte de batalla! ¡El hombre que se arriesgue a tan dura prueba, ya que deberá recorrer miles de kilómetros, debe tener presente que no descansará ni un minuto durante el viaje y que sólo hallará reposo una vez entregado el documento! ¿Quién se anima?
¡Ni uno de los soldados se quedó quieto! Todos dieron un paso adelante en espera, cada uno, de ser elegido por el general.
Belgrano, orgulloso de la valiente actitud de sus hombres, paseó la mirada por la larga fila de caras nobles y curtidas y titubeó en la elección, ya que todos le parecían capaces de afrontar la peligrosa marcha.
En un extremo de la fila estaba rígido y pálido, un joven moreno, que miraba a su jefe con ojos ansiosos, como anhelando que se fijara en él.
Belgrano aun no había decidido, cuando el muchacho, impulsado por sus deseos, se adelantó hacia el general y cuadrándose a pocos pasos de éste, te dijo con voz serena pero conmovida:
-¡Señor! ¡Yo quisiera llevar ese parte!
-¿Te atreves? ¡Es muy largo el camino! -respondió el héroe.
-¡Nada me detendrá! ¡Juro por Dios y por la Patria , que llegaré a Buenos Aires en el menor tiempo posible!
Tal simpatía y franqueza brotaba de los ojos del desconocido, que Belgrano no vaciló más y entregándole un voluminoso sobre, le dijo, mientras estrechaba su mano: -¡Aquí está mi parte de batalla! ¡En ti confío para que sea puesto en manos de mi Gobierno! ¡Deberás correr rápido como la luz por montes, sierras, cumbres y desiertos, sin que nada te detenga hasta atar tu caballo en el palenque del Cabildo de Buenos Aires!
-¡Está bien, señor! -respondió el muchacho.
Belgrano continuó: -¡En el largo camino, encontrarás muchas postas y ranchos amigos, en donde podrás cambiar de cabalgadura, deteniéndote lo indispensable para ensillar el animal de refresco! ¡No te dejes engañar por ninguno que intente entorpecer tu misión y muere antes de que te arrebaten este sobre! Benavides, que así se llamaba el joven soldado, rojo de orgullo, recibió los papeles de manos de Belgrano y después de elevar su mirada a la bandera azul y blanca que hacía pocos días flameaba como símbolo de la patria, montó en su caballo alazán que partió al galope, ante los ¡viva! de sus compañeros, que lo vieron perderse entre las cumbres lejanas.
La primera posta para cambiar de cabalgadura distaba tan sólo diez leguas, las que fueron cubiertas por el brioso alazán de Benavides en pocas horas.
El dueño del rancho, no bien vio llegar a un soldado del ejército libertador, dispuso todo lo necesario para que cambiara de animal y sacando de un corral un caballo tostado, se lo ofreció a Benavides.
El muchacho se disponía con gran prisa a esensillar su valiente alazán, cuando ocurrió algo tan inesperado que lo conmovió en todo su ser.
El caballo, al ver a su amo desmontar y observar los preparativos del cambio, lanzó un estridente relincho en el que claramente se oyó que decía:
-¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
Benavides no dio crédito a lo que oía y prosiguió en su trabajo de aflojar la cincha, cuando, otra vez, el relincho del alazán rompió el silencio, y entonces con más energía...
-¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
¡No cabía dudar! ¡El caballo había hablado!
¡El mensajero, pálido como un muerto, miró al noble bruto con curiosidad y estupor y sólo contempló unos ojos negros y grandes que
parecían implorarle que no lo abandonara!
Y decidido, volvió a ensillar a su valiente compañero y emprendió de nuevo la marcha a gran velocidad, pasando por escarpados caminos de montaña que ponían en peligro la vida del chasqui.
¡Pero el alazán, dócil y animoso, sin dar la más pequeña muestra de cansancio, cruzó las cumbres y descendió a la llanura!
¡Llegaron a la segunda posta! Benavides desmontó de un salto y pidió un caballo de repuesto, en la certeza de que su alazán ya no resistiría más tan extraordinario esfuerzo, pero cuál no sería su sorpresa, el oír el relincho agudo que de nuevo expresaba:
-¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
-¡No puede ser! -exclamó el jinete.- No hay ser en el mundo capaz de afrontar tal desgaste. ¡Te dejaré aquí! -¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir! -repitió el caballo en otro relincho sonoro y después se acercó a su amo, acariciándole las manos, con su belfo tibio y cubierto de espuma.
El muchacho no vaciló más y creyendo en un milagro, otra vez montó en su noble amigo emprendiendo el camino peor de toda la travesía: el desolado desierto de Santiago del Estero, tan espantoso y solitario como los temibles arenales africanos.
Así, bajo un sol abrasador, pisando la arena ardiente, galopó todo el día, deteniéndose a ratos para dar descanso a su maravilloso alazán, que sin mostrar fatiga, lo miraba como invitándole a continuar la marcha.
Varias aves de rapiña revoloteaban por encima de sus cabezas, esperando que caballo y jinete cayeran rendidos, para lanzarse sobre ellos y llenar sus buches de comida fresca. Pero el alazán no se daba por vencido y así prosiguió toda esa noche, con su constante galope corto y parejo, hasta que los primeros rayos del sol los sorprendieron junto a la tranquera de la tercera posta del largo trayecto.
-Esta vez sí te cambiaré -dijo el muchacho echando pie a tierra.- ¡Has probado ser bueno, pero si continúas así reventarás! –Y comenzó la tarea de desensillar, mientras el dueño de la posta le preparaba otro caballo negro y lustroso.
Pero la sorpresa de Benavides llegó a su colmo, cuando volvió a oír el relincho del noble bruto, su lastimera petición:
-¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
El jinete desde entonces prosiguió la marcha con un miedo casi supersticioso y al llegar a cada posta, escuchaba el agudo relincho que le volvía a suplicar...
-¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
Así continuó el soldado su camino, durante días, que se convirtieron en semanas, cruzando llanuras, lomas, caudalosos ríos, arenales inhospitalarios, bosques poblados de alimañas y, en cada posta que se detenía para el relevo, el alazán alargaba su pescuezo, sacudía su cuerpo sudoroso y lanzaba a los vientos su potente relincho que más bien parecía un clarín de batalla:
-¡No me dejes!... ¡Tengo fuerzas para seguir!...
Por fin, un día, desde la pampa solitaria, Benavides y el alazán, contemplaron a la distancia, las torres de las iglesias de Buenos Aires y los tejados rojos de sus casas.
¡Estaban llegando!
Breves momentos después, hacían su triunfal entrada por la calle de la Reconquista y penetraban en la ansiada Plaza de las Victorias,
donde se levantaba el Cabildo, punto terminal de tan maravilloso viaje.
¡Benavides no cabía en sí de orgullo! Como lo juró al heroico general Manuel Belgrano, ató su noble y tenaz caballo en el palenque de la Casa histórica y entregó el sobre que contenía el parte de la batalla de Salta a los hombres que gobernaban en aquel tiempo el país.
¿Y el alazán? ¡El alazán había cumplido con su deber!¡Entonces, se sintió rendido! ¡Una angustiosa fatiga lo dominó hasta hacerlo arrodillar en el suelo áspero de la calle!
La gente lo contemplaba dolorida y suspensa. ¡Un estremecimiento de muerte agitó sus patas y lanzando un postrer relincho, que semejaba al toque de clarín de la victoria, cayó para siempre entre un charco de sangre que brotó de sus narices! ¡El noble bruto había realizado algo maravilloso, casi increíble, y esto... no era sino un ejemplo sencillo de lo que puede el poco
esbelto caballito criollo, nervioso y crinudo, pero de una resistencia inigualada por sus congéneres del mundo! A ese animal pequeño y valiente... a esos nobles amigos que pueblan los campos argentinos, es a los que un gran poeta les ha cantado en estrofas inolvidables:
"¡Caballito criollo del galope corto,
del resuello largo, del instinto fiel...
Caballito criollo que fue como un asta
para la bandera que anduvo sobre él!"